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Un país de postal

Texto y fotografías por Silvia Cantera. Publicado en el número 6 (febrero 2015).
No serán como los de Venecia, pero sus canales también tienen el poder de enamorar a quien los conoce. Los Países Bajos son mucho más que un ramo de tulipanes, un queso edam, gente que va a trabajar en bici o un coffee shop. Holanda está llena de tópicos. Y sí, la mayoría son ciertos, pero tiene mucho más. Ciudades que enamoran y pequeños pueblos llenos de encanto.
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Si pisas los Países Bajos, es visita obligada pasar por Ámsterdam. La capital es un auténtico símbolo de libertad. Sin ser excesivamente grande o poblada, tiene 780.000 habitantes y rincones realmente especiales.

Los museos forman una parte importante de la ciudad, y los hay para todos los gustos. Desde el nacional, el Rijksmuseum, hasta la casa de Ana Frank. No hay que olvidar que Holanda dio a pintores tan importantes como Rembrandt, Jan van Eyck, Vermeer y Van Gogh, que tiene su propio museo. Ámsterdam también destaca por sus marcas de cerveza. Heineken tiene abiertas las puertas de su antigua fábrica para que los visitantes conozcan tanto el proceso como el sabor de una bebida con notoriedad mundial. Otros dos centros que tienen cierta relación con el país y donde uno puede pasar un buen rato son tanto el museo del sexo, concretamente el más antiguo y que está situado en el barrio rojo, y, por último, otro de los centros pintorescos es el dedicado a la marihuana, una sustancia que es legal y que, pese a lo que se comentó hace unos años, pueden comprar tanto turistas como locales en los coffee shop.

Uno de los lugares que no pasan desapercibidos es, sin duda, el barrio rojo. La prostitución es también legal en el país y está perfectamente controlada. Para prostituirse hay que ser mayor de edad y para solicitar sus servicios basta con tener 16 años. Pues bien, en esta zona de Ámsterdam no se pueden sacar fotos y es el típico lugar que, por mucho que te expliquen, no te imaginas con exactitud cómo es hasta que paseas por sus calles. Se compone de hileras e hileras de escaparates en los que las chicas -no hay hombres- intentan atraer a todo el que pasea junto a ellas, principalmente turistas que alucinan cuando acuden por primera vez. En las cristaleras hay unas pegatinas con unos códigos en los que informan de sus servicios y en cuanto empieza a anochecer aumenta increíblemente su actividad. Las luces rojas reinan en un distrito en el que también hay cabarés, espectáculos de todo tipo y sex shops. El típico sitio en el que no estás especialmente cómodo con tu madre, vamos. Además, no es el único lugar en el que hay barrio rojo, puesto que ciudades como Utrecht tienen el suyo propio con más de un centenar de casitas junto a un canal.

El barrio gay también es de las zonas más visitadas de un país en el que hace años que es legal el matrimonio homosexual. El día del orgullo se vive una auténtica fiesta en toda la nación y, aunque es habitual ver banderas con los colores del arcoiris por todo el país, ese día destacan por encima del resto. Además, algunos pasos de cebra aparecen teñidos de esa guisa en apoyo al colectivo y con cierto aire reivindicativo.

Otro de los puntos más destacables de Holanda es el consumo de la marihuana. Aunque en todo el territorio se encuentran coffee shop, o como los propios holandeses los definen, esos lugares en los que precisamente lo que menos se vende es café, es en Ámsterdam donde mayor locales hay. De diferentes precios y calidades, los hay muy diferentes. Desde uno en el que entras, pides y te vas, como el único de la localidad de Zeist, hasta otro en Utrecht que está dentro de un barco del canal. Los hay que tienen un billar o que dan unos batidos tan ricos que hacen que gente que no tiene intención de consumir entre una y otra vez. Una de las curiosidades es que no está permitido fumar únicamente tabaco. Tampoco está bien visto que hables por teléfono dentro o junto a la puerta. Por último, hay que dejar claro que, pese a que se puede comprar en estos centros, la policía puede multarte si te pilla con un porro en plena calle. 

Cuatro estaciones en un día
Holanda es totalmente distinta dependiendo de la época del año en la que vayas. El invierno es especialmente frío y es de lo más normal que esté nevando durante cinco meses. Un buen día un manto blanco se apodera de la ciudad y en pleno abril puede que te estés preguntando a ver cuándo demonios parará. Pese a la bajada del termómetro, esta situación regala unas estampas únicas y ofrece unos paisajes extraordinarios. Los canales se hielan. A veces puedes incluso encontrarte con algún holandés deslizándose por ellos. Y si no hace un tiempo gélido, el día puede depararte una lluvia intensa de esas que se agradeces más bien poco cuando tienes que desplazarte en bici. Porque una cosa está clara: llueva o truene, nadie deja de pedalear.

Cuando llegan visitantes, muchos holandeses bromean con la idea de que puedes encontrarte con las cuatro estaciones del año en un mismo día. Lo que al principio no te crees demasiado acabas comprendiendo que es totalmente cierto. Uno no puede fiarse del sol que entra por la ventana cuando está amaneciendo, porque en unas horas puede llover y quién sabe si por la tarde acabará nevando. Especialmente el invierno -que parece que dura el doble que en España- es impredecible.

Cuando se acerca la primavera muchos se empiezan a preguntar cuál será la última nevada de la temporada. Pues bien, lo normal es que pienses que no va a volver a caer un copo más y te equivoques unas cuantas veces. Eso sí, cuando el sol se instala para quedarse, se agradece el triple. Muestra de ello son las terrazas de los bares, que se pueblan de neerlandeses.

La llegada del buen tiempo ofrece además la posibilidad de disfrutar de algo único. En abril y mayo el país se llena de tulipanes. Algunos crecen en los jardines como si fueran simples margaritas. Pero si de verdad tienes ganas de visitar un campo plagado de esta flor tan colorida, tienes que pasar por Keukenhof. Se trata de un parque alucinante con vegetación que no estamos acostumbrados a ver y en el que tienes la sensación de estar inmerso en una película de Disney. Es una visita para no olvidar nunca.
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Mucho más que Ámsterdam
Los Países Bajos tienen aproximadamente la misma extensión que Extremadura. Que no sea un territorio demasiado grande da más facilidades a la hora de conocer las distintas ciudades. Todas ellas tienen una estética similar: casas pequeñas, canales, iglesias y carriles bici por doquier. Sin embargo, hay una que destaca por encima del resto. Al llegar a Rotterdam tienes que tener claro que lo que veas allí no es representativo de las demás localidades. Fue reducida a ruinas en la II Guerra Mundial y prácticamente se tuvo que construir de cero. Por ello, sus edificios son especialmente modernos. 

Rotterdam presume de tener Europoort, el puerto más grande de Europa y el segundo del mundo detrás del de Shangai. Su grandeza puede apreciarse desde el puente Erasmus. Hay que recordar que recibe este nombre por Erasmo de Rotterdam, que tiene una estatua en la ciudad y que parece un lugar de peregrinación obligado para quienes están en el país disfrutando de la beca que lleva su nombre. Por último, no se puede abandonar la urbe sin contemplar las casas cubo, que el año pasado cumplieron 30 años en la localidad. Es difícil imaginarse cómo son por dentro, cómo están distribuidas las plantas y dónde se sitúan los muebles. Por eso es divertido curiosear desde la calle las distintas viviendas. Una de ellas es un museo para que todo el mundo pueda disfrutar de una estancia en un edificio que parece sacado de una película del futuro.

Sin llegar a ese punto de modernidad, La Haya también destaca por tener edificios altos y zonas muy urbanizadas. Aunque no es la capital, es allí donde se encuentra la sede de Gobierno. Al ser el centro administrativo, cuenta con los Estados Generales de los Países Bajos, la Suprema Corte y el Consejo de Estado. Reúne un conjunto de edificios de enorme relevancia para el país y, como es habitual, de gran belleza. Además, se encuentra en la costa y da la oportunidad de disfrutar de la playa. Aunque poco tenga que ver con las del Mediterráneo, siempre es agradable reencontrase con el mar. No es solo tierra de canales.

Una de las ciudades que compite en encanto con Ámsterdam es Utrecht. En esta ciudad se encuentra la torre de la iglesia más antigua. Puede visitarse y, aunque sus escaleras parecen interminables, acaban en un mirador que permite disfrutar de unos paisajes únicos. Lo más curioso es que esta construcción está separada de la catedral por el paso de un tornado. Se pensó en volver a unirlas, pero los holandeses decidieron que ellos no eran quien para juntar algo que había dividido Dios. Otra de las particularidades de esta ciudad es la accesibilidad a sus canales. Hay varias terrazas al nivel del agua y cuentan quienes viven allí que más de uno ha acabado empapado tras perder el equilibrio una noche en la que se había pasado con el alcohol. Sin acercarse en exceso a la orilla, no hay que perder la oportunidad de disfrutar de una bebida en unos bares que, por mucho que busques, no vas a encontrar en España.

No se puede hablar de la gastronomía del país sin hablar del queso. Edam y Gouda son las localidades en las que más se produce este alimento. Ambos son pueblos pequeños y extremadamente acogedores. Además, es una experiencia única darse una vuelta en los días de mercado. El queso llega por los canales en pequeñas barcas y los vendedores negocian su precio in situ. ¿Lo mejor? A veces se acercan para darte a probar. Están deliciosos. Este país se caracteriza por tener lácteos de una gran calidad.
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Bici para todo
Aunque no convenga generalizar, lo cierto es que la mayoría de los holandeses está muy en forma. De media son bastante altos y sus largas piernas son un aliado cuando toca pedalear. La bicicleta es para algunos su principal vehículo. Además de ser más ecológico y sano puede llegar a ser más rápido que el transporte público. Por no hablar de lo barato que sale. Todas estas ventajas hacen que te sorprendas una y otra vez cada vez que pases por una ciudad en hora punta. Además, es increíble la práctica que tienen. Los hay que viajan con su guitarra al hombro, que llevan la compra de toda la semana, que pasean a su perro o que incluso transportan a un caballo mientras pedalean. Ver para creer.

Una de las ventajas a la hora de montar en bici es que el país es extremadamente plano. Es raro encontrarse con una cuesta y eso hace que el único gran obstáculo a la hora de pedalear sea el viento. Ese que siempre parece que va en contra. Además de ser muy llano, es un terreno muy verde y no es de extrañar toparse con grandes campos o con parques llenos de vegetación. En algunos de ellos hay cisnes y aves de todo tipo en los estanques. Otros muchos cuentan con varios ciervos a los que puedes incluso ofrecer un poco de hierba que te encuentres a tu alrededor. 

Hablar de Holanda es también hablar de sus molinos. Una de las mejores localidades para visitarlos es Zaanse Schans. Allí puedes visitar algunos de ellos y tienes la oportunidad de conocer más a fondo cuál es su funcionamiento. Otra de las ventajas es que los locales suelen ser personas muy amables que no tienen ningún problema en resolver tus dudas. Les encanta transmitir parte de su cultura. Eso sí, aunque en este pueblo se concentren varias construcciones de este tipo, hay que destacar que se pueden encontrar en muchísimas ciudades. No es demasiado difícil toparse con ellos.

Por último, hay que hablar de uno de los recuerdos que más turistas se llevan a casa pero que no dejan de ser un calzado muy útil en las zonas rurales. Los zuecos de madera son los zapatos perfectos para algunos de los campesinos que viven allí. De hecho, son muy dados a hablar de sus ventajas. La principal: que mantienen los pies secos y calientes. Aunque hay que destacar que su uso ha disminuido considerablemente, siguen produciéndose en grandes cantidades. Esto hace más fácil encontrarse con algún pequeño taller que los fabrique, un proceso de lo más curioso.

Haciendo honor a que las mejores esencias vienen a veces en pequeños frascos, este país enamora a quienes lo visitan. Una bicicleta y los ojos bien abiertos bastan para fundirse con una cultura que tiene la suerte de ser muy diferente, especial. Un país de postal que engancha. Una vez que llegas ya estás pensando en cuando tendrás la oportunidad de volver.
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