Titanic de papel
Por Gabi Barton. Artículo publicado en el número 1 (marzo 2014).
Mi amigo el kiosquero ha comprado el local contiguo a su tienda. Ha empezado a vender panes, a servir cafés y a ofrecer pasteles y cruasanes. Ha aplicado las normas más básicas del Darwinismo. Renovarse o morir es su leitmotiv. Desde hace unos meses, ofrece recargas para autobús, móvil o cualquier servicio susceptible de ser recargado. Vende tarjetas sim para móviles y tablets con megas de internet y un sinfín de items relacionados con el auge de las nuevas tecnologías. No se me había ocurrido preguntarle por la ampliación de su negocio, pero esta semana, con tiempo, le "entré" sibilinamente. "Qué, lo siguiente ¿qué va a ser? ¿Comprar la carnicería contigua y vender zapatillas de deporte?". Me contestó con una mirada estoica y se explicó.
"La deriva en la venta de periódicos es tan grande que de no acometer la ampliación, me quedo en el paro en menos que canta un gallo. He tenido que realizar la inversión porque no se puede remar contracorriente a perpetuidad. He perdido clientes de toda la vida que, casi disculpándose, se despedían excusándose. Y la excusa era de lo más razonable: 'Es que pago una conexión de internet que me cuesta 30 euros al mes, 300 euros al año, la mitad de lo que pago por un solo periódico. Y con la conexión, accedo a todas las publicaciones, no solo de Euskadi o España, sino del resto del mundo. Y con lo que me ahorro, me he comprado un Ipad'´. Y lo que no me cuentan es que, ahora, para leer el periódico, no necesitan salir de casa y bajar a la calle cuando llueve o hace frío. Llevan la información en el bolsillo. Actualizada, gratuita y diversa".
El kiosquero, a quien yo tampoco compro periódicos -al habla, un periodista-, está tranquilo. Ha sabido interpretar las grietas del Titanic y, antes de morir como Leonardo di Caprio, con el culo pelado de frío, ha preferido lanzarse a la aventura y los beneficios de su mente preclara no se han hecho esperar.
Me hizo gracia porque precisamente, los causantes directos de la reforma del kiosco de mi barrio, es decir, los periódicos impresos, representan el espíritu contrario a mi amigo el vendedor de prensa. "¿Ampliar el ‘local’, ahora que la actividad del mismo no reporta beneficios? ¿Ahora que el Titanic empieza a tomar una posición sospechosamente vertical? Ni hablar, seguimos igual, como los violinistas del famoso trasatlántico. Hasta el final, hasta la muerte… pero sin la dignidad de aquellos músicos". ¿Notáis algún cambio en los periódicos en paralelo al auge de internet? Porque siguen igual, vendiendo el mismo papel, las mismas mentiras, haciendo como que compiten contra el tsunami de internet con un resultado catastrófico, cobrando casi 600 euros al año por un producto obsoleto desde el minuto uno y prescindible si uno dispone de una conexión a internet.
En esas estamos. 2013 ha vuelto a ser un año aciago para la prensa escrita. Nadie en su sano juicio invierte en publicidad en estos medios impresos. Porque el público que compra este producto está fuera del "target" -objetivo- de comerciantes, publicistas, etcétera. Es un público de edad muy elevada. Paralelamente, cada vez surgen publicaciones gratuitas de mayor calidad en internet. Twitter es ya algo más que un fenómeno social que acerca noticias y opiniones de manera instantánea y gratuita en tu móvil, ordenador o Ipad. Twitter, en realidad, es mucho más que todo eso. Y la solución de los directores de periódicos, ahogados por sus deudas financieras, es arrodillarse al poder. Refinanciar deudas, pan duro para hoy y hambre para mañana, a cambio de traicionar uno de los principios básicos del periodismo, ejercer de contrapeso del poder.
Hemos llegado a un momento en el que un vendedor de periódicos tiene una visión empresarial más aguda que la del director de un medio. Quizás lo tenía más fácil: "Si dejo de vender manzanas, voy a ofrecer naranjas y peras a ver qué tal". Pero, para tristeza -o ya ni eso- de los que un día nos dedicamos a contar historias en un periódico, los que mandan en medios impresos no dan pie con bola. Han pasado de ser monopolio de la información a ser uno más -o uno menos- en su ámbito de acción. A tecnología no pueden competir porque no saben competir a tecnología. A inmediatez tampoco pueden competir, porque cuentan las noticias del ayer. Pero ayer es pasado lejano en los tiempos que corren. ¿Para qué coño quiero saber que ayer Ucrania firmó una tregua si hoy ha empezado la guerra civil? ¿Para qué coño me cuentas cómo se espera que sea el partido de hace dos horas, si lo que quiero es ver los goles de un partido que ya se ha jugado? Pero es que además, Internet ha ayudado a desenmascarar las mentiras, los sesgos, las vergüenzas tapadas en el pasado reciente. Y a libertad, tampoco puede competir un periódico tradicional, porque ahora -como antes, pero con más énfasis- son esclavos de quien les refinancia la deuda. De quien inserta publicidad institucional en sus páginas. A medida que la gente se da cuenta de que un periódico por el que pagan 550 euros al año escribe al dictado, manipula y publica sin contrastar, se repite la misma escena. Primero, un "no me llaméis estúpido". Y segundo, una excusa al kiosquero del barrio. "Es que con mi conexión a internet, puedo leer mucho más por mucho menos".
Al menos, los kiosqueros más agudos han encontrado una salida de emergencia. Los pobres periodistas -no los amanuenses y pelotas, sino los que de verdad creen en lo que hacen, los que se encuentran entre la espada y la pared-, todavía a sueldo de un medio que desangra… esos lo tienen más difícil.
"La deriva en la venta de periódicos es tan grande que de no acometer la ampliación, me quedo en el paro en menos que canta un gallo. He tenido que realizar la inversión porque no se puede remar contracorriente a perpetuidad. He perdido clientes de toda la vida que, casi disculpándose, se despedían excusándose. Y la excusa era de lo más razonable: 'Es que pago una conexión de internet que me cuesta 30 euros al mes, 300 euros al año, la mitad de lo que pago por un solo periódico. Y con la conexión, accedo a todas las publicaciones, no solo de Euskadi o España, sino del resto del mundo. Y con lo que me ahorro, me he comprado un Ipad'´. Y lo que no me cuentan es que, ahora, para leer el periódico, no necesitan salir de casa y bajar a la calle cuando llueve o hace frío. Llevan la información en el bolsillo. Actualizada, gratuita y diversa".
El kiosquero, a quien yo tampoco compro periódicos -al habla, un periodista-, está tranquilo. Ha sabido interpretar las grietas del Titanic y, antes de morir como Leonardo di Caprio, con el culo pelado de frío, ha preferido lanzarse a la aventura y los beneficios de su mente preclara no se han hecho esperar.
Me hizo gracia porque precisamente, los causantes directos de la reforma del kiosco de mi barrio, es decir, los periódicos impresos, representan el espíritu contrario a mi amigo el vendedor de prensa. "¿Ampliar el ‘local’, ahora que la actividad del mismo no reporta beneficios? ¿Ahora que el Titanic empieza a tomar una posición sospechosamente vertical? Ni hablar, seguimos igual, como los violinistas del famoso trasatlántico. Hasta el final, hasta la muerte… pero sin la dignidad de aquellos músicos". ¿Notáis algún cambio en los periódicos en paralelo al auge de internet? Porque siguen igual, vendiendo el mismo papel, las mismas mentiras, haciendo como que compiten contra el tsunami de internet con un resultado catastrófico, cobrando casi 600 euros al año por un producto obsoleto desde el minuto uno y prescindible si uno dispone de una conexión a internet.
En esas estamos. 2013 ha vuelto a ser un año aciago para la prensa escrita. Nadie en su sano juicio invierte en publicidad en estos medios impresos. Porque el público que compra este producto está fuera del "target" -objetivo- de comerciantes, publicistas, etcétera. Es un público de edad muy elevada. Paralelamente, cada vez surgen publicaciones gratuitas de mayor calidad en internet. Twitter es ya algo más que un fenómeno social que acerca noticias y opiniones de manera instantánea y gratuita en tu móvil, ordenador o Ipad. Twitter, en realidad, es mucho más que todo eso. Y la solución de los directores de periódicos, ahogados por sus deudas financieras, es arrodillarse al poder. Refinanciar deudas, pan duro para hoy y hambre para mañana, a cambio de traicionar uno de los principios básicos del periodismo, ejercer de contrapeso del poder.
Hemos llegado a un momento en el que un vendedor de periódicos tiene una visión empresarial más aguda que la del director de un medio. Quizás lo tenía más fácil: "Si dejo de vender manzanas, voy a ofrecer naranjas y peras a ver qué tal". Pero, para tristeza -o ya ni eso- de los que un día nos dedicamos a contar historias en un periódico, los que mandan en medios impresos no dan pie con bola. Han pasado de ser monopolio de la información a ser uno más -o uno menos- en su ámbito de acción. A tecnología no pueden competir porque no saben competir a tecnología. A inmediatez tampoco pueden competir, porque cuentan las noticias del ayer. Pero ayer es pasado lejano en los tiempos que corren. ¿Para qué coño quiero saber que ayer Ucrania firmó una tregua si hoy ha empezado la guerra civil? ¿Para qué coño me cuentas cómo se espera que sea el partido de hace dos horas, si lo que quiero es ver los goles de un partido que ya se ha jugado? Pero es que además, Internet ha ayudado a desenmascarar las mentiras, los sesgos, las vergüenzas tapadas en el pasado reciente. Y a libertad, tampoco puede competir un periódico tradicional, porque ahora -como antes, pero con más énfasis- son esclavos de quien les refinancia la deuda. De quien inserta publicidad institucional en sus páginas. A medida que la gente se da cuenta de que un periódico por el que pagan 550 euros al año escribe al dictado, manipula y publica sin contrastar, se repite la misma escena. Primero, un "no me llaméis estúpido". Y segundo, una excusa al kiosquero del barrio. "Es que con mi conexión a internet, puedo leer mucho más por mucho menos".
Al menos, los kiosqueros más agudos han encontrado una salida de emergencia. Los pobres periodistas -no los amanuenses y pelotas, sino los que de verdad creen en lo que hacen, los que se encuentran entre la espada y la pared-, todavía a sueldo de un medio que desangra… esos lo tienen más difícil.