Soy de los que opina que los profesores deberían formar parte de la élite de los trabajadores, aunque, lamentablemente, esto no sea así. No logro entender cómo puede ser que en algunas universidades se exija una nota media tan baja para acceder a Magisterio. De algún modo, esto explica por qué un sector de la población tiene en tan poca estima a esta profesión. Yo me acuerdo de Paquita, una de las primeras profesoras de Lengua Castellana que tuve en el colegio. Estaba en primaria, no recuerdo el curso. Sería tercero o cuarto. Aquella mujer, de unos sesenta años y con gafas redondas, entró en clase sonriente. Estaba enamorada de lo que hacía y sus lecciones eran pura pasión por la materia que impartía.
No nos metía con calzador los contenidos; los preparaba de tal modo que nosotros los identificábamos como algo atractivo. Han pasado ya muchos años, pero recuerdo varias de las actividades que hicimos con ella. Creamos un diccionario en el que nos valíamos de la primera letra del nombre o apellido de personalidades (escritores, artistas, pintores, deportistas, etc.) para crear nuestro propio diccionario. Aprendimos a recitar de carrerilla el trabalenguas de María Chucena. Nos puso cintas de Paco Ibáñez cantando a Miguel Hernández o Rafael Alberti. Nos sumergimos en la vida de pintores como Vincent Van Gogh o Claude Monet. Era genial.
Ella sembró en nosotros la semilla del arte y esta dio sus frutos. Aquella Navidad pedí a los Reyes Magos el Diccionario Estrafalario de Gloria Fuertes (con Paquita redactamos una carta al Ayuntamiento de San Sebastián pidiendo una calle para la escritora madrileña) y en verano, con motivo de mi primer viaje a París, pedí a mis padres que me llevaran al Museo de la Orangerie, que es una conocida galería de arte compuesta en su mayor parte por pinturas impresionistas y postimpresionistas ubicada en la plaza de la Concordia. Yo tan solo era un niño donostiarra de nueve años al que se le habían aparecido de pronto miles de inquietudes gracias a Paquita.
Un buen profesor dentro de un sistema eficaz es vital para crear una sociedad mejor. La educación se ha convertido en arma arrojadiza dentro de la política patria, pero albergo la esperanza de que queden por ahí más paquitas. Por el bien de nuestros pequeños futuros adultos.