Idas y venidas de un Algarrobo
Por Eider Burgos. Publicado en el número 4 (septiembre de 2014).
A orillas de la playa del Algarrobico se levanta una mole de cemento de idéntico nombre. Un cementerio de 411 habitaciones repartidas en veinte plantas, a medio terminar y a menos de cincuenta metros del mar (Greenpeace no le otorga ni quince). Sin importar Leyes de Costas ni que el paraje que sobre el que asienta sus cimientos -el Parque Natural Cabo de Gata- sea territorio protegido. Después de todo, el ladrillo y la ecología nunca se llevaron bien. Hace ya once años desde que la primera excavadora encendiera sus motores en la cala almeriense, y el futuro del mamotreto sigue siendo más bien incierto.
Entonces, igual que ahora, fueron muchos los que se echaron las manos a la cabeza. A la mayoría de los que vivíamos allí, en cambio, tampoco nos sonó a chino. Una costa, la del Levante, donde recalificar y construir forma ya parte del bagaje cultural.
Desde aquel poco sostenible 2003, la historia del hotel ha sido una de idas y venidas. En una noticia de 2011 se leía: “El Tribunal Supremo ha resuelto dar carpetazo -de una vez por todas- a uno de los pleitos decisivos para el futuro del hotel”. Resultaba que el Supremo había dado “el visto bueno a la demolición”. “De una vez por todas”. Ja, lo mejor estaba por llegar. Un año después, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía declaraba el terreno no urbanizable. En medio de un ataque de amnesia transitoria, este mismo mes de mayo la sección Tercera del mismo organismo se contradecía y en julio abría las puertas a la continuación de las obras. Otra vuelta al ruedo y en agosto la Junta de Andalucía se adueñaba de los territorios por 2,3 millones de euros para proceder a su derrumbe. And to be continued...
Lo que para muchos supone el final de una pesadilla medioambiental, para otros es el final de un sueño. Con el buen argumento de nuevos puestos de trabajo -jugosa golosina con los tiempos que corren-, los vecinos de Carboneras, municipio donde se enclava el masivo alojamiento, plantaron cara a los verdes desde el principio. En su día, un centenar de activistas de Greenpeace se armaron con brochas y pintaron un gigantesco cartel en las paredes del hotel en el que se leía ‘ilegal’. Los carboneros hicieron lo propio y ocultaron la letra ‘i’. “El menor daño, dentro del daño ya hecho -declaraba el alcalde, Salvador Hernández, del Grupo Independiente de Carboneras (GICAR)-, es que se deje y se abra el hotel. Y que no vuelva a permitirse”. Sí, el daño ya está hecho. Solo queda completar el aforo donde hoy solo habita el viento para después desembocar sus aguas fecales a la orilla en la que a escasos metros chapotearán sus inquilinos. De todas formas, según ellos, el Algarrobico ya estaba construido al 95%.
Tampoco se les puede echar en cara su postura. No se puede esperar otra cosa de un pueblo de 8.000 habitantes con un 35% de paro. Ansían un sueldo como agua de mayo en un territorio escaso en lluvias y contratos. Más aún ahora que carteras del volumen de los nuevos reyes o de astros como Iker Casillas comienzan a poner miras a las costas de la provincia.
¿Y si tienen razón? ¿Qué va a ser del paisaje una vez caiga esta montonera de hormigón? ¿Volverá a su estado original? ¿Valdrá la pena el esfuerzo? Parece que el gobierno sureño así lo pretende con el desembolso de otros cinco millones de euros de por medio (los ecologistas ascienden la cifra hasta algo más de seis millones). Parece que el proyecto incluirá también un plan de empleo juvenil y precisará de hasta 1.600 personas para poder llevarse a cabo. Eso sí, de darse el caso, la empresa constructora también quiere pillar cacho, y establece unas indemnizaciones de entre cien y trescientos millones de euros.
Destrozar un paraje en el que viven varias decenas de especies endémicas ahora se cobra a precio de oro. Y es que cuando se cimentó el primer ladrillo sobre la arena el edificio tenía todos los papeles en regla. Algo que nadie se explica. O en realidad sí. ¿Llegarán a pagar aquellos que permitieron que el Cabo de Gata fuera herido de tal gravedad?
¿Pagarán también los que dejaron que el río Antas se llenara de maleza, se construyera en su lecho, y acabara desbordándose hace dos años? Un desbordamiento que dejó cuatro muertos y 3.000 damnificados. Unas inundaciones por las que el Ayuntamiento de Vera no movió un solo dedo ni lo ha hecho todavía. El cauce vuelve a ser un frondoso cañaveral y los vecinos de la zona miran con miedo al cielo a la espera de la próxima gota fría, que no se pierde un solo septiembre. Según el Ayuntamiento sí ha pedido permiso para despejar el lecho. Según la Junta el permiso fue denegado porque pretendían quitar cañas y poner adosados.
El desastre de Vera es otro tema pero un ejemplo más de la indiferencia hacia el entorno y la deferencia hacia la cementera de las que adolece esta bonita provincia. Con lo que es, con lo que ha sido. Única en su especie y de especies únicas. La costa almeriense ya no es lo que era. Probablemente nunca volverá a serlo. Alguien me dijo una vez que había pasado de ser tierra de hippies a ser de “pijis”. Y claro, necesitan hoteles.
En una entrevista al dibujante José María Peridis, que también es arquitecto, se le preguntaba por el Algarrobico: “¿Qué hacemos con él?”, le dijeron. No lo dudó: “Meter la pala y el pico”. Que Dios y la justicia andaluza le oigan, señor Peridis.
Entonces, igual que ahora, fueron muchos los que se echaron las manos a la cabeza. A la mayoría de los que vivíamos allí, en cambio, tampoco nos sonó a chino. Una costa, la del Levante, donde recalificar y construir forma ya parte del bagaje cultural.
Desde aquel poco sostenible 2003, la historia del hotel ha sido una de idas y venidas. En una noticia de 2011 se leía: “El Tribunal Supremo ha resuelto dar carpetazo -de una vez por todas- a uno de los pleitos decisivos para el futuro del hotel”. Resultaba que el Supremo había dado “el visto bueno a la demolición”. “De una vez por todas”. Ja, lo mejor estaba por llegar. Un año después, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía declaraba el terreno no urbanizable. En medio de un ataque de amnesia transitoria, este mismo mes de mayo la sección Tercera del mismo organismo se contradecía y en julio abría las puertas a la continuación de las obras. Otra vuelta al ruedo y en agosto la Junta de Andalucía se adueñaba de los territorios por 2,3 millones de euros para proceder a su derrumbe. And to be continued...
Lo que para muchos supone el final de una pesadilla medioambiental, para otros es el final de un sueño. Con el buen argumento de nuevos puestos de trabajo -jugosa golosina con los tiempos que corren-, los vecinos de Carboneras, municipio donde se enclava el masivo alojamiento, plantaron cara a los verdes desde el principio. En su día, un centenar de activistas de Greenpeace se armaron con brochas y pintaron un gigantesco cartel en las paredes del hotel en el que se leía ‘ilegal’. Los carboneros hicieron lo propio y ocultaron la letra ‘i’. “El menor daño, dentro del daño ya hecho -declaraba el alcalde, Salvador Hernández, del Grupo Independiente de Carboneras (GICAR)-, es que se deje y se abra el hotel. Y que no vuelva a permitirse”. Sí, el daño ya está hecho. Solo queda completar el aforo donde hoy solo habita el viento para después desembocar sus aguas fecales a la orilla en la que a escasos metros chapotearán sus inquilinos. De todas formas, según ellos, el Algarrobico ya estaba construido al 95%.
Tampoco se les puede echar en cara su postura. No se puede esperar otra cosa de un pueblo de 8.000 habitantes con un 35% de paro. Ansían un sueldo como agua de mayo en un territorio escaso en lluvias y contratos. Más aún ahora que carteras del volumen de los nuevos reyes o de astros como Iker Casillas comienzan a poner miras a las costas de la provincia.
¿Y si tienen razón? ¿Qué va a ser del paisaje una vez caiga esta montonera de hormigón? ¿Volverá a su estado original? ¿Valdrá la pena el esfuerzo? Parece que el gobierno sureño así lo pretende con el desembolso de otros cinco millones de euros de por medio (los ecologistas ascienden la cifra hasta algo más de seis millones). Parece que el proyecto incluirá también un plan de empleo juvenil y precisará de hasta 1.600 personas para poder llevarse a cabo. Eso sí, de darse el caso, la empresa constructora también quiere pillar cacho, y establece unas indemnizaciones de entre cien y trescientos millones de euros.
Destrozar un paraje en el que viven varias decenas de especies endémicas ahora se cobra a precio de oro. Y es que cuando se cimentó el primer ladrillo sobre la arena el edificio tenía todos los papeles en regla. Algo que nadie se explica. O en realidad sí. ¿Llegarán a pagar aquellos que permitieron que el Cabo de Gata fuera herido de tal gravedad?
¿Pagarán también los que dejaron que el río Antas se llenara de maleza, se construyera en su lecho, y acabara desbordándose hace dos años? Un desbordamiento que dejó cuatro muertos y 3.000 damnificados. Unas inundaciones por las que el Ayuntamiento de Vera no movió un solo dedo ni lo ha hecho todavía. El cauce vuelve a ser un frondoso cañaveral y los vecinos de la zona miran con miedo al cielo a la espera de la próxima gota fría, que no se pierde un solo septiembre. Según el Ayuntamiento sí ha pedido permiso para despejar el lecho. Según la Junta el permiso fue denegado porque pretendían quitar cañas y poner adosados.
El desastre de Vera es otro tema pero un ejemplo más de la indiferencia hacia el entorno y la deferencia hacia la cementera de las que adolece esta bonita provincia. Con lo que es, con lo que ha sido. Única en su especie y de especies únicas. La costa almeriense ya no es lo que era. Probablemente nunca volverá a serlo. Alguien me dijo una vez que había pasado de ser tierra de hippies a ser de “pijis”. Y claro, necesitan hoteles.
En una entrevista al dibujante José María Peridis, que también es arquitecto, se le preguntaba por el Algarrobico: “¿Qué hacemos con él?”, le dijeron. No lo dudó: “Meter la pala y el pico”. Que Dios y la justicia andaluza le oigan, señor Peridis.