La quimera del oro y la decadencia del dólar
Por Camilo Perdomo. Publicado en el número 7 (junio 2015).
“Nadie va a recuperarlo. Hace mucho tiempo los expertos del mercado del oro sospechaban que la Reserva Federal ya ha agotado todo el oro de EE. UU. tratando de suprimir el precio del oro en los últimos años. Y luego, después de que se quedaron sin el oro estadounidense, comenzaron a usar todo el oro dejado en la Reserva Federal en depósitos” (Craig Roberts, exsubsecretario del Tesoro de EE. UU.)
El precio del oro viene aumentando desde hace una década y, como aseguran los gurús financieros, seguirá creciendo debido a su valor seguro frente a otras divisas y nichos de inversión. Pero ¿por qué el oro parece tomar el protagonismo económico frente al dólar y a otras divisas en la economía mundial?
En 2014, Alemania y los Países Bajos solicitaron a los EE. UU. la devolución de 207 toneladas de oro que mantenían a modo de reserva en este país. Un hecho sin trascendencia aparente para el país que alberga las mayores reservas de oro mundial. Sin embargo, después de las negociaciones mantenidas entre el gobierno germano y el americano, el oro nunca salió de los EE. UU., aumentando los rumores sobre la cantidad de oro que acumula la potencia americana y el uso que ha hecho del metal precioso en los mercados financieros a lo largo de estos años.
El dólar pasó a ser la divisa de referencia en el comercio internacional después de la Segunda Guerra Mundial. Los acuerdos de Bretton Woods daban a la moneda norteamericana el poder de mediar en todas las transacciones de divisas y materias primas que se realizaban en el comercio mundial, ya que todas debían cambiarse a dólares previamente para su adquisición. El dólar llegó a tener este peso debido a que la mayoría de las reservas de oro existentes en el planeta se encontraban en EE. UU. después del conflicto y, de paso, le brindó a su gobierno la posibilidad de controlar la emisión de moneda a nivel global, siempre aparejada al oro.
La bonanza económica vivida por los americanos después de la Segunda Guerra Mundial terminaría al llegar Richard Nixon a la Casa Blanca. En medio de la guerra de Vietnam y la escalada de los precios del petróleo, el Gobierno tomó la decisión de desligar del patrón oro a su moneda, convirtiendo al dólar en una moneda fiduciaria (FIAT). Esto le daba al dólar la posibilidad de fluctuar libremente en los mercados de divisas; pero su valor, de aquí en adelante, pasaría a sostenerse exclusivamente en la confianza que le dan sus poseedores: una especie de bono de deuda circulante.
No obstante, la adopción de una moneda fiduciaria y un sistema de flexibilización cuantitativa dejarían consecuencias en la economía mundial: la deuda del planeta ha aumentado un 300 % de su PIB anual desde 1971, la desigualdad ha aumentado en todo el mundo y el mercado de deuda de Wall Street y la City londinense se ha convertido en una burbuja insostenible para la economía real. Además, en términos reales, la economía norteamericana no tiene superávit desde los años 60, su balanza comercial no es positiva desde los 70 y los salarios reales no crecen desde hace 30 años. El crecimiento económico actual de Occidente no se basa en la producción industrial, sino en la especulación financiera y en los préstamos. Préstamos que han creado una falsa sensación de prosperidad y que solo deja burbujas en ciertos sectores, como la vivienda o el mercado financiero.
La pérdida de confianza en el modelo FIAT de moneda ha provocado que muchos países, en medio de la crisis económica, hayan recurrido a un valor tan seguro como el oro. Un plan B que consistiría en tener reservas de oro suficientes para poder respaldar su moneda en caso de un desplome del euro o el dólar. Una acción poco preocupante si fueran casos aislados, pero los movimientos de las economías emergentes, como Rusia, China e India, que siguen acumulando grandes cantidades de oro, nos muestran que la desconfianza hacia el dólar va más allá de Europa y la crisis que arrastra.
La pérdida de peso del dólar también muestra agotamiento en su uso comercial. A nivel global, hace diez años las transacciones en dólares representaban el 80 %, ahora solo representa el 60 % de los intercambios comerciales. Rusia y China, a modo de ejemplo, empiezan a comerciar en sus monedas nacionales; dejando al dólar, como moneda de transacción internacional, en un segundo plano.
Pero a pesar del peso aparente del oro en la economía actual, surgen dudas respecto a su valor real. Actualmente se extraen unas 2 500 toneladas de oro al año, pero casi la totalidad de esta producción tiene como destino economías emergentes, así que la mayoría de transacciones financieras en oro se hace de manera virtual en Occidente, proporcionándoles a los compradores promesas de compra sobre un oro que se acumula en las bóvedas de los bancos centrales.
Así, Occidente debería acumular 23 mil toneladas de oro, pero parece que no tiene ni la mitad, según aseguran algunos analistas económicos después de lo sucedido con Alemania. La última auditoría que se hizo sobre el oro acumulado en bóvedas de EE. UU. viene de la época de Eisenhower, una opacidad que preocupa a los analistas financieros sobre el valor real de mercado que tiene cada onza de oro: sin información real sobre la cantidad de oro circulante, los Estados Unidos podrían estar manipulando el valor del metal precioso para favorecer a su moneda.
La perspectiva es que, si se desmorona el dólar y el euro, entraremos en una espiral inflacionista de grandes magnitudes donde el único valor seguro sería el oro. Sin embargo, los movimientos de acumulación de oro llevados a cabo por China y otras potencias emergentes nos indican que no solo buscan fortalecer sus monedas en caso de que el dólar se hunda, sino tener el peso suficiente para entrar a negociar con otra moneda de referencia para el comercio mundial. Una moneda basada en una cesta compartida de divisas en la que el yuan, la rupia y el rublo tendrían un papel protagónico junto al dólar y el euro.
Aunque parezca inminente, no hay que entrar en pánico ni acumular lingotes de oro bajo la cama, pues esta tendencia podría prolongarse durante varios años, y el dólar y el euro seguirán teniendo peso. De todas maneras, el oro no es más que un refugio. Un refugio necesario, pero que pone en evidencia el descenso occidental y el protagonismo de las economías emergentes en la economía mundial de aquí en adelante; y sus monedas, claro.
El precio del oro viene aumentando desde hace una década y, como aseguran los gurús financieros, seguirá creciendo debido a su valor seguro frente a otras divisas y nichos de inversión. Pero ¿por qué el oro parece tomar el protagonismo económico frente al dólar y a otras divisas en la economía mundial?
En 2014, Alemania y los Países Bajos solicitaron a los EE. UU. la devolución de 207 toneladas de oro que mantenían a modo de reserva en este país. Un hecho sin trascendencia aparente para el país que alberga las mayores reservas de oro mundial. Sin embargo, después de las negociaciones mantenidas entre el gobierno germano y el americano, el oro nunca salió de los EE. UU., aumentando los rumores sobre la cantidad de oro que acumula la potencia americana y el uso que ha hecho del metal precioso en los mercados financieros a lo largo de estos años.
El dólar pasó a ser la divisa de referencia en el comercio internacional después de la Segunda Guerra Mundial. Los acuerdos de Bretton Woods daban a la moneda norteamericana el poder de mediar en todas las transacciones de divisas y materias primas que se realizaban en el comercio mundial, ya que todas debían cambiarse a dólares previamente para su adquisición. El dólar llegó a tener este peso debido a que la mayoría de las reservas de oro existentes en el planeta se encontraban en EE. UU. después del conflicto y, de paso, le brindó a su gobierno la posibilidad de controlar la emisión de moneda a nivel global, siempre aparejada al oro.
La bonanza económica vivida por los americanos después de la Segunda Guerra Mundial terminaría al llegar Richard Nixon a la Casa Blanca. En medio de la guerra de Vietnam y la escalada de los precios del petróleo, el Gobierno tomó la decisión de desligar del patrón oro a su moneda, convirtiendo al dólar en una moneda fiduciaria (FIAT). Esto le daba al dólar la posibilidad de fluctuar libremente en los mercados de divisas; pero su valor, de aquí en adelante, pasaría a sostenerse exclusivamente en la confianza que le dan sus poseedores: una especie de bono de deuda circulante.
No obstante, la adopción de una moneda fiduciaria y un sistema de flexibilización cuantitativa dejarían consecuencias en la economía mundial: la deuda del planeta ha aumentado un 300 % de su PIB anual desde 1971, la desigualdad ha aumentado en todo el mundo y el mercado de deuda de Wall Street y la City londinense se ha convertido en una burbuja insostenible para la economía real. Además, en términos reales, la economía norteamericana no tiene superávit desde los años 60, su balanza comercial no es positiva desde los 70 y los salarios reales no crecen desde hace 30 años. El crecimiento económico actual de Occidente no se basa en la producción industrial, sino en la especulación financiera y en los préstamos. Préstamos que han creado una falsa sensación de prosperidad y que solo deja burbujas en ciertos sectores, como la vivienda o el mercado financiero.
La pérdida de confianza en el modelo FIAT de moneda ha provocado que muchos países, en medio de la crisis económica, hayan recurrido a un valor tan seguro como el oro. Un plan B que consistiría en tener reservas de oro suficientes para poder respaldar su moneda en caso de un desplome del euro o el dólar. Una acción poco preocupante si fueran casos aislados, pero los movimientos de las economías emergentes, como Rusia, China e India, que siguen acumulando grandes cantidades de oro, nos muestran que la desconfianza hacia el dólar va más allá de Europa y la crisis que arrastra.
La pérdida de peso del dólar también muestra agotamiento en su uso comercial. A nivel global, hace diez años las transacciones en dólares representaban el 80 %, ahora solo representa el 60 % de los intercambios comerciales. Rusia y China, a modo de ejemplo, empiezan a comerciar en sus monedas nacionales; dejando al dólar, como moneda de transacción internacional, en un segundo plano.
Pero a pesar del peso aparente del oro en la economía actual, surgen dudas respecto a su valor real. Actualmente se extraen unas 2 500 toneladas de oro al año, pero casi la totalidad de esta producción tiene como destino economías emergentes, así que la mayoría de transacciones financieras en oro se hace de manera virtual en Occidente, proporcionándoles a los compradores promesas de compra sobre un oro que se acumula en las bóvedas de los bancos centrales.
Así, Occidente debería acumular 23 mil toneladas de oro, pero parece que no tiene ni la mitad, según aseguran algunos analistas económicos después de lo sucedido con Alemania. La última auditoría que se hizo sobre el oro acumulado en bóvedas de EE. UU. viene de la época de Eisenhower, una opacidad que preocupa a los analistas financieros sobre el valor real de mercado que tiene cada onza de oro: sin información real sobre la cantidad de oro circulante, los Estados Unidos podrían estar manipulando el valor del metal precioso para favorecer a su moneda.
La perspectiva es que, si se desmorona el dólar y el euro, entraremos en una espiral inflacionista de grandes magnitudes donde el único valor seguro sería el oro. Sin embargo, los movimientos de acumulación de oro llevados a cabo por China y otras potencias emergentes nos indican que no solo buscan fortalecer sus monedas en caso de que el dólar se hunda, sino tener el peso suficiente para entrar a negociar con otra moneda de referencia para el comercio mundial. Una moneda basada en una cesta compartida de divisas en la que el yuan, la rupia y el rublo tendrían un papel protagónico junto al dólar y el euro.
Aunque parezca inminente, no hay que entrar en pánico ni acumular lingotes de oro bajo la cama, pues esta tendencia podría prolongarse durante varios años, y el dólar y el euro seguirán teniendo peso. De todas maneras, el oro no es más que un refugio. Un refugio necesario, pero que pone en evidencia el descenso occidental y el protagonismo de las economías emergentes en la economía mundial de aquí en adelante; y sus monedas, claro.