Carlos Mendo, periodista madrileño fallecido en el año 2010 y uno de los fundadores de El País, fue el primer corresponsal del periódico en Estados Unidos entre los años 1989 y 1991. En su crónica, fechada en el 23 de junio de 1989, decía que era « una sentencia histórica que ha levantado ampollas a lo largo y a lo ancho del país». Recogía las palabras que uno de los jueces que tomó la decisión, William J. Brenan, había plasmado en la sentencia: «El castigo de los que profanan la bandera no constituye una santificación de la misma, ya que al castigarlos diluimos la libertad de lo que este querido emblema representa. El Gobierno no puede prohibir la expresión [de una opinión] simplemente porque no está de acuerdo con el mensaje». El magistrado añadía lo siguiente: «Hay veces que es necesario tomar decisiones que no nos gustan. Es irónico y a la vez fundamental que la bandera deba también proteger a aquellos que no la acatan».
En otoño de 2018, el cómico barcelonés Dani Mateo ha hecho como que se sonaba los mocos con una bandera española en un programa de humor. Era parte de un guión y la intención de hacer reír al respetable a través de la provocación era evidente. La Santa Inquisición de este siglo (Twitter) prendió sus antorchas y comenzó el acosó y derribo. Algunas de las marcas patrocinadoras presentes en El Intermedio, poniendo excusas del todo pintorescas, se han desligado del show. No me extrañaría que el protagonista de esta absurda polémica esté pasando unos días realmente malos.
En España se alude sin cesar a la Transición como camino modélico a la democracia y se hace hincapié en que esta goza de muy buena salud. Lo cierto es que una vez que comenzamos a rascar en la capa más institucional de esta democracia (la de los grandes discursos monárquicos y presidenciales), lo que encontramos en el interior es que está aún por madurar. Que una democracia esté en la práctica y en el día a día acorde a su tiempo y evolucionada es lo que realmente la hace fuerte. Mientras que en Estados Unidos llegaban a las conclusiones antes citadas hace casi tres décadas, los tribunales patrios quedan en evidencia de manera recurrente a nivel europeo. El último ejemplo lo encontramos con el caso Bateragune después de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos haya fallado que los encarcelados, entre los que se encuentra Arnaldo Otegi, no tuvieron un juicio justo e imparcial. Con el procés catalán hemos visto cómo tribunales de Bélgica o Alemania no se han visto en la necesidad de encarcelar a los políticos independentistas que se trasladaron hasta estos países escapando de la justicia española.
Que el país parezca o esté más preocupado por lo que ha hecho un cómico con la bandera antes que por la pésima imagen que está ofreciendo el sistema judicial es muy triste.