Él, lleno de razón, sostiene que el beso no consentido (no lo digo yo, lo dice la víctima) de Luis Rubiales a Jenni Hermoso fue fruto de la emoción del momento. Ella, con mayor cordura, le recuerda que ganar una Copa del Mundo no justifica un abuso de poder de ese calado y que no hay que olvidar que, por si fuera poco, es su jefe. Él, probablemente amante del "ya no se puede decir nada" y "cada día hay menos libertad", comenta que hace unos años no habría pasado nada. Ella, una vez más aportando cordura, le responde que este tipo de actitudes tampoco estaban bien en el pasado. Intento seguir el hilo de la conversación, pero nos traen nuestras consumiciones y lo pierdo.
Al poco, veo que piden la cuenta y, desde nuestra mesa, los pierdo de vista por el paseo marítimo. Caminan ella y él, que no tendrán más de 45 o 50 años, con ropa ligera y paso relajado. Junto a ellos, en bañador y vistiendo camiseta clara, el menor, que en septiembre estará, como mucho, en alguno de los cursos del ecuador de la primaria. Mi reflexión urgente sobre esta escena gira sobre qué ejemplo está encontrando en su figura (aparentemente) paterna, con el peso que aún hoy en día tiene para un chico. Espero, desde luego, que escuche con mayor atención a su (aparentemente) madre. Por su bien, por el de los demás y, sobre todo, por el de ellas.