Paris s'éveille
Por Iván Castillo Otero. Publicado en el número 11 (diciembre 2018).
París me gusta. Creo que muchos podremos coincidir en que es una de las ciudades más bellas del mundo. Puede que yo, además, le tenga un cariño especial porque fue la primera capital que visité. Estuve en el corazón de Francia antes que, por ejemplo, en Madrid. Fue con nueve años y aluciné. Luego he vuelto en diferentes épocas de mi vida, porque a París hay que volver.
La última vez que estuve fue en julio de 2016. Los atentados del 13 de noviembre de 2015 estaban muy presentes, más de lo que yo pensaba antes de aterrizar. La excusa para ir era la llegada del Tour de Francia a la ciudad. Durante la carrera, cada vez que pasaba algún agente de policía cerca del vallado, la gente rompía en aplausos espontáneos. Cualquier ruido fuera de lo común (cuando, por ejemplo, alguien pisaba una botella de plástico vacía mal cerrada y el tapón salía volando) se generaba un incómodo clima momentáneo de angustia.
Durante una tarde libre, me di un paseo por algunos de los lugares marcados por aquella fatídica noche. Ir a donde suceden las cosas es un tic periodístico muy extendido. Lo hice con el mayor de los respetos. Me senté a tomar algo en la terraza de Le Carrillon y era evidente que no era el único curioso entre los parroquianos. Bataclan estaba aún cerrado. Si alguien no supiera que fue el lugar elegido por los terroristas para perpetrar la mayor de las matanzas de aquel ataque coordinado, podría pensar que tan solo estaba en obras. La plaza de la República, donde se celebraron diversas concentraciones y manifestaciones, estaba repleta de carteles de recuerdo, flores y fotografías de los asesinados.
Sé que desde esta parte de la Tierra somos bastante injustos con otros lugares que sufren más y peor este tipo de terrorismo. Les prestamos menos atención porque están más lejos. El factor de proximidad es clave; empatizamos antes con el vecino europeo que con otras personas con las que no compartimos ni continente. Las coberturas periodísticas tienden a ser mayores, y fruto de estas ha llegado a nuestras pantallas el documental de Netflix sobre aquellas horas trágicas. De primeras, es un tema que me interesa; lo que no sabía era que me iba a estremecer de aquella manera.
13 de noviembre: atentados en París no tiene narrador. Los que cuentan la historia son los que la vivieron: víctimas, familiares de los muertos, policías, sanitarios, etc. Son personas que salieron una noche de un viernes ordinario y que han quedado marcadas de por vida. Es desgarrador cómo relatan tanto el durante como las consecuencias que ha tenido esta experiencia para ellos. Nunca me he visto en una situación así y no he tenido que poner en funcionamiento mi instinto de supervivencia a esos niveles, pero con sus historias y el detalle con el que las cuentan logran que el espectador se ponga en situación. Hablan de lo que vieron, pero impresiona más si cabe cuando hablan de sus pensamientos y de sus sentimientos en aquel momento. Más de uno de los que estaban en Bataclan viendo a Eagles of Death Metal asegura que asumió con naturalidad que iba a morir. Algunos aún no se explicaban que hubieran podido salir de allí. Noventa de las 137 víctimas mortales de aquella cadena de atentados perecieron en esta sala de conciertos.
Aquel viernes de otoño estaba cenando solo en casa. Carla tenía una cena, de las primeras para celebrar la Navidad, creo que con compañeros de trabajo. Mi plan era ver una película, hasta que empecé a leer en las redes sociales que algo pasaba en París. Puse el 24 horas de TVE, a donde empezaban a llegar las primeras informaciones. Carla no llegó tarde, sobre la una o las dos de la madrugada, y me encontró clavado en el sofá. Venía sonriendo, pero recuerdo perfectamente cómo se le esfumó la alegría de inmediato al verme la cara. Me preguntó que qué me pasaba y le dije que se estaba produciendo el peor atentado de la historia de Europa. Me confundí, fue peor el de Madrid del 11 de marzo de 2004. Creo que mi voz debió sonar muy contundente. Se sentó a mi lado sin quitarse el abrigo para seguir las noticias.
Tiempo después, el 16 de febrero de 2016, Eagles of Death Metal actuaron en el mítico Olympia de París. Era el reencuentro con sus seguidores parisinos. A nivel internacional, el evento tuvo menos repercusión de la que merecía, pero la carga emocional del recital fue tremenda tanto para la banda como para el público. Todo quedó reflejado en un disco en directo que el grupo estadounidense editó al año siguiente. A modo de introducción, utilizaron la canción Il est cinq heures, Paris s'éveille, de Jacques Dutronc, un cantautor (y también actor) francés que me gusta especialmente y que forma parte de la cultura popular del país galo. No pudieron elegir mejor. Tras aquella noche de noviembre de hace ya tres años, París también se despertó.
La última vez que estuve fue en julio de 2016. Los atentados del 13 de noviembre de 2015 estaban muy presentes, más de lo que yo pensaba antes de aterrizar. La excusa para ir era la llegada del Tour de Francia a la ciudad. Durante la carrera, cada vez que pasaba algún agente de policía cerca del vallado, la gente rompía en aplausos espontáneos. Cualquier ruido fuera de lo común (cuando, por ejemplo, alguien pisaba una botella de plástico vacía mal cerrada y el tapón salía volando) se generaba un incómodo clima momentáneo de angustia.
Durante una tarde libre, me di un paseo por algunos de los lugares marcados por aquella fatídica noche. Ir a donde suceden las cosas es un tic periodístico muy extendido. Lo hice con el mayor de los respetos. Me senté a tomar algo en la terraza de Le Carrillon y era evidente que no era el único curioso entre los parroquianos. Bataclan estaba aún cerrado. Si alguien no supiera que fue el lugar elegido por los terroristas para perpetrar la mayor de las matanzas de aquel ataque coordinado, podría pensar que tan solo estaba en obras. La plaza de la República, donde se celebraron diversas concentraciones y manifestaciones, estaba repleta de carteles de recuerdo, flores y fotografías de los asesinados.
Sé que desde esta parte de la Tierra somos bastante injustos con otros lugares que sufren más y peor este tipo de terrorismo. Les prestamos menos atención porque están más lejos. El factor de proximidad es clave; empatizamos antes con el vecino europeo que con otras personas con las que no compartimos ni continente. Las coberturas periodísticas tienden a ser mayores, y fruto de estas ha llegado a nuestras pantallas el documental de Netflix sobre aquellas horas trágicas. De primeras, es un tema que me interesa; lo que no sabía era que me iba a estremecer de aquella manera.
13 de noviembre: atentados en París no tiene narrador. Los que cuentan la historia son los que la vivieron: víctimas, familiares de los muertos, policías, sanitarios, etc. Son personas que salieron una noche de un viernes ordinario y que han quedado marcadas de por vida. Es desgarrador cómo relatan tanto el durante como las consecuencias que ha tenido esta experiencia para ellos. Nunca me he visto en una situación así y no he tenido que poner en funcionamiento mi instinto de supervivencia a esos niveles, pero con sus historias y el detalle con el que las cuentan logran que el espectador se ponga en situación. Hablan de lo que vieron, pero impresiona más si cabe cuando hablan de sus pensamientos y de sus sentimientos en aquel momento. Más de uno de los que estaban en Bataclan viendo a Eagles of Death Metal asegura que asumió con naturalidad que iba a morir. Algunos aún no se explicaban que hubieran podido salir de allí. Noventa de las 137 víctimas mortales de aquella cadena de atentados perecieron en esta sala de conciertos.
Aquel viernes de otoño estaba cenando solo en casa. Carla tenía una cena, de las primeras para celebrar la Navidad, creo que con compañeros de trabajo. Mi plan era ver una película, hasta que empecé a leer en las redes sociales que algo pasaba en París. Puse el 24 horas de TVE, a donde empezaban a llegar las primeras informaciones. Carla no llegó tarde, sobre la una o las dos de la madrugada, y me encontró clavado en el sofá. Venía sonriendo, pero recuerdo perfectamente cómo se le esfumó la alegría de inmediato al verme la cara. Me preguntó que qué me pasaba y le dije que se estaba produciendo el peor atentado de la historia de Europa. Me confundí, fue peor el de Madrid del 11 de marzo de 2004. Creo que mi voz debió sonar muy contundente. Se sentó a mi lado sin quitarse el abrigo para seguir las noticias.
Tiempo después, el 16 de febrero de 2016, Eagles of Death Metal actuaron en el mítico Olympia de París. Era el reencuentro con sus seguidores parisinos. A nivel internacional, el evento tuvo menos repercusión de la que merecía, pero la carga emocional del recital fue tremenda tanto para la banda como para el público. Todo quedó reflejado en un disco en directo que el grupo estadounidense editó al año siguiente. A modo de introducción, utilizaron la canción Il est cinq heures, Paris s'éveille, de Jacques Dutronc, un cantautor (y también actor) francés que me gusta especialmente y que forma parte de la cultura popular del país galo. No pudieron elegir mejor. Tras aquella noche de noviembre de hace ya tres años, París también se despertó.