Sudán del Sur: demasiado al sur
Por Ivan Castillo Otero. Artículo publicado en el número 1 (marzo 2014)
Rojo, verde, negro, azul, blanco y amarillo son los colores de la bandera de Sudán del Sur, el país más joven del mundo y el que menos tiempo ha tardado en conocer una guerra civil. La excusa: una lucha de tribus con el trasfondo del petróleo. Mientras algunos han decidido dar el salto desde occidente al continente africano para ayudar, el resto del planeta mira hacia otro lado.
"El 15 de diciembre estallaba una especie de golde de estado que fue convirtiéndose en una batalla tribal entre las dos etnias principales: Dinka y Nuer”. Estas fueron las primeras noticias que me llegaron desde dentro de Sudán del Sur, unas líneas en un correo electrónico de uno de los muchos hombres y mujeres que intentan cooperar para que el país africano de reciente formación sea un lugar habitable. Estos conflictos entre etnias y la lucha por el petróleo hacen que el país sea un lugar ingobernable. Los primeros días posteriores al golpe de estado citado anteriormente se saldaron con 500 muertos y 16.000 personas tocando a las puertas de los campamentos de las Naciones Unidas.
La República de Sudán del Sur limita con Sudán al norte, Etiopía al este, Kenia, Uganda y la República Democrática del Congo al sur y con la República Centroafricana al oeste. Es un estado soberano desde el 9 de julio de 2011, el más joven del mundo. El actual presidente es de la etnia Dinka y controla la mayor parte del ejército. Su fuerza militar la expresa con mayor crudeza en las zonas de sus enemigos Nuer, que se sitúan en los estados de Junqali (en inglés Jonglei), Unidad (Unity) y Alto Nilo (Upper Nile). Estos estados, situados en la mitad derecha, son los que más petróleo tienen. Allí combaten los soldados del presidente a los que el Gobierno ya ha bautizado como “rebeldes”.
Las diferentes organizaciones que se encuentran sobre el terreno van levantando y evacuando campamentos (de emergencia nutricional, atención primaria, etc.) a la par que tratan de evitar la violencia. También hay algún periodista, pero se pueden contar con los dedos de una mano. Las noticias que llegan son incompletas por la dificultad que entraña estar allí. Siendo sinceros, otro factor que altera la llegada de noticias completas es que África para muchos sigue siendo ese continente de ahí abajo que solo molesta cuando asoman la cabeza en nuestras fronteras del llamado primer mundo.
En una de mis primeras comunicaciones con personas que trabajan en Sudán del Sur, una frase me ponía los pelos de punta a la par que me sacaba una pequeña sonrisa: “ayer fuimos informados de que hay tiros cerca de Juba, la capital, pero aquí tiran más de machete”. Supongo que cuando se está veinticuatro horas con esa tensión, se termina por desarrollar un humor algo negro pero comprensible.
Dentro de este país sin ley, todos los que están realizando tareas humanitarias no son objetivos de ninguno de los bandos. Naciones Unidas tiene tropas desplegadas por diferentes partes de Sudán del Sur, e incluso la sombra de los marines estadounidenses planea sobre el terreno (Estados Unidos envió a 150 en fechas navideñas). Alguna ONG ha sufrido robos de material; saqueos a punta de kaláshnikov sin daños personales.
Este conflicto encasquillado ve falsos claros cada equis tiempo en forma de alto el fuego, pero “no son muy de fiar”, en palabras de los que están allí intentando hacer un poco más fácil la vida. A esta nación que aún no ha hecho la comunión le ha tocado estar demasiado al sur de las miradas de esta primera categoría del territorio habitable del globo. Sirvan estas líneas como un pequeño zoom en la barbarie que le está tocando vivir al pueblo sursudanés.
"El 15 de diciembre estallaba una especie de golde de estado que fue convirtiéndose en una batalla tribal entre las dos etnias principales: Dinka y Nuer”. Estas fueron las primeras noticias que me llegaron desde dentro de Sudán del Sur, unas líneas en un correo electrónico de uno de los muchos hombres y mujeres que intentan cooperar para que el país africano de reciente formación sea un lugar habitable. Estos conflictos entre etnias y la lucha por el petróleo hacen que el país sea un lugar ingobernable. Los primeros días posteriores al golpe de estado citado anteriormente se saldaron con 500 muertos y 16.000 personas tocando a las puertas de los campamentos de las Naciones Unidas.
La República de Sudán del Sur limita con Sudán al norte, Etiopía al este, Kenia, Uganda y la República Democrática del Congo al sur y con la República Centroafricana al oeste. Es un estado soberano desde el 9 de julio de 2011, el más joven del mundo. El actual presidente es de la etnia Dinka y controla la mayor parte del ejército. Su fuerza militar la expresa con mayor crudeza en las zonas de sus enemigos Nuer, que se sitúan en los estados de Junqali (en inglés Jonglei), Unidad (Unity) y Alto Nilo (Upper Nile). Estos estados, situados en la mitad derecha, son los que más petróleo tienen. Allí combaten los soldados del presidente a los que el Gobierno ya ha bautizado como “rebeldes”.
Las diferentes organizaciones que se encuentran sobre el terreno van levantando y evacuando campamentos (de emergencia nutricional, atención primaria, etc.) a la par que tratan de evitar la violencia. También hay algún periodista, pero se pueden contar con los dedos de una mano. Las noticias que llegan son incompletas por la dificultad que entraña estar allí. Siendo sinceros, otro factor que altera la llegada de noticias completas es que África para muchos sigue siendo ese continente de ahí abajo que solo molesta cuando asoman la cabeza en nuestras fronteras del llamado primer mundo.
En una de mis primeras comunicaciones con personas que trabajan en Sudán del Sur, una frase me ponía los pelos de punta a la par que me sacaba una pequeña sonrisa: “ayer fuimos informados de que hay tiros cerca de Juba, la capital, pero aquí tiran más de machete”. Supongo que cuando se está veinticuatro horas con esa tensión, se termina por desarrollar un humor algo negro pero comprensible.
Dentro de este país sin ley, todos los que están realizando tareas humanitarias no son objetivos de ninguno de los bandos. Naciones Unidas tiene tropas desplegadas por diferentes partes de Sudán del Sur, e incluso la sombra de los marines estadounidenses planea sobre el terreno (Estados Unidos envió a 150 en fechas navideñas). Alguna ONG ha sufrido robos de material; saqueos a punta de kaláshnikov sin daños personales.
Este conflicto encasquillado ve falsos claros cada equis tiempo en forma de alto el fuego, pero “no son muy de fiar”, en palabras de los que están allí intentando hacer un poco más fácil la vida. A esta nación que aún no ha hecho la comunión le ha tocado estar demasiado al sur de las miradas de esta primera categoría del territorio habitable del globo. Sirvan estas líneas como un pequeño zoom en la barbarie que le está tocando vivir al pueblo sursudanés.