Doble Beatles
Texto y fotos por Ivan Castillo Otero. Publicado en el número 0 (febrero 2014).
Desde Liverpool y con los Beatles
El año 2010 daba sus últimos coletazos y diciembre azotaba el Reino Unido con una ola de frío y heladas. La climatología respetó mi vuelo y llegué puntual a mi cita en Liverpool. Lunes, día número 27 del mes final del año, la ciudad que vio nacer a los Beatles me recibe con el mercurio de los termómetros bajo mínimos. Allí todo me huele a ellos y a buen fútbol. El aeropuerto no es gran cosa, pero que se llame John Lennon Airport lo hace más especial que el JFK de Nueva York.
Por la mañana del día siguiente el intenso frío hacía que dar una vuelta por Albert Dock se convirtiera en deporte de riesgo. El río Mersey estaba helado y el cuerpo me pedía acudir al refugio más histórico del lugar: The Cavern Club. Antes de ir, recomiendo la visita al maravilloso museo de los Beatles, una joyita. El primitivo club fue pasto de las llamas de un incendio, pero el actual está hecho al detalle y en la misma calle. Comenzamos a bajar las escaleras y tres pisos más abajo three beers, please. Una banda tributo interpretaba con mucho gusto “I feel fine” y yo entraba en trance. Siguieron con “She loves you”, “Can’t buy my love”, “Ticket to ride” y “Yesterday”. Lo recuerdo como si fuera ayer; no en vano fue mi primera vez en aquel templo. Lástima que los ingleses cenen tan pronto y hubiera que huir, yo me habría quedado allí hasta las tantas.
No podía irme sin plasmar mi huella y dejé marcado con un rotulador en la puerta del servicio de caballeros aquel momento. Sabía que no sería mi última vez allí, pero, antes de partir y tras la finalización del show, aproveché y me senté en el escenario. Imaginé cualquier noche de los años sesenta. Mientras inmortalizaba el momento, pensé en los cuatro fantásticos encendiendo sus amplificadores Vox y afinando la batería. Mientras tanto, fuera del local cientos de jóvenes esperarían para entrar. Minutos después comenzarían los gritos de tanta hormona femenina y las ganas de bailar llenarían el local. Podrían poner en el primer lugar de su repertorio la canción “Twist and shout”, aunque eso da igual. La mejor banda de la historia puede permitirse comenzar con cualquiera.
En la casa de los Castillo la pasión es txuri urdin and red, of course. El día 29 nos esperaba en Anfield nuestro Liverpool FC contra los lobos del Wolverhampton. El banquillo tenía un inquilino que hizo bien poco por el club: el koala Roy Hodgson. El actual seleccionador inglés no contaba con la aprobación de la afición por su nefasto rendimiento y The Kop mezclaba ánimos a los jugadores con otros cánticos pidiendo a King Kenny Dalglish como técnico.
El taxista que nos llevó al campo era hincha del Everton, enemigo íntimo de mi equipo. Reconocí ante él que había visitado la casa de su equipo, Goodison Park, pero le pedí que nos llevara a la de los míos. Hablamos de Arteta (en aquel entonces jugador de los Toffes) y de Lorena Bernal, su mujer y ex-Miss Gipuzkoa. Tenía buenas referencias de San Sebastián y respetaba a la Real Sociedad como un club histórico y de prestigio. Los lazos de la Real con el equipo más laureado de la ciudad inglesa son muchos: John Aldridge, Xabi Alonso y Sander Westerveld entre otros, sin olvidar la invitación para jugar el partido homenaje a Dalglish en Anfield (14 de agosto de 1990).
El encuentro no tuvo gran historia; un gol de Ward en el minuto 56 daba la estocada final a Hodgson y hacía llegar al clímax a los aficionados (ruidosos y respetuosos) del Wolves. La cena y las pintas en los pubs The Albert y The Park fueron mejores que el juego desplegado por los locales. Dos culturas, la de la música y la del fútbol, comprimidas en una ciudad de gente con carácter luchador, curtido en los duros tiempos en los que de la señora Thatcher cerraba sus astilleros. Ahora, años después y con más calma, la ciudad del liverbird brilla en todo su esplendor.
Por la mañana del día siguiente el intenso frío hacía que dar una vuelta por Albert Dock se convirtiera en deporte de riesgo. El río Mersey estaba helado y el cuerpo me pedía acudir al refugio más histórico del lugar: The Cavern Club. Antes de ir, recomiendo la visita al maravilloso museo de los Beatles, una joyita. El primitivo club fue pasto de las llamas de un incendio, pero el actual está hecho al detalle y en la misma calle. Comenzamos a bajar las escaleras y tres pisos más abajo three beers, please. Una banda tributo interpretaba con mucho gusto “I feel fine” y yo entraba en trance. Siguieron con “She loves you”, “Can’t buy my love”, “Ticket to ride” y “Yesterday”. Lo recuerdo como si fuera ayer; no en vano fue mi primera vez en aquel templo. Lástima que los ingleses cenen tan pronto y hubiera que huir, yo me habría quedado allí hasta las tantas.
No podía irme sin plasmar mi huella y dejé marcado con un rotulador en la puerta del servicio de caballeros aquel momento. Sabía que no sería mi última vez allí, pero, antes de partir y tras la finalización del show, aproveché y me senté en el escenario. Imaginé cualquier noche de los años sesenta. Mientras inmortalizaba el momento, pensé en los cuatro fantásticos encendiendo sus amplificadores Vox y afinando la batería. Mientras tanto, fuera del local cientos de jóvenes esperarían para entrar. Minutos después comenzarían los gritos de tanta hormona femenina y las ganas de bailar llenarían el local. Podrían poner en el primer lugar de su repertorio la canción “Twist and shout”, aunque eso da igual. La mejor banda de la historia puede permitirse comenzar con cualquiera.
En la casa de los Castillo la pasión es txuri urdin and red, of course. El día 29 nos esperaba en Anfield nuestro Liverpool FC contra los lobos del Wolverhampton. El banquillo tenía un inquilino que hizo bien poco por el club: el koala Roy Hodgson. El actual seleccionador inglés no contaba con la aprobación de la afición por su nefasto rendimiento y The Kop mezclaba ánimos a los jugadores con otros cánticos pidiendo a King Kenny Dalglish como técnico.
El taxista que nos llevó al campo era hincha del Everton, enemigo íntimo de mi equipo. Reconocí ante él que había visitado la casa de su equipo, Goodison Park, pero le pedí que nos llevara a la de los míos. Hablamos de Arteta (en aquel entonces jugador de los Toffes) y de Lorena Bernal, su mujer y ex-Miss Gipuzkoa. Tenía buenas referencias de San Sebastián y respetaba a la Real Sociedad como un club histórico y de prestigio. Los lazos de la Real con el equipo más laureado de la ciudad inglesa son muchos: John Aldridge, Xabi Alonso y Sander Westerveld entre otros, sin olvidar la invitación para jugar el partido homenaje a Dalglish en Anfield (14 de agosto de 1990).
El encuentro no tuvo gran historia; un gol de Ward en el minuto 56 daba la estocada final a Hodgson y hacía llegar al clímax a los aficionados (ruidosos y respetuosos) del Wolves. La cena y las pintas en los pubs The Albert y The Park fueron mejores que el juego desplegado por los locales. Dos culturas, la de la música y la del fútbol, comprimidas en una ciudad de gente con carácter luchador, curtido en los duros tiempos en los que de la señora Thatcher cerraba sus astilleros. Ahora, años después y con más calma, la ciudad del liverbird brilla en todo su esplendor.
George Harrison, el sol que no deja de iluminar
Antes adoraba a George Harrison y ahora lo adoro aún más. No estaba detrás con Ringo y tampoco con John Lennon y Paul McCartney en primera línea. Él estaba en medio de los Beatles, era el catalizador de la energía de los cuatro de Liverpool. Cuando todo el mundo pensaba que se había dicho todo sobre ellos, aparece Martin Scorsese y crea George Harrison: Living in the Material World (2011).
Es un documental a prueba de pesados seudo fans de los Beatles que no han escuchado nada más allá de “Help” o “Yesterday”, puesto que dura tres maravillosas y gloriosas horas y cuarto. En este film vemos al George joven y bipolar; a veces dulce y agradable y en otras ocasiones franco y duro. Llegó a la banda de la mano de Paul y parecía un niño entre un grupo de hombres. Ayudó a que John comprendiera que la guitarra tenía seis cuerdas y no cuatro. El salto de calidad de los Beatles es obra de sus dedos y era el único capaz de hacer un solo de guitarra.
Sufrió con la muerte de Stuart, miembro original de la banda, y también con que Lennon no pudiera abandonar su cuerpo de una forma más natural. Decidió, junto a sus compañeros de viaje, parar y encerrarse en los estudios de grabación; el éxito les había superado. A finales de los años sesenta pasaban días mejores y peores en las grabaciones, pero eran amigos y, sobre todo, una familia. De gira viajaban en un coche y dormían en dos habitaciones, cosas que ayudan a hacer grupo pese a las diferentes formas de ver la vida y la música.
Le maravilló Estados Unidos y le aburrió tocar para el aletargado público de Australia. Le agobió no poder salir a la calle sin que le atosigara la gente, pero encontró un escape en la meditación y en la India. Con “Don’t bother me” demostró que él también sabía componer, no era mera comparsa de Paul y John. El ácido y el LSD le hicieron volar sin alas, pero la espiritualidad fue la que le dio fuerzas de verdad para vivir al máximo como él quiso hacerlo.
Para la eternidad quedan perlas como “Something” o “Here comes the sun”, sus primeras obras maestras que vieron la luz. Luego llegaron “My sweet Lord”, “Wah-wah” o “Got my mind set on you”, con un George perfeccionista hasta el extremo. Publicó en solitario el disco All things must past, una de las joyas de la historia de la música. Abandonar los Beatles fue un gran cambio en su vida, pero en lo personal también los tuvo. Su gran amor y primera mujer fue Pattie, que terminó por enamorarse de su amigo Eric Clapton. “Quédatela” fue lo que George le dijo a Clapton. Él, por su parte, rehízo su vida junto a la mexicana Olivia.
Admiraba a los Monty Phyton e hipotecó su casa para que La vida de Brian viera la luz. Sufrió un ataque en su propio hogar y fue apuñalado. Aquella experiencia le robó años de vida, pero un cáncer, un maldito cáncer, fue quién nos arrebató a George para siempre en el año 2001. Su cuerpo nos abandonó, pero su música y su espíritu siguen entre nosotros. Él ilumina las canciones y Scorsese ha sabido comprimirlo todo en un documental imperdible. Continúas siendo nuestro sol, George. Todo mi amor y paz para ti.
Es un documental a prueba de pesados seudo fans de los Beatles que no han escuchado nada más allá de “Help” o “Yesterday”, puesto que dura tres maravillosas y gloriosas horas y cuarto. En este film vemos al George joven y bipolar; a veces dulce y agradable y en otras ocasiones franco y duro. Llegó a la banda de la mano de Paul y parecía un niño entre un grupo de hombres. Ayudó a que John comprendiera que la guitarra tenía seis cuerdas y no cuatro. El salto de calidad de los Beatles es obra de sus dedos y era el único capaz de hacer un solo de guitarra.
Sufrió con la muerte de Stuart, miembro original de la banda, y también con que Lennon no pudiera abandonar su cuerpo de una forma más natural. Decidió, junto a sus compañeros de viaje, parar y encerrarse en los estudios de grabación; el éxito les había superado. A finales de los años sesenta pasaban días mejores y peores en las grabaciones, pero eran amigos y, sobre todo, una familia. De gira viajaban en un coche y dormían en dos habitaciones, cosas que ayudan a hacer grupo pese a las diferentes formas de ver la vida y la música.
Le maravilló Estados Unidos y le aburrió tocar para el aletargado público de Australia. Le agobió no poder salir a la calle sin que le atosigara la gente, pero encontró un escape en la meditación y en la India. Con “Don’t bother me” demostró que él también sabía componer, no era mera comparsa de Paul y John. El ácido y el LSD le hicieron volar sin alas, pero la espiritualidad fue la que le dio fuerzas de verdad para vivir al máximo como él quiso hacerlo.
Para la eternidad quedan perlas como “Something” o “Here comes the sun”, sus primeras obras maestras que vieron la luz. Luego llegaron “My sweet Lord”, “Wah-wah” o “Got my mind set on you”, con un George perfeccionista hasta el extremo. Publicó en solitario el disco All things must past, una de las joyas de la historia de la música. Abandonar los Beatles fue un gran cambio en su vida, pero en lo personal también los tuvo. Su gran amor y primera mujer fue Pattie, que terminó por enamorarse de su amigo Eric Clapton. “Quédatela” fue lo que George le dijo a Clapton. Él, por su parte, rehízo su vida junto a la mexicana Olivia.
Admiraba a los Monty Phyton e hipotecó su casa para que La vida de Brian viera la luz. Sufrió un ataque en su propio hogar y fue apuñalado. Aquella experiencia le robó años de vida, pero un cáncer, un maldito cáncer, fue quién nos arrebató a George para siempre en el año 2001. Su cuerpo nos abandonó, pero su música y su espíritu siguen entre nosotros. Él ilumina las canciones y Scorsese ha sabido comprimirlo todo en un documental imperdible. Continúas siendo nuestro sol, George. Todo mi amor y paz para ti.