Wes Anderson, marca registrada
Por Eider Burgos. Publicado en el número 2 (mayo 2014)
Wes Anderson es un autor de marca registrada. Si comenzásemos a ver cualquiera de sus películas en un minuto aleatorio del metraje, al momento sabríamos que es obra suya. Señas de identidad que el realizador no se cansa de repetir. Seguramente nos encontraríamos con un plano general de simetría milimétrica con un personaje perfectamente centrado. Un zoom brusco nos llevaría a un primer plano de su rostro, y justo miraría una carta. El plano cambiaría para que, a modo de diapositiva, solo veamos el papel, escrito a mano con letra imperfecta. Mientras, una voz en off leería el texto.
Para bien o para mal, el hacer de Anderson es único. Y cuando algo es tan característico, nadie queda indiferente. O lo amas, o lo odias. Por un lado, es el nuevo director de los hipsters -con permiso de Spike Jonze-. Personajes excéntricos, solitarios e incomprendidos -ellas, retraídas y sabias; ellos, sensibles y enamorados de ellas por diferentes-, humor inteligente/absurdo, atrezo vintage, ropa del armario del abuelo y estética Instragram. Para colmo, algunos ya denominan a su estilo como cine cupcake. ¿Qué más puede pedir un moderno?
En cuanto a los detractores, podría decirse que el tejano tiene en muchos casos al enemigo en casa. Si bien los rodajes son como una fiesta de disfraces, el equipo de producción es el que se lleva la peor parte. Y es que su búsqueda de la perfección raya, en la mayoría de las ocasiones, la obsesión. No ha sido menos en su último largometraje, El Gran Hotel Budapest (2014). Por mencionar algunos ejemplos:
- Todos los periódicos que aparecen en la película están redactados de principio a fin por Anderson. Y no están rellenos de falso texto, no. Noticias perfectamente redactadas que podrían pasar por reales.
- Las maletas de Madame D fueron diseñadas por Prada para la ocasión. No se cortó ni un pelo a la hora de pedir a la firma que retocara una y otra vez detalles como las asas o los materiales.
- El perfume de Monsieur Gustave H también se creó específicamente para el exquisito conserje. No solo debía oler como Anderson deseaba, sino que también debía tener un determinado color y el bote debía ser de una determinada forma.
- Hasta un simpe cuchillo como el rebanacuellos -que solo aparece en una escena- precisó de un largo proceso de creación de bocetos previos, cambios y más cambios. Lo mismo con el gato -que en realidad era un muñeco- del abogado al que interpreta Jeff Goldblum.
Para bien o para mal, el hacer de Anderson es único. Y cuando algo es tan característico, nadie queda indiferente. O lo amas, o lo odias. Por un lado, es el nuevo director de los hipsters -con permiso de Spike Jonze-. Personajes excéntricos, solitarios e incomprendidos -ellas, retraídas y sabias; ellos, sensibles y enamorados de ellas por diferentes-, humor inteligente/absurdo, atrezo vintage, ropa del armario del abuelo y estética Instragram. Para colmo, algunos ya denominan a su estilo como cine cupcake. ¿Qué más puede pedir un moderno?
En cuanto a los detractores, podría decirse que el tejano tiene en muchos casos al enemigo en casa. Si bien los rodajes son como una fiesta de disfraces, el equipo de producción es el que se lleva la peor parte. Y es que su búsqueda de la perfección raya, en la mayoría de las ocasiones, la obsesión. No ha sido menos en su último largometraje, El Gran Hotel Budapest (2014). Por mencionar algunos ejemplos:
- Todos los periódicos que aparecen en la película están redactados de principio a fin por Anderson. Y no están rellenos de falso texto, no. Noticias perfectamente redactadas que podrían pasar por reales.
- Las maletas de Madame D fueron diseñadas por Prada para la ocasión. No se cortó ni un pelo a la hora de pedir a la firma que retocara una y otra vez detalles como las asas o los materiales.
- El perfume de Monsieur Gustave H también se creó específicamente para el exquisito conserje. No solo debía oler como Anderson deseaba, sino que también debía tener un determinado color y el bote debía ser de una determinada forma.
- Hasta un simpe cuchillo como el rebanacuellos -que solo aparece en una escena- precisó de un largo proceso de creación de bocetos previos, cambios y más cambios. Lo mismo con el gato -que en realidad era un muñeco- del abogado al que interpreta Jeff Goldblum.
“El cine ligero es necesario. Necesitamos sentarnos a disfrutar mientras el encanto de unos personajes nos arrancan una sonrisa. Dejarnos llevar sin pensar demasiado, solo reírnos un rato”
Dejando de lado el calvario del equipo artístico andersoniano, los otros detractores, los que se sientan en el patio de butacas, tachan el trabajo del artificioso realizador de vacuo con líneas argumentales superficiales y de preocuparse más por la forma que por el fondo. Un cine gongorino podría decirse.
Vale que Viaje a Darjeeling (2007) no es una trama familiar de la talla de August: Osage County (John Wells, 2013). Vale que Moonrise Kingdom (2012) no es un romance de la intensidad de Casablanca (Michael Curtiz, 1942). Pero, ¿realmente lo necesitan? ¿Necesitamos constantemente a un Terrence Malick o a un Lars Von Trier? ¿No acabaría siendo algo agotador? Es cierto que la estética en la filmografía del tejano ocupa, no una parte importante, sino primordial. Pero el cine ligero es necesario. Necesitamos sentarnos a disfrutar mientras el encanto de unos personajes nos arrancan una sonrisa. Dejarnos llevar sin pensar demasiado, solo reírnos un rato.
Puede que los guiones de Anderson no posean diversas posibilidades de interpretación, y que sus personajes sean planos y no evolucionen a nivel psicológico. Pero aún así, en ellos existe un fondo. Temas, que al igual que sus recursos audiovisuales, son fijos a lo largo de toda su obra. Temas que, de hecho, se inspiran en gran parte en su biografía. Hablan de la niñez, del paso de la adolescencia a la madurez, de amores imposibles que se vuelven posibles, de la familia y del ansia por entenderse a uno mismo. Todo contado de manera inocente, enrevesada, preciosista y proyectado a través de un filtro de color pastel.
Con su más y sus menos, la filmografía del estadounidense es única, cuando menos original. Aporta un estilo nuevo y un trabajo completamente diferente, y lo diferente es enriquecedor e inspirador.
El caso es que algo debe tener Wes Anderson que gusta tanto a actores y a espectadores. Como muestra, un botón. Para los primeros, solo hay que echar un vistazo al reparto de El Gran Hotel Budapest: Ralph Fiennes, Adrien Brody, Willem Dafoe, Jeff Goldblum, Jude Law, Bill Murray, Edward Norton, Tilda Swinton -impresionante caracterización-, Saoirse Ronan… entre otros.
Si nos remontamos al estreno del mismo largometraje, queda patente el éxito entre los segundos, entre la audiencia. Como estrategia de marketing, la película se estrenó en solo cuatro salas de los Estados Unidos. Aún así, durante el primer fin de semana consiguió recaudar hasta 800.000 dólares. Ya se acerca a los cuarenta millones.
Como el arte más contemporáneo, una obra no tiene por qué tener un significado profundo, ni representar una gran idea. A veces, con ser bello basta. En un momento de Moonrise Kingdom, el bueno de Sam Shakusky le dice a su amada Suzy Bishop: “Los poemas no necesariamente deben rimar, solo deben ser creativos”. Lo mismo se aplica a la filmografía de Anderson: Su trabajo no removerá conciencias, pero artístico es un rato.
Vale que Viaje a Darjeeling (2007) no es una trama familiar de la talla de August: Osage County (John Wells, 2013). Vale que Moonrise Kingdom (2012) no es un romance de la intensidad de Casablanca (Michael Curtiz, 1942). Pero, ¿realmente lo necesitan? ¿Necesitamos constantemente a un Terrence Malick o a un Lars Von Trier? ¿No acabaría siendo algo agotador? Es cierto que la estética en la filmografía del tejano ocupa, no una parte importante, sino primordial. Pero el cine ligero es necesario. Necesitamos sentarnos a disfrutar mientras el encanto de unos personajes nos arrancan una sonrisa. Dejarnos llevar sin pensar demasiado, solo reírnos un rato.
Puede que los guiones de Anderson no posean diversas posibilidades de interpretación, y que sus personajes sean planos y no evolucionen a nivel psicológico. Pero aún así, en ellos existe un fondo. Temas, que al igual que sus recursos audiovisuales, son fijos a lo largo de toda su obra. Temas que, de hecho, se inspiran en gran parte en su biografía. Hablan de la niñez, del paso de la adolescencia a la madurez, de amores imposibles que se vuelven posibles, de la familia y del ansia por entenderse a uno mismo. Todo contado de manera inocente, enrevesada, preciosista y proyectado a través de un filtro de color pastel.
Con su más y sus menos, la filmografía del estadounidense es única, cuando menos original. Aporta un estilo nuevo y un trabajo completamente diferente, y lo diferente es enriquecedor e inspirador.
El caso es que algo debe tener Wes Anderson que gusta tanto a actores y a espectadores. Como muestra, un botón. Para los primeros, solo hay que echar un vistazo al reparto de El Gran Hotel Budapest: Ralph Fiennes, Adrien Brody, Willem Dafoe, Jeff Goldblum, Jude Law, Bill Murray, Edward Norton, Tilda Swinton -impresionante caracterización-, Saoirse Ronan… entre otros.
Si nos remontamos al estreno del mismo largometraje, queda patente el éxito entre los segundos, entre la audiencia. Como estrategia de marketing, la película se estrenó en solo cuatro salas de los Estados Unidos. Aún así, durante el primer fin de semana consiguió recaudar hasta 800.000 dólares. Ya se acerca a los cuarenta millones.
Como el arte más contemporáneo, una obra no tiene por qué tener un significado profundo, ni representar una gran idea. A veces, con ser bello basta. En un momento de Moonrise Kingdom, el bueno de Sam Shakusky le dice a su amada Suzy Bishop: “Los poemas no necesariamente deben rimar, solo deben ser creativos”. Lo mismo se aplica a la filmografía de Anderson: Su trabajo no removerá conciencias, pero artístico es un rato.