Dentro de la propia izquierda también se dan conductas similares. Ramón Espinar pasó recientemente unos días de descanso en Galicia y se comió una mariscada. Trabaja en un puesto de responsabilidad (que yo no lo querría para mí), cobra por ello y se lo puede permitir. Subió varias imágenes a las redes sociales y muchos usuarios cargaron contra él por, supuestamente, ser un hipócrita. Como bien sabemos, el anticapitalismo es incompatible con comer marisco. Compartió la foto tomando precauciones, ya que añadió a la publicación la etiqueta #MariscoBaratísimo y un “Galiza ceive, poder popular”. Ridículo, vamos. Está visto que un sector de la izquierda tiene la necesidad de justificarse. Ahora bien, el político madrileño, que milita en un partido que lleva por bandera la lucha obrera, no debió pensar que es posible que cuanto más barato sea ese marisco, menos cobrarán los mariscadores que se juegan la vida a diario para capturarlo.
Tal vez la mayor esquizofrenia izquierdosa se ha vivido en Francia. En las elecciones presidenciales, el país corría el riesgo de caer en las manos de Marine Le Pen, una candidata que lidera un partido de ultraderecha que desprende un tufo xenófobo insoportable. La otra opción era Emmanuel Macron, un exministro socialista al frente de un movimiento de centro que en lo económico sigue la estela marcada por la derecha. Era una situación desastrosa para la izquierda, pero contemplar la opción de no apoyar al centrista para evitar al Frente Nacional era una irresponsabilidad. Ni corto ni perezoso, el líder de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, se puso de perfil y optó por no plantar cara al peligro que suponía la llegada al poder de una mujer que quería prohibir la importación de productos extranjeros, apoyaba el cierre de mezquitas y situaba a la inmigración en el centro de todos los males del país.
Sí, la izquierda nos lo tenemos que mirar.