Hoy, el Mundial regresaba a Oceanía para disputarse en tierras australianas. Recuerdo la vez anterior que se celebró en dicho país, que terminó con victoria de Thor Hushovd en la prueba en ruta. Fue la primer a vez que un ciclista nacido en Noruega ganaba en esta disciplina. Curiosamente, en esta edición, otro noruego, Tobias Foss, ha hecho historia al ser el primero de su país que logra el arcoíris de contrarreloj.
Me he puesto el despertador sobre las ocho para ver los últimos kilómetros porque tampoco era plan de estar viendo el televisor desde las dos de la madrugada y pasar el resto del domingo como un muerto viviente. Evenepoel -- al que siempre cuento que saludé en la salida del día que ganó su primera Clásica de San Sebastián porque todas las miradas se las llevaba su compañero Alaphilippe y nadie reparaba en él-- ha hecho una de sus machadas. Ataque lejos de meta para ir soltando a todos los rivales y victoria en solitario. Viéndolo, parece que lo que hace es sencillo, pero estamos ante un ciclista fuera de serie.
El final del Mundial es la señal inequívoca de que la temporada se está terminando. Uno, que es muy aficionado, también necesita un descanso de ciclismo para cogerlo con fuerzas renovadas cuando el año nuevo comience. Sinceramente, este es un muy buen momento para hacerse aficionado a este deporte. Las nuevas generaciones ofrecen un espectáculo de altísimo nivel, corren con mucho descaro y, por si fuera poco, cada año se suma algún nuevo nombre a esta hornada de estrellas.
He vuelto a la cama pasadas las nueve moderadamente satisfecho. La carrera no había estado mal y daba como para justificar socialmente el madrugón. Luego, a la hora de comer, mi padre me ha dicho que a ver si había visto que ha ganado «mi amigo ». En casa, Evenepoel es ya como de la familia.