Los más altos estamentos del deporte y el fútbol nacional parece que han marcado la pelea de ultras del domingo 30 de noviembre como el punto de inflexión para cambiar las cosas. Han denunciado cánticos incorrectos durante la última jornada de Liga, primera tras el trágico suceso, en el Santiago Bernabéu, Camp Nou, Los Carmenes, Vallecas y Riazor en lo que se refiere a la Liga BBVA y Benito Villamarín en la Liga Adelante. Las medidas están por tomar.
Me parece realmente genial que no se deje pasar de largo la violencia verbal en el fútbol. Soy socio de la Real Sociedad y en Anoeta hay grupos de aficionados que cantan "qué puta es España" o "españoles hijos de puta" partido tras partido. Con estos me he juntado en gradas visitantes de otros campos que no era el donostiarra para ver a nuestros muchachos. Estaban más pendientes de meterse cocaína sobre una tarjeta de crédito sin ningún disimulo durante el partido y de insultar a los cámaras de televisión que hacían su trabajo que del resultado final. No hablo de oídas, los he visto con mis propios ojos. No eran todos, pero no es una anécdota. A mí me sobra esa gente, aunque lleven los colores de mi equipo y hagan mucho ruido. Igualmente he estado en los feudos de Real Madrid o Atlético de Madrid y los ultras han entonado "puto vasco el que no vote" y peores. Ah, y cómo olvidar que en el estadio de los colchoneros, allí donde Aitor Zabaleta acudía de manera pacífica a ver un partido antes de ser asesinado, los compañeros del impresentable que lo acuchilló han ladrado cánticos insultando a la memoria del inocente seguidor txuri urdin año tras año y se han regodeado en el asesinato. Me ahorraré reproducirlos.
La primera conclusión que extraigo es que la vida de Aitor Zabaleta hace 16 años valía menos que la del miembro de los Riazor Blues que murió el 30 de noviembre. Por la misma regla de tres, todos los que han fallecido en similares circunstancias antes y después de Zabaleta en ambiente futbolero no merecían este despliegue de consecuencias. La segunda y última es que me indigna sobremanera que los aficionados declaren que no pueden dejar de insultar cuando acuden al fútbol o que traten de excusar esas actitudes como algo que siempre ha sido así y es algo normal. Es la degeneración, la involución como habitantes del mundo. Yo voy al fútbol y créanme que no tengo que hacer esfuerzos para no cagarme en españoles, vascos o catalanes o para evitar desear la muerte a un rival.
Me gustaría terminar pidiendo perdón, porque son más de dos y tres las ocasiones en las que un vecino de grada ha soltado algún improperio homófobo, xenófobo o similar y me he achicado. Que no ocurra es trabajo de todos.