Francisco Javier García Gaztelu, apodado Txapote, fue el que apretó el gatillo. Dijo en el juicio que él era un "luchador vasco". En realidad era un fanático, el tonto del pueblo (como la mayoría de los etarras), que asesinó a uno de tantos que en su momento estaba perseguido por la dictadura de Franco.
Euskadi vivió décadas de asesinatos etarras por un lado y de terrorismo de Estado por otro. Los más zotes de clase se unían a un comando de ETA en busca del protagonismo del que no gozaban en su vida y para hacerse notar en una sociedad enferma. Otros, en el bando opuesto, se las ingeniaron para dirigir, por ejemplo, el cuartel de la Guardia Civil de Intxaurrondo. Alguno incluso intentó dar un golpe de Estado fallido. Menuda tropa. En medio quedaron los que ponían la nuca. Algunos simplemente pasaban por allí y fueron daños colaterales.
Termino de leer la prensa. Noto en las declaraciones del hijo de Fernando Múgica cierto tono de venganza. No sé, no me puedo poner en su pellejo. Supongo que algo irracional puede brotar en las personas cuando viven pasajes como este. Aún así, sus palabras no llegan al nivel de desvarío de algunos dirigentes del PSOE y del PP, que alimentan un círculo vicioso de odio con cómplices situados en lo más chusco de la izquierda abertzale. Menuda calaña manejaban el destino de todo un país con la política del miedo.