En casa del artista invisible
Texto y fotografías por Iván Castillo Otero. Publicado en el número 7 (junio 2015).
Miguel Larrarte abre la puerta de su casa con la bata de faena puesta. Se acomoda en el sofá, rodeado de lienzos o piedras que compondrán sus próximas obras y encargos. Nació en San Sebastián, pero él mismo reconoce que es un animal de gran ciudad. “Simplemente subirme al metro ya me pone”, asegura este donostiarra que lleva más de una década viviendo en Madrid. Precisamente “Animalada”, con el mundo animal como protagonista, será el próximo trabajo que exponga y para el que ya ha comenzado a recoger material diverso. Los tiempos del arte son lentos y pausados y entre sus muestras pueden pasar fácilmente tres o cuatro años. Por eso, reconoce que no se ha puesto plazos para terminar con la exhibición, en la que dará su visión particular de la fauna.
La última vez que se posó bajo el foco de la actualidad fue cuando expuso “Gastronomía”, en abril y mayo de 2013, que estuvo disponible en el centro cultural Okendo de Donostia y en La Casa del Reloj de Madrid. Aprovechando tal efeméride, presentó también el documental Miguel Larrarte, el artista invisible, dirigido por Asier Artetche. En su carrera no solo se ha centrado en la pintura. Ha tocado todos los palos del arte, desde el diseño de moda hasta la restauración de muebles, algo que afirma que “tenía muchas ganas de hacer”.
En 2001 copó la actualidad veraniega donostiarra al ganar el concurso de carteles de la Semana Grande y en 2002 celebró la primera edición de “Las rocas famosas de Miguel Larrarte” en Madrid. Las rocas eran una serie de cuadros en la que cada uno estaba dedicado a una persona de la farándula. Con el paso del tiempo, reconoce que se cansó un poco de los famosos y que hoy en día no volvería a hacerlo de la misma manera. Recuerda que se sintió en la gala de entrega como la excusa para que los famosos posaran ante las cámaras. Llegó a hacer una segunda edición tres años más tarde, con la que quedó más satisfecho pese a no volver a tener la misma acogida por parte de la prensa.
“Tragedias” fue su apuesta en diciembre de 2005, para la que pintó inspirándose en todas las malas noticias con las que se levantaba cada mañana. El Windsor ardiendo, un cadáver flotando tras el huracán Katrina, la polución de una fábrica, el deshielo, los restos humeantes de las Torres Gemelas o un descarrilamiento de trenes formaban parte de esta exótica muestra que no deja indiferente. Entre risas y sorprendido, recuerda las reacciones tras “Tragedias” y añade que el cuadro del Katrina se vendió. No comprende que tuviera mejor salida que “Gastronomía” e insiste en que alguien tiene colgado en su salón aquella imagen del cuerpo sin vida que tras el desastre natural barrió el Atlántico en verano de 2005.
Reniega de las galerías de arte y su mafia. Cuenta que le han ofrecido exponer en lugares tan distintos como Asia, Rusia o Nueva York, pero que solo se mueve si ve que la persona que se lo propone cree en su trabajo y no lo hace solo por un interés comercial. Ha mostrado su obra en lugares como el aeropuerto de Madrid (“Hasta ahora”, septiembre de 2006), la Euskal Etxea de la capital (“Mirando figuras y rostros”, otoño 2011) o el festival madrileño de cine Lesgaicinemad (“Mis queridos monstruos”, octubre de 2008) en su búsqueda de sitios alternativos donde exhibir su arte. Su obra está repartida en colecciones particulares de, por ejemplo, Francia, Inglaterra, Irlanda, Brasil, Cuba, Estados Unidos o Rusia.
Siempre quiso vivir en Nueva York, pero no lamenta lo que no pudo ser. A cambio, acoge durante varios trimestres al año a diferentes jóvenes estadounidenses en su morada como parte de un programa de una prestigiosa universidad neoyorquina. Tiene anécdotas de todo tipo con estos muchachos. Por poner un ejemplo, tuvo a uno que había tenido como niñera a la actriz Anne Hathaway y cierto día se lo encontró de videoconferencia con ella. Ya saben, cosas que ocurren en las películas o en Estados Unidos.
Profesor de pintura durante treinta años con experiencia en publicidad y como diseñador de moda y estampación industrial (llegando a crear su propia firma textil), Miguel Larrarte abandonó esta labor para centrarse en su faceta de pintor en el sentido más amplio de la palabra. Su casa es como un pequeño museo en el que el arte no escapa de ninguna de las estancias. Ni la cocina se libra. Su carrera artística es su mejor aval y el arte una forma de entender la vida. Cuenta que degustó las mieles del éxito con la moda pero que ni volvería a ese mundo de envidias ni le interesa esa fama. Es un artista invisible que disfruta viendo pasar el tiempo desde esa perspectiva.
La última vez que se posó bajo el foco de la actualidad fue cuando expuso “Gastronomía”, en abril y mayo de 2013, que estuvo disponible en el centro cultural Okendo de Donostia y en La Casa del Reloj de Madrid. Aprovechando tal efeméride, presentó también el documental Miguel Larrarte, el artista invisible, dirigido por Asier Artetche. En su carrera no solo se ha centrado en la pintura. Ha tocado todos los palos del arte, desde el diseño de moda hasta la restauración de muebles, algo que afirma que “tenía muchas ganas de hacer”.
En 2001 copó la actualidad veraniega donostiarra al ganar el concurso de carteles de la Semana Grande y en 2002 celebró la primera edición de “Las rocas famosas de Miguel Larrarte” en Madrid. Las rocas eran una serie de cuadros en la que cada uno estaba dedicado a una persona de la farándula. Con el paso del tiempo, reconoce que se cansó un poco de los famosos y que hoy en día no volvería a hacerlo de la misma manera. Recuerda que se sintió en la gala de entrega como la excusa para que los famosos posaran ante las cámaras. Llegó a hacer una segunda edición tres años más tarde, con la que quedó más satisfecho pese a no volver a tener la misma acogida por parte de la prensa.
“Tragedias” fue su apuesta en diciembre de 2005, para la que pintó inspirándose en todas las malas noticias con las que se levantaba cada mañana. El Windsor ardiendo, un cadáver flotando tras el huracán Katrina, la polución de una fábrica, el deshielo, los restos humeantes de las Torres Gemelas o un descarrilamiento de trenes formaban parte de esta exótica muestra que no deja indiferente. Entre risas y sorprendido, recuerda las reacciones tras “Tragedias” y añade que el cuadro del Katrina se vendió. No comprende que tuviera mejor salida que “Gastronomía” e insiste en que alguien tiene colgado en su salón aquella imagen del cuerpo sin vida que tras el desastre natural barrió el Atlántico en verano de 2005.
Reniega de las galerías de arte y su mafia. Cuenta que le han ofrecido exponer en lugares tan distintos como Asia, Rusia o Nueva York, pero que solo se mueve si ve que la persona que se lo propone cree en su trabajo y no lo hace solo por un interés comercial. Ha mostrado su obra en lugares como el aeropuerto de Madrid (“Hasta ahora”, septiembre de 2006), la Euskal Etxea de la capital (“Mirando figuras y rostros”, otoño 2011) o el festival madrileño de cine Lesgaicinemad (“Mis queridos monstruos”, octubre de 2008) en su búsqueda de sitios alternativos donde exhibir su arte. Su obra está repartida en colecciones particulares de, por ejemplo, Francia, Inglaterra, Irlanda, Brasil, Cuba, Estados Unidos o Rusia.
Siempre quiso vivir en Nueva York, pero no lamenta lo que no pudo ser. A cambio, acoge durante varios trimestres al año a diferentes jóvenes estadounidenses en su morada como parte de un programa de una prestigiosa universidad neoyorquina. Tiene anécdotas de todo tipo con estos muchachos. Por poner un ejemplo, tuvo a uno que había tenido como niñera a la actriz Anne Hathaway y cierto día se lo encontró de videoconferencia con ella. Ya saben, cosas que ocurren en las películas o en Estados Unidos.
Profesor de pintura durante treinta años con experiencia en publicidad y como diseñador de moda y estampación industrial (llegando a crear su propia firma textil), Miguel Larrarte abandonó esta labor para centrarse en su faceta de pintor en el sentido más amplio de la palabra. Su casa es como un pequeño museo en el que el arte no escapa de ninguna de las estancias. Ni la cocina se libra. Su carrera artística es su mejor aval y el arte una forma de entender la vida. Cuenta que degustó las mieles del éxito con la moda pero que ni volvería a ese mundo de envidias ni le interesa esa fama. Es un artista invisible que disfruta viendo pasar el tiempo desde esa perspectiva.