Hemos infantilizado la pandemia. Cuando nos han puesto la fotografía de un cadáver o la de una persona boca abajo con un respirador en la UCI de un hospital, hemos llegado hasta a ofendernos o sentirnos heridos (yo también). El día que se filtró el borrador del Gobierno para salvar la Navidad, morían 537 personas. Era la cifra de fallecidos más alta de la segunda ola. Intentar salvar el verano fue un tiro en el pie después del esfuerzo hecho en primavera y, si somos honestos, tratar de hacer lo mismo con las fiestas navideñas parece tan buena estrategia como la del alumno que intenta estudiar la noche previa al examen lo que no ha estudiado en las semanas anteriores. Si llevamos todo el año cerrando perimetralmente las regiones, especialmente en los puentes y festivos, ¿qué criterio técnico o científico avala que se permitan en Navidad la movilidad entre comunidades y las reuniones de más personas que las permitidas actualmente?
Dicho esto, no es el ciudadano común el que tiene que cargar con el peso completo de la toma de decisiones. Si el Gobierno dice que se eviten desplazamientos innecesarios por Navidad, no es de recibo que tenga que ser yo el que se vea obligado a ponderar si es o no necesario que viaje para pasar dichas fechas con mis padres. En mi opinión, eso tiene algo de dejación de funciones por parte de las autoridades.
Leía recientemente lo siguiente sobre Nochebuena y Nochevieja a Alberto Moyano en un artículo publicado en El Diario Vasco: «Que cada cual haga lo que considere, desde la certeza de que, por confusión, cariño, malentendido o ignorancia alguien saldrá herido de esas dos noches». Si se permite, todos, incluido yo, creo que intentaremos viajar para estar con los nuestros. Dicho esto, a día de hoy, tengo un intenso debate interno sobre qué debo hacer sea cual sea el nivel de permisividad por parte de los diferentes gobiernos.
Un país tan pegado a la religión cristiana como es Italia ya ha decidido no aflojar en Navidad. Ojalá que por celebrar el nacimiento de Jesús no tengamos que lamentar el fallecimiento de conciudadanos o seres queridos con el inicio del nuevo año.