La muerte súbita de la seleçao
Texto y fotos por Ivan Castillo Otero. Publicado en el número 1 (marzo 2014)
Ligero guiño al reportaje fotográfico de este mismo número. Un viaje a vivir en directo un partido de la selección de fútbol de Portugal que empezó en el aeropuerto de Madrid. Barajas, 15 de noviembre de 2013. Todo fue un poco improvisado. Lisboa era una ciudad que ya había visitado antes, pero nunca con un motivo futbolero. No estaba en mis planes, pero surgió de la nada la oportunidad de poder disfrutar en directo del Portugal-Suecia que se disputaba en el Estádio Da Luz. El partido era parte de la repesca para logar un billete que les diera la posibilidad de participar en el Mundial de 2014, que se disputará en Brasil. Podía ser previsible que Suecia tuviera que llegar a esta tesitura de muerte súbita, pero el caso de los chicos de Paulo Bento fue diferente. En principio, tendrían que haberse clasificado para dicha cita sin pasar excesivos problemas pero la liaron parda, como diría aquella chica de la piscina.
Aterricé temprano en la ciudad lisboeta sin tener aún las entradas en mi poder. Lo primero que hice al tomar tierra fueron las llamadas necesarias para saber que el viaje no había sido en vano. “Todo okey, pásate por este hotel y te las darán en recepción”; ya estaba todo atado y bien atado. Casualidades de la vida, el lugar de recogida de las entradas estaba a escasos metros del Estadio José Alvalade, lugar donde disputa sus partidos el Sporting Clube de Portugal (más conocido en España como el Sporting de Lisboa). Es el histórico rival del Benfica en el derbi lisboeta, equipo que ponía el campo para la disputa del encuentro que veríamos aquella noche.
No dejé escapar la ocasión para darme una vuelta por el José Alvalade. En una explanada que está al lado del recinto, unos aficionados de los leones verdes y blancos preparaban unas pancartas enormes para el siguiente encuentro liguero. No pasan por su mejor momento, la cabeza del fútbol del país se la disputan entre sus vecinos del Benfica y el Oporto, pero siempre ha sido el club portugués al que más cariño le he tenido. Será por John Benjamin Toshack, Carlos Xavier y Océano Andrade.
Aún quedaban muchas horas para el partido y el estómago ya apretaba. Un restaurante situado cerca de la plaza de toros de Lisboa, Campo Pequeño, llamado Laurentina, O rei do bacalhau, fue una elección perfecta. Basamos la comida en el bacalao, desde croquetas hechas de este pescado a uno desmigado, pasando por otro a la brasa. Estaba todo para quitarse el sombrero, y a un precio asequible.
Con la tripa llena y el apetito satisfecho, dimos una vuelta por unas calles llenas de terrazas invadidas por aficionados suecos. Ellos confiaban en sus opciones, llevaban entre dos y tres días tiñendo de amarillo y azul todas las esquinas de Lisboa. El buen rollo predominaba por encima de todo, aficionados de ambas nacionalidades se fotografiaban aquí y allá. El fútbol debería de ser eso, una excusa perfecta para viajar, degustar los platos del lugar, intercambiar charlas con gentes de otros sitios y confraternizar con el enemigo deportivo. Lástima que todos no lo entiendan así, malditos fanatismos.
El clima era agradable, pero por la noche iba a refrescar bastante. Paso por el hotel obligatorio para coger una rebequita y al campo. El metro ya tenía color de fútbol. Cuando aún quedaban más de dos horas para el comienzo del partido, ya había pequeñas aglomeraciones de aficionados que querían llegar con tiempo. Llegamos a la estación que está al lado del Estádio Da Luz y nos mezclamos con el ambiente. Es un campo de fútbol majestuoso y semi nuevo, reformado para la Eurocopa que se disputó en Portugal en el año 2004.
A menos de un año para ser el escenario de la final de la Champions League, Da Luz ya lucía sus mejores galas. Está impecable, desde sus accesos a los baños. Tiene capacidad para casi 66.000 personas y estaba todo el papel vendido. Los precios de las entradas más caras eran unos treinta euros. Así sí se puede; ya podían coger ejemplo en el fútbol español. Un matrimonio con dos hijos podía ir a ver todo un Portugal-Suecia por cuarenta euros, a diez por cabeza. No sé si mis ojos verán esos precios a este lado de la frontera.
Entramos al estadio y ocupamos nuestra localidad en uno de los fondos. Se veía genial el rectángulo de juego, pero hacía un frío considerable por la altura del graderío. Durante el calentamiento, se aplaudía todo lo que hacía Cristiano. Allí es el héroe nacional. Llegó el primer momento cumbre: un gran mosaico verde, rojo y amarillo y los himnos. El sueco, respetado por todo el respetable, hizo vibrar al millar de visitantes; el portugués me puso los pelos de punta hasta a mí. Nada tengo que ver con el país, pero lo cantaban con tanto sentimiento que erizaba el vello.
Comenzó el encuentro. Tenían ese miedo de las eliminatorias, nadie quería encajar. Cada balón que controlaba Ibra era un espectáculo, merecía la pena pagar la entrada solo por verlo jugar; al otro lado, las cabalgadas de Cristiano por la banda hacían temblar el Da Luz. Suecia tuvo sus ocasiones, pero no pudieron convertir ninguna en gol. El partido llegaba al final y me fastidiaba sobremanera no ver ni un tanto, pero Ronaldo de cabeza puso el 1-0 a pocos minutos del noventa. La vuelta en Suecia se saldó con 2-3 para Portugal y estarán en Brasil con todo merecimiento.
La salida del campo fue un poco caótica, largas colas y pequeñas aglomeraciones. Un servidor, abrigado con una bufanda conmemorativa del partido que me había costado cinco euros (en España te puede costar fácil unos quince) no veía el momento de repasar con calma todos los momentos vividos. Un pastel de Belém para celebrar un gran día y a la cama.
Aterricé temprano en la ciudad lisboeta sin tener aún las entradas en mi poder. Lo primero que hice al tomar tierra fueron las llamadas necesarias para saber que el viaje no había sido en vano. “Todo okey, pásate por este hotel y te las darán en recepción”; ya estaba todo atado y bien atado. Casualidades de la vida, el lugar de recogida de las entradas estaba a escasos metros del Estadio José Alvalade, lugar donde disputa sus partidos el Sporting Clube de Portugal (más conocido en España como el Sporting de Lisboa). Es el histórico rival del Benfica en el derbi lisboeta, equipo que ponía el campo para la disputa del encuentro que veríamos aquella noche.
No dejé escapar la ocasión para darme una vuelta por el José Alvalade. En una explanada que está al lado del recinto, unos aficionados de los leones verdes y blancos preparaban unas pancartas enormes para el siguiente encuentro liguero. No pasan por su mejor momento, la cabeza del fútbol del país se la disputan entre sus vecinos del Benfica y el Oporto, pero siempre ha sido el club portugués al que más cariño le he tenido. Será por John Benjamin Toshack, Carlos Xavier y Océano Andrade.
Aún quedaban muchas horas para el partido y el estómago ya apretaba. Un restaurante situado cerca de la plaza de toros de Lisboa, Campo Pequeño, llamado Laurentina, O rei do bacalhau, fue una elección perfecta. Basamos la comida en el bacalao, desde croquetas hechas de este pescado a uno desmigado, pasando por otro a la brasa. Estaba todo para quitarse el sombrero, y a un precio asequible.
Con la tripa llena y el apetito satisfecho, dimos una vuelta por unas calles llenas de terrazas invadidas por aficionados suecos. Ellos confiaban en sus opciones, llevaban entre dos y tres días tiñendo de amarillo y azul todas las esquinas de Lisboa. El buen rollo predominaba por encima de todo, aficionados de ambas nacionalidades se fotografiaban aquí y allá. El fútbol debería de ser eso, una excusa perfecta para viajar, degustar los platos del lugar, intercambiar charlas con gentes de otros sitios y confraternizar con el enemigo deportivo. Lástima que todos no lo entiendan así, malditos fanatismos.
El clima era agradable, pero por la noche iba a refrescar bastante. Paso por el hotel obligatorio para coger una rebequita y al campo. El metro ya tenía color de fútbol. Cuando aún quedaban más de dos horas para el comienzo del partido, ya había pequeñas aglomeraciones de aficionados que querían llegar con tiempo. Llegamos a la estación que está al lado del Estádio Da Luz y nos mezclamos con el ambiente. Es un campo de fútbol majestuoso y semi nuevo, reformado para la Eurocopa que se disputó en Portugal en el año 2004.
A menos de un año para ser el escenario de la final de la Champions League, Da Luz ya lucía sus mejores galas. Está impecable, desde sus accesos a los baños. Tiene capacidad para casi 66.000 personas y estaba todo el papel vendido. Los precios de las entradas más caras eran unos treinta euros. Así sí se puede; ya podían coger ejemplo en el fútbol español. Un matrimonio con dos hijos podía ir a ver todo un Portugal-Suecia por cuarenta euros, a diez por cabeza. No sé si mis ojos verán esos precios a este lado de la frontera.
Entramos al estadio y ocupamos nuestra localidad en uno de los fondos. Se veía genial el rectángulo de juego, pero hacía un frío considerable por la altura del graderío. Durante el calentamiento, se aplaudía todo lo que hacía Cristiano. Allí es el héroe nacional. Llegó el primer momento cumbre: un gran mosaico verde, rojo y amarillo y los himnos. El sueco, respetado por todo el respetable, hizo vibrar al millar de visitantes; el portugués me puso los pelos de punta hasta a mí. Nada tengo que ver con el país, pero lo cantaban con tanto sentimiento que erizaba el vello.
Comenzó el encuentro. Tenían ese miedo de las eliminatorias, nadie quería encajar. Cada balón que controlaba Ibra era un espectáculo, merecía la pena pagar la entrada solo por verlo jugar; al otro lado, las cabalgadas de Cristiano por la banda hacían temblar el Da Luz. Suecia tuvo sus ocasiones, pero no pudieron convertir ninguna en gol. El partido llegaba al final y me fastidiaba sobremanera no ver ni un tanto, pero Ronaldo de cabeza puso el 1-0 a pocos minutos del noventa. La vuelta en Suecia se saldó con 2-3 para Portugal y estarán en Brasil con todo merecimiento.
La salida del campo fue un poco caótica, largas colas y pequeñas aglomeraciones. Un servidor, abrigado con una bufanda conmemorativa del partido que me había costado cinco euros (en España te puede costar fácil unos quince) no veía el momento de repasar con calma todos los momentos vividos. Un pastel de Belém para celebrar un gran día y a la cama.