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Por Lutxo Pérez
"Iggy Pop me mira directamente a mí mientras canta el estribillo: “América toma drogas en defensa de su psique”; sólo que
cambia “América” por “Escocia”, y me define con más precisión en una sola frase de lo que ningún otro lo haya hecho nunca jamás".
Irvine Welsh – Trainspotting
cambia “América” por “Escocia”, y me define con más precisión en una sola frase de lo que ningún otro lo haya hecho nunca jamás".
Irvine Welsh – Trainspotting
Nanni Moretti tenía cuarenta años cuando se fumó su primer porro. Estaba en el salón de casa, acompañado de su madre, mientras Silvio Berlusconi enseñaba su tenebrosa sonrisa de Joker en la pantalla del televisor. Era una tarde triste de un domingo de marzo de 1994 en Roma. La derecha había vuelto a ganar las elecciones en Italia y, por si eso fuera poco, Berlusconi era su candidato. Así que imaginen la terrible escena del hijo que fuma su primer porro delante de su madre. Lo toma de un extremo de la mesa como quien desenvaina una espada, lo prende, lanza una bocanada de humo al techo e informa a su mamma, “es marihuana”. Y la mamma asiente, resignada, con esa expresión de “ya lo veía venir” que solo las madres saben dibujar en la cara, pensando que la culpa de que su hijo se drogue no es del pobre muchacho, sino de Italia, un país que toma drogas en defensa de su psique, como la América de Iggy Pop o la Escocia de Irvine Welsh.
Para mí y mis otros tres compañeros de mi piso de estudiantes no era el primero pero, el 14 de marzo de 2004 (justo una década más tarde), recibimos con vítores la idea de encajar la cantada victoria de la derecha en las elecciones generales con un porro gigante de yerba. Además de como interesado homenaje a la primera secuencia de Abril, realmente lo hacíamos por vicio, qué duda cabe. Pero también para prevenir nuestra psique ante las nuevas sorpresas que iban a traer los promotores del trabajo precario, de los pelotazos, las burbujas inmobiliarias, los Prestiges, las invasiones de Irak, los cierres del Egunkaria y, por supuesto, de aquella asquerosa comparecencia de Acebes del jueves anterior a la una de la tarde. Las memorias de aquella jornada electoral se conservan entre brumas, como bien imagináis. La magnífica cabeza del porro dio vueltas y vueltas circulares al salón de nuestra casa durante horas, como ese “sol de media noche” que rodea el cielo del norte polar cada solsticio de verano. Sin embargo, recuerdo con cierta nitidez el momento de euforia contenida que llegó cuando las encuestas a pie de urna de TVE y Telecinco empezaron a dar a Zapatero como ganador. Recuerdo la alegría inmensa del conteo de escaños, las caras tristes en Génova, el “no cambiaré” de ZP y uno de mis compañeros gritando “pon La 1, pon La 1, que quiero verle la cara al 'sardón' de Urdaci”. Y los rollos de papel higiénico que surcaban la humeante inmensidad de nuestro salón e impactaban contra la pantalla de nuestra tele de 5.000 pesetas cada vez que el periodista salía en imagen.
También recuerdo que los cuatro habitantes de la casa acabamos la noche bailando, ebrios y felices, sin música de fondo y con la cena todavía por hacer. Disfrutando la parte lúdica del narcótico, no la balsámica. Ninguno de los cuatro habíamos votado y, de haberlo hecho, ninguno hubiera elegido la papeleta del puño y la rosa. Pero aquella noche bailamos cual alegres pillastres como si aquella victoria fuera nuestra. Como si Rajoy, el perdedor de aquella cita histórica, fuera ya solo un susto, un mal recuerdo; y su derrota, la justicia poética de los días de marzo más extraños y jodidos que jamás vivimos colectivamente.
Pero Mariano regresó un 20N, seguro que lo recordáis. Salió de paseo con su sonrisa torcida y rara, sobrevolando las alturas de la calle Génova cual Ave Fénix, mientras la acera estallaba en un júbilo de azules, rojos y gualdas. Allí estaba el gran perdedor de 2004 convertido en presidente dos legislaturas más tarde, acompañado de los suyos, los que le habían respaldado y los que llevaban esperándole años detrás de una esquina blandiendo un puñal para hacerle la de Brutus a su padre. Entonces la muchedumbre pidió a Mariano que botase y Mariano botó, una sola vez y con sonrisa de infante papanatas. Momentos ciertamente duros que viví en la redacción de Faro de Vigo, el periódico decano de la prensa española y diario de mayor tirada en la provincia natal del flamante presidente. Recuerdo caras de satisfacción entre alguno de los que por allí mandaban y, también, que un jefecillo que nunca aparecía por la redacción los fines de semana encargó unas pizzas para los cuatro imbéciles que sacábamos humo del teclado. También, que entonces la vida me pedía un porro grande, enorme. O, tal vez algo más duro, una botella de tequila, un viaje de peyote o un pico iniciático de heroína. Cualquier cosa que me defendiera la psique y me hiciera olvidar cuanto antes el regreso del mediocre villano que todos creímos enterrados aquel 14 de marzo que ZP llegó a la Moncloa.
Lo que ha venido después del 20N es una película compuesta por fotogramas terribles: “la herencia recibida”, el “préstamo en condiciones muy ventajosas”, “la segunda, ya tal”, el “Luis, sé fuerte”, el “todo lo publicado es falso, salvo alguna cosa” y aquel tan lamentable de “¿y la europea?”. El largometraje de esta legislatura que afortunadamente acaba va de una cuenta en un banco de Suiza, de un sobre lleno de dinero sucio, de los 1.000 euros que Rato sacó de un cajero con su tarjeta black dos días antes de dimitir como presidente de Bankia. Pero esta peli de miedo también es Soraya anunciando en un corte de 20 segundos la supresión de derechos que tardaron años en conquistarse. Ana Mato (la de los 4.600 euros de confeti) contemplando con su habitual gesto de dulce abstracción cómo visten a sus hijos por la mañana antes de que se los lleven al colegio privado. Las ruedas de prensa sin preguntas y, un poco más allá, el busto parlante que habla a los periodistas desde una pantalla de plasma. La mordaza que nos pusieron con la ley de seguridad ciudadana y, también, la despedida salvaje que le hicisteis a ese colega tuyo que se largó a Berlín (o a Oslo o a Edimburgo). Tu trabajo mal remunerado o tu no-trabajo. Las pocas expectativas de que cualquiera de esas dos circunstancias vayan a cambiar. Y, por supuesto, el embrujo del ojo izquierdo de Mariano, ese Hipnosapo castizo, fumador de puros y leedor del Marca que ya prepara cuatro años de nuevas e inesperadas aventuras.
Porque Mariano va a sacar más votos que nadie y el PP va a ganar las elecciones. Aunque tú no le vayas a votar. Pero tú, por si acaso, vota. A Mariano no, claro. Pero vota. Prepara tus brebajes narcóticos para defender la psique el domingo por la tarde. Pero vota. El domingo ponte hasta el culo, como si el lunes fueran a prohibir la diversión, porque va a volver a salir Mariano y ese ojo suyo de meiga, que agita arriba y abajo como los niños valencianos las botellas de horchata antes de quitarles la chapa. Ponte fino porque vuelve Mariano con ese gobernar el país a golpe del latido ocular que convoca a sapos, bruxas y coruxos para imponer su tenebrosa política de Santa Compaña, nocturna y alevosa, supersticiosa y hermética. Bebe mucho, que vuelve la derecha. Pero vota. No votes a Ciudadanos, pero vota, coño. Vota. Hazlo por mi amigo Manu, que se fue hace cuatro años a México, pidió el voto por correo el primer día del plazo y todavía espera sus papeletas. Vota, por favor, vota. Hazlo por los hombres y mujeres desesperados que se quitaron la vida porque el banco les vino a echar de su casa. Hazlo por los que se levantan cada mañana, se sirven un café y consultan las ofertas de Infojobs mientras De Guindos presume en la radio de que España crece más que cualquier otro país de la zona euro. Hazlo por los que esperan en las listas de la sanidad, por los universitarios que pagan más tasas para estudiar carreras sin futuro. Vota, hostias. Por los que buscan en cunetas el esqueleto de su abuelo, o de su padre o de su hermano y se les humilla llamando “carcas”. Vota. Hazlo por los 282 jóvenes que se han ido hoy de España para trabajar en el extranjero. Y, si no lo haces por ellos, hazlo por los 282 que lo van a hacer mañana, o por los 282 de pasado mañana, o por los 1977 que se largarán la semana que viene. Vota. No votes a la derecha, pero vota. Sabes que, gane quien gane, el lunes siguiente tendrás que madrugar, el autobús se te va a escapar en la parada, seguirás estando sin un duro y esa persona tan especial va a seguir sin fijarse en ti. Pero vota, por favor. Vota. Que a lo mejor el domingo nos reímos y la droga sirve para celebrar y no para olvidar. No seas tan imbécil como aquellos cuatro estudiantes abstencionistas (tres periodistas y un sociólogo) que bailaban ebrios bajo la luna de la victoria de una batalla que no habían librado. Vota. Hazlo por el primer porro que Moretti se fumó, aquella tarde aciaga de 1994. Por los Berlusconis y los Marianos Rajoy Brey. Porque la izquierda lleva décadas desarmada. Pero nos queda el voto y sabemos que, el día siguiente, aunque haya que madrugar y esa chica de la oficina siga sin dar los buenos días, la resaca será más placentera si no ha ganado la derecha. Porque no nos lo merecemos. Por la psique de este país. Por favor. Vota.
Para mí y mis otros tres compañeros de mi piso de estudiantes no era el primero pero, el 14 de marzo de 2004 (justo una década más tarde), recibimos con vítores la idea de encajar la cantada victoria de la derecha en las elecciones generales con un porro gigante de yerba. Además de como interesado homenaje a la primera secuencia de Abril, realmente lo hacíamos por vicio, qué duda cabe. Pero también para prevenir nuestra psique ante las nuevas sorpresas que iban a traer los promotores del trabajo precario, de los pelotazos, las burbujas inmobiliarias, los Prestiges, las invasiones de Irak, los cierres del Egunkaria y, por supuesto, de aquella asquerosa comparecencia de Acebes del jueves anterior a la una de la tarde. Las memorias de aquella jornada electoral se conservan entre brumas, como bien imagináis. La magnífica cabeza del porro dio vueltas y vueltas circulares al salón de nuestra casa durante horas, como ese “sol de media noche” que rodea el cielo del norte polar cada solsticio de verano. Sin embargo, recuerdo con cierta nitidez el momento de euforia contenida que llegó cuando las encuestas a pie de urna de TVE y Telecinco empezaron a dar a Zapatero como ganador. Recuerdo la alegría inmensa del conteo de escaños, las caras tristes en Génova, el “no cambiaré” de ZP y uno de mis compañeros gritando “pon La 1, pon La 1, que quiero verle la cara al 'sardón' de Urdaci”. Y los rollos de papel higiénico que surcaban la humeante inmensidad de nuestro salón e impactaban contra la pantalla de nuestra tele de 5.000 pesetas cada vez que el periodista salía en imagen.
También recuerdo que los cuatro habitantes de la casa acabamos la noche bailando, ebrios y felices, sin música de fondo y con la cena todavía por hacer. Disfrutando la parte lúdica del narcótico, no la balsámica. Ninguno de los cuatro habíamos votado y, de haberlo hecho, ninguno hubiera elegido la papeleta del puño y la rosa. Pero aquella noche bailamos cual alegres pillastres como si aquella victoria fuera nuestra. Como si Rajoy, el perdedor de aquella cita histórica, fuera ya solo un susto, un mal recuerdo; y su derrota, la justicia poética de los días de marzo más extraños y jodidos que jamás vivimos colectivamente.
Pero Mariano regresó un 20N, seguro que lo recordáis. Salió de paseo con su sonrisa torcida y rara, sobrevolando las alturas de la calle Génova cual Ave Fénix, mientras la acera estallaba en un júbilo de azules, rojos y gualdas. Allí estaba el gran perdedor de 2004 convertido en presidente dos legislaturas más tarde, acompañado de los suyos, los que le habían respaldado y los que llevaban esperándole años detrás de una esquina blandiendo un puñal para hacerle la de Brutus a su padre. Entonces la muchedumbre pidió a Mariano que botase y Mariano botó, una sola vez y con sonrisa de infante papanatas. Momentos ciertamente duros que viví en la redacción de Faro de Vigo, el periódico decano de la prensa española y diario de mayor tirada en la provincia natal del flamante presidente. Recuerdo caras de satisfacción entre alguno de los que por allí mandaban y, también, que un jefecillo que nunca aparecía por la redacción los fines de semana encargó unas pizzas para los cuatro imbéciles que sacábamos humo del teclado. También, que entonces la vida me pedía un porro grande, enorme. O, tal vez algo más duro, una botella de tequila, un viaje de peyote o un pico iniciático de heroína. Cualquier cosa que me defendiera la psique y me hiciera olvidar cuanto antes el regreso del mediocre villano que todos creímos enterrados aquel 14 de marzo que ZP llegó a la Moncloa.
Lo que ha venido después del 20N es una película compuesta por fotogramas terribles: “la herencia recibida”, el “préstamo en condiciones muy ventajosas”, “la segunda, ya tal”, el “Luis, sé fuerte”, el “todo lo publicado es falso, salvo alguna cosa” y aquel tan lamentable de “¿y la europea?”. El largometraje de esta legislatura que afortunadamente acaba va de una cuenta en un banco de Suiza, de un sobre lleno de dinero sucio, de los 1.000 euros que Rato sacó de un cajero con su tarjeta black dos días antes de dimitir como presidente de Bankia. Pero esta peli de miedo también es Soraya anunciando en un corte de 20 segundos la supresión de derechos que tardaron años en conquistarse. Ana Mato (la de los 4.600 euros de confeti) contemplando con su habitual gesto de dulce abstracción cómo visten a sus hijos por la mañana antes de que se los lleven al colegio privado. Las ruedas de prensa sin preguntas y, un poco más allá, el busto parlante que habla a los periodistas desde una pantalla de plasma. La mordaza que nos pusieron con la ley de seguridad ciudadana y, también, la despedida salvaje que le hicisteis a ese colega tuyo que se largó a Berlín (o a Oslo o a Edimburgo). Tu trabajo mal remunerado o tu no-trabajo. Las pocas expectativas de que cualquiera de esas dos circunstancias vayan a cambiar. Y, por supuesto, el embrujo del ojo izquierdo de Mariano, ese Hipnosapo castizo, fumador de puros y leedor del Marca que ya prepara cuatro años de nuevas e inesperadas aventuras.
Porque Mariano va a sacar más votos que nadie y el PP va a ganar las elecciones. Aunque tú no le vayas a votar. Pero tú, por si acaso, vota. A Mariano no, claro. Pero vota. Prepara tus brebajes narcóticos para defender la psique el domingo por la tarde. Pero vota. El domingo ponte hasta el culo, como si el lunes fueran a prohibir la diversión, porque va a volver a salir Mariano y ese ojo suyo de meiga, que agita arriba y abajo como los niños valencianos las botellas de horchata antes de quitarles la chapa. Ponte fino porque vuelve Mariano con ese gobernar el país a golpe del latido ocular que convoca a sapos, bruxas y coruxos para imponer su tenebrosa política de Santa Compaña, nocturna y alevosa, supersticiosa y hermética. Bebe mucho, que vuelve la derecha. Pero vota. No votes a Ciudadanos, pero vota, coño. Vota. Hazlo por mi amigo Manu, que se fue hace cuatro años a México, pidió el voto por correo el primer día del plazo y todavía espera sus papeletas. Vota, por favor, vota. Hazlo por los hombres y mujeres desesperados que se quitaron la vida porque el banco les vino a echar de su casa. Hazlo por los que se levantan cada mañana, se sirven un café y consultan las ofertas de Infojobs mientras De Guindos presume en la radio de que España crece más que cualquier otro país de la zona euro. Hazlo por los que esperan en las listas de la sanidad, por los universitarios que pagan más tasas para estudiar carreras sin futuro. Vota, hostias. Por los que buscan en cunetas el esqueleto de su abuelo, o de su padre o de su hermano y se les humilla llamando “carcas”. Vota. Hazlo por los 282 jóvenes que se han ido hoy de España para trabajar en el extranjero. Y, si no lo haces por ellos, hazlo por los 282 que lo van a hacer mañana, o por los 282 de pasado mañana, o por los 1977 que se largarán la semana que viene. Vota. No votes a la derecha, pero vota. Sabes que, gane quien gane, el lunes siguiente tendrás que madrugar, el autobús se te va a escapar en la parada, seguirás estando sin un duro y esa persona tan especial va a seguir sin fijarse en ti. Pero vota, por favor. Vota. Que a lo mejor el domingo nos reímos y la droga sirve para celebrar y no para olvidar. No seas tan imbécil como aquellos cuatro estudiantes abstencionistas (tres periodistas y un sociólogo) que bailaban ebrios bajo la luna de la victoria de una batalla que no habían librado. Vota. Hazlo por el primer porro que Moretti se fumó, aquella tarde aciaga de 1994. Por los Berlusconis y los Marianos Rajoy Brey. Porque la izquierda lleva décadas desarmada. Pero nos queda el voto y sabemos que, el día siguiente, aunque haya que madrugar y esa chica de la oficina siga sin dar los buenos días, la resaca será más placentera si no ha ganado la derecha. Porque no nos lo merecemos. Por la psique de este país. Por favor. Vota.
Publicado el 17 de diciembre de 2015