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Evolucionismo, relativismo y la distribución diferencial del duelo público ​

Por Ángel del Palacio Tamarit. Publicado en el número 10 (noviembre 2017).
En 1947, la Asociación Americana de Antropología (AAA) rechazó apoyar la Declaración Universal de los Derechos Humanos redactada por las Naciones Unidas. ¿Por qué la AAA, una organización cuyo objetivo es promover la comprensión y el respeto hacia otras culturas a través de la investigación antropológica, se negaba a respaldar una declaración que buscaba proteger la dignidad y la libertad de las personas sin discriminación alguna? Así se pronunciaba la AAA al respecto: "El tutelaje ejercido por el hombre occidental se justifica bajo razonamientos que colocan a estas poblaciones en condición de inferioridad cultural y atraso intelectual, acusándolas de poseer una mentalidad primitiva. Así, la historia de expansión de Occidente ha estado marcada por la continua privación de derechos y la desintegración del pueblo sobre el que se establece la hegemonía".

Según la AAA, estos derechos centrados en el individuo no eran universales, sino eurocentristas, y su aceptación podía implicar ignorar las distintas formas de resolver la subsistencia, y la organización política y social de otras culturas diferentes, por lo que la supuesta universalidad de los derechos humanos sería en realidad una imposición occidental. Este enfoque de la antropología, denominado "relativismo cultural", llevado al extremo supone aceptar vulneraciones a los derechos humanos como la ablación del clítoris a mujeres y niñas en muchos países del mundo, el matrimonio infantil, etc., por ser costumbres o tradiciones de otras culturas.

A pesar de las claras implicaciones negativas de este enfoque, hay que contextualizarlo, ya que en cierto modo constituía una respuesta a la corriente evolucionista, según la cual Occidente era el estadio más avanzado culturalmente, por lo que definía al resto de culturas no occidentales como inferiores, atrasadas o primitivas. El evolucionismo era una corriente antropológica en connivencia con el colonialismo, porque legitimaba las relaciones de explotación de Occidente sobre esas culturas "primitivas", justificaba el tutelaje paternalista del occidente racional. En este sentido, el racismo jugó un papel preponderante al avalar el dominio colonial a finales del s. XIX y principios del XX, e influyó asimismo en la corriente evolucionista, antes de que la noción de raza fuera descartada dentro de las ciencias sociales.

El relativismo cultural, aunque trata de compensar la balanza, considera las culturas de otras sociedades como homogéneas, estáticas, atemporales e impermeables, sin relación con otras culturas. En realidad, las culturas son dinámicas, porosas, se solapan, se influyen unas a otras, y dentro de cada una de ellas existen fuerzas en oposición, individuos o grupos que disienten con normas o poderes establecidos dentro de su propia cultura y resisten para cambiarlos. La popular metáfora choque de civilizaciones, que sirve para designar un conflicto y supuesta incompatibilidad entre el conjunto de Occidente y el conjunto del islam, tiene en común con el enfoque relativista esta concepción de la cultura como algo impermeable y encerrado en sí mismo. Al contrario de lo que la gente suele pensar, las metáforas no siempre son liberadoras, también nos constriñen a pensar de una determinada manera. En este caso, presupone dos identidades extrínsecas que se harían añicos al chocar antes que mezclarse. La realidad es mucho más compleja. Existen, por ejemplo, organizaciones musulmanas LGTBI.

En Occidente, y sobre todo a partir de los atentados contra las Torres Gemelas, han surgido partidos políticos, movimientos y medios de comunicación con discursos islamófobos que equiparan islam con terrorismo islamista o yihadista. También, a raíz del incremento de las invasiones y guerras de Occidente en Oriente a partir del 2001, el yihadismo parece haber ganado más adeptos. El apelativo de guerra contra el terrorismo con que se ha dado a conocer estas intervenciones militares lideradas por Estados Unidos en respuesta al 11S ha sido criticado puesto que en los intereses bélicos, aparte de los motivos antiterroristas, han tenido cabida intereses económicos, ajenos a la defensa de la libertad invocada por Bush.

Por ejemplo, los decretos de Paul Bremer, director de la Autoridad Provisional de la Coalición, estipulaban para Irak, tras su invasión, "la plena privatización de las empresas públicas, plenos derechos de propiedad para las compañías extranjeras que hayan adquirido y adquieran empresas iraquíes, la plena repatriación de los beneficios extranjeros […] la apertura de los bancos iraquíes al control extranjero, la dispensación de un tratamiento nacional a las compañías extranjeras y […] la eliminación de prácticamente todas las barreras comerciales (A. Juhasz, citado en Harvey, 2007: p. 13). La imposición de "democracia" con un gran sesgo neoliberal constituye una idea muy particular de libertad, basada además en la falacia de unas armas de destrucción masiva inexistentes.

La guerra de Irak produjo más de 100.000 víctimas civiles iraquíes del 2003 al 2011, más que las 72.000 víctimas de terrorismo yihadista en todo el mundo desde el año 2000 al 2014, según los datos de Global Terrorism Database. Y esto solo con la guerra de Irak. Habría que sumar también las guerras e intervenciones en Afganistán, Libia, Yemen, Pakistán, Somalia, Siria y Filipinas. La mayoría de las víctimas de terrorismo yihadista son musulmanas: el 87% de los atentados islamistas se producen en países de mayoría musulmana. Occidente ha causado con sus intervenciones militares más víctimas civiles, o "daños colaterales", en países de mayoría musulmana que el terrorismo yihadista en todo el mundo: ¿no es contradictorio que la guerra contra el terrorismo cause muchas más víctimas inocentes que el terrorismo contra el que supuestamente lucha?

¿Qué nos hace sentir horror por la violencia cometida contra unos y justificar la violencia cometida contra otros? Esta es la pregunta que se hace Judith Butler en su libro Los marcos de guerra: las vidas lloradas. La distribución diferencial del duelo público tiene una gran importancia política, explica Butler, porque de alguna forma hace que veamos justificable la violencia estatal perpetrada contra otros estados o personas vistos como subhumanos o primitivos y nos horroricemos cuando la violencia es infligida a otras vidas. Los marcos epistemológicos a través de los cuales se produce la humanidad en el discurso de los medios de comunicación está cargada de una idea secular de libertad y progreso. Este marco concibe la cultura occidental como el estadio más avanzado de evolución cultural, que se corresponde con lo que significa "ser humano"; así pues, por debajo quedarían todas las demás culturas consideradas premodernas y atrasadas por sus creencias o costumbres religiosas. Desde esta perspectiva, se concibe el islam como una amenaza a la humanidad, irracional y atrasado. Esto es lo que impide el reconocimiento del sujeto musulmán como una vida humana digna de ser llorada.

El relativismo cultural, que de alguna manera subrayaba el principio de no intervención sobre otras sociedades al rechazar la universalidad de los DD. HH., no andaba desencaminado al desconfiar de la máscara humanista: la democracia y, más concretamente, la democracia neoliberal, si es que no es un oxímoron, es una mercancía exportable que se instaura por la fuerza invocando la libertad. La democracia neoliberal es la "solución perfecta" a ese dilema sobre a quién o a qué respetar y proteger (¿individuos o culturas?), puesto que consiste en reducir lo social y lo público a su mínima expresión, y formar una sociedad de individuos "libres" que se relacionan de forma privada por las reglas del mercado; reunidos pero separados.

Luchar contra la barbarie con el barbarismo es contradictorio. Hay barbarie dentro de todas las sociedades o culturas, y hay que combatir el aberrante terrorismo yihadista, pero el medio de erradicarlo no puede causar más violencia que la que se trata de erradicar: es necesario establecer alianzas inter y transculturales que ejerzan presión en lugar de invadir o iniciar guerras que afecten al conjunto de la población. Estoy de acuerdo con la siguiente reflexión de Marjane Satrapi, la autora iraní del cómic Persépolis: "El mundo no está dividido entre este y oeste. Tú eres americano, yo soy iraní, no nos conocemos, pero hablamos y nos entendemos el uno al otro perfectamente. La diferencia entre tú y tu gobierno es mucho más grande que la diferencia entre tú y yo. Y la diferencia entre yo y mi gobierno es mucho más grande que la diferencia entre yo y tú. Y nuestros gobiernos son prácticamente lo mismo". Las poblaciones de los distintos países deben posicionarse en contra de las guerras que quieran iniciar o apoyar sus gobiernos, distanciarse de ellos, porque la violencia estatal siempre es más tolerada y justificada que la ejercida por individuos o grupos.

Según el informe Tendencias globales de ACNUR del 2016, existen 65,6 millones de personas desplazadas en el mundo, la mayor crisis migratoria desde la II Guerra Mundial. Las muertes en el Mediterráneo han consternado a muchos, pero la crisis migratoria europea, agudizada por la guerra en Siria que de momento ha dejado 5,5 millones de refugiados, también ha asustado a otros muchos. La islamofobia en Occidente ha tomado nuevo aliento. Se han levantado vallas y muros fronterizos antiinmigración por toda Europa: en Grecia con Turquía (2011-12), en Bulgaria con Turquía (2014-16), en Hungría con Serbia (2015), en Hungría con Croacia (2015), en Austria con Eslovenia (2015-16), en Macedonia con Grecia (2015-16), en Eslovenia con Croacia (2015-17), en Letonia con Rusia (2015-), en Estonia con Rusia (2015-), en Noruega con Rusia (2016-17). A estas vallas hay que sumar las que ya existían en Ceuta (1993) y Melilla (1998) en España, y la del puerto de Calais en Francia (2001-17).

Algunos podrían alegar que es iluso abrir las puertas o conceder asilo a todos los que llegan a Europa, sin embargo, son países pobres los que más refugiados acogen en el mundo. Solo se encuentra Alemania en la lista de los diez países del mundo que más refugiados acogen. Turquía es el que más refugiados acoge: 2,8 millones, después siguen Pakistán, Irán, Etiopía, Jordania, Kenia, Uganda, Alemania y Chad. Debemos reflexionar "sobre cómo nuestros privilegios están ubicados en el mismo mapa que su sufrimiento, y pueden estar vinculados —de maneras que acaso prefiramos no imaginar—, del mismo modo como la riqueza de algunos quizás implique la indigencia de otros" (Susan Sontag).

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