Lisboa es el nuevo Berlín. Capital alternativa y decadente de Europa. Ciudad a la que venirse para no hacer nada, tal vez con la vaga excusa de haberse inscrito en un curso cualquiera, pero mayormente con la imperante necesidad de conocer. ¿De conocer qué? La parsimonia de sus gentes, los colores de sus casas, la antigüedad de sus calles, su ajado skyline. Su tristeza. Porque Lisboa y los lisboetas son tristes, son almas en pena a las que pareció irles bien un lejano día pero que se fueron dejando llevar hasta caer en la dejadez y ahora viven de las ruinas de lo que fueron. Y no parece irles tan mal. Jóvenes de toda Europa se están dejando caer por la capital lusa por algo que tiene que ver con el ambiente y no con sus fachadas. Yo misma lo he hecho, o lo he descubierto tras dos meses viviendo aquí. No sé muy bien qué vine buscando, tampoco he encontrado nada en particular que avive mis días en esta ciudad, pero contagia, se te pega a los zapatos.
A la cola de Europa, incluso más que España, a Lisboa se le caen las casas por una parte pero se le empiezan a reconstruir por otra. Ha caído tanto en la perdición y durante tanto tiempo que ha conseguido “volver a ponerse de moda”, aunque aún tiene mucho trabajo por hacer; o no, mejor que nos la dejen así, porque ahí reside su encanto. Un encanto basado en la atemporalidad que guarda, en la lejanía que mantiene con otras capitales o con cualquier ciudad media, en el recuerdo de tiempos peores en los que parecía que la vida funcionaba igual de bien —o de mal—, en la permisividad que le brinda a esos jóvenes que vienen en busca de no se sabe qué. Porque en las calles de Lisboa se bebe, se fuma y se toma cualquier droga que pueda conseguirse en plena calle y a plena luz del día. Y no estoy hablando de excesos, sino de una falta de miedo que anima a salir a la calle, a apostarse en un mirador y a rodearse de amigos que riegan su sed con alcohol y que cierran su círculo con humo. Pequeños grupos que comparten música y charla con cualquiera que se haya acercado a pedir un poco de papel para “un cigarro”. Y en todos los idiomas posibles; círculos de Babel que buscan palabras en no importa qué lengua para lograr entender por qué ha venido aquí esa persona que está al lado. Y fueron las noches de fin de verano en el Miradouro de Santa Catarina las que me dieron fe de todo lo anterior.
PD: esta es la primera impresión que tengo de Lisboa, no tiene por qué ser la realidad ni coincidir con la idea de otra persona en una situación parecida a la mía. Pasen, disfruten y quédense si les agrada. Habrá nuevas impresiones próximamente.
A la cola de Europa, incluso más que España, a Lisboa se le caen las casas por una parte pero se le empiezan a reconstruir por otra. Ha caído tanto en la perdición y durante tanto tiempo que ha conseguido “volver a ponerse de moda”, aunque aún tiene mucho trabajo por hacer; o no, mejor que nos la dejen así, porque ahí reside su encanto. Un encanto basado en la atemporalidad que guarda, en la lejanía que mantiene con otras capitales o con cualquier ciudad media, en el recuerdo de tiempos peores en los que parecía que la vida funcionaba igual de bien —o de mal—, en la permisividad que le brinda a esos jóvenes que vienen en busca de no se sabe qué. Porque en las calles de Lisboa se bebe, se fuma y se toma cualquier droga que pueda conseguirse en plena calle y a plena luz del día. Y no estoy hablando de excesos, sino de una falta de miedo que anima a salir a la calle, a apostarse en un mirador y a rodearse de amigos que riegan su sed con alcohol y que cierran su círculo con humo. Pequeños grupos que comparten música y charla con cualquiera que se haya acercado a pedir un poco de papel para “un cigarro”. Y en todos los idiomas posibles; círculos de Babel que buscan palabras en no importa qué lengua para lograr entender por qué ha venido aquí esa persona que está al lado. Y fueron las noches de fin de verano en el Miradouro de Santa Catarina las que me dieron fe de todo lo anterior.
PD: esta es la primera impresión que tengo de Lisboa, no tiene por qué ser la realidad ni coincidir con la idea de otra persona en una situación parecida a la mía. Pasen, disfruten y quédense si les agrada. Habrá nuevas impresiones próximamente.
Fotografía de Laura Basanta.