Un servidor, que no es de piedra, estaba sumido en ese estado de desgana que genera un equipo que sigues cuando las cosas no van como uno espera. Tras cuatro sinsabores, me levanté con pocas ganas de afrontar un largo martes de trabajo y partido. La tarde cayó y yo, que siempre raspo a mis escuderos cuando juega la Real, no le había dicho ni mu a Carla sobre el partido que disputaban los hombres de David Moyes en tierras andaluzas. Dieron las diez y me puse con la tableta, en el sofá y calladito. Lo normal es que hubiera propuesto enchufar el fútbol en la televisión grande del salón, pero estaba un poco desanimado y preferí sufrir en silencio.
Marcó Agirretxe el 0-1 y se me escapó un gritito. Carla me preguntó a ver qué hacía. Le dije que veía a la Real. Se quedó extrañada de que no le hubiera dicho nada al respecto. Me dijo que lo pusiéramos en la tele y le dije que no, que no se preocupara. Antes del descanso llegó el 0-2, otra vez de Agirretxe. Yo ya empezaba a pensar que teníamos serias opciones de llevarnos el gato al agua. Me estaba alegrando de que, además de ir por delante en el marcador, los goles fueran de Agirretxe, un jugador cumplidor y trabajador oriundo de Usurbil (Gipuzkoa). Verano tras verano ve como llegan delanteros de fuera de Zubieta para hacerle competencia ante el continuo run run de algunos aficionados realistas que creen que no es suficiente para Primera división. Tiene temporadas más y menos brillantes, más y menos goleadoras, pero ahí está siempre marcando y dando asistencias. Sobre todo me gusta que trabaja y no protesta si no juega. Entrena fuerte y espera su turno. Ha tenido opciones para irse y siempre se ha quedado y ha renovado. A sus 28 años, es una pieza clave en la plantilla.
Llegó el 0-3, otra vez Agirretxe. Su primer triplete en Primera. Este tanto además fue de bella factura, con una pequeña vaselina al portero marca de la casa. En la memoria colectiva está la que le hizo al Valencia en Anoeta el último año que conseguimos plaza para jugar la Champions League. Yo seguía con la tableta, ya sobre la mesa del salón puesto que no tenía que esconder que jugaba la Real y que lo estaba viendo, pero prefería tenerlo ahí, en la pantalla pequeña, y no pasar al plasma grande. Corría el minuto 42 de la segunda parte y mi padre escribía en el grupo familiar que tenemos en el Whatsapp que él ya creía que estaba hecho, que ganaba la Real. ¡En el minuto 42 y con 0-3 ante un equipo, el granadino, dando tumbos por el césped! Así somos los bárdulos, con nuestra mentalidad guipuzcoana de poco confiados y, en ocasiones, algo pesimistas.
¡Pi, pi, pi! El árbitro pita el final del partido. El fútbol y la Real no dan de comer y no hay que perder la cabeza por esto. Solo es deporte. Eso sí, siempre alegra que ganen los tuyos de esa manera tan contundente lejos de casa. Para el próximo partido me voy a pensar seriamente ascender de nuevo a la Real a la televisión del salón. Este juego son sensaciones y cambian muy rápido. Ahora estamos en la cresta de la ola. ¿Hasta cuando?