Necesidad fotográfica
Por Pedro Ambrinos Ruíz. Publicado en el número 5 (diciembre 2014).
En la portada de esta revista una fotografía ha tenido muchas veces el honor de ser la protagonista principal. No nos apuntemos el tanto, equipo, es un recurso utilizado desde que este formato de publicación saltó a los quioscos del mundo entero. Bendito día. Personalmente, soy un loco de esos que salen a la calle muchas veces con la cámara colgada al cuello para captar lo que me regale la mañana (preferentemente) o la tarde. Reconozco no ser muy amigo de la falta de luz. Creo que es una actividad sana para hacer en compañía, e ir compartiendo el resultado de la sesión, o para hacerla en soltario y mostrar (o no) la galería posteriormente.
Los fotógrafos, profesionales o aficionados, de este país han dejado fotos para la historia. Por citar un par de casos de momentos captados, me viene a la cabeza el de Tejero en el Congreso de los Diputados subido a la tribuna de oradores, a la que no le había invitado nadie, durante el golpe de estado fallido el 23-F o la más reciente de la valla de Melilla, con un campo de golf en primer plano y unos inmigrantes encaramados al fondo en la verja que separa África de Europa. La primera es un documento histórico pero meramente testimonial de lo que ocurrió, pero la segunda ha servido para remover las conciencias de los españoles, que ya se habían acostumbrado a ver negros jugándose la vida para buscarse un futuro mejor.
Pero a veces me pregunto hasta dónde llega la necesidad de publicar una fotografía y dónde deja de cumplir su función. Por todos es conocido el caso del presunto pederasta de Ciudad Lineal, barrio madrileño. A este hombre se le acusa de drogar a niñas y llevárselas a diferentes lugares para abusar de ellas. Cuando lo detuvieron, los medios de comunicación de todo tipo e ideología corrieron a las redes sociales para hacerse con los documentos gráficos compartidos por él y mostrarnos su rostro. ¿Ustedes necesitaban saber qué cara tenía? ¿Les interesaba? Porque a mí no.
Otro caso que me parece especialmente sangrante es el de Teresa Romero, sanitaria que se infectó de ébola aún por razones desconocidas. Este desvarajuste ha supuesto la prueba de la magnitud de las deficiencias de la cabeza visible del ministerio de Sanidad y su poca o nula autoridad, pero eso no es lo que ahora nos compete. En medio de toda la polémica y mientras la señora Romero luchaba por su vida en una habitación del hospital Carlos III, desde un edificio cercano lograron tomar unas instantáneas donde se la veía siendo atendida por sus compañeros en un estado normal de alguien que está padeciendo una enfermedad de este calibre.
En ambos casos, no aportaban nada estas imágenes, no servían para ilustrar la noticia. Ni si quiera eran buenas. Deberíamos reflexionar sobre qué demandamos y qué es necesario.
Los fotógrafos, profesionales o aficionados, de este país han dejado fotos para la historia. Por citar un par de casos de momentos captados, me viene a la cabeza el de Tejero en el Congreso de los Diputados subido a la tribuna de oradores, a la que no le había invitado nadie, durante el golpe de estado fallido el 23-F o la más reciente de la valla de Melilla, con un campo de golf en primer plano y unos inmigrantes encaramados al fondo en la verja que separa África de Europa. La primera es un documento histórico pero meramente testimonial de lo que ocurrió, pero la segunda ha servido para remover las conciencias de los españoles, que ya se habían acostumbrado a ver negros jugándose la vida para buscarse un futuro mejor.
Pero a veces me pregunto hasta dónde llega la necesidad de publicar una fotografía y dónde deja de cumplir su función. Por todos es conocido el caso del presunto pederasta de Ciudad Lineal, barrio madrileño. A este hombre se le acusa de drogar a niñas y llevárselas a diferentes lugares para abusar de ellas. Cuando lo detuvieron, los medios de comunicación de todo tipo e ideología corrieron a las redes sociales para hacerse con los documentos gráficos compartidos por él y mostrarnos su rostro. ¿Ustedes necesitaban saber qué cara tenía? ¿Les interesaba? Porque a mí no.
Otro caso que me parece especialmente sangrante es el de Teresa Romero, sanitaria que se infectó de ébola aún por razones desconocidas. Este desvarajuste ha supuesto la prueba de la magnitud de las deficiencias de la cabeza visible del ministerio de Sanidad y su poca o nula autoridad, pero eso no es lo que ahora nos compete. En medio de toda la polémica y mientras la señora Romero luchaba por su vida en una habitación del hospital Carlos III, desde un edificio cercano lograron tomar unas instantáneas donde se la veía siendo atendida por sus compañeros en un estado normal de alguien que está padeciendo una enfermedad de este calibre.
En ambos casos, no aportaban nada estas imágenes, no servían para ilustrar la noticia. Ni si quiera eran buenas. Deberíamos reflexionar sobre qué demandamos y qué es necesario.