Cuestiones de estado
Por Ivan Castillo Otero. Publicado en el número 5 (diciembre 2014).
Nicolás Maquiavelo escribió El príncipe en 1522. La Iglesia Católica lo calificó como “obra impía”, “libro maldito” y, además, lo añadieron al Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum (una lista de libros prohibidos). Lo tenía pendiente y al fin lo leí. Me ha gustado y creo que lo he entendido casi todo. Llamó mi atención que un señor hace casi 500 años viera claras actitudes en las que hoy en día nuestros gobernantes erran: “Así son los asuntos de estado, cuyos males se curan pronto si se detectan a tiempo -lo que es dado sólo a los sabios-; cuando, por no haberlos diagnosticado, se les permite desarrollarse hasta que todo el mundo los pueda reconocer, ya no tienen solución. Los romanos, distinguiendo con antelación las dificultades, siempre les pusieron remedio y jamás las dejaron pasar por evitar una guerra, sabedores de que la guerra no se evita, sino que se difiere para ventaja del adversario”.
Ese párrafo me golpeó la cara. Era como si Maquiavelo viniese del pasado y le dijera “te lo advertí” a Mariano Rajoy. Por ejemplo, imaginen al señor Nicolás Maquiavelo en Moncloa el 10 de noviembre, tras la consulta alternativa catalana, contándole la cita escogida del libro al presidente. Rajoy llegó al Gobierno y, desde entonces, evita los líos. Si la prensa le va a poner en su sitio, aparece a través de un plasma. Si en las elecciones europeas Podemos consigue cinco escaños, enciendo el ventilador para lanzar basura y, de paso, pacta con el PSOE la abdicación de Juan Carlos I. Si ve que sube el independentismo en Cataluña por el fuego que están avivando desde la calle Génova, tira de tribunales y se cierra a cualquier tipo de negociación. Si la corrupción ahoga al PP y al Gobierno, la niega y defiende a los que, posteriormente, terminan en la cárcel. Lamentablemente, hay más ejemplos.
Los asuntos de estado están para afrontarlos. La ciudadanía se merece un presidente que no espere a que los problemas le exploten en la cara y sea demasiado tarde para enderzar el barco. El Titanic se hunde y la banda de Mariano Rajoy no puede sonar más desafinada. Me gustaría terminar con una frase de Ben Bradlee, exdirector de “The Washington Post”: “Alguien que ha defraudado la confianza de la gente no debe escaparse nunca con pequeñas consecuencias”. Más claro no se puede decir.
Ese párrafo me golpeó la cara. Era como si Maquiavelo viniese del pasado y le dijera “te lo advertí” a Mariano Rajoy. Por ejemplo, imaginen al señor Nicolás Maquiavelo en Moncloa el 10 de noviembre, tras la consulta alternativa catalana, contándole la cita escogida del libro al presidente. Rajoy llegó al Gobierno y, desde entonces, evita los líos. Si la prensa le va a poner en su sitio, aparece a través de un plasma. Si en las elecciones europeas Podemos consigue cinco escaños, enciendo el ventilador para lanzar basura y, de paso, pacta con el PSOE la abdicación de Juan Carlos I. Si ve que sube el independentismo en Cataluña por el fuego que están avivando desde la calle Génova, tira de tribunales y se cierra a cualquier tipo de negociación. Si la corrupción ahoga al PP y al Gobierno, la niega y defiende a los que, posteriormente, terminan en la cárcel. Lamentablemente, hay más ejemplos.
Los asuntos de estado están para afrontarlos. La ciudadanía se merece un presidente que no espere a que los problemas le exploten en la cara y sea demasiado tarde para enderzar el barco. El Titanic se hunde y la banda de Mariano Rajoy no puede sonar más desafinada. Me gustaría terminar con una frase de Ben Bradlee, exdirector de “The Washington Post”: “Alguien que ha defraudado la confianza de la gente no debe escaparse nunca con pequeñas consecuencias”. Más claro no se puede decir.