Días antes del 1 de octubre, vimos cómo despedían a los agentes de la Policía Nacional y de la Guardia Civil entre gritos como el ya tristemente célebre “a por ellos”. Fue tan bochornoso que hasta el Ministerio del Interior deslizó que no lo aprobaba. Huelga decir que todos aquellos ciudadanos anónimos que azuzaban a las tropas como si fueran a luchar a Marruecos en tiempos pasados se sentirán plenos y gozosos viendo que los muchachos han cumplido. Por vergonzosas que fueran las escenas, contienen un valioso rédito electoral para el PP de Mariano Rajoy. Sí, calentar el morro a los catalanes cotiza al alza en la península ibérica.
Por otro lado, me sorprende la falta de memoria colectiva, sobre todo en Cataluña. En el año 2006 me encontraba en Barcelona inmerso en un viaje estudiantil. Uno de mis amigos quiso comprar una estelada y, por más vueltas que dimos, no lo conseguimos. Entrábamos en las tiendas con banderas catalanas y les pedíamos “la de la estrella”. Por aquel entonces, ni siquiera sabíamos que tenía nombre. Nos miraban raro tirando a mal y nos decían que eso no lo vendían. Al noveno o décimo establecimiento, nos dimos por vencidos. Ahora, una gran parte de la sociedad catalana abraza el independentismo desde que el partido del mayor corrupto que ha visto España, Jordi Pujol, se envolviera en “la de la estrella”. No es algo baladí. Ha sido la jugada perfecta para que el 3% o los tejemanejes del expresident molt honorable en paraísos fiscales sean agua pasada. Artur Mas, su hijo político, ha pasado de tener que entrar al Parlament en helicóptero porque una multitud quería lincharlo a raíz de los recortes de CiU a ser el mártir al que el Tribunal de Cuentas quiere crujir por el 9-N.
Fue divertido ver a Jordi Évole pillando con el carrito del helado a Carles Puigdemont cuando le preguntaba en Salvados por su no apoyo al referéndum de independencia del Kurdistán en el pasado. Es lo que pasa cuando uno se convierte en independentista de la noche a la mañana. Más honestos son en todo este proceso ERC o las CUP, que ya querían salir de España y ahora solo han tenido que surfear la ola adecuada. Hasta Esperanza Aguirre parece más sincera, ya que se unió la víspera del referéndum a la manifestación en Madrid que acabó con el “Cara al sol”. Caretas fuera.
Como vasco, tierra que ha vivido durante décadas los abusos policiales, me cabrea un poco que ahora todo el mundo se indigne con la brutalidad de las fuerzas de seguridad. Llegan tarde. Recuerdo que al hijo de Justi, mi entrenador en el equipo del barrio, lo detuvieron. Le revolvieron toda la casa a sus padres, se lo llevaron a Madrid, lo molieron a hostias, lo torturaron y, cuando se dieron cuenta de que se habían equivocado, de que no era un etarra, lo soltaron sin dinero ni para coger el bus de vuelta a San Sebastián. Resulta que uno de su pandilla, que sí que estaba metido en un fregado, dijo los nombres de todos los colegas para que pararan de hacerle lindezas como la bolsa o la bañera. Existen muchos más casos similares. Sí, en España se tortura y la policía se sobrepasa en sus funciones. Uno tiene la sensación de que muchos ofendidos el 1 de octubre miraban antes para otro lado.
Cuando veía el domingo a una señora sangrando por la cabeza, a una mujer a la que le rompían uno a uno los dedos de la mano o a un sexagenario que salía a porrazos de un colegio electoral, me acordé de un apretón de manos. Era el de Rajoy y Puigdemont en las escaleras de entrada a la Moncloa cuando se reunieron en abril de 2016 para tratar de acercar posturas. El popular ha logrado apoyo entre muchos de sus correligionarios con cada golpe de la policía a los catalanes. El convergente ya tiene la foto que quería para internacionalizar la situación y consigue que continúe la amnesia colectiva respecto a la basura de su partido, ahora llamado PDeCAT (los mismos perros con distinto collar). Ganan ellos y perdemos todos los demás. ¡Felicidades! Felicitats!