Desde el Estrecho, un repaso a la inmigración
Texto y fotografías por Ángel del Palacio Tamarit. Publicado en el número 11 (diciembre 2018).
El fenómeno de la inmigración recibió una atención sin precedentes de la esfera mediática durante 2015 y 2016, en parte debido al recrudecimiento de la guerra en Siria. Imágenes de sufrimiento y muerte en el Mediterráneo ocuparon portadas y telediarios. Como la imagen de Aylán, el niño sirio que murió ahogado junto a su madre y su hermano cuando trataban de alcanzar las costas de Grecia y cuyo cuerpo boca abajo en una playa de Turquía dio la vuelta al mundo. Otras mostraban frágiles pateras rebosantes de personas jugándose la vida para escapar de la muerte o de una vida sin esperanza ni futuro. «Crisis migratoria europea», «crisis migratoria del Mediterráneo» o «crisis de refugiados en Europa» fueron los distintos apelativos que se usaron. Sin embargo, si comparamos el número de inmigrantes que acogen países europeos con el que acogen otros países, que además son extremadamente pobres, el apelativo de «crisis migratoria europea» resulta un agravio comparativo. Y es que hay muchos países que llevan muchas generaciones en crisis, ya sea migratoria, humanitaria, económica o todas a la vez. El 85% de los refugiados son acogidos por países con bajos recursos económicos como, por ejemplo, Turquía, que se encuentra a la cabeza -3,5 millones de refugiados- y cuyo número se incrementó tras el pacto con la Unión Europea para restringir la ruta migratoria balcánica a cambio de financiación. El único país occidental que se encuentra entre los diez países que más refugiados acogen es Alemania.
Según Acnur en su informe Tendencias globales, se ha batido un nuevo y trágico récord: 25,4 millones de refugiados a finales del 2017 y 40 millones de desplazados internos. Después de un periodo con menor visibilidad, quizá por el mencionado pacto de la Unión Europea con Turquía, la inmigración vuelve a salir a la palestra mediática: el caso del Aquarius, el Open Arms y otros barcos de ONG, los saltos a la valla de Ceuta y Melilla, el «efecto llamada», el campo de refugiados de Crinavis, Salvamento Marítimo, casos de tortura y mercado de esclavos en Libia... Cuando buscaba información sobre el tema, me encontré con artículos del sindicato CGT de Salvamento Marítimo en los que reclama una mayor tripulación de flota ante el desbordamiento por el incremento de intervenciones en el Mediterráneo, especialmente en el sur. Desde el sindicato de este ente público que lleva realizando labores de búsqueda, rescate y salvamento en las costas de España desde el año 93, además de otras como prevención y lucha contra la contaminación y control del tráfico marítimo, se criticaba además el cinismo del gobierno de Pedro Sánchez al negarse a acoger a los inmigrantes rescatados por el barco Aquarius en agosto, tan solo dos meses después de haber hecho lo contrario en Valencia. En definitiva, plantean la inmigración africana hacia Europa como un fenómeno estructural que hunde sus raíces en las desigualdades Norte-Sur, por lo que reclaman mayor inversión pública en recursos para que tragedias y muertes puedan ser fácilmente ser evitadas; y no solo para las labores de rescate, sino también para las labores posteriores de asistencia humanitaria. Sorprende que Salvamento Marítimo no reciba tanta atención mediática como el Aquarius y el Open Arms, dependientes de ONG y donaciones privadas. Quizá, desgraciadamente, sea parte de la tendencia a privatizar y reducir los servicios públicos.
Aprovechando que viajaba hacia las costas de Cádiz en verano, me decidí a pasar por Algeciras para ver el Centro de Atención Temporal para Extranjeros de Crinavis, en San Roque, cerca de Algeciras, bautizado por algunos medios como el primer campo de refugiados en España. El campo estaba vacío. Quedaban en pie las tiendas con hileras de literas en su interior rodeadas por una valla. Desde CGT me dijeron que Marruecos había vuelto a restringir las fronteras y que por eso estaba vacío. Que era algo que el gobierno marroquí hacía de forma cíclica: usar a los inmigrantes como moneda de cambio para conseguir financiación europea. Cuando quería dinero, relajaba el control e incluso azuzaba a los inmigrantes al otro lado de la valla para saltar. Cuando recibía el dinero, restringía el paso.
Me puse en contacto con Anabel Quirós Casas, activista por los derechos humanos y el tema de la inmigración desde hace quince años. «Mi inquietud fue el hecho de que en las aguas en las que yo me bañaba se dejaban la vida personas por mejorar sus condiciones de vida. Y me parecía algo muy injusto y frustrante, por lo que decidí acercarme a asociaciones que trabajan el tema», desveló Anabel sobre su motivación. Cuando le pregunté por el campo de Crinavis y sobre el apodo de algunos medios, «el primer campo de refugiados en España», me desmintió esta idea: «El campo de Crinavis no es otra cosa que una extensión de la comisaría. Allí no tienen asistencia psicológica ni social ni todas las atenciones que la ley de extranjería exige. He estado leyendo artículos de gente que ha entrado: es como un descampado donde han puesto unas tiendas y dentro muchas literas unidas. No pueden estar más de 72 horas legalmente detenidas, pero lo están. Cuando hay mucha gente que viene aquí a la costa, lo están. Y luego, cuando no entran en un centro de internamiento de extranjeros, que el único que tenemos aquí en Andalucía es el de Algeciras, con el anexo en Tarifa, pues lo que hacen es subirlos en autobuses, dejarlos en otras ciudades, en la calle, tirados, sin comida, sin coordinarse con otras ciudades para ver quién va a recibir a estas personas allí, sin intérprete, sin saber lo que firman, sin saber en qué ciudad están. Eso es lo que están haciendo ahora mismo los gobiernos actuales con estas personas».
Este verano, en España, hemos visto cómo el nuevo gobierno de Pedro Sánchez acogía en Valencia a mediados de junio a los inmigrantes rescatados por el barco Aquarius, rechazados por Italia. Anabel nos relató cómo lo vivió desde Algeciras: «Me sorprende el tema del Aquarius en Valencia; el dispositivo de atención que se lanza para atender a estas personas, que es lo que hay que hacer. Hablé con una periodista que había cubierto noticias allí y estaba alucinada con cómo cada familia tenía un abogado, un traductor..., mientras que lo que encuentra aquí en el sur...: “Es que esto yo no lo puedo entender, es que me da la impresión de que quieren que sea un caos”. O sea, que yo lo viví mal, porque nosotros aquí tenemos aquarius desde hace treinta años. ¿Por qué este dispositivo no lo tenemos aquí? Porque parece que solo interesa el impacto mediático, no realmente solucionar el tema de los derechos humanos y tener un sistema de acogida adecuado. Porque lo que se estaba haciendo allí era cumplir la ley: que las personas tuvieran asistencia jurídica individualizada, intérprete y un sitio donde dormir. Eso es lo que dice la ley».
Según Acnur en su informe Tendencias globales, se ha batido un nuevo y trágico récord: 25,4 millones de refugiados a finales del 2017 y 40 millones de desplazados internos. Después de un periodo con menor visibilidad, quizá por el mencionado pacto de la Unión Europea con Turquía, la inmigración vuelve a salir a la palestra mediática: el caso del Aquarius, el Open Arms y otros barcos de ONG, los saltos a la valla de Ceuta y Melilla, el «efecto llamada», el campo de refugiados de Crinavis, Salvamento Marítimo, casos de tortura y mercado de esclavos en Libia... Cuando buscaba información sobre el tema, me encontré con artículos del sindicato CGT de Salvamento Marítimo en los que reclama una mayor tripulación de flota ante el desbordamiento por el incremento de intervenciones en el Mediterráneo, especialmente en el sur. Desde el sindicato de este ente público que lleva realizando labores de búsqueda, rescate y salvamento en las costas de España desde el año 93, además de otras como prevención y lucha contra la contaminación y control del tráfico marítimo, se criticaba además el cinismo del gobierno de Pedro Sánchez al negarse a acoger a los inmigrantes rescatados por el barco Aquarius en agosto, tan solo dos meses después de haber hecho lo contrario en Valencia. En definitiva, plantean la inmigración africana hacia Europa como un fenómeno estructural que hunde sus raíces en las desigualdades Norte-Sur, por lo que reclaman mayor inversión pública en recursos para que tragedias y muertes puedan ser fácilmente ser evitadas; y no solo para las labores de rescate, sino también para las labores posteriores de asistencia humanitaria. Sorprende que Salvamento Marítimo no reciba tanta atención mediática como el Aquarius y el Open Arms, dependientes de ONG y donaciones privadas. Quizá, desgraciadamente, sea parte de la tendencia a privatizar y reducir los servicios públicos.
Aprovechando que viajaba hacia las costas de Cádiz en verano, me decidí a pasar por Algeciras para ver el Centro de Atención Temporal para Extranjeros de Crinavis, en San Roque, cerca de Algeciras, bautizado por algunos medios como el primer campo de refugiados en España. El campo estaba vacío. Quedaban en pie las tiendas con hileras de literas en su interior rodeadas por una valla. Desde CGT me dijeron que Marruecos había vuelto a restringir las fronteras y que por eso estaba vacío. Que era algo que el gobierno marroquí hacía de forma cíclica: usar a los inmigrantes como moneda de cambio para conseguir financiación europea. Cuando quería dinero, relajaba el control e incluso azuzaba a los inmigrantes al otro lado de la valla para saltar. Cuando recibía el dinero, restringía el paso.
Me puse en contacto con Anabel Quirós Casas, activista por los derechos humanos y el tema de la inmigración desde hace quince años. «Mi inquietud fue el hecho de que en las aguas en las que yo me bañaba se dejaban la vida personas por mejorar sus condiciones de vida. Y me parecía algo muy injusto y frustrante, por lo que decidí acercarme a asociaciones que trabajan el tema», desveló Anabel sobre su motivación. Cuando le pregunté por el campo de Crinavis y sobre el apodo de algunos medios, «el primer campo de refugiados en España», me desmintió esta idea: «El campo de Crinavis no es otra cosa que una extensión de la comisaría. Allí no tienen asistencia psicológica ni social ni todas las atenciones que la ley de extranjería exige. He estado leyendo artículos de gente que ha entrado: es como un descampado donde han puesto unas tiendas y dentro muchas literas unidas. No pueden estar más de 72 horas legalmente detenidas, pero lo están. Cuando hay mucha gente que viene aquí a la costa, lo están. Y luego, cuando no entran en un centro de internamiento de extranjeros, que el único que tenemos aquí en Andalucía es el de Algeciras, con el anexo en Tarifa, pues lo que hacen es subirlos en autobuses, dejarlos en otras ciudades, en la calle, tirados, sin comida, sin coordinarse con otras ciudades para ver quién va a recibir a estas personas allí, sin intérprete, sin saber lo que firman, sin saber en qué ciudad están. Eso es lo que están haciendo ahora mismo los gobiernos actuales con estas personas».
Este verano, en España, hemos visto cómo el nuevo gobierno de Pedro Sánchez acogía en Valencia a mediados de junio a los inmigrantes rescatados por el barco Aquarius, rechazados por Italia. Anabel nos relató cómo lo vivió desde Algeciras: «Me sorprende el tema del Aquarius en Valencia; el dispositivo de atención que se lanza para atender a estas personas, que es lo que hay que hacer. Hablé con una periodista que había cubierto noticias allí y estaba alucinada con cómo cada familia tenía un abogado, un traductor..., mientras que lo que encuentra aquí en el sur...: “Es que esto yo no lo puedo entender, es que me da la impresión de que quieren que sea un caos”. O sea, que yo lo viví mal, porque nosotros aquí tenemos aquarius desde hace treinta años. ¿Por qué este dispositivo no lo tenemos aquí? Porque parece que solo interesa el impacto mediático, no realmente solucionar el tema de los derechos humanos y tener un sistema de acogida adecuado. Porque lo que se estaba haciendo allí era cumplir la ley: que las personas tuvieran asistencia jurídica individualizada, intérprete y un sitio donde dormir. Eso es lo que dice la ley».
Izquierda: Anabel Quirós Casas, activista por los derechos humanos y la inmigración. Al fondo, la silueta del monte Musa, en Marruecos
Derecha: Miguel Montenegro, secretario general de CGT Andalucía, Ceuta y Melilla
Derecha: Miguel Montenegro, secretario general de CGT Andalucía, Ceuta y Melilla
Como antes mencioné, dos meses después el gobierno de Pedro Sánchez rechazó acoger a las personas rescatadas por el Aquarius. ¿Cuál fue el motivo de ese cambio de rumbo? El nuevo líder del Partido Popular, Pablo Casado, acusó a Sánchez de provocar un «efecto llamada» con la acogida del Aquarius asegurando que «millones de africanos» se agolpaban al otro lado esperando para cruzar a España. Al mismo tiempo se hacía fotos estrechando la mano de inmigrantes en Algeciras para mostrar su lado más humanitario. Albert Rivera, presidente de Ciudadanos, hacía suya esa misma acusación del «efecto llamada». Este discurso, ofrecido por la derecha, contempla los efectos pero no las causas de la inmigración. Según Miguel Montenegro, secretario de CGT Andalucía, Ceuta y Melilla, «no estamos ante ningún repunte de la inmigración; esto es algo que viene pasando desde hace mucho tiempo y entendemos que de lo que se está tratando desde la derecha mediática es condicionar a la opinión pública para, una vez se ha acabado con un gobierno absolutamente corrupto, centrar los problemas de los ciudadanos y las ciudadanas poniendo a la inmigración como esa lacra que no es tal».
Por otro lado, Quirós Casas también denuncia la connivencia de la Unión Europea con países que no respetan los derechos humanos con el objetivo de restringir la llegada de inmigrantes a Europa a cambio de financiación. El caso de Libia, donde se han constatado vulneraciones y vejaciones sistemáticas a hombres y mujeres en centros de internamiento, así como un mercado de esclavos a plena luz del día, es particularmente trágico. «Evidentemente, las fronteras tienen que tener un control, pero no tiene por qué ir nunca en detrimento del cumplimiento de los derechos humanos», alegó la activista algecireña. «La Unión Europea y España se quedan tranquilas firmando acuerdos con países que saben que no respetan los derechos humanos, cuando eso es ser cómplice de las barbaridades y las crueldades humanas que se cometen en esos países. En Libia se están viendo imágenes de la esclavitud más dura. Y también hay acuerdos con Libia».
Según el filósofo Žižek, «lo que Sloterdijk señaló correctamente es que la globalización capitalista no representa tan solo apertura y conquista, sino también un mundo encerrado en sí mismo que separa el interior de su exterior. Los dos aspectos son inseparables: el alcance global del capitalismo se fundamenta en la manera en que introduce una división radical de clases en todo el mundo, separando a los que están protegidos por la esfera de los que quedan fuera de su cobertura». En Occidente, a nivel general, vivimos en una burbuja de seguridad y bienestar respecto al resto del mundo -los países con mayor esperanza de vida son occidentales y los países con menos son todos africanos-. Sin embargo, la crisis humanitaria de refugiados sirios y la inmigración irregular en el Mediterráneo, que lleva existiendo décadas, converge actualmente en Europa con la crisis financiera global del 2008, que ha empobrecido a amplios sectores de la población. La burbuja, aunque sigue existiendo, se hace más delgada para algunos en Occidente. Hemos visto recortados los derechos laborales y los servicios públicos mientras se rescataba con dinero público a una banca en gran medida causante de la crisis. En este escenario no faltan los discursos como el «efecto llamada», que alertan sobre la «avalancha» de extranjeros retratándolos como una amenaza para la propia supervivencia o cultura en vez de reivindicar una distribución más equitativa de la riqueza, atribuir responsabilidad a los causantes de la «crisis» o hacer hincapié en las causas estructurales socioeconómicas de la inmigración.
En conclusión, la inmigración irregular es solo una de las caras de un problema estructural con muchas otras -la pobreza, la desigualdad, las guerras, el cambio climático, etc.- que irrumpe y agita nuestra burbuja de tranquilidad cuando una patera llega a nuestras costas o cuando vemos en las noticias un nuevo salto a la valla de Ceuta o de Melilla. La búsqueda de soluciones al problema migratorio y a la crisis humanitaria de los refugiados pasa por encarar las causas sistémicas en los países de origen y por ofrecer una asistencia humanitaria en las fronteras, y no por la exclusiva militarización de las fronteras y el levantamiento de vallas.
Por otro lado, Quirós Casas también denuncia la connivencia de la Unión Europea con países que no respetan los derechos humanos con el objetivo de restringir la llegada de inmigrantes a Europa a cambio de financiación. El caso de Libia, donde se han constatado vulneraciones y vejaciones sistemáticas a hombres y mujeres en centros de internamiento, así como un mercado de esclavos a plena luz del día, es particularmente trágico. «Evidentemente, las fronteras tienen que tener un control, pero no tiene por qué ir nunca en detrimento del cumplimiento de los derechos humanos», alegó la activista algecireña. «La Unión Europea y España se quedan tranquilas firmando acuerdos con países que saben que no respetan los derechos humanos, cuando eso es ser cómplice de las barbaridades y las crueldades humanas que se cometen en esos países. En Libia se están viendo imágenes de la esclavitud más dura. Y también hay acuerdos con Libia».
Según el filósofo Žižek, «lo que Sloterdijk señaló correctamente es que la globalización capitalista no representa tan solo apertura y conquista, sino también un mundo encerrado en sí mismo que separa el interior de su exterior. Los dos aspectos son inseparables: el alcance global del capitalismo se fundamenta en la manera en que introduce una división radical de clases en todo el mundo, separando a los que están protegidos por la esfera de los que quedan fuera de su cobertura». En Occidente, a nivel general, vivimos en una burbuja de seguridad y bienestar respecto al resto del mundo -los países con mayor esperanza de vida son occidentales y los países con menos son todos africanos-. Sin embargo, la crisis humanitaria de refugiados sirios y la inmigración irregular en el Mediterráneo, que lleva existiendo décadas, converge actualmente en Europa con la crisis financiera global del 2008, que ha empobrecido a amplios sectores de la población. La burbuja, aunque sigue existiendo, se hace más delgada para algunos en Occidente. Hemos visto recortados los derechos laborales y los servicios públicos mientras se rescataba con dinero público a una banca en gran medida causante de la crisis. En este escenario no faltan los discursos como el «efecto llamada», que alertan sobre la «avalancha» de extranjeros retratándolos como una amenaza para la propia supervivencia o cultura en vez de reivindicar una distribución más equitativa de la riqueza, atribuir responsabilidad a los causantes de la «crisis» o hacer hincapié en las causas estructurales socioeconómicas de la inmigración.
En conclusión, la inmigración irregular es solo una de las caras de un problema estructural con muchas otras -la pobreza, la desigualdad, las guerras, el cambio climático, etc.- que irrumpe y agita nuestra burbuja de tranquilidad cuando una patera llega a nuestras costas o cuando vemos en las noticias un nuevo salto a la valla de Ceuta o de Melilla. La búsqueda de soluciones al problema migratorio y a la crisis humanitaria de los refugiados pasa por encarar las causas sistémicas en los países de origen y por ofrecer una asistencia humanitaria en las fronteras, y no por la exclusiva militarización de las fronteras y el levantamiento de vallas.