Mañana de Nochebuena. En una de las carnicerías de la cuesta de Egia, una señora pregunta si hay solomillo. "Buf, hace días que no tengo y, si no lo tienes encargado, nada". Su gozo en un pozo, pero tampoco creo que pille a nadie por sorpresa que estos días no se pueden ir buscando milagros de última hora. En una de las pescaderías de la calle Virgen del Carmen, hay mucha gente esperando turno. Hay tantos que no entran en el interior del establecimiento. Algunos viandantes pasan, se paran un segundo en el escaparate para ver los precios y el género que queda y se van. Los precios, por cierto, prohibitivos.
En la misma pescadería, entran unos chavales vestidos de caseros y preguntan si pueden cantar. Es muy tradicional, al menos aquí, que la mañana de Nochebuena salgan grupos de edades variadas a cantar villancicos por las casas y los comercios a cambio de alguna moneda. "Claro, cantad sin problema", y empiezan con un villancico en euskera. Unos metros más abajo, en la plaza Martín Santos (coloquialmente conocida como Plaza Haundi), chicos y chicas que tendrán entre 12 y 15 años están sentados en el suelo contando monedas. También van vestidos de caseros y, a la vista de todos, se reparten el botín tras la mañana de canto. "Tiene que haber muchísimo para cada uno", dice uno.
Escenas navideñas en mi ciudad. Parece que, ahora sí, las de la vieja normalidad.