¿Y el resto de la izquierda? El PSC, que llegó a ser una fuerza de gobierno, lograba arañar un escaño más que en la anterior cita electoral . Podemos, por su parte, pasaba de los once asientos de Catalunya Sí que es Pot a los ocho de Catalunya en Comú-Podem. Finalmente, la CUP se dejaba cuatro escaños para quedarse con seis. Lo peor no es que la izquierda pierda, sino que parece que se ha acostumbrado a hacerlo.
La formación morada merece una mención aparte. Antes de las primeras elecciones generales a las que concurrieron, me recuerdo en un mitin en la Puerta del Sol. Allí no había solo gente de Madrid; el público era de todo el Estado. Pancartas, gritos, gente joven, gente mayor, mucha euforia... me sentía un cronista de mi época en medio de algo importante. Ahora tengo la sensación de que se ha quedado en lo que pudo ser y no fue. La última idea del partido es buscarle un nuevo nombre. Como no tienen suficientemente confuso al electorado con las tropecientas marcas municipales y regionales, se plantean introducir en el imaginario colectivo una más a nivel nacional. Parecen estar contentos con copar de vez en cuando los titulares de la prensa con locas mociones de censura o turbios señalamientos a los medios de comunicación.
Cuando un equipo de cualquier deporte que ha tenido cierto éxito desciende y no vuelve a ascender en las temporadas siguientes, corre el riesgo de acomodarse en su nueva categoría. En el juego de la política, Podemos ha tomado ese rumbo y parecen, si se me permite, instalados en la mediocridad permanente. Con un líder en horas bajas y tal vez amortizado, las mayores preocupaciones de la militancia han sido las pugnas internas. Ya nadie en la derecha intenta mezclarlos con ETA, Venezuela o Corea del Norte. Ya nadie los toma como una alternativa a nada. Han pasado de sorpasso a tortazo en dos telediarios.
En fin, ya lo sé... es lo de siempre: la izquierda y sus males. Siento que me repito, pero qué le vamos a hacer.