Twitter y los Oscar en streaming
Texto por Adri V. Barbón
En los Premios Oscar de 2019, Spike Lee hizo un discurso. Se premió a una película en blanco negro. La mejor película, basada en hechos reales, trataba sobre la discriminación racial. La mejor canción fue un dueto. El mejor actor lo fue en un biopic y la mejor actriz recogió el único premio de los nueve a los que optaba su película.
¡Joder! ¡Vaya párrafo! ¡Qué tostón! Como crónica es exacta, pero interés, lo que es interés, pues no tiene. Qué interés puede tener un relato exacto en plena posverdad. Qué mínimo interés ahora que todos podemos opinar siguiendo la realidad en streaming. Opinar sobre lo que sucede mientras sucede. Opinar sobre lo que aún no ha sucedido: su próximo estreno será una mierda; su siguiente disco será un asco; su última novela será la sombra de las primeras.
¡Ah! Dios nos ha dado tantos sitios donde decir lo que queramos cuando queramos viendo que eso era bueno, que se olvidó de quitarnos la necesidad de que nuestra opinión prevalezca a toda costa. Y esto de opinar, en principio, también es bueno, salvo por las ocasionales ofensas que no perdonan los que nos ofenden.
Así, en los Oscar de 2019 pasó de verdad todo eso, pero en realidad basta un paseo breve por Twitter y sucedáneos para entender que lo que ha pasado es que han dado un premio a un negro por evitar la pataleta; la mejor película lo es por politiqueo, igual que lo de los mexicanos por fastidiar al presidente. La del dueto ni cantar sabe y el mejor actor lo es por contentar al colectivo ese que desfila orgulloso. Incluso el premio a mejor actriz se entrega por la imposición feminazi del #MeToo.
¡Ahora sí! ¡Qué bien me he quedado! Creo que ha faltado denunciar comunistas, pero bastante completito, porque, bueno, esto del cine es solo cine y no tengo por qué acreditar más conocimiento que mi opinión, meditada o no. Respétala o te bloqueo, trol. No hace falta más. Y así con todo. Con todo lo que tenga que ver con las humanidades, quiero decir. Ya saben: un juicio mediático, cualquier cosa que apruebe un consejo de ministros, la gala de los Goya… En 2016, la Academia Sueca dijo de Bob Dylan que supo crear nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense. Le dieron el Premio Nobel de Literatura. Pero qué sabrá esa gente. Mejor nos afilamos los colmillos y los dedos delante del teclado para poner las cosas en su sitio. Y el sitio de las cosas coincide con el mío.
What a wonderful world… wide! Te quedaste corto, Louis Armstrong. Porque no es que el mundo sea maravilloso por sí mismo; lo maravilloso es que puedo seguir cualquier evento alrededor del mundo para decirle a todo el mundo que todo el mundo se equivoca. Al momento. Desde la barra de bar de mi teclado. Sujétenme el cubata: eso lo pinta mi sobrina; esa película está sobrevalorada; ese libro es una mierda; lo de ARCO es una vergüenza. Podría seguir todo el día. Y puedo decir esto porque es mi ordenador; es mi Twitter; es mi cubata. Es mi opinión.
¿Imaginan esto mismo con la ingeniería o las matemáticas? Volvamos a los Premios Nobel, que también se pueden seguir en streaming. Hace unos meses ganaron el de Química Frances H. Arnold (Frances es una mujer. Lo aclaro porque hace no mucho tuve que convencer, móvil en mano, a un incrédulo de que Harper Lee no era un tío), George P. Smith y Sir Gregory P. Winter por usar los principios de la evolución para desarrollar proteínas y anticuerpos para curar enfermedades y desarrollar sustancias químicas, como biocombustibles o fármacos, de una forma más limpia y eficiente. Yo no sé muy bien qué quiere decir esto, pero ya ves. ¡Pam! Premio Nobel. De química, nada menos. Por copiar los principios de la evolución. Los principios de la evolución ya estaban ahí. Solo hubo que fijarse y copiarlos. ¿Qué merito tiene eso? Copiar. Lo puede hacer mi sobrina. Tiene cuatro años. Lo hace a todas horas y luego rellena lo copiado sin salirse. ¿Es tan difícil? Lo dudo. Y, además, ¿qué biocombustible? Porque si es biodiesel… el biodiesel es una chufla. Mejor bioetanol. Mucho mejor. Esto es así. De siempre. Lo sabe cualquiera. ¡Uf! Mejor paro porque a mí esto es que me enerva. Bueno, eso y que empieza a cansarme el eco de las teclas en esta sala vacía. ¡Qué solo estoy! Creo que me voy a servir otra copa.
¡Joder! ¡Vaya párrafo! ¡Qué tostón! Como crónica es exacta, pero interés, lo que es interés, pues no tiene. Qué interés puede tener un relato exacto en plena posverdad. Qué mínimo interés ahora que todos podemos opinar siguiendo la realidad en streaming. Opinar sobre lo que sucede mientras sucede. Opinar sobre lo que aún no ha sucedido: su próximo estreno será una mierda; su siguiente disco será un asco; su última novela será la sombra de las primeras.
¡Ah! Dios nos ha dado tantos sitios donde decir lo que queramos cuando queramos viendo que eso era bueno, que se olvidó de quitarnos la necesidad de que nuestra opinión prevalezca a toda costa. Y esto de opinar, en principio, también es bueno, salvo por las ocasionales ofensas que no perdonan los que nos ofenden.
Así, en los Oscar de 2019 pasó de verdad todo eso, pero en realidad basta un paseo breve por Twitter y sucedáneos para entender que lo que ha pasado es que han dado un premio a un negro por evitar la pataleta; la mejor película lo es por politiqueo, igual que lo de los mexicanos por fastidiar al presidente. La del dueto ni cantar sabe y el mejor actor lo es por contentar al colectivo ese que desfila orgulloso. Incluso el premio a mejor actriz se entrega por la imposición feminazi del #MeToo.
¡Ahora sí! ¡Qué bien me he quedado! Creo que ha faltado denunciar comunistas, pero bastante completito, porque, bueno, esto del cine es solo cine y no tengo por qué acreditar más conocimiento que mi opinión, meditada o no. Respétala o te bloqueo, trol. No hace falta más. Y así con todo. Con todo lo que tenga que ver con las humanidades, quiero decir. Ya saben: un juicio mediático, cualquier cosa que apruebe un consejo de ministros, la gala de los Goya… En 2016, la Academia Sueca dijo de Bob Dylan que supo crear nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense. Le dieron el Premio Nobel de Literatura. Pero qué sabrá esa gente. Mejor nos afilamos los colmillos y los dedos delante del teclado para poner las cosas en su sitio. Y el sitio de las cosas coincide con el mío.
What a wonderful world… wide! Te quedaste corto, Louis Armstrong. Porque no es que el mundo sea maravilloso por sí mismo; lo maravilloso es que puedo seguir cualquier evento alrededor del mundo para decirle a todo el mundo que todo el mundo se equivoca. Al momento. Desde la barra de bar de mi teclado. Sujétenme el cubata: eso lo pinta mi sobrina; esa película está sobrevalorada; ese libro es una mierda; lo de ARCO es una vergüenza. Podría seguir todo el día. Y puedo decir esto porque es mi ordenador; es mi Twitter; es mi cubata. Es mi opinión.
¿Imaginan esto mismo con la ingeniería o las matemáticas? Volvamos a los Premios Nobel, que también se pueden seguir en streaming. Hace unos meses ganaron el de Química Frances H. Arnold (Frances es una mujer. Lo aclaro porque hace no mucho tuve que convencer, móvil en mano, a un incrédulo de que Harper Lee no era un tío), George P. Smith y Sir Gregory P. Winter por usar los principios de la evolución para desarrollar proteínas y anticuerpos para curar enfermedades y desarrollar sustancias químicas, como biocombustibles o fármacos, de una forma más limpia y eficiente. Yo no sé muy bien qué quiere decir esto, pero ya ves. ¡Pam! Premio Nobel. De química, nada menos. Por copiar los principios de la evolución. Los principios de la evolución ya estaban ahí. Solo hubo que fijarse y copiarlos. ¿Qué merito tiene eso? Copiar. Lo puede hacer mi sobrina. Tiene cuatro años. Lo hace a todas horas y luego rellena lo copiado sin salirse. ¿Es tan difícil? Lo dudo. Y, además, ¿qué biocombustible? Porque si es biodiesel… el biodiesel es una chufla. Mejor bioetanol. Mucho mejor. Esto es así. De siempre. Lo sabe cualquiera. ¡Uf! Mejor paro porque a mí esto es que me enerva. Bueno, eso y que empieza a cansarme el eco de las teclas en esta sala vacía. ¡Qué solo estoy! Creo que me voy a servir otra copa.
Publicado el 6 de marzo de 2019