Cuando fuimos los mejores
Por Iván Castillo Otero. Publicado en el número 10 (noviembre 2017).
Aún nos quedaban algunos calendarios para llegar a la mayoría de edad. Era verano y varios compañeros del colegio nos plantamos en Amara. No recuerdo qué fiestas celebraban en este barrio donostiarra, pero iba a dar su primer concierto el grupo que tenía un amigo nuestro con otros dos conocidos. El nombre con el que se hacían llamar no me viene a la cabeza, pero sí sé que lo pasamos en grande. En el descanso de la verbena que amenizaba la velada les iban a dejar tocar cinco o seis versiones punk. No destilaban demasiado arte, pero la actitud era de diez. Un rato más tarde, sudorosos, volvíamos caminando a casa. Yo no sabía tocar nada pero tenía claro que quería tener una banda.
Pasó el tiempo y conseguí convencer a una de clase que sabía tocar la guitarra y a dos del equipo de fútbol en el que yo jugaba (uno tocaba también la guitarra y al otro lo pusimos de cantante por decreto) para que formáramos un grupo. Nos faltaba alguien para la batería y encontramos a un buen tipo que nos sacaba más de diez años gracias a los anuncios que puse en foros de internet y en tiendas especializadas. Yo me hice cargo del bajo porque no lo sabía tocar nadie y aprendí de manera autodidacta. Corría el invierno del 2005 y sonábamos regular tirando a mal. Ensayamos con ganas y terminamos consiguiendo un resultado decente para el primer concierto. Fue en junio del 2006, en las fiestas de un instituto de San Sebastián, y estaba aquello a rebosar. Al principio solo interpretábamos versiones de La Polla Records, Barricada o RIP, que son los grupos con los que empecé a formarme una conciencia de izquierdas. No sé qué sería de la juventud sin estos referentes musicales. Poco a poco, también compusimos algún tema propio. Tras actuar en diferentes puntos de la provincia de Gipuzkoa, en Navidad se marcharon los cuatro. Los dos guitarristas no podían compaginar la música con otras actividades, el batería se iba a trabajar a Santander y el cantante era un poco raro y se tiró del barco sin razón aparente. Por aquel entonces, cursaba primero de bachiller y volví a liar a dos compañeros de clase para que se unieran al grupo y darle una segunda oportunidad. No fue una buena idea y solo duramos una decena de ensayos.
Cuando ya empezaba a pensar en tirar la toalla, llegó a la bandeja de entrada de mi correo electrónico un mensaje del guitarrista de otro grupo. Se llamaba Endika y junto con Ander, que tocaba la batería, buscaban bajista para formar un trío punk-rock. Les propuse que se unieran a mi grupo, en el que me había vuelto a quedar huérfano de compañeros, y aceptaron. Nos metimos a ensayar y en diciembre del 2007 ofrecimos nuestro primer directo juntos en el desaparecido Leize Gorria de Donostia. Seguíamos haciendo versiones de los grupos del Rock Radical Vasco y del punk inglés de los setenta y ochenta, pero sin darnos cuenta habíamos compuesto también material suficiente para un disco. Lo grabamos en el estudio de unos conocidos, con los que un año después también editaríamos un EP de cuatro temas. El dinero lo conseguimos gracias a la venta de chapas y camisetas y, como no íbamos sobrados, los discos los montábamos nosotros uno a uno: Endika los copiaba en su ordenador y entre Ander y yo les pegábamos la pegatina y les colocábamos el libreto en la caja.
2008 y 2009 fueron dos años increíbles. Seguimos tocando en territorio guipuzcoano y, además, logramos salir al resto de provincias vascas o a Asturias (a donde fuimos en el Alsa con todos los bártulos, ya que por aquel entonces ninguno conducíamos). Éramos de los más jóvenes de la escena macarra y eso llamaba la atención. No consumíamos ningún tipo de droga y eso también sorprendía en el entorno. Nuestro nivel era notable y conseguimos tener nuestro público, que nos seguía con asiduidad. Llegamos a telonear a Motorsex (antiguos MCD) en Lezo o a Lendakaris Muertos en una plaza de Oiartzun llena hasta la bandera. Tras un verano en el que no paramos, Ander decidió dejarnos. Remontamos el vuelo con Aitor, otro batería con el que ganamos en calidad, pero en agosto del 2010 todo se acabó cuando Endika nos contó que se iba. Era mi hermano musical y sin él tenía claro que no iba a seguir. Dimos nuestro último concierto y c'est fini, sin aspavientos. No anunciamos que fuera nuestra despedida y actuamos sin más. El recuerdo que me quedó de aquel día es frío y triste. Aquel proyecto que nació de la ilusión de un crío un lustro atrás ya no tenía más vidas que gastar.
Luego intenté reengancharme a la música en otros grupos de nueva creación. Alguno tenía buena pinta, con gente contrastada, pero no terminaron de cuajar. A veces lo echo en falta, lo añoro, pero tener una banda es algo serio que requiere muchos esfuerzos físicos, económicos (viajes, material, local de ensayo, etc.) y gran parte de tu tiempo libre. Mientras mi Rickenbacker duerme en casa de mis padres, yo me evado con el recuerdo de cuando sentí que fuimos los mejores.
Pasó el tiempo y conseguí convencer a una de clase que sabía tocar la guitarra y a dos del equipo de fútbol en el que yo jugaba (uno tocaba también la guitarra y al otro lo pusimos de cantante por decreto) para que formáramos un grupo. Nos faltaba alguien para la batería y encontramos a un buen tipo que nos sacaba más de diez años gracias a los anuncios que puse en foros de internet y en tiendas especializadas. Yo me hice cargo del bajo porque no lo sabía tocar nadie y aprendí de manera autodidacta. Corría el invierno del 2005 y sonábamos regular tirando a mal. Ensayamos con ganas y terminamos consiguiendo un resultado decente para el primer concierto. Fue en junio del 2006, en las fiestas de un instituto de San Sebastián, y estaba aquello a rebosar. Al principio solo interpretábamos versiones de La Polla Records, Barricada o RIP, que son los grupos con los que empecé a formarme una conciencia de izquierdas. No sé qué sería de la juventud sin estos referentes musicales. Poco a poco, también compusimos algún tema propio. Tras actuar en diferentes puntos de la provincia de Gipuzkoa, en Navidad se marcharon los cuatro. Los dos guitarristas no podían compaginar la música con otras actividades, el batería se iba a trabajar a Santander y el cantante era un poco raro y se tiró del barco sin razón aparente. Por aquel entonces, cursaba primero de bachiller y volví a liar a dos compañeros de clase para que se unieran al grupo y darle una segunda oportunidad. No fue una buena idea y solo duramos una decena de ensayos.
Cuando ya empezaba a pensar en tirar la toalla, llegó a la bandeja de entrada de mi correo electrónico un mensaje del guitarrista de otro grupo. Se llamaba Endika y junto con Ander, que tocaba la batería, buscaban bajista para formar un trío punk-rock. Les propuse que se unieran a mi grupo, en el que me había vuelto a quedar huérfano de compañeros, y aceptaron. Nos metimos a ensayar y en diciembre del 2007 ofrecimos nuestro primer directo juntos en el desaparecido Leize Gorria de Donostia. Seguíamos haciendo versiones de los grupos del Rock Radical Vasco y del punk inglés de los setenta y ochenta, pero sin darnos cuenta habíamos compuesto también material suficiente para un disco. Lo grabamos en el estudio de unos conocidos, con los que un año después también editaríamos un EP de cuatro temas. El dinero lo conseguimos gracias a la venta de chapas y camisetas y, como no íbamos sobrados, los discos los montábamos nosotros uno a uno: Endika los copiaba en su ordenador y entre Ander y yo les pegábamos la pegatina y les colocábamos el libreto en la caja.
2008 y 2009 fueron dos años increíbles. Seguimos tocando en territorio guipuzcoano y, además, logramos salir al resto de provincias vascas o a Asturias (a donde fuimos en el Alsa con todos los bártulos, ya que por aquel entonces ninguno conducíamos). Éramos de los más jóvenes de la escena macarra y eso llamaba la atención. No consumíamos ningún tipo de droga y eso también sorprendía en el entorno. Nuestro nivel era notable y conseguimos tener nuestro público, que nos seguía con asiduidad. Llegamos a telonear a Motorsex (antiguos MCD) en Lezo o a Lendakaris Muertos en una plaza de Oiartzun llena hasta la bandera. Tras un verano en el que no paramos, Ander decidió dejarnos. Remontamos el vuelo con Aitor, otro batería con el que ganamos en calidad, pero en agosto del 2010 todo se acabó cuando Endika nos contó que se iba. Era mi hermano musical y sin él tenía claro que no iba a seguir. Dimos nuestro último concierto y c'est fini, sin aspavientos. No anunciamos que fuera nuestra despedida y actuamos sin más. El recuerdo que me quedó de aquel día es frío y triste. Aquel proyecto que nació de la ilusión de un crío un lustro atrás ya no tenía más vidas que gastar.
Luego intenté reengancharme a la música en otros grupos de nueva creación. Alguno tenía buena pinta, con gente contrastada, pero no terminaron de cuajar. A veces lo echo en falta, lo añoro, pero tener una banda es algo serio que requiere muchos esfuerzos físicos, económicos (viajes, material, local de ensayo, etc.) y gran parte de tu tiempo libre. Mientras mi Rickenbacker duerme en casa de mis padres, yo me evado con el recuerdo de cuando sentí que fuimos los mejores.