Lo vírico y lo viral
Texto por Adri V. Barbón
El uno de diciembre de 2019 se identificaban en la ciudad china de Wuhan los primeros casos de un tipo de neumonía poco común, que pronto conoceríamos como coronavirus. Hasta hace relativamente poco nos sonaba a enfermedad exótica, como tantas otras afecciones respiratorias de los últimos años (Gripe porcina, SARS, MERS…), y lejana: de China saltó a Corea del Sur y durante el mes de enero los positivos se confirmaban en Filipinas, Japón, Irán... lugares lejanos que padecen también otras desgracias que nos resultan ajenas. Pero resultó ser algo más que otra dolencia estacional respiratoria (la OMS la reconoció como pandemia mundial el pasado 11 de marzo) y atacó con más virulencia una cantidad mayor de países; primero asiáticos, después de Oriente Próximo. Hoy el estado de alarma y la cuarentena vacía las calles europeas y pronto, según auguran quienes saben de esto, las del continente americano.
En estos últimos cinco meses lo único capaz de seguir el acelerado paso del reguero de pólvora de la pandemia han sido las noticias falsas que hemos compartido a la velocidad del estornudo por distintos medios. Lo más curioso de estas fake news, de estos bulos, es que expanden de un modo ordenado en el desbarajuste de (des)información que van dejando tras de sí, porque si una cosa nos ha enseñado la historia reciente es que sumir a la civilización en el más absoluto caos dejando a su población desamparada no está reñido con un control castrense del flujo de información, ni con abrigos Hugo Boss, ni con formaciones de simpatizantes que marchen orgullosas declamando sus soflamas.
Esta expansión viral de noticias y datos que nos damos unos a otros como si nos diéramos la paz, como si tuviéramos un infiltrado en el Consejo de Ministros con información de primera mano, se pueden agrupar o por el formato o por su naturaleza. Los formatos más compartidos suelen ser los siguientes: el audio de Whatsapp de supuestos profesionales sanitarios que nadie puede encontrar, como en el que un hombre asegura que por orden de Ministerio se han requisado los respiradores de las UVI móviles para llevarlos a Madrid. Imágenes antiguas que comparten asegurando que el supermercado de tu barrio es la cúpula del trueno, como el supuesto saqueo en Vitoria-Gasteiz que eran imágenes de Santiago de Chile del año pasado. Y la elaboración descarada de documentos que pretenden ser oficiales, como la imagen de una supuesta circular de la Policía Nacional que dice tener potestad para entrar en las casas a buscar infectados.
Por su naturaleza, en cambio, estos bulos serían mucho más variopintos, graciosos y pintones si su único objetivo no fuese buscar una desinformación deliberada de la gente con objeto de aumentar su crispación. Porque es mucho más sencillo e inmediato mazar el cráneo a nuestro hermano con la quijada de un asno que sentarnos a elaborar nuestras propias y reflexivas preguntitas sobre Dios. Atendiendo a su naturaleza hay varias categorías. Las más compartidas parecen ser las que tiene que ver con su origen, su prevención, y su rastrero uso político. Así encontramos gente que afirma que el Covid-19 surge por el consumo de caldos de murciélago, que es un experimento del gobierno chino con objeto de desequilibrar la economía mundial, que es un componente de las vacunas o que nos irradian substancias con chemtrails que luego activan a través del 5G. Lo que más me preocupa de estas de teorías conspiranoicas es que un ERTE se lleve por delante a la plantilla de Cuarto Milenio al ver reducida drásticamente su producción. Los de la curación suelen salir de irresponsables cuentas de Instagram en las que reputados influencers aseguran que esto se cura con vahos, infusiones, metiéndose la tetera en la nariz, el calor, vinagre, aloe vera... La botica de Txumari hecha TikTok. El problema con este tipo de bulos es que, por norma general, pueden sonar más fiables que la homeopatía, pero vamos, que su efecto es el mismo. Si no están seguros de lo que les llega, por favor, no lo compartan.
Hemos llegado al punto en que damos por bueno tanto enlace como nos llegue al teléfono. Nos han dicho que lo transmitían las mascotas sin ser cierto, que nos tratemos con antibiótico a pesar de ser un virus, que debíamos cerrar nuestros hogares porque nos fumigarían desde helicópteros. Esta desinformación generalizada impregna todo de tal modo que me extraña que tras las primeras compras masivas en los supermercados nos hayamos tirado al papel higiénico. Uno hubiera esperado que la buena gente de Albal se viese obligada a denunciar el uso incorrecto en forma de boina de su producto más famoso.
En cuanto a su uso político como arma bacteriológica y arrojadiza, nos encontramos que se inventan saltos de cuarentenas, ambulancias de uso exclusivo, cierres de plantas de hospitales para familiares de políticos, multas del Gobierno a quien abandone su comunidad autónoma, ytumases y chincharrabiñas. Uno espera que los políticos de este país se lancen unos a otros virulentos ataques por irresponsabilidades que tengan que ver con la muerte de los ciudadanos. Que se arrojen cadáveres de atentados terroristas, de accidentes militares o de tráfico, de muertes violentas, de choques de trenes o, como es el caso, las muertes durante una pandemia mundial. Lo que nunca pensé, iluso de mí, es que seríamos nosotros quienes les hiciésemos los deberes, silenciando a amigos y familiares en redes sociales, peleándonos en discusiones digitales e hilos interminables en los que nos despedazamos unos a otros defendiendo la honra de unos señores (y señoras) por los que nadie saldrá a aplaudir a los balcones.
En estos últimos cinco meses lo único capaz de seguir el acelerado paso del reguero de pólvora de la pandemia han sido las noticias falsas que hemos compartido a la velocidad del estornudo por distintos medios. Lo más curioso de estas fake news, de estos bulos, es que expanden de un modo ordenado en el desbarajuste de (des)información que van dejando tras de sí, porque si una cosa nos ha enseñado la historia reciente es que sumir a la civilización en el más absoluto caos dejando a su población desamparada no está reñido con un control castrense del flujo de información, ni con abrigos Hugo Boss, ni con formaciones de simpatizantes que marchen orgullosas declamando sus soflamas.
Esta expansión viral de noticias y datos que nos damos unos a otros como si nos diéramos la paz, como si tuviéramos un infiltrado en el Consejo de Ministros con información de primera mano, se pueden agrupar o por el formato o por su naturaleza. Los formatos más compartidos suelen ser los siguientes: el audio de Whatsapp de supuestos profesionales sanitarios que nadie puede encontrar, como en el que un hombre asegura que por orden de Ministerio se han requisado los respiradores de las UVI móviles para llevarlos a Madrid. Imágenes antiguas que comparten asegurando que el supermercado de tu barrio es la cúpula del trueno, como el supuesto saqueo en Vitoria-Gasteiz que eran imágenes de Santiago de Chile del año pasado. Y la elaboración descarada de documentos que pretenden ser oficiales, como la imagen de una supuesta circular de la Policía Nacional que dice tener potestad para entrar en las casas a buscar infectados.
Por su naturaleza, en cambio, estos bulos serían mucho más variopintos, graciosos y pintones si su único objetivo no fuese buscar una desinformación deliberada de la gente con objeto de aumentar su crispación. Porque es mucho más sencillo e inmediato mazar el cráneo a nuestro hermano con la quijada de un asno que sentarnos a elaborar nuestras propias y reflexivas preguntitas sobre Dios. Atendiendo a su naturaleza hay varias categorías. Las más compartidas parecen ser las que tiene que ver con su origen, su prevención, y su rastrero uso político. Así encontramos gente que afirma que el Covid-19 surge por el consumo de caldos de murciélago, que es un experimento del gobierno chino con objeto de desequilibrar la economía mundial, que es un componente de las vacunas o que nos irradian substancias con chemtrails que luego activan a través del 5G. Lo que más me preocupa de estas de teorías conspiranoicas es que un ERTE se lleve por delante a la plantilla de Cuarto Milenio al ver reducida drásticamente su producción. Los de la curación suelen salir de irresponsables cuentas de Instagram en las que reputados influencers aseguran que esto se cura con vahos, infusiones, metiéndose la tetera en la nariz, el calor, vinagre, aloe vera... La botica de Txumari hecha TikTok. El problema con este tipo de bulos es que, por norma general, pueden sonar más fiables que la homeopatía, pero vamos, que su efecto es el mismo. Si no están seguros de lo que les llega, por favor, no lo compartan.
Hemos llegado al punto en que damos por bueno tanto enlace como nos llegue al teléfono. Nos han dicho que lo transmitían las mascotas sin ser cierto, que nos tratemos con antibiótico a pesar de ser un virus, que debíamos cerrar nuestros hogares porque nos fumigarían desde helicópteros. Esta desinformación generalizada impregna todo de tal modo que me extraña que tras las primeras compras masivas en los supermercados nos hayamos tirado al papel higiénico. Uno hubiera esperado que la buena gente de Albal se viese obligada a denunciar el uso incorrecto en forma de boina de su producto más famoso.
En cuanto a su uso político como arma bacteriológica y arrojadiza, nos encontramos que se inventan saltos de cuarentenas, ambulancias de uso exclusivo, cierres de plantas de hospitales para familiares de políticos, multas del Gobierno a quien abandone su comunidad autónoma, ytumases y chincharrabiñas. Uno espera que los políticos de este país se lancen unos a otros virulentos ataques por irresponsabilidades que tengan que ver con la muerte de los ciudadanos. Que se arrojen cadáveres de atentados terroristas, de accidentes militares o de tráfico, de muertes violentas, de choques de trenes o, como es el caso, las muertes durante una pandemia mundial. Lo que nunca pensé, iluso de mí, es que seríamos nosotros quienes les hiciésemos los deberes, silenciando a amigos y familiares en redes sociales, peleándonos en discusiones digitales e hilos interminables en los que nos despedazamos unos a otros defendiendo la honra de unos señores (y señoras) por los que nadie saldrá a aplaudir a los balcones.
Publicado el 27 de marzo de 2020