La abuela Juana murió bastante joven, a los 75 años, pero vivió deprisa. Vendedora de prensa en el Boulevard, se jubiló antes de tiempo por problemas de corazón y, con los años, también terminó padeciendo del hígado. Estaba divorciada, algo que solía llamar la atención cada vez que lo contaba, porque entre las personas nacidas en los años treinta no era muy común. En su pequeño piso del barrio donostiarra de Gros, nunca faltaban las tostadas sin sal y el chocolate negro de Valor con frutos secos. Por la mañana, bajaba a hacer la compra con el carrito de ruedas, al que llamaba «la Carmela» (deduzco que era por la empresa Carmen, que hacía carritos y que tenía unas sartenes famosas por no pegarse que se llamaban Carmela). Solía ir con vaqueros, una blusa y unas deportivas blancas de Reebok que, por cierto, volvieron a ponerse de moda hace poco.
Cuando terminaba sus quehaceres, se iba a tomar un clarete a la Parte Vieja antes de hacer la comida. Después de comer, le gustaba ver alguna telenovela (la recuerdo enganchada a Rosalinda, que estaba protagonizada por Thalia) y fregaba los platos durante los anuncios. Sobre la tele, en una estantería, tenía una colección de dedales que había ido completando con los que iba comprando cuando iba de vacaciones.
No solía cenar en casa ningún día. Durante una época, iba con las amigas al Itxaropena de la calle Embeltrán. Luego cambiaron al Danena, que está en la misma calle. Tenían amistad con la dueña y cenaban en un reservado interior con los propios trabajadores del bar. El postre solía cambiarlo por una copita de champán. «Sin corona», solía pedirla, que significaba que quería que se la llenasen hasta arriba. Cerca de la medianoche, se marchaba andando a casa. Para pasar el puente del Kursaal, se solía guardar las joyas en el bolso para no llamar la atención. Podían no ser de gran valor y Donosti era y es una ciudad muy segura, pero, ya saben: manías de abuela.
Los dos últimos años de vida no lo pasó bien. Todos los males le vinieron de golpe. Pasó bastantes temporadas en el hospital por achaques varios. Cuando estaba ingresada, los viernes, antes de quedar con mis amigos, solía coger la bici y me iba desde Egia a hacerle una visita. Eran como unos cinco kilómetros de recorrido, pero ella me recibía como si hubiera hecho el Tour de Francia. En la primavera de 2006, su cuerpo dijo basta. Era domingo y la Real jugaba en Anoeta. Quiere sonarme que llovía y hacía fresco. Mi madre la subió al hospital porque no se encontraba bien y la ingresaron. Después de cenar, se quedó dormida y ya no despertó.
Qué pena que ya no estés, amoña Juana. Yo creo que hubieras hecho buenas migas con Piña.