Los que somos del norte estamos acostumbrados a veranos templados. Disfrutamos de nuestras playas con esa inconfundible brisa marina y por la noche nos ponemos una chaqueta para volver a casa. En Madrid creen que el paraíso es el hacinamiento en una piscina para paliar los más de 35 grados que se suelen alcanzar. Es algo que nunca he podido entender. "Qué bien que ya estamos en verano", puedes oír en el trabajo cuando llegan los primeros calores de finales de junio. ¿Bien? Insano tal vez, pero ¿bien? ¿Estamos locos?
Lo de la piscina, además, tiene otra variable. En las zonas de costa, cuando sale el sol y hace calor vamos a la playa para refrescarnos. Aquí tienen que ir a la piscina, que cuesta unos cinco o seis euros de media por jornada. Y no hablemos de las terrazas de los bares. ¿Qué sentido tienen a casi cuarenta grados y a un palmo de los coches? La otra opción es el interior de los locales, donde ahí sí que puedes necesitar una chaqueta por culpa del aire acondicionado.
Tengo que reconocer que este año ni tan mal. No vamos de ola de calor en ola de calor. Ahora bien, piensen en la desesperación que vive aquí un norteño para haber dedicado un artículo completo al tiempo. Ni que fuera esto el ascensor de casa.