Cuando los padres hacen novillos
Texto e ilustraciones por Laura Santacristina. Publicado en el número 4 (septiembre 2014).
Miles de familias en España deciden saltarse la ley y educar a sus hijos en casa. ¿Por qué la escuela no les hace falta? Son las diez de la mañana de un martes cualquiera. Andrea, que luce un cabello castaño poblado de caracoles gigantes a la altura de sus hombros, camina junto a Iñaki (causante genético de sus tirabuzones). Se dirigen al Ayuntamiento de su pueblo, donde deben hacer algunas gestiones. Al llegar, una funcionaria le ha preguntado: “¿No vas hoy al colegio?”. Ella, que sonríe con a timidez precocinada de quien reconoce su verdadero encanto en el desparpajo, ha contestado: “Hoy no”. Su padre ha añadido que está un poco enferma. Lo que la empleada pública desconoce es que Andrea posiblemente nunca vaya a la escuela.
“Siempre tuvimos claro que no llevaríamos a nuestra hija al colegio, pero cuando cumplió tres años pensamos: no puede ser tan malo. Y la matriculamos. Fue dos días y ya no volvió más”, explica Iñaki. Ahora Andrea tiene seis años y acude tres o cuatro días por semana a Laboragunea, un espacio amplio, diáfano, poblado de luz, juguetes y libros en una antigua nave industrial de Leioa (Bizkaia), donde más niños en su misma situación acuden durante las mañanas y algunas tardes para participar en sus talleres. Hoy se juntarán hasta quince a lo largo de las horas en un desequilibrio poderoso a favor de las chicas y edades que van de los dos a los trece años.
La vida sin escuela es una que difícilmente podemos imaginar y queda reservada a jóvenes artistas, deportistas, hijos de profesionales con trabajos itinerantes u otras circunstancias excepcionales. Ellos pueden seguir su formación a través del CIDEAD (la institución creada por el Gobierno para estos casos). Pero también hay familias que, sin reunir ninguno de estos requisitos, deciden tomar las riendas de la educación de sus hijos a sabiendas de que su tranquilidad pende de un hilo.
El derecho a la educación es universal y en España la sociedad ha establecido la escolarización obligatoria como mecanismo para garantizarlo. Todos los niños de entre seis y dieciséis años deben ir a un colegio homologado, a tiempo completo, de forma presencial y sus padres deben asegurarse de ello. Si no lo hacen están incumpliendo la ley.
“No es lo mismo tener un derecho que una obligación, que es en lo que se ha convertido la educación, entendida solo a través de un modelo de escuela”, sentencia Alaia, madre de una niña de nueve años que jamás ha pisado un aula. Es educadora social y el carisma de Solasgune, la empresa de innovación educativa que también gestiona el espacio donde su hija Lorea juega con Lucía y otros trece pequeños más. Cabe preguntarse si es como Sansón (Alaia peina una trenza que cubre y traza su columna vertebral) porque cuando habla se apodera de las palabras, que se vuelven poderosas y sostienen un discurso de rebelión. “Cuando tomas una decisión tan importante como esta, de vivir fuera de lo convencional, toca apechugar”, asegura, y en ello coincide Mamen, madre de un niño de pupilas de tamaño y color ballena que asegura no tener miedo a la ley porque lo máximo que le pueden exigir es que lo lleve al colegio y “ante la amenaza de perder la custodia de los hijos, no hay nadie que no escolarice”, puntualiza Alaia.
Aunque también hay casos que van más allá. Mamen, por ejemplo, asegura: “Si hace falta me cambio de país”, y es que por desesperado que parezca, cambiar de lugar de residencia para seguir educando en casa a los hijos es una estrategia que algunas familias llevan a cabo para despistar a la administración. Juan y Celia son padres de dos hijas que se fueron a vivir a otra comunidad autónoma para esquivar a las instituciones vascas, e incluso han fingido mandar a su hija mayor a estudiar a otro país cuando en realidad sigue viviendo con ellos. Dadas las circunstancias, prescindir de la escuela podría ilustrar perfectamente un libro de aventuras.
“Cualquier persona tiene la obligación de dar a conocer a las autoridades que un niño o niña no van a la escuela”, explica Madalen Goiria, doctora en Derecho Civil por la UPV que dedicó su tesis doctoral al encaje legal de la educación en el hogar. “A veces son los propios familiares, que no aceptan la situación, quienes denuncian y otras veces un cruce de datos entre administraciones lo descubre por casualidad. Pero vamos, Inspección (educativa) no se dedica a cazar”.
“Cualquier persona tiene la obligación de dar a conocer a las autoridades que un niño o niña no van a la escuela”, explica Madalen Goiria, doctora en Derecho Civil por la UPV que dedicó su tesis doctoral al encaje legal de la educación en el hogar. “A veces son los propios familiares, que no aceptan la situación, quienes denuncian y otras veces un cruce de datos entre administraciones lo descubre por casualidad. Pero vamos, Inspección (educativa) no se dedica a cazar”.
Saber cuántas familias educan en casa en España es imposible. No existen datos oficiales y las organizaciones que buscan un reconocimiento legal tampoco lo tienen claro porque muchas personas lo viven en secreto, así que existe un baile tan grande de cifras que va de las 1.500 a las 4.000 familias. Pero, ¿por qué reniegan de la escuela? Las dos tesis doctorales que han estudiado el fenómeno en España coinciden en que los motivos pedagógicos son los principales, seguidos de los morales y personales. A la cola se sitúan quienes lo hacen por razones religiosas (suponen un 2% del total).
“Nos disgusta lo conductista que es la escuela, merma la creatividad”, cuenta a través del teléfono Josu, padre de dos hijos, un chico y una chica que, cerca de alcanzar la mayoría de edad, nunca han pisado un centro escolar. “Este es nuestro proyecto educativo personal y lo intentamos desarrollar lo mejor posible”, explica deteniéndose en las palabras con cuidado, como si su historia estuviera embalada bajo la etiqueta de “material delicado”.
Las quejas de la familia hacia la escuela tradicional son tan diferentes como ellas entre sí y abarcan desde el rechazo a los libros de texto o la división por materias del contenido hasta la falta de atención personalizada o la imposición de rutinas y ejercicios..
“Enfocan la atención en los alumnos que van bien y los que no lo hacen no se acoplan al ritmo de la clase”, dice Aimar. “Desescolarizar a mi hijo no me da miedo, lo que da temor es que pase a 5º de primaria”. Y posiblemente no lo haga. En la ikastola del bilbaíno barrio de Deusto a la que van sus hijos (la misma en que él estudió) le han dicho que el mayor va a repetir, pero lo que la ikastola no sabe es que posiblemente Iker no vuelva más por allí. “En casa el ambiente ha sido muy complicado, siempre estresados de un lugar para otro. Le hemos llevado a muchos especialistas, le han hecho multitud de test para encajarlo pero no saben hacerlo. Al principio nos decían que era tonto y resulta que es todo lo contrario”, narra con cierta amargura. “El centro debe cumplir con unos objetivos, pero hay niños como Iker que son especiales y no lo hacen. Eso es un problema del centro que no sabe adaptarse a sus necesidades, no del niño”.
Otros también creen que la escuela transmite unos valores perjudiciales (competitividad, falta de respeto, exclusión…) y prefieren “evitar ese mundo en la medida de lo posible”. Carlos Arroyo divide su vida profesional entre las aulas de un colegio en Vallecas dando clases a jóvenes con necesidades especiales y la redacción de El País (donde ejerció como periodista durante diez años y ahora mantiene un blog). “Quien diga que quiere rebajar la competitividad en la escuela acierta, pero quien diga que quiere eliminarla vive en la luna. En cuanto sus hijos salgan a la calle, se los comen. Creer que la escuela va a ser un reducto es ingenuo”, sentencia, pero no deja de ser crítico también con su mundo: “El profesor sobra si su función se limita únicamente a transmitir contenidos. Lo que debe hacer es motivar al alumno y formarse para atender situaciones complejas, innovar, pero eso da miedo. La LOGSE apostó por la educación inclusiva, pero no puso los medios para completarla, así que nos quedamos a medias e incluso perjudicamos a algunos alumnos”.
Profesores dentro del sistema y padres que reniegan de la escuela llegan a tener puntos de vista comunes y un hecho significativo es que abundan los casos de profesores y educadores que deciden educar en casa a sus hijos. Iñaki considera que “las instituciones educativas están intentando cambiar las cosas y mejorarlas, pero buscan siempre en la misma dirección. Es tan patente la crisis en la educación que es fácil comprender nuestra postura”. Por su parte, Arroyo concede que “tenemos un déficit de formación en educación espectacular. Todos los aspectos considerados ‘soft’ por algunos, como neurología, técnicas del trabajo y psicología, son incómodos para quienes no son profesionales con vocación pero son muy importantes.
Y cuando se trata de valorar la educación en casa, Arroyo cree que en algunos casos es “muy meritoria” pero que no está al alcance de todo el mundo. “Si imagino a algunos de mis alumnos sin el apoyo de la escuela, veo a 250 delincuentes en la calle de aquí a cinco años, porque las familias no sabrían cómo enfrentarlo. En el colegio no solo se obtiene formación y en determinados entornos es necesario que los chavales acudan, porque sin él los destruyes. Las familias que educan en casa deben tener lucidez para analizar el proceso educativo, capacidad, implicación y solvencia. Eso lo convierte en una cuestión minoritaria”. Algo en lo que también coincide el propio Josu al analizar su experiencia y la de personas a su alrededor: “La educación en casa no es buena para todo el mundo. Hay que tener buena formación, equilibrio mental y establecer prioridades, porque esta vida supone muchos sacrificios”.
LOS MIEDOS
EL APRENDIZAJE
Gabriel García Márquez decía que “aprender es recordar” y explicaba que “si a un niño se le pone frente a una serie de juguetes diversos, terminará por quedarse con el que más le guste”, algo que revela una vocación que es necesaria alentar. Hay quienes siguen un aprendizaje autónomo. Es el caso de Iñaki, que explica que los niños tienen la capacidad de aprender por sí mismos. “Mira, ahora está jugando a los dados y es inevitable que aprenda matemáticas. De esta manera te haces preguntas y buscas una respuesta que obtienes; en la escuela obtienes respuestas a cosas que no te has preguntado jamás”. También hay otros que prefieren organizarse: “Nosotros llevamos una vida muy normal”, explica Josu, y comenta que en su casa siempre han tenido una marcada: las mañanas siempre han estado dedicadas al estudio.
LA SOCIALIZACIÓN
La sospecha más común sobre las carencias de la educación en casa alude a la falta de compañía de otros niños y a la diversidad y las dinámicas que se crean en el colegio. Las familias aseguran que los amigos no se hacen únicamente en la escuela y que “educar en casa no significa quedarse todo el día en ella”. Tratan de crear redes y realizar actividades juntos (ir a museos, excursiones, talleres…). También aseguran que sus hijos pueden acudir a clases y actividades extraescolares como todos los demás: van a pintura, baloncesto, fútbol o teatro y allí se hacen amigos con quienes luego pueden jugar en el parque, como cualquiera. “No tienen orejas verdes”, bromean. También hay quienes acuden a escuelas libres o espacios de aprendizaje donde más niños se reúnen mientras otros están en la escuela. ¿Y si solo se relacionan con gente como ellos y no reciben visiones contrarias del mundo? “Entre nosotros somos también diferentes y nuestros hijos viven en sociedad, no están encerrados en una cápsula”, argumentan.
El RECHAZO Y LA LEY
“Lo peor son las acusaciones o los comentarios de la gente”, explica una madre. “Te hacen sentir culpable, te señalan y te ponen la etiqueta de rarito. Eso mina la moral”, continúa otra. Se quejan por no tener visibilidad de que su realidad esté bañada por prejuicios, pero al mismo tiempo saben que viven al margen de la ley y que es mejor no dar motivos para atraer a las autoridades a casa. “La ley sí paraliza, más que cualquier otra cosa”. A veces hay problemas con la propia pareja, cuando uno no quiere arriesgarse y el otro no comparte esa decisión surgen roces y no es fácil lidiar con esa situación. Aunque también hay casos de aceptación: “Mis pares son profesores y nunca han tenido ningún problema. Ven que la niña aprende, que tiene amigos, que es buena… Si hubiera algo patológico pondríamos medidas, pero no es el caso”, relata Iñaki.
ESTUDIOS REGLADOS
Y si quieren ir al colegio, ¿podrán? ¿Y a la universidad? ¿Cómo pueden obtener una titulación? Pensar en el futuro de los hijos es frecuente y para algunas familias ese horizonte se presenta difuso. Los niños sin escolarizar tienen las siguientes opciones: Acceder a un centro homologado si están en edad de escolarización obligatoria, como cualquier otro niño que, por ejemplo, llega del extranjero. A los 17 y 19 años pueden hacer las pruebas de acceso a formación profesional (grado medio y superior respectivamente). A los 18 años pueden presentarse por libre a las pruebas para obtener el Graduado en ESO (dos años después del resto de jóvenes). Estudiar a través de un centro extranjero de educación a distancia (o universidad) y a continuación convalidar la titulación (o hacer un traslado de expediente). Tener un trabajo a los 16 años y presentarte a las pruebas por libre de la ESO sin esperar a los 18 años.
LEGALIZAR ¿SÍ O NO?
En ciertos países escolarizar en casa es una opción legal, en otros está prohibido. En España la legislación no contempla esta posibilidad pero tampoco la tipifica como delito explícitamente. Es el resquicio al que se agarran algunas familias cuando se enfrentan a la justicia si esta llama a su puerta en forma de carta certificada con una exigencia de escolarización; y de no producirse, con una citación como imputados por la comisión de un delito de “desatención”. Hay quienes buscan un reconocimiento legal porque defienden que no están privando del derecho a la educación a sus hijos, sino satisfaciéndolo de una forma diferente. Para otros, regularlo no es una opción porque les pondrían condiciones que no desearían acatar. Quienes no conciben esta posibilidad, tienen miedo a que haya familias que eduquen en ideas intolerantes o violentas o que por desidia no les atiendan correctamente.
IÑIGO LAMARCA. ARARTEKO
“La educación en casa debe estar regulada por una ley”. El Defensor del Pueblo vasco explica que lo que está en juego es algo muy importante y que “es un tema incómodo para todo el mundo. Hoy por hoy el Gobierno ha hecho mutis por el foro, ningún grupo parlamentario ha presentado un anteproyecto de ley y no hay masa crítica suficiente para plantear una Iniciativa Legal Legislativa Popular”. De haber una ley, establecería límites porque “debe haber unos contenidos en conocimientos y valores que deben darse porque los niños sin escolarizar no pueden tener menos oportunidades que los escolarizados y porque los niños no son propiedad de nadie, ni de sus padres”.
MADALEN GOIRIA. DOCTORA EN DERECHO CIVIL
“Existe una responsabilidad social del estado para controlar la educación en casa porque todos esos niños son miembros de esta sociedad y cuando cumplan 18 años van a salir fuera. Las familias que educan en casa dicen que sus hijos son maravillosos. Eso yo lo sé, tú lo sabes, ¿pero cómo lo sabe el estado?”, reflexiona la jurista para dar una explicación a la complejidad de plantear una regularización. “Ahora lo que se sigue es un procedimiento disuasorio y se castiga a algunas familias cada año, colocando una espada de Damocles sobre la gente que provoca que tengan miedo y no lo hagan”. Además, es también un tema económico: “Una supuesta regularización exigiría más medios, concretamente más inspectores y eso es muy costoso. A medida que avanzas en el proceso vas haciendo enemigos”.
LAS FAMILIAS
Para los principales interesados, existen muchos claroscuros relativos a este tema: “La regularización la veo sospechosa, aunque la exigimos por justicia social y equidad”, reclama una de las madres. “No quiero regularme porque tendría que someterme a un control social en el que no creo. No forma parte de la manera en que quiero educar a mi hija”. Hay quienes están ansiosos por recibir un reconocimiento en la ley: “Nos encantaría que lo legalizaran y que hacer escuelas libres fuera más fácil, porque si existieran otras opciones las pensaríamos mejor y con más tranquilidad”. Y otros asumen los riesgos y las necesidades que exige su situación: “Favorecer un desarrollo equilibrado en casa es muy difícil. Entiendo que existan inquietudes razonables y tiene que haber cierto control porque hay gente que está chalada. Pero yo no quiero una regularización que incorpore unos contenidos determinados ni exigencias académicas. Es muy complicado regularizar esto”.
“Siempre tuvimos claro que no llevaríamos a nuestra hija al colegio, pero cuando cumplió tres años pensamos: no puede ser tan malo. Y la matriculamos. Fue dos días y ya no volvió más”, explica Iñaki. Ahora Andrea tiene seis años y acude tres o cuatro días por semana a Laboragunea, un espacio amplio, diáfano, poblado de luz, juguetes y libros en una antigua nave industrial de Leioa (Bizkaia), donde más niños en su misma situación acuden durante las mañanas y algunas tardes para participar en sus talleres. Hoy se juntarán hasta quince a lo largo de las horas en un desequilibrio poderoso a favor de las chicas y edades que van de los dos a los trece años.
La vida sin escuela es una que difícilmente podemos imaginar y queda reservada a jóvenes artistas, deportistas, hijos de profesionales con trabajos itinerantes u otras circunstancias excepcionales. Ellos pueden seguir su formación a través del CIDEAD (la institución creada por el Gobierno para estos casos). Pero también hay familias que, sin reunir ninguno de estos requisitos, deciden tomar las riendas de la educación de sus hijos a sabiendas de que su tranquilidad pende de un hilo.
El derecho a la educación es universal y en España la sociedad ha establecido la escolarización obligatoria como mecanismo para garantizarlo. Todos los niños de entre seis y dieciséis años deben ir a un colegio homologado, a tiempo completo, de forma presencial y sus padres deben asegurarse de ello. Si no lo hacen están incumpliendo la ley.
“No es lo mismo tener un derecho que una obligación, que es en lo que se ha convertido la educación, entendida solo a través de un modelo de escuela”, sentencia Alaia, madre de una niña de nueve años que jamás ha pisado un aula. Es educadora social y el carisma de Solasgune, la empresa de innovación educativa que también gestiona el espacio donde su hija Lorea juega con Lucía y otros trece pequeños más. Cabe preguntarse si es como Sansón (Alaia peina una trenza que cubre y traza su columna vertebral) porque cuando habla se apodera de las palabras, que se vuelven poderosas y sostienen un discurso de rebelión. “Cuando tomas una decisión tan importante como esta, de vivir fuera de lo convencional, toca apechugar”, asegura, y en ello coincide Mamen, madre de un niño de pupilas de tamaño y color ballena que asegura no tener miedo a la ley porque lo máximo que le pueden exigir es que lo lleve al colegio y “ante la amenaza de perder la custodia de los hijos, no hay nadie que no escolarice”, puntualiza Alaia.
Aunque también hay casos que van más allá. Mamen, por ejemplo, asegura: “Si hace falta me cambio de país”, y es que por desesperado que parezca, cambiar de lugar de residencia para seguir educando en casa a los hijos es una estrategia que algunas familias llevan a cabo para despistar a la administración. Juan y Celia son padres de dos hijas que se fueron a vivir a otra comunidad autónoma para esquivar a las instituciones vascas, e incluso han fingido mandar a su hija mayor a estudiar a otro país cuando en realidad sigue viviendo con ellos. Dadas las circunstancias, prescindir de la escuela podría ilustrar perfectamente un libro de aventuras.
“Cualquier persona tiene la obligación de dar a conocer a las autoridades que un niño o niña no van a la escuela”, explica Madalen Goiria, doctora en Derecho Civil por la UPV que dedicó su tesis doctoral al encaje legal de la educación en el hogar. “A veces son los propios familiares, que no aceptan la situación, quienes denuncian y otras veces un cruce de datos entre administraciones lo descubre por casualidad. Pero vamos, Inspección (educativa) no se dedica a cazar”.
“Cualquier persona tiene la obligación de dar a conocer a las autoridades que un niño o niña no van a la escuela”, explica Madalen Goiria, doctora en Derecho Civil por la UPV que dedicó su tesis doctoral al encaje legal de la educación en el hogar. “A veces son los propios familiares, que no aceptan la situación, quienes denuncian y otras veces un cruce de datos entre administraciones lo descubre por casualidad. Pero vamos, Inspección (educativa) no se dedica a cazar”.
Saber cuántas familias educan en casa en España es imposible. No existen datos oficiales y las organizaciones que buscan un reconocimiento legal tampoco lo tienen claro porque muchas personas lo viven en secreto, así que existe un baile tan grande de cifras que va de las 1.500 a las 4.000 familias. Pero, ¿por qué reniegan de la escuela? Las dos tesis doctorales que han estudiado el fenómeno en España coinciden en que los motivos pedagógicos son los principales, seguidos de los morales y personales. A la cola se sitúan quienes lo hacen por razones religiosas (suponen un 2% del total).
“Nos disgusta lo conductista que es la escuela, merma la creatividad”, cuenta a través del teléfono Josu, padre de dos hijos, un chico y una chica que, cerca de alcanzar la mayoría de edad, nunca han pisado un centro escolar. “Este es nuestro proyecto educativo personal y lo intentamos desarrollar lo mejor posible”, explica deteniéndose en las palabras con cuidado, como si su historia estuviera embalada bajo la etiqueta de “material delicado”.
Las quejas de la familia hacia la escuela tradicional son tan diferentes como ellas entre sí y abarcan desde el rechazo a los libros de texto o la división por materias del contenido hasta la falta de atención personalizada o la imposición de rutinas y ejercicios..
“Enfocan la atención en los alumnos que van bien y los que no lo hacen no se acoplan al ritmo de la clase”, dice Aimar. “Desescolarizar a mi hijo no me da miedo, lo que da temor es que pase a 5º de primaria”. Y posiblemente no lo haga. En la ikastola del bilbaíno barrio de Deusto a la que van sus hijos (la misma en que él estudió) le han dicho que el mayor va a repetir, pero lo que la ikastola no sabe es que posiblemente Iker no vuelva más por allí. “En casa el ambiente ha sido muy complicado, siempre estresados de un lugar para otro. Le hemos llevado a muchos especialistas, le han hecho multitud de test para encajarlo pero no saben hacerlo. Al principio nos decían que era tonto y resulta que es todo lo contrario”, narra con cierta amargura. “El centro debe cumplir con unos objetivos, pero hay niños como Iker que son especiales y no lo hacen. Eso es un problema del centro que no sabe adaptarse a sus necesidades, no del niño”.
Otros también creen que la escuela transmite unos valores perjudiciales (competitividad, falta de respeto, exclusión…) y prefieren “evitar ese mundo en la medida de lo posible”. Carlos Arroyo divide su vida profesional entre las aulas de un colegio en Vallecas dando clases a jóvenes con necesidades especiales y la redacción de El País (donde ejerció como periodista durante diez años y ahora mantiene un blog). “Quien diga que quiere rebajar la competitividad en la escuela acierta, pero quien diga que quiere eliminarla vive en la luna. En cuanto sus hijos salgan a la calle, se los comen. Creer que la escuela va a ser un reducto es ingenuo”, sentencia, pero no deja de ser crítico también con su mundo: “El profesor sobra si su función se limita únicamente a transmitir contenidos. Lo que debe hacer es motivar al alumno y formarse para atender situaciones complejas, innovar, pero eso da miedo. La LOGSE apostó por la educación inclusiva, pero no puso los medios para completarla, así que nos quedamos a medias e incluso perjudicamos a algunos alumnos”.
Profesores dentro del sistema y padres que reniegan de la escuela llegan a tener puntos de vista comunes y un hecho significativo es que abundan los casos de profesores y educadores que deciden educar en casa a sus hijos. Iñaki considera que “las instituciones educativas están intentando cambiar las cosas y mejorarlas, pero buscan siempre en la misma dirección. Es tan patente la crisis en la educación que es fácil comprender nuestra postura”. Por su parte, Arroyo concede que “tenemos un déficit de formación en educación espectacular. Todos los aspectos considerados ‘soft’ por algunos, como neurología, técnicas del trabajo y psicología, son incómodos para quienes no son profesionales con vocación pero son muy importantes.
Y cuando se trata de valorar la educación en casa, Arroyo cree que en algunos casos es “muy meritoria” pero que no está al alcance de todo el mundo. “Si imagino a algunos de mis alumnos sin el apoyo de la escuela, veo a 250 delincuentes en la calle de aquí a cinco años, porque las familias no sabrían cómo enfrentarlo. En el colegio no solo se obtiene formación y en determinados entornos es necesario que los chavales acudan, porque sin él los destruyes. Las familias que educan en casa deben tener lucidez para analizar el proceso educativo, capacidad, implicación y solvencia. Eso lo convierte en una cuestión minoritaria”. Algo en lo que también coincide el propio Josu al analizar su experiencia y la de personas a su alrededor: “La educación en casa no es buena para todo el mundo. Hay que tener buena formación, equilibrio mental y establecer prioridades, porque esta vida supone muchos sacrificios”.
LOS MIEDOS
EL APRENDIZAJE
Gabriel García Márquez decía que “aprender es recordar” y explicaba que “si a un niño se le pone frente a una serie de juguetes diversos, terminará por quedarse con el que más le guste”, algo que revela una vocación que es necesaria alentar. Hay quienes siguen un aprendizaje autónomo. Es el caso de Iñaki, que explica que los niños tienen la capacidad de aprender por sí mismos. “Mira, ahora está jugando a los dados y es inevitable que aprenda matemáticas. De esta manera te haces preguntas y buscas una respuesta que obtienes; en la escuela obtienes respuestas a cosas que no te has preguntado jamás”. También hay otros que prefieren organizarse: “Nosotros llevamos una vida muy normal”, explica Josu, y comenta que en su casa siempre han tenido una marcada: las mañanas siempre han estado dedicadas al estudio.
LA SOCIALIZACIÓN
La sospecha más común sobre las carencias de la educación en casa alude a la falta de compañía de otros niños y a la diversidad y las dinámicas que se crean en el colegio. Las familias aseguran que los amigos no se hacen únicamente en la escuela y que “educar en casa no significa quedarse todo el día en ella”. Tratan de crear redes y realizar actividades juntos (ir a museos, excursiones, talleres…). También aseguran que sus hijos pueden acudir a clases y actividades extraescolares como todos los demás: van a pintura, baloncesto, fútbol o teatro y allí se hacen amigos con quienes luego pueden jugar en el parque, como cualquiera. “No tienen orejas verdes”, bromean. También hay quienes acuden a escuelas libres o espacios de aprendizaje donde más niños se reúnen mientras otros están en la escuela. ¿Y si solo se relacionan con gente como ellos y no reciben visiones contrarias del mundo? “Entre nosotros somos también diferentes y nuestros hijos viven en sociedad, no están encerrados en una cápsula”, argumentan.
El RECHAZO Y LA LEY
“Lo peor son las acusaciones o los comentarios de la gente”, explica una madre. “Te hacen sentir culpable, te señalan y te ponen la etiqueta de rarito. Eso mina la moral”, continúa otra. Se quejan por no tener visibilidad de que su realidad esté bañada por prejuicios, pero al mismo tiempo saben que viven al margen de la ley y que es mejor no dar motivos para atraer a las autoridades a casa. “La ley sí paraliza, más que cualquier otra cosa”. A veces hay problemas con la propia pareja, cuando uno no quiere arriesgarse y el otro no comparte esa decisión surgen roces y no es fácil lidiar con esa situación. Aunque también hay casos de aceptación: “Mis pares son profesores y nunca han tenido ningún problema. Ven que la niña aprende, que tiene amigos, que es buena… Si hubiera algo patológico pondríamos medidas, pero no es el caso”, relata Iñaki.
ESTUDIOS REGLADOS
Y si quieren ir al colegio, ¿podrán? ¿Y a la universidad? ¿Cómo pueden obtener una titulación? Pensar en el futuro de los hijos es frecuente y para algunas familias ese horizonte se presenta difuso. Los niños sin escolarizar tienen las siguientes opciones: Acceder a un centro homologado si están en edad de escolarización obligatoria, como cualquier otro niño que, por ejemplo, llega del extranjero. A los 17 y 19 años pueden hacer las pruebas de acceso a formación profesional (grado medio y superior respectivamente). A los 18 años pueden presentarse por libre a las pruebas para obtener el Graduado en ESO (dos años después del resto de jóvenes). Estudiar a través de un centro extranjero de educación a distancia (o universidad) y a continuación convalidar la titulación (o hacer un traslado de expediente). Tener un trabajo a los 16 años y presentarte a las pruebas por libre de la ESO sin esperar a los 18 años.
LEGALIZAR ¿SÍ O NO?
En ciertos países escolarizar en casa es una opción legal, en otros está prohibido. En España la legislación no contempla esta posibilidad pero tampoco la tipifica como delito explícitamente. Es el resquicio al que se agarran algunas familias cuando se enfrentan a la justicia si esta llama a su puerta en forma de carta certificada con una exigencia de escolarización; y de no producirse, con una citación como imputados por la comisión de un delito de “desatención”. Hay quienes buscan un reconocimiento legal porque defienden que no están privando del derecho a la educación a sus hijos, sino satisfaciéndolo de una forma diferente. Para otros, regularlo no es una opción porque les pondrían condiciones que no desearían acatar. Quienes no conciben esta posibilidad, tienen miedo a que haya familias que eduquen en ideas intolerantes o violentas o que por desidia no les atiendan correctamente.
IÑIGO LAMARCA. ARARTEKO
“La educación en casa debe estar regulada por una ley”. El Defensor del Pueblo vasco explica que lo que está en juego es algo muy importante y que “es un tema incómodo para todo el mundo. Hoy por hoy el Gobierno ha hecho mutis por el foro, ningún grupo parlamentario ha presentado un anteproyecto de ley y no hay masa crítica suficiente para plantear una Iniciativa Legal Legislativa Popular”. De haber una ley, establecería límites porque “debe haber unos contenidos en conocimientos y valores que deben darse porque los niños sin escolarizar no pueden tener menos oportunidades que los escolarizados y porque los niños no son propiedad de nadie, ni de sus padres”.
MADALEN GOIRIA. DOCTORA EN DERECHO CIVIL
“Existe una responsabilidad social del estado para controlar la educación en casa porque todos esos niños son miembros de esta sociedad y cuando cumplan 18 años van a salir fuera. Las familias que educan en casa dicen que sus hijos son maravillosos. Eso yo lo sé, tú lo sabes, ¿pero cómo lo sabe el estado?”, reflexiona la jurista para dar una explicación a la complejidad de plantear una regularización. “Ahora lo que se sigue es un procedimiento disuasorio y se castiga a algunas familias cada año, colocando una espada de Damocles sobre la gente que provoca que tengan miedo y no lo hagan”. Además, es también un tema económico: “Una supuesta regularización exigiría más medios, concretamente más inspectores y eso es muy costoso. A medida que avanzas en el proceso vas haciendo enemigos”.
LAS FAMILIAS
Para los principales interesados, existen muchos claroscuros relativos a este tema: “La regularización la veo sospechosa, aunque la exigimos por justicia social y equidad”, reclama una de las madres. “No quiero regularme porque tendría que someterme a un control social en el que no creo. No forma parte de la manera en que quiero educar a mi hija”. Hay quienes están ansiosos por recibir un reconocimiento en la ley: “Nos encantaría que lo legalizaran y que hacer escuelas libres fuera más fácil, porque si existieran otras opciones las pensaríamos mejor y con más tranquilidad”. Y otros asumen los riesgos y las necesidades que exige su situación: “Favorecer un desarrollo equilibrado en casa es muy difícil. Entiendo que existan inquietudes razonables y tiene que haber cierto control porque hay gente que está chalada. Pero yo no quiero una regularización que incorpore unos contenidos determinados ni exigencias académicas. Es muy complicado regularizar esto”.