YouTube Music y la campaña electoral
Texto por Adri V. Barbón
Arranca la campaña electoral. Aunque esto de señalar un inicio es una mera formalidad. Quizá responde a nuestra necesidad de creer que manejamos el tiempo, ordenándolo, poniéndole hitos que nos faciliten las cosas: la prehistoria y la historia, el antes y el después de Cristo, el calendario juliano. Así que marcar una fecha de inicio es poco más que un trámite burocrático. La realidad es que los aspirantes llevan lanzándose golpes desde semanas antes de que suene la campana. A distintas alturas, con distintos medios, pero con la misma frecuencia: a golpe por intervención.
Esta amalgama de golpes a los que desgasta, en el fondo, es a nosotros. En el mismo tono, desde distintas direcciones se solapan unas declaraciones con otras, y generan un zumbido de ruido blanco que nos aturde irremediablemente. La teoría dice que los distintos partidos emplean la precampaña y la campaña para presentar sus propuestas y sus programas. La práctica es bien distinta.
La práctica suele consistir en que emiten ―desde todos los extremos a la vez, en todas las frecuencias y con la misma potencia― un ruido aleatorio que no guarda relación alguna. Podría reducirse todo a pares hablando lo mismo de presos políticos que de políticos presos; de la negativa a la eutanasia que del cómputo de nonatos en la unidad familiar; o de prohibir la caza que de la tenencia de armas. Pero no, lo que nos queda, tamizado por el ruido, es una mezcla extraña donde todo se confunde y se puede hablar, qué sé yo, de escraches a nonatos, estrategias de eutanasia o licencias de armas a presos políticos.
Para llegar a esto es necesario añadir ruido al ruido. El ruido tiene la asombrosa cualidad de admitir adhesiones infinitas sin perder su naturaleza ruidosa. Añadiendo ruido al ruido solo podemos conseguir que el ruido mejore. Pásate de sal y acabarás llamando a la pizzería. Pásate de perfume y te odiarán en los ascensores. Pero no hay forma de estropear el ruido con más ruido. Piensa en tus vecinos, en los que han puesto música y encendido el taladro y clavado alcayatas y centrifugado la lavadora y movido el sofá. Esa familia laboriosa te habrá estropeado la siesta del sábado, pero el ruido era cada vez mejor.
En cuanto al ruido de campaña electoral, basta con ir sumando con el mismo tono, con la misma frecuencia, más información, más palabras, más declaraciones: la sombra del calco de la estrategia de Trump. Las bajezas de las cloacas. La indignación de los acólitos que difunden bulos sin pudor. Cualquier cosa con ninguna credibilidad que alguien haya enviado a alguien. Solo tiene que parecer probable. Tiene que ser un tipo de información que estemos dispuestos a creer. Llega con que genere crispación momentánea, que silencie cualquier verdad que nos pueda resultar incómoda y que sea fácilmente olvidable. El pasado 8 de marzo, por ejemplo, durante unas horas, unas feministas radicales habían agredido a unos simpáticos simpatizantes en Baleares. El estruendo fue increíble con hilos de Twitter, estados de Facebook y cadenas de WhatsApp y la noticia, como tantas otras veces, falsa.
Deberíamos prepararnos. A todo este ruido habitual se van a añadir música de mítines, arengas, soflamas y hashtags por la España que quieres, la que mereces, la que hay que hacer grande y libre y la que debes hacer que pase. Hashtags que van a ser movidos con precisión mecánica por distintos perfiles falsos. Todo apunta a que no se va a apostar por el afinado y reflexivo silencio.
Es por esto que creo que debemos aprovechar este ruidoso ruido blanco que nos va acompañar lo que queda de mes. Ese ruido que se puede emplear para aturdir en un interrogatorio, para la privación sensorial o para solapar conversaciones que no deben ser escuchadas. Ese mismo que puede amodorrarnos y favorecer el sueño. Y hacer distintas listas de reproducción de YouTube Music. Ya se comercializan discos de ruido blanco: el mar, la selva, las abejas. Deberíamos hacer una lista por cada uno de los partidos políticos que se presenten, cada una con el ruido suyo y el de todos sus afines, donde la gente que acuda para reproducirlas todas a la vez pueda extasiarse un par de horas al día. Como el telediario pero con el horario que convenga. Poder así aturdirlos, privarles del sentido, conseguir solapar las pocas voces sensatas que puedan proponer ideas o hacer un análisis pausado de los programas electorales. Poder adormilarlos hasta que la realidad se encargue de la bofetada en forma de resaca electoral. Que despierten un lunes como después de una siesta larga y calurosa. Que despierten preguntándose qué ha pasado. Pero sobre todo que den a like y se suscriban.
Esta amalgama de golpes a los que desgasta, en el fondo, es a nosotros. En el mismo tono, desde distintas direcciones se solapan unas declaraciones con otras, y generan un zumbido de ruido blanco que nos aturde irremediablemente. La teoría dice que los distintos partidos emplean la precampaña y la campaña para presentar sus propuestas y sus programas. La práctica es bien distinta.
La práctica suele consistir en que emiten ―desde todos los extremos a la vez, en todas las frecuencias y con la misma potencia― un ruido aleatorio que no guarda relación alguna. Podría reducirse todo a pares hablando lo mismo de presos políticos que de políticos presos; de la negativa a la eutanasia que del cómputo de nonatos en la unidad familiar; o de prohibir la caza que de la tenencia de armas. Pero no, lo que nos queda, tamizado por el ruido, es una mezcla extraña donde todo se confunde y se puede hablar, qué sé yo, de escraches a nonatos, estrategias de eutanasia o licencias de armas a presos políticos.
Para llegar a esto es necesario añadir ruido al ruido. El ruido tiene la asombrosa cualidad de admitir adhesiones infinitas sin perder su naturaleza ruidosa. Añadiendo ruido al ruido solo podemos conseguir que el ruido mejore. Pásate de sal y acabarás llamando a la pizzería. Pásate de perfume y te odiarán en los ascensores. Pero no hay forma de estropear el ruido con más ruido. Piensa en tus vecinos, en los que han puesto música y encendido el taladro y clavado alcayatas y centrifugado la lavadora y movido el sofá. Esa familia laboriosa te habrá estropeado la siesta del sábado, pero el ruido era cada vez mejor.
En cuanto al ruido de campaña electoral, basta con ir sumando con el mismo tono, con la misma frecuencia, más información, más palabras, más declaraciones: la sombra del calco de la estrategia de Trump. Las bajezas de las cloacas. La indignación de los acólitos que difunden bulos sin pudor. Cualquier cosa con ninguna credibilidad que alguien haya enviado a alguien. Solo tiene que parecer probable. Tiene que ser un tipo de información que estemos dispuestos a creer. Llega con que genere crispación momentánea, que silencie cualquier verdad que nos pueda resultar incómoda y que sea fácilmente olvidable. El pasado 8 de marzo, por ejemplo, durante unas horas, unas feministas radicales habían agredido a unos simpáticos simpatizantes en Baleares. El estruendo fue increíble con hilos de Twitter, estados de Facebook y cadenas de WhatsApp y la noticia, como tantas otras veces, falsa.
Deberíamos prepararnos. A todo este ruido habitual se van a añadir música de mítines, arengas, soflamas y hashtags por la España que quieres, la que mereces, la que hay que hacer grande y libre y la que debes hacer que pase. Hashtags que van a ser movidos con precisión mecánica por distintos perfiles falsos. Todo apunta a que no se va a apostar por el afinado y reflexivo silencio.
Es por esto que creo que debemos aprovechar este ruidoso ruido blanco que nos va acompañar lo que queda de mes. Ese ruido que se puede emplear para aturdir en un interrogatorio, para la privación sensorial o para solapar conversaciones que no deben ser escuchadas. Ese mismo que puede amodorrarnos y favorecer el sueño. Y hacer distintas listas de reproducción de YouTube Music. Ya se comercializan discos de ruido blanco: el mar, la selva, las abejas. Deberíamos hacer una lista por cada uno de los partidos políticos que se presenten, cada una con el ruido suyo y el de todos sus afines, donde la gente que acuda para reproducirlas todas a la vez pueda extasiarse un par de horas al día. Como el telediario pero con el horario que convenga. Poder así aturdirlos, privarles del sentido, conseguir solapar las pocas voces sensatas que puedan proponer ideas o hacer un análisis pausado de los programas electorales. Poder adormilarlos hasta que la realidad se encargue de la bofetada en forma de resaca electoral. Que despierten un lunes como después de una siesta larga y calurosa. Que despierten preguntándose qué ha pasado. Pero sobre todo que den a like y se suscriban.
Publicado el 13 de abril de 2019