Watergate
Texto y fotografías por Ivan Castillo Otero. Publicado en el número 5 (diciembre 2014).
“Cinco hombres, uno de los cuales afirma ser exmiembro de la CIA, fueron detenidos ayer a las 2:30
de la madrugada cuando intentaban llevar a cabo lo que las autoridades han descrito como un plan bien elaborado para colocar aparatos de escucha en las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata”
The Washington Post, 18 de junio de 1972
de la madrugada cuando intentaban llevar a cabo lo que las autoridades han descrito como un plan bien elaborado para colocar aparatos de escucha en las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata”
The Washington Post, 18 de junio de 1972
Un profesor que tuve en la carrera y de cuyo nombre no me acuerdo, contaba que el día del fallido golpe de estado de Tejero y compañía él escribía para un conocido diario del País Vasco. Aquel día había visto en la programación de la parrilla televisiva que por la noche daban un documental sobre el "Watergate" y, tras su jornada de trabajo, cenó en casa con su mujer y se dispusieron a ver reportaje. Su sorpresa llegó cuando, al encender el aparato, vieron que estaban emitiendo un espectáculo de un cómico ligado a movimientos fascistas de un país extranjero que no llego a recordar. “¿Qué hacen poniendo a este imbécil?”, le pregunto sorprendido a su mujer.
Al terminar su jornada laboral, había desconectado por completo y, como se le fastidió el plan, se marchó a dormir. A primerísima hora de la mañana, esa en la que cantan los gallos, recibió una llamada de la redacción. “¿Qué haces en casa tan tranquilo? ¿No te has enterado?”, le gritó un alterado compañero. Corrió a las oficinas del medio para seguir el feliz desenlace, tras vivir en la inopia durante las horas más tensas que había vivido el país tras el fin de la dictadura.
Hace un tiempo, me dispuse a buscar el libro Todos los hombres del presidente, que es la historia del escándalo del "Watergate" contada por Carl Bernstein y Bob Woodward, los dos periodistas de The Washington Post que levantaron todo el pastel y forzaron la caída del presidente de los Estados Unidos Richard Nixon. Pensaba que tras el fallecimiento de Ben Bradlee, director que encumbró a este diario, las grandes tiendas se pegarían por tenerla en sus estanterías. Pues no, estaba equivocado. Lo terminé pidiendo a una tienda de segunda mano por internet. Pasear por los pasillos de cualquier gran superficie de venta de libros y ver que se promociona a bombo y platillo la última biografía de un futbolista de menos de treinta años en la que solo ha puesto la cara para la portada y que la obra que cuenta la mayor operación periodística de la historia esté descatalogada o ni la hayan tenido en venta baja la moral a cualquiera con dos dedos de frente.
Creo que todo homenaje es poco para los dos currelas que no descansaron hasta destapar la trama y para el director que los mantuvo en el caso. Hoy en día sería casi inimaginable que un medio tuviera a dos tíos en nómina trabajando para un caso en la sombra, sin publicar nada y, por supuesto, cobrando. Ben Bradlee es una figura en el periodismo de la que aprender. Antes de que él tomara las riendas de la redacción de The Washington Post, el periódico tenía cuatro premios Pulitzer; cuando él dejó la dirección, el diario había llegado a los dieciocho. Es cierto que uno tuvieron que devolverlo y Bradlee siempre dijo recordar con vergüenza una historia que le coló una redactora sobre un niño negro.
Fue protagonista y testigo de un momento clave en la historia estadounidense y, además, por casualidades de la vida era íntimo amigo desde niño de John Fitzgeral Kennedy, uno de los presidentes de los Estados Unidos más conocidos y que fue asesinado de un certero disparo. Siempre que a Ben Bradlee le preguntaban por qué no había publicado nada de los escándalos amorosos del presidente Kennedy, decía que él no tenía ni idea de todo aquello. Supongo que la amistad en ocasiones prevalece por encima de otros intereses.
La cobertura del "Watergate" jamás habría sido posible sin la difunta Katharine Graham, que era la jefa del Post que nombro a Bradlee como director. La familia Graham fue la dueña del periódico desde 1933 hasta agosto de 2013, cuando Donald E. Graham, hijo de Katharine, vendió el diario a Jeffrey P. Bezos, fundador de Amazon. Un años después, este aún no ha conseguido enderezar el rumbo de una gaceta que ha llegado a entrar en quiebra y que no pasa por sus mejores momentos. Algunos dicen que Bezos, uno de los gurús salidos de Silicon Valley, ha convertido al Washington Post en un panfleto babaso del poder. Quiero pensar que no y que mejores tiempos llegarán cuando el periodismo sea el eje central de esa (o cualquier) redacción. Descanse en paz Ben Bradlee, ese que siempre les decía a Carl Bernstein y Bob Woodward en la época de investigación del caso "Watergate" que no volvieran hasta que estuvieran seguros. Bendita paciencia.
Al terminar su jornada laboral, había desconectado por completo y, como se le fastidió el plan, se marchó a dormir. A primerísima hora de la mañana, esa en la que cantan los gallos, recibió una llamada de la redacción. “¿Qué haces en casa tan tranquilo? ¿No te has enterado?”, le gritó un alterado compañero. Corrió a las oficinas del medio para seguir el feliz desenlace, tras vivir en la inopia durante las horas más tensas que había vivido el país tras el fin de la dictadura.
Hace un tiempo, me dispuse a buscar el libro Todos los hombres del presidente, que es la historia del escándalo del "Watergate" contada por Carl Bernstein y Bob Woodward, los dos periodistas de The Washington Post que levantaron todo el pastel y forzaron la caída del presidente de los Estados Unidos Richard Nixon. Pensaba que tras el fallecimiento de Ben Bradlee, director que encumbró a este diario, las grandes tiendas se pegarían por tenerla en sus estanterías. Pues no, estaba equivocado. Lo terminé pidiendo a una tienda de segunda mano por internet. Pasear por los pasillos de cualquier gran superficie de venta de libros y ver que se promociona a bombo y platillo la última biografía de un futbolista de menos de treinta años en la que solo ha puesto la cara para la portada y que la obra que cuenta la mayor operación periodística de la historia esté descatalogada o ni la hayan tenido en venta baja la moral a cualquiera con dos dedos de frente.
Creo que todo homenaje es poco para los dos currelas que no descansaron hasta destapar la trama y para el director que los mantuvo en el caso. Hoy en día sería casi inimaginable que un medio tuviera a dos tíos en nómina trabajando para un caso en la sombra, sin publicar nada y, por supuesto, cobrando. Ben Bradlee es una figura en el periodismo de la que aprender. Antes de que él tomara las riendas de la redacción de The Washington Post, el periódico tenía cuatro premios Pulitzer; cuando él dejó la dirección, el diario había llegado a los dieciocho. Es cierto que uno tuvieron que devolverlo y Bradlee siempre dijo recordar con vergüenza una historia que le coló una redactora sobre un niño negro.
Fue protagonista y testigo de un momento clave en la historia estadounidense y, además, por casualidades de la vida era íntimo amigo desde niño de John Fitzgeral Kennedy, uno de los presidentes de los Estados Unidos más conocidos y que fue asesinado de un certero disparo. Siempre que a Ben Bradlee le preguntaban por qué no había publicado nada de los escándalos amorosos del presidente Kennedy, decía que él no tenía ni idea de todo aquello. Supongo que la amistad en ocasiones prevalece por encima de otros intereses.
La cobertura del "Watergate" jamás habría sido posible sin la difunta Katharine Graham, que era la jefa del Post que nombro a Bradlee como director. La familia Graham fue la dueña del periódico desde 1933 hasta agosto de 2013, cuando Donald E. Graham, hijo de Katharine, vendió el diario a Jeffrey P. Bezos, fundador de Amazon. Un años después, este aún no ha conseguido enderezar el rumbo de una gaceta que ha llegado a entrar en quiebra y que no pasa por sus mejores momentos. Algunos dicen que Bezos, uno de los gurús salidos de Silicon Valley, ha convertido al Washington Post en un panfleto babaso del poder. Quiero pensar que no y que mejores tiempos llegarán cuando el periodismo sea el eje central de esa (o cualquier) redacción. Descanse en paz Ben Bradlee, ese que siempre les decía a Carl Bernstein y Bob Woodward en la época de investigación del caso "Watergate" que no volvieran hasta que estuvieran seguros. Bendita paciencia.