Al conocerse la noticia, los medios han rescatado del olvido el asesinato en 1998 de Aitor Zabaleta, seguidor de la Real Sociedad, por parte del mismo grupo atlético. No nos confundamos. El realista fue con su novia y amigos a ver un partido y lo apuñalaron a traición. Estos se habían citado en un punto concreto de la capital y era previsible que alguno saliera mal parado.
Socialmente deberíamos reflexionar sobre qué pasa con el fútbol. De lunes a viernes tenemos a muchos honrados ciudadanos que el fin de semana al sentarse en su localidad del estadio de fútbol se convierten en energúmenos capaces de insultar, desear la muerte a un jugador rival, pegar o matar. No generalizo, yo soy un futbolero más, pero esto es objetivo. Sucede de continuo y nadie hace nada.
Recuerdo mi primera visita al Calderón para ver a mi Real Sociedad. Ganamos 0-1, hubo insultos a la afición vasca y pasé todo el encuentro intranquilo pese a no llevar ningún distintivo por los precedentes. También recuerdo mi primera visita a Vallecas. Ganamos 0-2 y desde megafonía nos dieron la bienvenida, nos dijeron que éramos siempre bien recibidos y que el fútbol era algo para unir y compartir. ¿Tan difícil es que el buen ambiente impere en todos los estadios? No soy ciego a los problemas políticos entre las diferentes aficiones, pero podríamos dejar la política en casa e ir al campo a disfrutar de un espectáculo deportivo. Económicamente, sería provechoso que los aficionados visitantes pudieran moverse con calma por los bares de la localidad que sea y dejasen sus euros a los hosteleros. Y es solo una ventaja de entre otras muchas.
He leído con asco las declaraciones de los diferentes cargos del Atlético de Madrid. Desde que un miembro de Frente Atlético, peña que se beneficia de entradas más baratas por cortesía de su club, asesinara a Aitor Zabaleta, año tras año han insultado su memoria en las visitas de los donostiarras al Vicente Calderón. El Atlético de Madrid podría haber tomado medidas ejemplares contra estos radicales pero han preferido mirar para otro lado porque animan mucho. Los jugadores festejan en su fondo las victorias, Diego Pablo Simeone, entrenador, les dedica gestos de complicidad durante los encuentros y la directiva hace oídos sordos a los insultos fascistas hacia los contrincantes, igual que en su momento lo hacían hacia la simbología nazi que portaban.
Enrique Cerezo, presidente del Atlético, ha declarado que la muerte del aficionado coruñés ha sido lejos del campo y que no tienen nada que ver con eso. Diego Pablo Simeone ha escurrido el bulto diciendo que es un problema social. Los jugadores colchoneros han afirmado que los violentos no representan al equipo. Son todos unos cínicos y unos hipócritas. Si no quieren colaborar con esta gentuza, que no les hagan el juego y prohíban el acceso a estos tipos al recinto. En mi opinión, todos son, en mayor o menor medida, cómplices. De nada me sirve que los presidentes de los equipos afectados den una rueda de prensa conjunta lamentándolo y luego los dejen entrar en sus respectivos campos. La solución es muy sencilla, pero falta voluntad y valentía. Ahora pasarán unos días de llanto colectivo, pero veremos si se toman decisiones definitivas.