Reivindicaciones en los Goya o el perro del hortelano
Por Eider Burgos. Ilustración por Carla Faginas Cerezo. Artículo publicado en el número 1 (marzo 2014).
Un año más, los Goya. La gala por excelencia del cine español. La alfombra roja, la mejor vestida, la peor, un maestro de ceremonias chistoso, desafortunados numeritos musicales, discursos que se alargan más de lo debido, premios merecidos, otros que no lo son tanto... y cada vez más reivindicaciones políticas. Este año, el tema del aborto, los recortes, el IVA cultural y otras cuestiones similares gozaron de su minuto de gloria en el atril del hotel Auditorium de Madrid.
Y una año más, la misma cuestión: ¿Es lícito que alguien que viste un look valorado en miles de euros se posicione con el pueblo llano? Pues aquí una que dice: por supuesto que sí. Entre otras cosas, porque este argumento suele ser incierto.
Un día después de la gala, Marian Álvarez, quien obtuvo su primer cabezón por su papel protagónico en La Herida, fue preguntada por este motivo en una entrevista con El Correo. “Nos critican porque reivindicamos cosas, no saben que este vestido y las joyas que llevo las tengo que devolver. Soy como los que están ahí fuera protestando, paso por los mismos problemas. Lo que quiero para mí es lo que quiero para todos: trabajar”, contestó rotunda. “Tengo un Goya en la mano, pero no sé si mañana voy a poder pagar mi casa”. Y Marian no es la única -¿alguien recuerda aún a Candela Peña?-.
David Trueba, ganador de seis goyas por Vivir es fácil con los ojos cerrados, también se pronunció al respecto en el mismo medio. “Tendríamos que tener una relación más personal con la sociedad. En la alfombra roja de los Goya había varias manifestaciones. ¿Qué querían? Un minuto de radio o de televisión. Cualquier actor que se parara lo celebraban y jaleaban. ¿Tú crees que lo hacemos para progresar en nuestra profesión? ¿Crees que se me ha perdido algo con la gente de los desahucios o la Coca Cola? Lo haces porque crees que es una obligación moral”, aseguró el director.
Y Javier Cámara, quien se llevó el premio al mejor actor, tampoco pudo callarse. “El 70% de los actores de este país no trabaja, no hay otro sector con mayor cuota de paro. No son ganas de reivindicar, es que no puedes olvidarte de que las cosas están mal”, explicó.
En nuestra mano está creerles o no. Tomar como verdad sus palabras o pensar que se trata de una estrategia de imagen en busca de una mejor reputación. Pero admitámoslo: No conocemos a estas personas. No sabemos qué hay detrás de la capa de chapa y pintura de lujo. Si cobran mucho o si cobran poco. O si pierden más con lo que invierten en rodar en una película que de lo que ganan al estrenarla. Y parece que lo que muchos no saben -o se niegan a reconocer- es que el cine español no es Hollywood, ni goza de los mismos sueldos ni de las mismas ayudas.
Todo esto no quiere decir que todos los actores sean unos mártires. Alguno habrá al que le importe un comino lo que sucede en España y viva a gustito tanto con 21% de IVA cultural o sin él. Pero, ¿debe el resto de la comunidad cinematográfica pagar el mal de unos pocos? Generalizar es algo muy feo, tanto de un lado como de otro.
Y, sinceramente, dudo de que cobrar el salario mínimo interprofesional y defender el derecho a decidir sobre el cuerpo de una deba ir de la mano. Seguro que algunas que cobran un poquito más también opinarán que la elección de ser madre recae en última instancia sobre la mujer en sí -aunque ellas puedan coger en cualquier momento un vuelo a Londres y poner solución al asunto en la mejor clínica privada-. Hablo del tema del aborto, por poner un ejemplo. ¿Acaso alguien con un sueldo mayor que el resto pierde automáticamente el derecho de pedir una sanidad pública decente? ¿O de exigir que cesen los recortes? ¿O de decir no a la guerra? ¿Aunque ese dinero lo haya obtenido a costa de su trabajo?
A Javier Bardem ni lo mencionemos. El baluarte de la polémica edición tras edición. Como decía el periodista Juan Cruz en un artículo tras la gala de los Goya 2012 en su blog de El País, “este disgusto español por lo que hace o dice otro que no te gusta es una costumbre peligrosa para la convivencia de las ideas e incluso para la convivencia de los gustos”. Y se explicaba: “Lo que sucede con Bardem, otra vez, es un rasgo común en políticos y en columnistas que reaccionan con violencia verbal a cualquier gesto del actor, como si éste tuviera el don de irritarlos con su mera existencia”. Dos años más tarde, parece que las cosas no han cambiado -y no es que la que escribe estas líneas sea una fan del marido de Penélope Cruz-.
Pero ahora, cambiemos de bando, al de los manifestantes. A las puertas del hotel donde se celebró la gala de 2014, se reunió un grupo de trabajadores de Coca Cola que protestaba por el ERE en la empresa que echará a la calle a 1.250 personas y procederá al cierre de cuatro fábricas en España. Juan Carlos Asenjo, portavoz de CC.OO., señaló que el objetivo de la protesta no era interrumpir la fiesta, si no "pedir la solidaridad" de actores y directores para combatir "a las multinacionales que solo apuestan por la precariedad laboral”. Y lo consiguieron. Pilar Bardem, Fernando Trueba, Inma Cuesta y Antonio de la Torre fueron algunos de los que se acercaron a la valla que separaba la alfombra de los afectados por la empresa de refrescos. Hablaron con ellos -lo que el equipo de seguridad les permitió- y se llevaron pegatinas que lucieron luego en el photocall.
Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Desea el ciudadano el poder de difusión que puede aportar un famoso, o le asquea su hipocresía? O mejor, ¿qué se hubiera escrito en Twitter si no hubiera habido ni una sola crítica a la gestión del gobierno en toda la noche de los Goya? Seguramente, que nuestros autores cinematográficos viven en una nube -de oro, por supuesto-, por encima del bien y del mal, ajenos a lo que ocurre en la tierra. De lo que nos ocurre a nosotros, pobres mortales para ellos. Esto me recuerda al perro del hortelano: Ni comen, ni les dejan comer.
Parece que la cuestión es quejarse. Ellos y nosotros.
Y una año más, la misma cuestión: ¿Es lícito que alguien que viste un look valorado en miles de euros se posicione con el pueblo llano? Pues aquí una que dice: por supuesto que sí. Entre otras cosas, porque este argumento suele ser incierto.
Un día después de la gala, Marian Álvarez, quien obtuvo su primer cabezón por su papel protagónico en La Herida, fue preguntada por este motivo en una entrevista con El Correo. “Nos critican porque reivindicamos cosas, no saben que este vestido y las joyas que llevo las tengo que devolver. Soy como los que están ahí fuera protestando, paso por los mismos problemas. Lo que quiero para mí es lo que quiero para todos: trabajar”, contestó rotunda. “Tengo un Goya en la mano, pero no sé si mañana voy a poder pagar mi casa”. Y Marian no es la única -¿alguien recuerda aún a Candela Peña?-.
David Trueba, ganador de seis goyas por Vivir es fácil con los ojos cerrados, también se pronunció al respecto en el mismo medio. “Tendríamos que tener una relación más personal con la sociedad. En la alfombra roja de los Goya había varias manifestaciones. ¿Qué querían? Un minuto de radio o de televisión. Cualquier actor que se parara lo celebraban y jaleaban. ¿Tú crees que lo hacemos para progresar en nuestra profesión? ¿Crees que se me ha perdido algo con la gente de los desahucios o la Coca Cola? Lo haces porque crees que es una obligación moral”, aseguró el director.
Y Javier Cámara, quien se llevó el premio al mejor actor, tampoco pudo callarse. “El 70% de los actores de este país no trabaja, no hay otro sector con mayor cuota de paro. No son ganas de reivindicar, es que no puedes olvidarte de que las cosas están mal”, explicó.
En nuestra mano está creerles o no. Tomar como verdad sus palabras o pensar que se trata de una estrategia de imagen en busca de una mejor reputación. Pero admitámoslo: No conocemos a estas personas. No sabemos qué hay detrás de la capa de chapa y pintura de lujo. Si cobran mucho o si cobran poco. O si pierden más con lo que invierten en rodar en una película que de lo que ganan al estrenarla. Y parece que lo que muchos no saben -o se niegan a reconocer- es que el cine español no es Hollywood, ni goza de los mismos sueldos ni de las mismas ayudas.
Todo esto no quiere decir que todos los actores sean unos mártires. Alguno habrá al que le importe un comino lo que sucede en España y viva a gustito tanto con 21% de IVA cultural o sin él. Pero, ¿debe el resto de la comunidad cinematográfica pagar el mal de unos pocos? Generalizar es algo muy feo, tanto de un lado como de otro.
Y, sinceramente, dudo de que cobrar el salario mínimo interprofesional y defender el derecho a decidir sobre el cuerpo de una deba ir de la mano. Seguro que algunas que cobran un poquito más también opinarán que la elección de ser madre recae en última instancia sobre la mujer en sí -aunque ellas puedan coger en cualquier momento un vuelo a Londres y poner solución al asunto en la mejor clínica privada-. Hablo del tema del aborto, por poner un ejemplo. ¿Acaso alguien con un sueldo mayor que el resto pierde automáticamente el derecho de pedir una sanidad pública decente? ¿O de exigir que cesen los recortes? ¿O de decir no a la guerra? ¿Aunque ese dinero lo haya obtenido a costa de su trabajo?
A Javier Bardem ni lo mencionemos. El baluarte de la polémica edición tras edición. Como decía el periodista Juan Cruz en un artículo tras la gala de los Goya 2012 en su blog de El País, “este disgusto español por lo que hace o dice otro que no te gusta es una costumbre peligrosa para la convivencia de las ideas e incluso para la convivencia de los gustos”. Y se explicaba: “Lo que sucede con Bardem, otra vez, es un rasgo común en políticos y en columnistas que reaccionan con violencia verbal a cualquier gesto del actor, como si éste tuviera el don de irritarlos con su mera existencia”. Dos años más tarde, parece que las cosas no han cambiado -y no es que la que escribe estas líneas sea una fan del marido de Penélope Cruz-.
Pero ahora, cambiemos de bando, al de los manifestantes. A las puertas del hotel donde se celebró la gala de 2014, se reunió un grupo de trabajadores de Coca Cola que protestaba por el ERE en la empresa que echará a la calle a 1.250 personas y procederá al cierre de cuatro fábricas en España. Juan Carlos Asenjo, portavoz de CC.OO., señaló que el objetivo de la protesta no era interrumpir la fiesta, si no "pedir la solidaridad" de actores y directores para combatir "a las multinacionales que solo apuestan por la precariedad laboral”. Y lo consiguieron. Pilar Bardem, Fernando Trueba, Inma Cuesta y Antonio de la Torre fueron algunos de los que se acercaron a la valla que separaba la alfombra de los afectados por la empresa de refrescos. Hablaron con ellos -lo que el equipo de seguridad les permitió- y se llevaron pegatinas que lucieron luego en el photocall.
Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Desea el ciudadano el poder de difusión que puede aportar un famoso, o le asquea su hipocresía? O mejor, ¿qué se hubiera escrito en Twitter si no hubiera habido ni una sola crítica a la gestión del gobierno en toda la noche de los Goya? Seguramente, que nuestros autores cinematográficos viven en una nube -de oro, por supuesto-, por encima del bien y del mal, ajenos a lo que ocurre en la tierra. De lo que nos ocurre a nosotros, pobres mortales para ellos. Esto me recuerda al perro del hortelano: Ni comen, ni les dejan comer.
Parece que la cuestión es quejarse. Ellos y nosotros.