Desde hace casi dos años, lo clásico dejó de serlo. La pandemia trastocó el calendario ciclista, un mal menor en medio de un contexto terrorífico, y creo que ahora, en 2022, podemos hablar del primer año más o menos normal. Parece (insisto: parece) que las carreras, quitando alguna como el Tour Down Under australiano de enero, se celebrarán en sus fechas.
Tras la Omloop, a lo largo de la primavera llegarán Kuurne-Bruselas-Kuurne, Strade Bianche, Milán San Remo, E3 Harelbeke, Gante-Wevelgem, Tour de Flandes, París-Roubaix, Flecha Brabanzona, Amstel Gold Race, Flecha Valona y Lieja-Bastoña-Lieja, entre otras. A estas alturas, a uno casi le salen de carrerilla, como las capitales europeas antes de un examen de geografía en el cole.
Tengo la sensación de que dábamos poco valor a las cosas que sucedían año tras año en unas fechas determinadas hasta que todo tuvo que cancelarse por fuerza mayor. Ahora, que la incertidumbre empieza a dar paso a la seguridad relativa, qué alegría poder recitar toda esa ristra de clásicas dando por hecho que sucederán según lo previsto.