Ese mismo día, también hicimos la compra semanal. No compramos nada fuera de lo normal, pero reconozco que he empezado a mirar los precios de todo. Cuando se trata de comida, intentamos que pese siempre la calidad al precio a la hora de elegir (dentro de unos márgenes razonables), pero cuesta menos ahorrar unos euros en productos de, por ejemplo, limpieza del hogar. Y así lo hicimos.
La inflación está disparada, y nuestro poder adquisitivo, en caída. Hacemos el mismo trabajo que hace un año, pero el dinero que recibimos por él vale menos. Intentamos reducir el uso del coche, nos quitamos de planes de ocio, pero, décima a décima, la escalada no para. Por días, le quito importancia. Creo que es una actitud muy humana. Por días, me agobio. Creo que también es una actitud muy humana.
En la última semana, he leído que tras el verano esto va a ser peor y, por otro lado, que notaremos cierto alivio. Es un claro síntoma del estado de incertidumbre continuada en la que llevamos tanto tiempo instalados. Ni los expertos se ponen de acuerdo. En fin, tiempo de resiliencia y resistencia, me temo.