Ecos de Portland
Texto por Miguel Ángel Laviña Guallart. Publicado en el número 11 (diciembre 2018).
El cine independiente americano renovó a mediados de los años ochenta, principio de los noventa, sus signos de identidad a través de la eclosión de una serie de jóvenes realizadores. Entre los numerosos autores que comenzaron en aquel momento a militar en sus filas, destacaron las obras de dos cineastas fundamentales, Jim Jarmusch y Gus Van Sant. Aunque artífices de dos universos alejados, con palpables diferencias estéticas y argumentales, y distintas inquietudes en cuanto a la realidad que intentaban aprehender y los personajes que la surcaban, ambos autores lograron imponer un estilo personal y abrieron nuevos caminos creativos para otros incipientes directores. Los curiosos personajes, entrañables perdedores de Nueva York o Nueva Orleans, retratados por Jim Jarmusch con una ironía cómplice en sus primeros filmes resultan tan reconocibles como los jóvenes sobre los que Gus Van Sant dirigió su poética mirada en los márgenes de Portland, escenario al que ha vuelto una y otra vez. En aquellos años, el cine independiente americano consiguió una creciente repercusión fuera de sus circuitos, un prestigio acompañado por el reconocimiento en distintos festivales. Junto a Jarmusch y Van Sant, filmaron sus primeros largometrajes otros autores con un innegable potencial creativo como Steven Soderbergh, Hal Hartley, Kevin Smith, Richard Linklater o los hermanos Coen.
A lo largo de las últimas décadas, varios de estos directores se han integrado de una forma relativamente estable a la industria cinematográfica y han logrado en ocasiones mantener cierta libertad creativa, mientras que autores como Hal Hartley y el propio Jim Jarmusch han permanecido en la órbita del cine independiente. La trayectoria de Gus Van Sant ha estado caracterizada por una constante dualidad, unos periodos de transición entre el cine independiente -obras de carácter personal en las que siempre ha habido un espacio para la experimentación- y el cine realizado bajo el sistema de estudios. Van Sant ha aceptado proyectos en ocasiones cuestionables, asumiendo guiones ajenos con resultados más que convencionales o incluso fallidos. Sin embargo, en estos filmes de encargo, alejados de sus orígenes, siempre pueden rastrearse ciertos rasgos inherentes a su estilo o que de alguna manera conectan con sus constantes temáticas.
Formado en pintura y publicidad, tras filmar varios cortometrajes, Van Sant estrena en 1985 su primer filme: Mala noche, pero son sus dos siguientes largometrajes (Drugstore Cowboy [1989] y Mi Idaho privado [1991]) los que lo sitúan como uno de los principales nombres del cine independiente. A pesar de los años transcurridos, Van Sant sigue siendo en cierta forma el director de estas dos obras memorables. Drugstore Cowboy sigue el periplo de un grupo de jóvenes drogadictos, atracadores de farmacias, con una mirada sincera y alejada de cualquier posicionamiento moral. Su protagonista, encarnado por un versátil Matt Dillon en el papel más emblemático de su carrera, emprende un camino propio que lo aleja de sus compañeros, un proceso en el que acepta la inevitable realidad de las drogas. Van Sant se constituye en este filme como uno de los herederos del espíritu de la Generación Beat contando con la significativa presencia de William S. Burroughs haciendo el pequeño papel de un sacerdote yonqui para el que el escritor creó sus propios diálogos.
El impacto que supuso Drugstore Cowboy permitió a Van Sant rodar un proyecto escrito con anterioridad, Mi Idaho privado, un relato que retrata la juventud marginal de Portland a través de dos jóvenes dedicados a la prostitución encarnados por River Phoenix y Keanu Reeves. Una obra en la que están presentes otras de sus constantes inquietudes: la soledad en los años de transición de la juventud y la búsqueda de alternativas a la desestructuración familiar. En estos dos filmes queda patente el interés de Van Sant por la experimentación, la ruptura entre la realidad y su forma de transmitirla. La capacidad para retratar una realidad dramática, o incluso escabrosa, a través de una mirada poética. Estas primeras obras también descubren una personal visión de Portland, ciudad en la ha transcurrido gran parte de su vida, con sus brumosas e industriales calles y unas interminables carreteras en medio de la nada de Oregón e Idaho que filma de forma hipnótica. Una estética que en aquel momento también quedó identificada con el cine independiente. Estos primeros filmes le valieron la calificación de «el poeta de los inadaptados» por parte de la crítica norteamericana.
Dos películas fundamentales que dejaron una larga estela de influencia tras las que inició una segunda etapa en la que se alejó de forma progresiva del cine independiente con títulos como Todo por un sueño (1995), El indomable Will Hunting (1997) -con la que ayudó a llevar a la pantalla el guion escrito por Matt Damon y Ben Affleck-, el polémico remake Psycho (Psicosis) (1998) y Descubriendo a Forrester (2000). Las técnicas puestas en marcha en Gerry (2002), uno de sus filmes más arriesgados, rodado de forma experimental sin un guion previo, le devolvió a sus orígenes. Le siguió Elephant (2003), con la que consiguió la Palma de Oro y el premio al mejor director en el Festival de Cannes. En cierta forma, para una nueva generación Gus Van Sant se convertiría, a partir de entonces, en el director de Elephant. Estas dos películas guardan estrechos vínculos con sus dos siguientes trabajos: Last Days (2005) y Paranoid Park (2007), obras que completan un segundo periodo de absoluta plenitud creativa y que parte de la crítica califica como «tetralogía de la juventud y la muerte». Durante la última década ha filmado películas tan diversas como Mi nombre es Harvey Milk (2008) o Tierra prometida (2012). La exposición Gus Van Sant, organizada por la Cinémathèque Française, el Museo Nazionale del Cinema (Turín), el Musée d’Élysée (Lausanne) y la Cinémathèque Suisse, ha permanecido durante tres meses -de junio a septiembre del 2018- en la Casa Encendida de Madrid y ha sido completada con una retrospectiva en la Filmoteca Española. Una muestra que ha permitido descubrir otras inquietudes del cineasta; su obra plástica en forma de fotografías, pinturas y dibujos junto a colaboraciones con otros artistas.
El análisis retrospectivo de la obra de Gus Van Sant al que invita esta exposición permite situar a Elephant, con la perspectiva que proporcionan más de tres décadas de carrera, como la película que condensa los rasgos distintivos de su autor, una pieza clave sobre la que parece gravitar el resto de una filmografía con un indudable poder de seducción. Sin embargo, es curioso descubrir cómo uno de sus filmes más depurados no partió de un proyecto personal. La productora HBO le ofreció rodar un guion inspirado en el tiroteo del instituto de Columbine (Colorado), en el que dos alumnos asesinaron en 1999 a trece personas. Sin embargo, en aquel momento Van Sant quería seguir con la dinámica experimental de Gerry y valoró rechazar el proyecto. Los productores aceptaron sus condiciones, como rodar sin un guion previo y con actores desconocidos. Pretendía evitar que la película se convirtiese en una crónica del suceso de Columbine y alejarse progresivamente de aquellos hechos para situarla en un espacio atemporal, lo que le confiere todavía más significado. Elephant puede ser la mirada hacia unos jóvenes de un instituto cualquiera de EE. UU. donde similares sucesos trágicos se siguen produciendo, incluso quince años después de rodarse el filme.
Gus Van Sant consigue en Elephant un virtuoso ejercicio de estilo convirtiendo la narración en un preciso mecanismo dividido en tres tiempos. A lo largo del metraje se suceden unos largos planos secuencia que confluyen en unos determinados instantes previos a producirse la tragedia. Estos planos secuencia logran aprehender la realidad, conferir al filme de un aspecto sencillo, pero esconden una gran precisión narrativa que lo convierten en un sofisticado ejercicio de observación. La cámara sigue, mediante complicados travellings, los sucesivos recorridos de los estudiantes consiguiendo que fluya la realidad de un día cualquiera del instituto. La fragmentación temporal -varias secuencias transcurren en paralelo e incluye un flashback del día anterior- le permite observar la realidad desde distintos ángulos. Esta estructura fragmentada -la narración no lineal es otro de los rasgos distintivos de su obra- le permite adentrarse en ese microcosmos que durante unos años es el instituto, mostrando que la realidad no es única, al igual que no lo son los posibles motivos que conducen al trágico suceso.
De esta forma, Van Sant incide en sus rupturas entre la realidad y la forma de transmitirla. Los laberínticos pasillos del instituto de aspecto clínico -se utilizó para el rodaje un instituto todavía no inaugurado- y sus estancias asépticas hacen todavía más siniestra la tragedia que se está fraguando en su interior. Sin embargo, la cámara de Van Sant las recorre de forma volátil, con puntuales instantes de ralentí, de fugas de la realidad y unos planos que recorren la belleza otoñal de sus exteriores incluyendo unas cromáticas imágenes de los cielos de Portland -siempre presentes en su filmografía- que abren las partes en las que se divide el filme. Una sensible mirada que se completa con la labor del sonido -excepcional la forma en que recuerda los ecos de los institutos- y la música, varias sonatas de Beethoven, que en cierto momento se convierte en diegética al ser interpretada al piano por uno de los autores del tiroteo.
El título de la película resulta también significativo para comprender las intenciones de Van Sant. Por una parte, tiene su origen en el mediometraje Elephant dirigido por Alan Clarke y producido por Danny Boyle, estrenado en la BBC en 1989. Situado en el conflicto de Irlanda del Norte, su título hace referencia a la metáfora inglesa «un elefante en el salón» en relación con que un conflicto violento es tan fácil de ignorar como tener un elefante en el salón, una evidente verdad que pretendería ser ignorada. El título también remite a un popular cuento oriental en el que unos ciegos describen un elefante. Cada uno de ellos describe aquello que puede tocar e intenta convencer al resto de que el elefante es como lo imagina; una explicación necesariamente parcial de la que resulta imposible componer una idea global de la realidad. Para Van Sant, la realidad puede tener tantas aristas como las miradas que la observan y no pretende encontrar una explicación única a una situación tan compleja como es la violencia en los institutos. Su intención era que «el público pudiese ver las cosas de otra forma. La idea era proponer unas pistas para hacerle reflexionar sobre ese acontecimiento que ya conocía de antes con el fin de encontrar respuestas por sí mismo. Hay diferentes razones y no quería formular dos o tres hipótesis para imponérselas a los espectadores. Sabía que el espectador tenía ya millones de respuestas y le quería ayudar a estudiar todas esas respuestas posibles»(1).
La versatilidad de sus jóvenes intérpretes, que encajan con total naturalidad en las distintas personalidades que pueden encontrarse en los institutos -en el filme solo intervienen tres actores profesionales-, es otro de los grandes logros de Elephant. Se organizó un casting al que acudieron cientos de estudiantes con los que se realizaron distintos talleres antes del rodaje. Van Sant incorporó al filme las conversaciones de los jóvenes en los ensayos. Los estudiantes sabían que podían improvisar, tomar sus propias decisiones sobre los diálogos. Unas réplicas que debían ser naturales porque no quería apoyarse en los diálogos para hacer avanzar la película. Una vez que se distribuyeron los papeles y se definieron los grupos, reconoce que las discusiones de los jóvenes sobre la violencia le inspiraron: «Los estudiantes sabían muy bien de qué estaban hablando. El instituto era su día a día, no el nuestro. Eran los estudiantes los que de verdad tenían una visión y podían explicarnos cómo se sienten, su situación en ese lugar».
La juventud es uno de los elementos sobre los que planea el conjunto de la obra de este cineasta, tal y como se pone de manifiesto en la exposición Gus Van Sant a través de las decenas de retratos polaroids de intérpretes en los primeros años de su carrera y de jóvenes anónimos que han deambulado por sus películas. En palabras del propio director, «la adolescencia es un etapa formativa, fundamental en nuestro desarrollo. Es entonces cuando nos afirmamos como personas, aprendemos a amar, a reconocernos a nosotros mismos. Es un momento de mi vida que recuerdo con afecto. Y hay una belleza especial en los jóvenes. En ellos trasunta el temor, la desesperanza»(2). Una época de difícil tránsito, pero a la que parece que siempre se desearía regresar, y que puede verse reflejada en el testimonio intemporal de Elephant.
1 Declaraciones sobre la preparación y el rodaje de Elephant realizadas por Gus Van Sant en la Cinémathèque Française, Leçon de Cinéma, en abril del 2016.
2 Diario Clarín, 24/08/2008.
A lo largo de las últimas décadas, varios de estos directores se han integrado de una forma relativamente estable a la industria cinematográfica y han logrado en ocasiones mantener cierta libertad creativa, mientras que autores como Hal Hartley y el propio Jim Jarmusch han permanecido en la órbita del cine independiente. La trayectoria de Gus Van Sant ha estado caracterizada por una constante dualidad, unos periodos de transición entre el cine independiente -obras de carácter personal en las que siempre ha habido un espacio para la experimentación- y el cine realizado bajo el sistema de estudios. Van Sant ha aceptado proyectos en ocasiones cuestionables, asumiendo guiones ajenos con resultados más que convencionales o incluso fallidos. Sin embargo, en estos filmes de encargo, alejados de sus orígenes, siempre pueden rastrearse ciertos rasgos inherentes a su estilo o que de alguna manera conectan con sus constantes temáticas.
Formado en pintura y publicidad, tras filmar varios cortometrajes, Van Sant estrena en 1985 su primer filme: Mala noche, pero son sus dos siguientes largometrajes (Drugstore Cowboy [1989] y Mi Idaho privado [1991]) los que lo sitúan como uno de los principales nombres del cine independiente. A pesar de los años transcurridos, Van Sant sigue siendo en cierta forma el director de estas dos obras memorables. Drugstore Cowboy sigue el periplo de un grupo de jóvenes drogadictos, atracadores de farmacias, con una mirada sincera y alejada de cualquier posicionamiento moral. Su protagonista, encarnado por un versátil Matt Dillon en el papel más emblemático de su carrera, emprende un camino propio que lo aleja de sus compañeros, un proceso en el que acepta la inevitable realidad de las drogas. Van Sant se constituye en este filme como uno de los herederos del espíritu de la Generación Beat contando con la significativa presencia de William S. Burroughs haciendo el pequeño papel de un sacerdote yonqui para el que el escritor creó sus propios diálogos.
El impacto que supuso Drugstore Cowboy permitió a Van Sant rodar un proyecto escrito con anterioridad, Mi Idaho privado, un relato que retrata la juventud marginal de Portland a través de dos jóvenes dedicados a la prostitución encarnados por River Phoenix y Keanu Reeves. Una obra en la que están presentes otras de sus constantes inquietudes: la soledad en los años de transición de la juventud y la búsqueda de alternativas a la desestructuración familiar. En estos dos filmes queda patente el interés de Van Sant por la experimentación, la ruptura entre la realidad y su forma de transmitirla. La capacidad para retratar una realidad dramática, o incluso escabrosa, a través de una mirada poética. Estas primeras obras también descubren una personal visión de Portland, ciudad en la ha transcurrido gran parte de su vida, con sus brumosas e industriales calles y unas interminables carreteras en medio de la nada de Oregón e Idaho que filma de forma hipnótica. Una estética que en aquel momento también quedó identificada con el cine independiente. Estos primeros filmes le valieron la calificación de «el poeta de los inadaptados» por parte de la crítica norteamericana.
Dos películas fundamentales que dejaron una larga estela de influencia tras las que inició una segunda etapa en la que se alejó de forma progresiva del cine independiente con títulos como Todo por un sueño (1995), El indomable Will Hunting (1997) -con la que ayudó a llevar a la pantalla el guion escrito por Matt Damon y Ben Affleck-, el polémico remake Psycho (Psicosis) (1998) y Descubriendo a Forrester (2000). Las técnicas puestas en marcha en Gerry (2002), uno de sus filmes más arriesgados, rodado de forma experimental sin un guion previo, le devolvió a sus orígenes. Le siguió Elephant (2003), con la que consiguió la Palma de Oro y el premio al mejor director en el Festival de Cannes. En cierta forma, para una nueva generación Gus Van Sant se convertiría, a partir de entonces, en el director de Elephant. Estas dos películas guardan estrechos vínculos con sus dos siguientes trabajos: Last Days (2005) y Paranoid Park (2007), obras que completan un segundo periodo de absoluta plenitud creativa y que parte de la crítica califica como «tetralogía de la juventud y la muerte». Durante la última década ha filmado películas tan diversas como Mi nombre es Harvey Milk (2008) o Tierra prometida (2012). La exposición Gus Van Sant, organizada por la Cinémathèque Française, el Museo Nazionale del Cinema (Turín), el Musée d’Élysée (Lausanne) y la Cinémathèque Suisse, ha permanecido durante tres meses -de junio a septiembre del 2018- en la Casa Encendida de Madrid y ha sido completada con una retrospectiva en la Filmoteca Española. Una muestra que ha permitido descubrir otras inquietudes del cineasta; su obra plástica en forma de fotografías, pinturas y dibujos junto a colaboraciones con otros artistas.
El análisis retrospectivo de la obra de Gus Van Sant al que invita esta exposición permite situar a Elephant, con la perspectiva que proporcionan más de tres décadas de carrera, como la película que condensa los rasgos distintivos de su autor, una pieza clave sobre la que parece gravitar el resto de una filmografía con un indudable poder de seducción. Sin embargo, es curioso descubrir cómo uno de sus filmes más depurados no partió de un proyecto personal. La productora HBO le ofreció rodar un guion inspirado en el tiroteo del instituto de Columbine (Colorado), en el que dos alumnos asesinaron en 1999 a trece personas. Sin embargo, en aquel momento Van Sant quería seguir con la dinámica experimental de Gerry y valoró rechazar el proyecto. Los productores aceptaron sus condiciones, como rodar sin un guion previo y con actores desconocidos. Pretendía evitar que la película se convirtiese en una crónica del suceso de Columbine y alejarse progresivamente de aquellos hechos para situarla en un espacio atemporal, lo que le confiere todavía más significado. Elephant puede ser la mirada hacia unos jóvenes de un instituto cualquiera de EE. UU. donde similares sucesos trágicos se siguen produciendo, incluso quince años después de rodarse el filme.
Gus Van Sant consigue en Elephant un virtuoso ejercicio de estilo convirtiendo la narración en un preciso mecanismo dividido en tres tiempos. A lo largo del metraje se suceden unos largos planos secuencia que confluyen en unos determinados instantes previos a producirse la tragedia. Estos planos secuencia logran aprehender la realidad, conferir al filme de un aspecto sencillo, pero esconden una gran precisión narrativa que lo convierten en un sofisticado ejercicio de observación. La cámara sigue, mediante complicados travellings, los sucesivos recorridos de los estudiantes consiguiendo que fluya la realidad de un día cualquiera del instituto. La fragmentación temporal -varias secuencias transcurren en paralelo e incluye un flashback del día anterior- le permite observar la realidad desde distintos ángulos. Esta estructura fragmentada -la narración no lineal es otro de los rasgos distintivos de su obra- le permite adentrarse en ese microcosmos que durante unos años es el instituto, mostrando que la realidad no es única, al igual que no lo son los posibles motivos que conducen al trágico suceso.
De esta forma, Van Sant incide en sus rupturas entre la realidad y la forma de transmitirla. Los laberínticos pasillos del instituto de aspecto clínico -se utilizó para el rodaje un instituto todavía no inaugurado- y sus estancias asépticas hacen todavía más siniestra la tragedia que se está fraguando en su interior. Sin embargo, la cámara de Van Sant las recorre de forma volátil, con puntuales instantes de ralentí, de fugas de la realidad y unos planos que recorren la belleza otoñal de sus exteriores incluyendo unas cromáticas imágenes de los cielos de Portland -siempre presentes en su filmografía- que abren las partes en las que se divide el filme. Una sensible mirada que se completa con la labor del sonido -excepcional la forma en que recuerda los ecos de los institutos- y la música, varias sonatas de Beethoven, que en cierto momento se convierte en diegética al ser interpretada al piano por uno de los autores del tiroteo.
El título de la película resulta también significativo para comprender las intenciones de Van Sant. Por una parte, tiene su origen en el mediometraje Elephant dirigido por Alan Clarke y producido por Danny Boyle, estrenado en la BBC en 1989. Situado en el conflicto de Irlanda del Norte, su título hace referencia a la metáfora inglesa «un elefante en el salón» en relación con que un conflicto violento es tan fácil de ignorar como tener un elefante en el salón, una evidente verdad que pretendería ser ignorada. El título también remite a un popular cuento oriental en el que unos ciegos describen un elefante. Cada uno de ellos describe aquello que puede tocar e intenta convencer al resto de que el elefante es como lo imagina; una explicación necesariamente parcial de la que resulta imposible componer una idea global de la realidad. Para Van Sant, la realidad puede tener tantas aristas como las miradas que la observan y no pretende encontrar una explicación única a una situación tan compleja como es la violencia en los institutos. Su intención era que «el público pudiese ver las cosas de otra forma. La idea era proponer unas pistas para hacerle reflexionar sobre ese acontecimiento que ya conocía de antes con el fin de encontrar respuestas por sí mismo. Hay diferentes razones y no quería formular dos o tres hipótesis para imponérselas a los espectadores. Sabía que el espectador tenía ya millones de respuestas y le quería ayudar a estudiar todas esas respuestas posibles»(1).
La versatilidad de sus jóvenes intérpretes, que encajan con total naturalidad en las distintas personalidades que pueden encontrarse en los institutos -en el filme solo intervienen tres actores profesionales-, es otro de los grandes logros de Elephant. Se organizó un casting al que acudieron cientos de estudiantes con los que se realizaron distintos talleres antes del rodaje. Van Sant incorporó al filme las conversaciones de los jóvenes en los ensayos. Los estudiantes sabían que podían improvisar, tomar sus propias decisiones sobre los diálogos. Unas réplicas que debían ser naturales porque no quería apoyarse en los diálogos para hacer avanzar la película. Una vez que se distribuyeron los papeles y se definieron los grupos, reconoce que las discusiones de los jóvenes sobre la violencia le inspiraron: «Los estudiantes sabían muy bien de qué estaban hablando. El instituto era su día a día, no el nuestro. Eran los estudiantes los que de verdad tenían una visión y podían explicarnos cómo se sienten, su situación en ese lugar».
La juventud es uno de los elementos sobre los que planea el conjunto de la obra de este cineasta, tal y como se pone de manifiesto en la exposición Gus Van Sant a través de las decenas de retratos polaroids de intérpretes en los primeros años de su carrera y de jóvenes anónimos que han deambulado por sus películas. En palabras del propio director, «la adolescencia es un etapa formativa, fundamental en nuestro desarrollo. Es entonces cuando nos afirmamos como personas, aprendemos a amar, a reconocernos a nosotros mismos. Es un momento de mi vida que recuerdo con afecto. Y hay una belleza especial en los jóvenes. En ellos trasunta el temor, la desesperanza»(2). Una época de difícil tránsito, pero a la que parece que siempre se desearía regresar, y que puede verse reflejada en el testimonio intemporal de Elephant.
1 Declaraciones sobre la preparación y el rodaje de Elephant realizadas por Gus Van Sant en la Cinémathèque Française, Leçon de Cinéma, en abril del 2016.
2 Diario Clarín, 24/08/2008.