IX Foro por un mundo rural vivo
Texto y fotografías por Ángel del Palacio Tamarit. Publicado en el número 5 (diciembre 2014).
Durante el fin de semana del 24 al 26 de octubre se celebró en Mondoñedo, pueblo gallego de la provincia de Lugo, el IX Foro por un Mundo Rural Vivo; organizado por Plataforma Rural, Alianzas por un Mundo Rural Vivo y Sindicato Labrego Galego. Muchas de las personas participantes llevaban toda la vida en el campo, otras decidieron salirse de la noria y cambiar radicalmente de vida. Algunas simplemente porque la vida en los pueblos y en el campo es más saludable, otras también por motivos políticos que defienden un sistema económico sostenible, justo y equitativo; en definitiva, otra forma de vida radicalmente opuesta a la marcada por el neoliberalismo. Defienden lo rural como una forma de vida y como medio de vida. Llevan a la práctica conceptos como la soberanía alimentaria, la capacidad de cada pueblo de sustentar a su población mediante el desarrollo de políticas agrarias y alimentarias de una forma sostenible y ecológica, y la venta de proximidad, directamente relacionada con la soberanía alimentaria.
Este foro, enfocado en el mundo rural como dice el título, sirve para compartir experiencias de gente que ha optado por vivir de otra manera más acorde a sus principios y crear redes de apoyo a nuevos proyectos ecológicos. Pero no sólo redes de apoyo, sino también de resistencia, porque el mundo rural está amenazado. Si ya era difícil la vida en los pueblos por la masiva y progresiva emigración del campo a la ciudad, además ahora con la Ley de la Racionalidad y Sostenibilidad de la Administración Local, más conocida como ley Montoro que entró en vigor el 31 de Diciembre de 2013, peligra también el uso de los bienes comunales como son el agua, el bosque y los pastos por los propios habitantes. Representantes de juntas vecinales y plataformas del mundo rural se movilizaron en contra de esta ley antes de su aprobación.
Según el catedrático Valentín Cabero de la Universidad de Salamanca, “la ley Montoro es una desamortización encubierta de los campesinos por los poderes neoliberales”. Con la excusa de la racionalización se abre la puerta a la privatización de un 8% del territorio total español y a su explotación por parte de grandes empresas contra las cuales los pequeños productores habitantes de esos territorios no pueden competir. Esta misma ley no sólo ataca el bien comunal en sí, sino también la autonomía para su gestión por parte de estos productores. En nombre de la eficiencia, el Estado promueve la eliminación de juntas vecinales, pedanías y otras entidades menores que autogestionaban los bienes comunales para traspasar dichas competencias a las diputaciones provinciales o autonómicas. Como si el despilfarro de dinero público proviniera de estos pequeños centros de larga tradición histórica de autogestión.
Pero no es la primera vez que se ataca a los pequeños productores, como recuerda Henar Román, natural de Abadín, un municipio de la provincia de Lugo: “Formamos una asociación de productores de leche y en el año 2000 nos constituimos como cooperativa. Sufrimos muchos atracos burocráticos por parte de la consellería, porque saben que juntos podemos y no querían que nos agrupásemos. En el año 1976, el monte vecinal lo usábamos para pastos, y con la llegada de los parques eólicos se nos restringió su uso. A la comunidad se nos prohibía todo con burocracia y a las empresas foráneas se les permitía todo”.
Este foro, enfocado en el mundo rural como dice el título, sirve para compartir experiencias de gente que ha optado por vivir de otra manera más acorde a sus principios y crear redes de apoyo a nuevos proyectos ecológicos. Pero no sólo redes de apoyo, sino también de resistencia, porque el mundo rural está amenazado. Si ya era difícil la vida en los pueblos por la masiva y progresiva emigración del campo a la ciudad, además ahora con la Ley de la Racionalidad y Sostenibilidad de la Administración Local, más conocida como ley Montoro que entró en vigor el 31 de Diciembre de 2013, peligra también el uso de los bienes comunales como son el agua, el bosque y los pastos por los propios habitantes. Representantes de juntas vecinales y plataformas del mundo rural se movilizaron en contra de esta ley antes de su aprobación.
Según el catedrático Valentín Cabero de la Universidad de Salamanca, “la ley Montoro es una desamortización encubierta de los campesinos por los poderes neoliberales”. Con la excusa de la racionalización se abre la puerta a la privatización de un 8% del territorio total español y a su explotación por parte de grandes empresas contra las cuales los pequeños productores habitantes de esos territorios no pueden competir. Esta misma ley no sólo ataca el bien comunal en sí, sino también la autonomía para su gestión por parte de estos productores. En nombre de la eficiencia, el Estado promueve la eliminación de juntas vecinales, pedanías y otras entidades menores que autogestionaban los bienes comunales para traspasar dichas competencias a las diputaciones provinciales o autonómicas. Como si el despilfarro de dinero público proviniera de estos pequeños centros de larga tradición histórica de autogestión.
Pero no es la primera vez que se ataca a los pequeños productores, como recuerda Henar Román, natural de Abadín, un municipio de la provincia de Lugo: “Formamos una asociación de productores de leche y en el año 2000 nos constituimos como cooperativa. Sufrimos muchos atracos burocráticos por parte de la consellería, porque saben que juntos podemos y no querían que nos agrupásemos. En el año 1976, el monte vecinal lo usábamos para pastos, y con la llegada de los parques eólicos se nos restringió su uso. A la comunidad se nos prohibía todo con burocracia y a las empresas foráneas se les permitía todo”.
“Según el catedrático Valentín Cabero de la Universidad de Salamanca, ‘la ley Montoro es una desamortización encubierta de los campesinos por los poderes neoliberales’”
María Ángeles Ramón, agricultora de Cinco Villas (Zaragoza), feminista y revolucionaria confesa, cuenta que siempre ha vivido en la dualidad de dos roles opuestos: la mujer trabajadora de campo y el papel tradicional de la mujer recluida al hogar y al ámbito de lo privado y de la economía informal. Estas mujeres no sólo han tenido que luchar por conservar su forma de vida en el medio rural, sino también contra la imposición de roles por parte de una sociedad patriarcal. “La producción del pueblo siempre se ha asociado a los hombres”, reconoce Josefa, de San Esteban de la Sierra. Sin embargo, tras sus muchos años de tratar cambiar estos roles, Josefa asegura que las cosas han mejorado mucho. En contraposición a la vida en la ciudad, afirma: “Me gusta que en el pueblo la gente sepa quién soy, de dónde vengo y a dónde voy. Me da pena la independencia de la que se presume en la ciudad. La vida en los pueblos es una forma de estar en el mundo, cada uno tiene una cultura muy diversa. Y con la crisis, más gente se plantea volver el campo, porque el pueblo encierra las claves de una vida digna en el futuro”.
Desde el inicio de la crisis y al calor del 15-M han florecido proyectos agroecológicos y grupos de consumo que promueven un cambio en la forma de producir y consumir, lo que conlleva otra forma de vida. Sembrar una semilla para producir tu propia comida es en cierto modo revolucionario, porque te da independencia en la medida en que eres autosuficiente. Tenemos más poder para cambiar el mundo como consumidores que como ciudadanos. Cada vez que compramos algo estamos firmando un contrato; estamos eligiendo, votando que el mundo funcione de determinada manera y no de otra. Estamos avalando y perpetuando una manera de producir y todo lo que esto conlleva para las personas que intervienen en ese proceso. Cuando cogemos un producto de la estantería de un supermercado y pasamos por caja estamos validando todo ese proceso invisible de eslabones anónimos mediante el cual ha llegado a nuestras manos. Para que demos el sí no se requiere de nosotros una adhesión emocional o una obediencia ciega, simplemente de un gesto mecánico. Y de eso se trata, de revertir ese proceso y hacerlo visible, de humanizarlo para hacer el mundo más justo con nuestra forma de consumir. ¿En qué medida la publicidad se adapta a nuestra forma de consumir o nosotros adaptamos nuestra forma de consumir a la publicidad que vemos? La publicidad y el marketing se adaptan a nuestras mentes, pero si tomamos conciencia de la importancia del acto de consumir, variarán nuestros criterios a la hora de comprar, y no nos dejaremos arrastrar por la imagen de marca promovida por las mismas empresas.
Desde el inicio de la crisis y al calor del 15-M han florecido proyectos agroecológicos y grupos de consumo que promueven un cambio en la forma de producir y consumir, lo que conlleva otra forma de vida. Sembrar una semilla para producir tu propia comida es en cierto modo revolucionario, porque te da independencia en la medida en que eres autosuficiente. Tenemos más poder para cambiar el mundo como consumidores que como ciudadanos. Cada vez que compramos algo estamos firmando un contrato; estamos eligiendo, votando que el mundo funcione de determinada manera y no de otra. Estamos avalando y perpetuando una manera de producir y todo lo que esto conlleva para las personas que intervienen en ese proceso. Cuando cogemos un producto de la estantería de un supermercado y pasamos por caja estamos validando todo ese proceso invisible de eslabones anónimos mediante el cual ha llegado a nuestras manos. Para que demos el sí no se requiere de nosotros una adhesión emocional o una obediencia ciega, simplemente de un gesto mecánico. Y de eso se trata, de revertir ese proceso y hacerlo visible, de humanizarlo para hacer el mundo más justo con nuestra forma de consumir. ¿En qué medida la publicidad se adapta a nuestra forma de consumir o nosotros adaptamos nuestra forma de consumir a la publicidad que vemos? La publicidad y el marketing se adaptan a nuestras mentes, pero si tomamos conciencia de la importancia del acto de consumir, variarán nuestros criterios a la hora de comprar, y no nos dejaremos arrastrar por la imagen de marca promovida por las mismas empresas.
“Cada vez que compramos algo estamos firmando un contrato; estamos eligiendo,
votando que el mundo funcione de determinada manera y no de otra. Estamos avalando
y perpetuando una manera de producir y todo lo que ello conlleva para las personas
que intervienen en ese proceso”
Actualmente el criterio de producción más extendido en las empresas es la maximización de beneficios en ciclos cada vez más cortos. Este criterio no tiene en cuenta el medio ambiente y sus recursos finitos. Tratar de crecer económicamente produciendo infinitamente, es el mantra económico y utópico imperante en la sociedad. El planeta y el futuro de las generaciones venideras demandan un cambio de paradigma económico. Aunque hoy en día se hable en ocasiones de la sostenibilidad como un mero criterio de marketing o de responsabilidad social corporativa sin que implique un cambio de naturaleza en la forma de producir y consumir, es decir, como un mero parche; lo cierto es que sostenibilidad implica ya decrecimiento. Según la Global Footprint Network, una organización internacional de investigación orientada a promover la sostenibilidad a través de la comparación de la huella ecológica (indicador medioambiental) con la biocapacidad de la Tierra, hemos consumido la totalidad de los recursos que el planeta es capaz de regenerar en un año en los primeros ocho meses de 2014. A este ritmo, necesitaríamos más de 1,5 Tierras para sufragar el actual ritmo de consumo de recursos a nivel global.
La teoría del decrecimiento defiende un uso responsable de los recursos por debajo de su capacidad de regeneración con la finalidad de mantener un equilibrio entre los seres humanos y el ecosistema global haciendo viable el futuro. Al igual que crecimiento económico no significa desarrollo social, decrecimiento económico no significa sin desarrollo social, es más, busca todo lo contrario. El decrecimiento es una corriente económica, política y social que busca reconciliar economía, ecología y bien común a través de empresas sociales que creen riqueza de una forma sostenible y un consumo responsable. Se trata de ir más lento para llegar más lejos.
La teoría del decrecimiento defiende un uso responsable de los recursos por debajo de su capacidad de regeneración con la finalidad de mantener un equilibrio entre los seres humanos y el ecosistema global haciendo viable el futuro. Al igual que crecimiento económico no significa desarrollo social, decrecimiento económico no significa sin desarrollo social, es más, busca todo lo contrario. El decrecimiento es una corriente económica, política y social que busca reconciliar economía, ecología y bien común a través de empresas sociales que creen riqueza de una forma sostenible y un consumo responsable. Se trata de ir más lento para llegar más lejos.