La Feira da Ladra es el lugar perfecto donde pillastres y traperos van a vender lo que han ido “consiguiendo” para sus futuros clientes, además de encontrarse muy bien arropados por artesanos varios, señoras que —sin ellas planteárselo— abastecen de ropa vintage a la moderna juventud, jóvenes que quieren sacarle un dinero a la ropa que ya no usan y señores que se van despojando de antiguallas de las que es difícil saber si tienen un gran valor o, por el contrario, ninguno en absoluto. Llegar a este espacio tan ordenadamente caótico no es para nada difícil, aunque sí un tanto escarpado. La manera más común es dejándose llevar por el traqueteo del eléctrico 28, aunque con el inconveniente de que —sea la hora que sea— irá lleno de turistas (y carteristas). La alternativa es ir dando un progresivo paseo —siempre subiendo; si bajas… no estás yendo correctamente— por las callejuelas de la Mouraria y Alfama; o para los que temen perderse: siguiendo los propios raíles del tranvía, en cuyo recorrido irán apareciendo varios de los miradores donde se pueden apreciar las mejores vistas de la ciudad. Para mí, que tantas veces he ido, supone una amable excursión para las mañanas de los sábados. Sin embargo, ante el constantemente aumento de los tuk-tuk, no he podido dejar de odiar a los turistas que se dejan llevar en este pequeño medio de transporte hasta el mercadillo mientras reciben explicaciones de manual de los conductores a la vez que dificultan el paso de una parte del mercadillo; aunque cierto es que una valla policial impide que avancen hasta el lío central de puestos y aún se puede pasear tranquilamente. Una pena que, ante la cada vez mayor comodidad del turista medio, se pierdan la parte más importante de este maravilloso santuario, que no es otra que volver con alguna estupenda reliquia a casa. Por ello, me he visto en la obligación de crear unas sencillas instrucciones de uso y disfrute.
La Feira da Ladra empieza (según por donde se mire, claro) por el pasillo de la izquierda de la iglesia de São Vicente de Fora hasta llegar a un arco a partir del cual se amplía el espacio. Aquí, en sus estrechas aceras, ya se empiezan a aglomerar en el suelo trozos de tela a modo de separación con los más diversos objetos y ropas traídos de casa. Después, ya con más amplitud, a ambos lados se encuentran los artesanos con sus objetos hechos a mano y a precios “normales”. En el centro, lo que en días normales (la feira solo “abre” martes y sábados) funciona como un pequeño parking bajo algunos árboles, ya empiezan a verse los más variopintos objetos: monedas de todos los tamaños, fotos antiguas de a saber quiénes, llaveros dignos de llevar fuera del bolsillo del pantalón, sellos de las versiones más jóvenes de presidentes y personalidades varias, botones y un largo etcétera de, con perdón, mierda inútil. Al pasar el bajo edificio cuyas tiendas también sacan sus enseres afuera, se llega a la rotonda sobre la que varias señoras —que siempre van bien provistas de silla y sombrilla— han logrado imponer el monopolio oficial de prendas vintage. Entre ellas, camisas a las que hay que descoserles las hombreras (y algunas a las que hay que coserles los botones). De ahí hacia abajo, los habituales puestos del paquete de calcetines a tres euros te llevan a un batiburrillo imperfectamente organizado en el que tendrás que adentrarte si buscas herramientas, electrónica, cables o marcas de calidad. Por supuesto, las calles colindantes también se llenan de puestos varios, pues hay que alejarse del centro neurálgico si no quieres que la policía te eche cada vez que pongas una prenda en el suelo. Se ha de tener una licencia para vender. Supuestamente. Pues yo misma he ido a sacarme unos euros con ropa que ya no utilizaba. Así, a pequeña escala, te da para las cervezas de esa mañana y poco más. Pero no deja de ser una aventura.
Un lío de lugar. Así que, ¿cómo gestionar todo este entramado de despojos para unos y tesoros para otros? Fácil: sin orden ni concierto, preguntando, regateando y llevando monedas sueltas, pues nunca sabes cuándo vas a encontrar algo fascinante o una prenda maravillosa made in los años sesenta. O un libro, pues no hay puesto que se precie que no cuente con algunos apilados; la mayoría de animales, de cocina, para aprender a hacer punto, de autoayuda o novela rosa, pero rebuscando siempre se encuentra algún clásico un poco amarillento pero a buen precio (uno o dos euros).
Feira da Ladra
Campo de Santa Clara (tras el Panteón Nacional)
Cómo llegar: en el eléctrico (tranvía) 28 en dirección a Graça
Martes y sábados de 9h00 a 14h00 (si hace buen tiempo se suele alargar hasta las 17h00)
La Feira da Ladra empieza (según por donde se mire, claro) por el pasillo de la izquierda de la iglesia de São Vicente de Fora hasta llegar a un arco a partir del cual se amplía el espacio. Aquí, en sus estrechas aceras, ya se empiezan a aglomerar en el suelo trozos de tela a modo de separación con los más diversos objetos y ropas traídos de casa. Después, ya con más amplitud, a ambos lados se encuentran los artesanos con sus objetos hechos a mano y a precios “normales”. En el centro, lo que en días normales (la feira solo “abre” martes y sábados) funciona como un pequeño parking bajo algunos árboles, ya empiezan a verse los más variopintos objetos: monedas de todos los tamaños, fotos antiguas de a saber quiénes, llaveros dignos de llevar fuera del bolsillo del pantalón, sellos de las versiones más jóvenes de presidentes y personalidades varias, botones y un largo etcétera de, con perdón, mierda inútil. Al pasar el bajo edificio cuyas tiendas también sacan sus enseres afuera, se llega a la rotonda sobre la que varias señoras —que siempre van bien provistas de silla y sombrilla— han logrado imponer el monopolio oficial de prendas vintage. Entre ellas, camisas a las que hay que descoserles las hombreras (y algunas a las que hay que coserles los botones). De ahí hacia abajo, los habituales puestos del paquete de calcetines a tres euros te llevan a un batiburrillo imperfectamente organizado en el que tendrás que adentrarte si buscas herramientas, electrónica, cables o marcas de calidad. Por supuesto, las calles colindantes también se llenan de puestos varios, pues hay que alejarse del centro neurálgico si no quieres que la policía te eche cada vez que pongas una prenda en el suelo. Se ha de tener una licencia para vender. Supuestamente. Pues yo misma he ido a sacarme unos euros con ropa que ya no utilizaba. Así, a pequeña escala, te da para las cervezas de esa mañana y poco más. Pero no deja de ser una aventura.
Un lío de lugar. Así que, ¿cómo gestionar todo este entramado de despojos para unos y tesoros para otros? Fácil: sin orden ni concierto, preguntando, regateando y llevando monedas sueltas, pues nunca sabes cuándo vas a encontrar algo fascinante o una prenda maravillosa made in los años sesenta. O un libro, pues no hay puesto que se precie que no cuente con algunos apilados; la mayoría de animales, de cocina, para aprender a hacer punto, de autoayuda o novela rosa, pero rebuscando siempre se encuentra algún clásico un poco amarillento pero a buen precio (uno o dos euros).
Feira da Ladra
Campo de Santa Clara (tras el Panteón Nacional)
Cómo llegar: en el eléctrico (tranvía) 28 en dirección a Graça
Martes y sábados de 9h00 a 14h00 (si hace buen tiempo se suele alargar hasta las 17h00)
Fotografías de Eli Torres.