Con motivo de esta efeméride, revisé mi palacio mental hasta encontrar varios recuerdos que tenían que ver con la intransigencia de algunos de mis conciudadanos. Un ejemplo está en el fútbol, que siempre digo que saca lo peor de la gente. No se crean que le tengo manía al llamado deporte rey; yo soy un hincha más de los que va al estadio, pero los insultos homófobos han estado y están a la orden del día. Los hemos tenido en su versión más cruda (como en el caso del muchacho andaluz que ha tenido que abandonar el arbitraje de manera prematura) o en la más festiva (¿quién no recuerda el "Michel, Michel, Michel, maricón"?). Eso sí, no es algo exclusivo de los recintos deportivos. Tratar de ofender a alguien (sobre todo en el caso de los hombres) diciéndole que es homosexual es un clásico. Si se hace es porque muchos varones se sienten dolidos y es algo que nunca entenderé. Les adelanto que conmigo no surte efecto. ¿Qué tiene de malo? ¿Falta de hombría? Soy heterosexual, pero, francamente, me da exactamente igual que piensen que soy gay.
Siguiendo con el recorrido interno por mis recuerdos, les confesaré que hay un pasaje de mi vida que me dejó poso. En Euskadi pasamos años complicados por el terrorismo. Cuando iba al instituto, la política estaba presente. El centro público donde me formaba no estaba politizado en ninguna dirección, pero entre el alumnado había de todo. En mi clase había una chica que una participante activa en los círculos de la izquierda abertzale. Tenia relación con ella como la tenía con el resto de mis compañeros. Las redadas en las que las fuerzas de seguridad detenían a militantes de los grupos juveniles (como Segi) afines al mundo de HB, EH o Batasuna (según la época y la ilegalización de turno) eran muy comunes. Solían ser tema de conversación al llegar a clase, puesto que muchas veces los protagonistas de los titulares de la prensa y los telediarios de esa mañana eran compañeros de pupitre. En una de estas operaciones policiales, ordenada por el juez Fernando Grande-Marlaska, recuerdo con nitidez cómo la forma que tuvo para demostrar su enfado fue llamar "maricón" a su señoría. Concretamente dijo "puto maricón de mierda". ¿Por qué me marcó esta experiencia? Ese día, en plena adolescencia, me caí del guindo y descubrí que la homofobia es transversal, que no entiende de ideologías y que no es algo exclusivo de grupos nazis. Aquella compañera de clase, que se consideraba de izquierdas y progresista, realizó un comentario que le quedó muy escorado a otras posiciones más rancias.
La sociedad al completo debemos acabar con la homofobia, la lesbofobia y la transfobia, pero me duele que todos los que nos situamos políticamente en la izquierda, a los que se nos presupone una actitud más abierta frente a una derecha que ha tachado de enfermos a estas personas (y en algunos casos sigue haciéndolo), no seamos capaces de dar siempre ejemplo.