Antes de dar por concluido nuestro análisis, los dos subrayamos que el mundial de ciclismo es una lotería. Se corre sin pinganillo y esto lo convierte en una carrera más loca. Además, es complicado saber cómo va a responder el cuerpo después recorrer más de 250 kilómetros. En la última subida, Valverde se metió en el grupo de los más fuertes con Bardet y Woods. Tras una gran remontada, también entró Dumoulin en el corte, aunque llegó ya muy desgastado. La lógica decía que el murciano era más rápido que sus rivales, y así fue.
El mundial es una prueba muy especial. De niño, tuve la gran suerte de disfrutar de uno en directo. En 1997, la caravana del ciclismo mundial aterrizó en San Sebastián. La ciudad se volcó. Recuerdo que con el cole nos llevaron a ver parte de una de las pruebas de mujeres a su paso por la playa de la Concha. La gran mayoría de niños pasaron de los ciclistas y, pese a que llovía de manera débil, bajaron a jugar al arenal donostiarra. Yo me quedé apostado en la valla con algún profesor. Por aquel entonces ya me había picado el gusanillo del ciclismo. Creo que no me importó el hecho de que no acompañar a mis compañeros me convirtiera en un niño un poco raro.
Laurent Jalabert, que era mi ídolo absoluto (sus fotos decoraban mi habitación), se llevó la contrarreloj. El frutero de mi barrio, que vivía en un edificio situado en una curva del circuito, sacó una foto a su paso, la reveló y me la regaló. Quiero recordar que aún la tengo en casa de mis padres. El ucraniano Serhiy Honchar fue segundo y el británico Chris Boardman, tercero. Laurent Brochard, francés, ganó la prueba en ruta por delante del danés Bo Hamburguer y del holandés Léon van Bon. Un jovencísimo Óscar Freire, que luego ganó tres mundiales de la máxima categoría, quedó segundo en la prueba en ruta sub 23.
Mis padres me compraron tras el mundial el nuevo número de la revista Ciclismo a Fondo. Era un básico para cualquier aficionado a este deporte. No hace falta buscar demasiado para verlo en una de las estanterías de mi actual vivienda. La guardo como un tesoro. Repasar las grabaciones de las televisiones de aquellos días me resulta entrañable. Las azafatas que sostenían los premios antes de ser entregados vistieron trajes regionales vascos, algo que, por ejemplo, también se ha visto en el Tirol austríaco este año. Los ganadores se llevaron la tradicional txapela y sonó la Marcha de San Sebastián como música de protocolo mientras los ciclistas subían al podio. ¡Ojalá vuelvan los mundiales de ciclismo a mi ciudad!