Una de las cosas que más me llamó la atención cuando llegué a Madrid hace casi una década es la poca idea que tienen muchos madrileños sobre el resto del país. Madrid será España y España será Madrid (o algo así proclamó Díaz Ayuso), pero me encontré a muchos que en cuanto los sacabas de la capital, el pueblo de los abuelos en alguna de las Castillas y la localidad en la que veraneaban en la costa mediterránea andaban bastante perdidos. Con esto, que no deja de ser anecdótico y sin ningún valor estadístico sobre el conocimiento de los madrileños de la geografía española, la flamante presidenta madrileña ha hecho campaña. Decir que Madrid es diferente al resto del país porque al salir de trabajar te puedes tomar una caña es hacer apología del desconocimiento.
Vivir a la madrileña, en el mundo de fantasía que ha pintado Díaz Ayuso durante la campaña, es como si todos los residentes en la capital viviéramos en una de esas películas estadounidenses en la que por la mañana un lozano ejecutivo, vestido como un pincel y maletín de cuero en mano, para un taxi en medio de una gran avenida para ir a un edificio alto y acristalado donde cierra una gran operación financiera entre halagos y palmaditas en la espalda. Lo festejará al anochecer con cócteles (o cañas, que esto es Madrid) en un local de moda y luego volverá a dormir a su coqueto apartamento en el centro de la ciudad con vestidor, ducha de diseño, inmensos ventanales con vistas y portero uniformado en un portal que nada tiene que envidiar a las salas del Hermitage. La realidad es mucho menos idílica para el común de los mortales: madrugones porque vives lejos del trabajo (date con un canto en los dientes si al menos es de lo tuyo); una hora de ida y otra de vuelta (o más) en un vagón de metro atestado (de ir sentado ni hablamos); la mitad del sueldo para pagar el alquiler; y pérdida constante del poder adquisitivo en una ciudad en la que todo sube de forma escandalosa menos los salarios. A todo esto, hay que añadir que los servicios públicos cada vez son peores: menos frecuencia de metro, menos citas para ver a tu médico de cabecera, etc.
Hay que reconocerles el mérito a los integrantes del equipo de Díaz Ayuso. Han conseguido un resultado espectacular y han ido marcándole el ritmo al resto de la oposición durante toda la campaña. Les ha votado la gente acomodada, algo que no es sorprendente, pero también ciudadanos mucho más humildes que probablemente han visto en la líder conservadora la garantía de mantener sus empleos (precarios en muchos casos) gracias al desenfreno aperturista que predica frente al sosiego y la precaución que exigen un contexto de pandemia.
Dentro de dos años, la Comunidad de Madrid volverá a las urnas y será el momento de ver si la ciudadanía refrenda o no su apoyo a los populares. La vida política española transcurre a una velocidad endiablada y hacer cualquier tipo de previsión ahora es una locura. Yo, por mi parte, ni si quiera sé si seguiré residiendo entonces en Madrid. Si tienes veintitantos años y bien de billetes en la cartera (o unos padres generosos), es una ciudad fantástica, pero para los quehaceres diarios, la vida rutinaria y el desahogo económico presenta muchas carencias. Desde hace mucho tiempo noto que Madrid me va expulsando poco a poco. El 4M fue otro pequeño empujón. Cada vez me aprieta más y me ofrece menos. A veces, enfadado, pienso que Madrid es mentira.