En los últimos años, el ambiente se ha ido crispando tanto dentro como fuera de Twitter. Fuera de internet, tenemos ejemplos en los parlamentos autonómicos y en el mismísimo Congreso de los Diputados, y en la red social de los 140 caracteres es casi imposible opinar sobre algún tema medianamente candente sin que alguien te falte o trate de descalificarte. La pandemia y la tensión que ha generado esta en la sociedad ha acrecentado esta situación en Twitter.
Para mí, entre otras muchas cosas, 2021 ha sido el año en el que decidí autocensurarme en Twitter. No es una solución sana, pero me di cuenta que me afectaba verme envuelto en este fuego cruzado por opinar sobre un tema de actualidad. Alguien podría decirme que para eso bloquee cuentas o las silencie, pero es que para eso me cierro la cuenta y llamo a un amigo para comentar las noticias. Las redes sociales no son unidireccionales.
Uno de los últimos episodios desagradables que viví fue por opinar sobre unas declaraciones del presidente del Gobierno en el contexto del cierre de una planta de automoción. A un usuario, que tiene miles de seguidores, llegó un momento en el que le pregunté que qué quería para dejarme en paz, que ya le había dado la razón en parte de lo que me había respondido. Llevaba toda la mañana lanzándome encima a sus hooligans y me estaba generando mucho malestar interno la bronca que había montado en mis menciones.
Hace unas semanas, ante el suicidio de Verónica Forqué, compartió unas reflexiones que pretendían ser muy profundas sobre la gentuza que acosaba a terceros en Twitter. También se atrevía a tratar de explicar algo tan complejo como el suicidio con simplezas. Evidentemente, no es ni comparable lo que debió de sufrir la actriz fallecida en comparación con el malestar que me generaron a mí la docena de tuercebotas que me envió aquella mañana el tuitero en cuestión por el conflicto automovilístico. Dicho esto, al leerlo pensé que el cinismo no tiene límites.
No soy el único que ha rebajado su perfil en Twitter por esta gente. Otros, directamente, se han ido. Estoy seguro de que muchos de los que me leen tienen en su entorno a un tuitero que vive de generar odio con sus comentarios. Son los típicos que cargaron sin piedad durante semanas contra una Greta Thunberg que aún era menor; estuvieron semanas relacionando el comienzo del covid y el 8M; pusieron el grito en el cielo porque Fernando Simón se fue de vacaciones; eran muy escépticos con las vacunas; ahora abanderan la defensa de Djokovic; y seguro que se han permitido algún chascarrillo sobre Garzón mientras se comían un filete.
Quiero pensar que en realidad no son muchos, pero son y hacen mucho ruido. Sean cuantos sean, cada día hacen menos habitable Twitter.