ENTREVISTA
"Con los programas de televisión surgió el estigma generalizado de que todos éramos unos degenerados"
Entrevista y fotografías de Fran Sospedra. Publicado en el número 11 (diciembre 2018).
Esas lluvias inconstantes pero enérgicas que de vez en cuando estallan con fuerza anunciando el otoño valenciano fueron retrasando el encuentro. Chimo Bayo, emblema de la música electrónica de finales de los 80 y principios de los 90, llega motorizado en una flamante moto, tal vez reminiscencia de su etapa de competición. Me saluda con cercanía y naturalidad, y comenta favorablemente la calidad de impresión de los ejemplares de 12 pulgadas que le proporciono. Entramos en el bar Los Gallegos, cercano al Museo Fallero, donde hemos quedado, en la frontera de Monteolivete, barrio históricamente obrero, y la Plata, que sufrió años conflictivos en los 80. Nos damos la mano y de inmediato, con afabilidad, comenzamos algo que más que una entrevista es una tertulia con un tono desenfadado, plena de humor, entusiasta y vitalista que refleja el momento que Chimo está viviendo.
Tu último proyecto es la novela en colaboración con Emma Zafón No iba a salir y me lié, aunque también sacaste el single Diablo en 2016. Estás en un momento muy creativo, ¿no?
Sí, salieron a la vez, pero también hice más cosas el año pasado o el anterior, ahora no te sé concretar, porque la vorágine de cosas que llevo... Uno de mis últimos proyectos es una marca de vino que se llama HU-HA y que salió en marzo: hemos vendido muchísimo, está muy bien considerado y ha estado en varios festivales. Esos han sido los últimos proyectos: la novela, el single Diablo, el vino y una canción para el programa Love the 90’s en Telecinco los sábados por la mañana; se trata de un tema muy comercial que rememora los temas de los 90. Aparte de las actuaciones, claro.
Has colaborado también con Beauty Brain, ¿no? ¿Cómo mantienes ese nivel de actividad?
El tema con Beauty Brain se llama El bien y el mal, un trap muy potente para gente joven. Me gusta hacer cosas diferentes y tener siempre nuevos proyectos. El estar activo viene de mi trayectoria profesional, aunque he tenido momentos muy buenos y luego he desaparecido, he vuelto, he desaparecido, he vuelto..., aunque desde hace unos años he sido muy constante. Pero todo esto se debe al trabajo que se hizo con los discos, que es lo que te mantiene en el imaginario de la gente.
¿Cómo surgió la idea de hacer la novela? ¿Cómo ha sido trabajar con Emma Zafón?
Emma es una maravilla porque es una gran trabajadora. La novela salió en octubre y durante ese verano, aunque yo no paraba de actuar, nos veíamos cuando podíamos; a veces la despertaba a las seis de la mañana porque acababa de actuar y se me ocurría alguna cosa. La llamaba por teléfono y me decía: «Chimo, me acabas de despertar; no son ni las siete y es domingo», pero nos poníamos a ello hasta que salía. Y la verdad es que la echo mucho de menos porque ahora está en Barcelona y no coincidimos mucho. El libro no habría salido adelante sin ella. Nos juntamos dos personas muy diferentes, aunque muy parecidas al mismo tiempo; nos compenetramos muy bien.
Se nota que es un libro en el que has puesto mucha ilusión…
Muchísima, porque hacer una novela... Ahora la gente, cuando hable de Chimo Bayo, qué va a decir, pues que no son casualidades de la vida, «¡si hasta tiene una novela y una marca de vino!». Es el resultado de mucho trabajo y constancia.
Sin desvelar mucho de tu libro, ¿qué le dirías a la gente para que se anime a leerlo?
La gente lo tiene que leer porque se va a partir de risa. A mí me gustaría hacer la película, pero, claro, ¡a ver quién se atreve a hacer una película con unos personajes así de extremos! Me recuerda mucho a Trainspotting, que es una bestialidad y una película muy atrevida que muestra la heroína y un momento social especial que tuvo Inglaterra. Mi libro se basa en hechos reales y cuenta una historia de la Ruta del Bakalao. Lo considero un poco como el El código Da Vinci,con incluso un mapa en el que se mueven los dos pirados que nos hemos inventado, aunque seguro que a más de uno le recuerdan a alguien que conoce.
Has mencionado Trainspotting justamente en el momento en que sale la segunda parte. Tu novela tiene un punto de conexión con esa vuelta a un tiempo pasado de unos personajes, ¿no?
Nos piden ya la segunda parte de la novela, pero me gustaría que se le sacara partido a esta porque hay mucha gente que todavía no la ha leído y creo que se sorprenderá; está narrada de una forma muy consciente, tiene muchos flashbacks...
Parece que combina muy bien el tiempo pasado de la Ruta del Bakalao y el presente. De hecho, recuerda a una frase que dijiste en la revista Tresdeu: «No se puede tener nostalgia de algo irrepetible». ¿Crees que estás transmitiendo esto?
Esa frase es contradictoria al mismo tiempo porque la nostalgia se refiere justamente a que no vas a volver a vivir algo, pero lo que quiero decir es que, como pienses que eso va a volver, te has quedado pillado. La nostalgia se tiene de algo que has vivido, pero no pienses en ello como algo que ha de volver. Puedes tener nostalgia de lo vivido pero sin aferrarte al pasado; no puedes quedarte atrapado pensando «que vuelva, que vuelva eso», sino que puedes recordarlo, inspirarte y ser un poco el ave fénix con una nueva aportación. De vez en cuando vuelve de otra forma, como por ejemplo en esos festivales de los 90 que hacemos y en los que, gracias a una nostalgia puntual, la gente está sonriendo desde que entra hasta que sale.
Claro, pero al mismo tiempo se añaden vivencias nuevas, se incorporan generaciones nuevas que también aprecian esa música o estética.
Sí, pero también están las generaciones antiguas que vivieron aquello y que, cuando salen de allí, se les ve más jóvenes, más contentos, más felices..., aunque son conscientes de que esa felicidad solo dura ese día, que aquello no va a volver. Eso es inviable. Por eso queda ese toque neorrealista del recuerdo que siempre es más bonito que el recuerdo hiperrealista de una grabación o algo así. De hecho, cuando veo una grabación no me resulta tan bonita como el recuerdo de aquel momento.
Las localizaciones del libro son genuinas, ¿no? La discoteca El Templo, por ejemplo. También habláis mucho de sensaciones y le dais una mayor importancia a los personajes comunes que a DJ Lightman.
Es todo real; todo. Y te quedas con los personajes, por eso les pusimos nombres tan sencillos como Paco y Toni, porque podrían ser cualquiera. Yo solo hago un cameo porque el disc-jockey de El Templo que está cantando La tía Enriqueta no podía ser otro que yo, aunque convenimos con la editorial que no quedaba bien que mi nombre saliera al ser el autor. Es una novela histórica de ficción, aunque todo el mapa es real, y las discotecas, la música…
¿Cómo era el ambiente en aquella escena cultural?
Allí cada uno iba a lo suyo. Si había diseñadores de ropa, discotecas, cantantes, creativos, grupos de rock..., pues nos juntábamos todos pero cada uno íbamos a lo nuestro. A veces decíamos «vamos a juntarnos y a hacer este o aquel proyecto», pero se nos olvidaba y cada cual se iba a su trabajo los fines de semana y luego era difícil quedar entre semana porque era una época un poco extraña. Era una época en la que trabajábamos el fin de semana y el ocio era de cuatro días.
Personalmente, por edad, viví esa época a través de dos narrativas contrapuestas: la épica de los hermanos mayores, por un lado, y la demonización mediática, por otro. Se comenta que Valencia estaba muy a la vanguardia de los sonidos y los grupos, que pinchaba desde la última novedad en vinilo de UK hasta la vanguardia belga o alemana de sonido oscuro. ¿Es ese afán de vanguardia lo que la gente recuerda como lo más valioso de la Ruta?
Por supuesto, y luego las demás discotecas de toda España nos copiaron. Ten en cuenta que el sitio más oscuro de música que había podía ser perfectamente Arsenal, Chocolate, NOD o ACTV. Una época en la que podías estar pinchando a Alien Sex Fiend, Cult, Revolting Cooks... Todo muy ecléctico; en una noche podías pasar por siete estilos diferentes: acid, house, electro, tecno, rock, pop y tecno industrial.
Es curiosa la imagen tan homogénea que se tiene de esa época, pero realmente no era eso. Además, había grupos ingleses de la época que venían a tocar a Valencia antes que al resto de ciudades.
Sí, eran más famosos aquí en Valencia que en su ciudad o país y hasta vendían más vinilos aquí. Por ejemplo, recuerda a B-Movie con Nowhere girl, que era un tema que se pinchaba muchísimo pero con el que ahora la gente se iría de la pista si no lo conoce. Fue para un momento muy concreto. Era un tema atípico, muy tristón [Bayo tararea el ritmo] y muy raro de bailar, pero aquí la gente se había acostumbrado. De hecho, venían a las discotecas no solo para bailar los temas que conocían, sino para ver qué ponía de nuevo el DJ ese día.
Has adivinado mi siguiente pregunta: ¿piensas que se ha perdido un poco ese espíritu? En Tresdeu dices otra frase fantástica: «Antes bailaban lo que no conocían y ahora, si no lo conocen, no lo bailan».
En esa época, la gente decía «a ver qué nos trae Chimo este fin de semana, a ver qué descubro». Ese afán explorador de escuchar qué ponía nuevo... hoy es inviable. Y te hacía tener que currártelo más, pues a lo mejor cada fin de semana ponías dos o tres canciones nuevas, las ibas introduciendo. Sabías que algunas iban a ser pelotazo total, claro, pero había margen para arriesgarse. Algunas sonaban en una sala y en otras, no, según la elección del DJ; de ahí que hubiera tantas posibilidades.
Recuerda un poco a aquello de los Sex Pistols, ¿no? Que empezaron con los imperdibles por hacerse su propia ropa sin saber coser y al verlos como adorno supieron que se había acabado. El mimetismo frente a la creatividad.
Aquí lo peor fue cuando empezaron aquellos programas terribles que no reflejaban cómo era esto y con los que, como consecuencia, los dueños de las salas empezaron a obligar a mis compañeros DJ a poner música «más para chicas». Y de ahí que surgieran las «cantaditas», pues antes éramos mucho más oscuros musicalmente. Entonces fue cuando empezaron todos los problemas con la Ruta, pues con los programas de televisión surgió el estigma generalizado de que «todos éramos unos degenerados», y entonces los dueños de las salas se quisieron cubrir las espaldas, por lo que en salas como Puzzle o The Face aparecieron esas cantaditas que luego se han quedado en el recuerdo de mucha gente. Cosas que, por ejemplo, yo no pinchaba; yo era más radical, más oscuro.
Tu último proyecto es la novela en colaboración con Emma Zafón No iba a salir y me lié, aunque también sacaste el single Diablo en 2016. Estás en un momento muy creativo, ¿no?
Sí, salieron a la vez, pero también hice más cosas el año pasado o el anterior, ahora no te sé concretar, porque la vorágine de cosas que llevo... Uno de mis últimos proyectos es una marca de vino que se llama HU-HA y que salió en marzo: hemos vendido muchísimo, está muy bien considerado y ha estado en varios festivales. Esos han sido los últimos proyectos: la novela, el single Diablo, el vino y una canción para el programa Love the 90’s en Telecinco los sábados por la mañana; se trata de un tema muy comercial que rememora los temas de los 90. Aparte de las actuaciones, claro.
Has colaborado también con Beauty Brain, ¿no? ¿Cómo mantienes ese nivel de actividad?
El tema con Beauty Brain se llama El bien y el mal, un trap muy potente para gente joven. Me gusta hacer cosas diferentes y tener siempre nuevos proyectos. El estar activo viene de mi trayectoria profesional, aunque he tenido momentos muy buenos y luego he desaparecido, he vuelto, he desaparecido, he vuelto..., aunque desde hace unos años he sido muy constante. Pero todo esto se debe al trabajo que se hizo con los discos, que es lo que te mantiene en el imaginario de la gente.
¿Cómo surgió la idea de hacer la novela? ¿Cómo ha sido trabajar con Emma Zafón?
Emma es una maravilla porque es una gran trabajadora. La novela salió en octubre y durante ese verano, aunque yo no paraba de actuar, nos veíamos cuando podíamos; a veces la despertaba a las seis de la mañana porque acababa de actuar y se me ocurría alguna cosa. La llamaba por teléfono y me decía: «Chimo, me acabas de despertar; no son ni las siete y es domingo», pero nos poníamos a ello hasta que salía. Y la verdad es que la echo mucho de menos porque ahora está en Barcelona y no coincidimos mucho. El libro no habría salido adelante sin ella. Nos juntamos dos personas muy diferentes, aunque muy parecidas al mismo tiempo; nos compenetramos muy bien.
Se nota que es un libro en el que has puesto mucha ilusión…
Muchísima, porque hacer una novela... Ahora la gente, cuando hable de Chimo Bayo, qué va a decir, pues que no son casualidades de la vida, «¡si hasta tiene una novela y una marca de vino!». Es el resultado de mucho trabajo y constancia.
Sin desvelar mucho de tu libro, ¿qué le dirías a la gente para que se anime a leerlo?
La gente lo tiene que leer porque se va a partir de risa. A mí me gustaría hacer la película, pero, claro, ¡a ver quién se atreve a hacer una película con unos personajes así de extremos! Me recuerda mucho a Trainspotting, que es una bestialidad y una película muy atrevida que muestra la heroína y un momento social especial que tuvo Inglaterra. Mi libro se basa en hechos reales y cuenta una historia de la Ruta del Bakalao. Lo considero un poco como el El código Da Vinci,con incluso un mapa en el que se mueven los dos pirados que nos hemos inventado, aunque seguro que a más de uno le recuerdan a alguien que conoce.
Has mencionado Trainspotting justamente en el momento en que sale la segunda parte. Tu novela tiene un punto de conexión con esa vuelta a un tiempo pasado de unos personajes, ¿no?
Nos piden ya la segunda parte de la novela, pero me gustaría que se le sacara partido a esta porque hay mucha gente que todavía no la ha leído y creo que se sorprenderá; está narrada de una forma muy consciente, tiene muchos flashbacks...
Parece que combina muy bien el tiempo pasado de la Ruta del Bakalao y el presente. De hecho, recuerda a una frase que dijiste en la revista Tresdeu: «No se puede tener nostalgia de algo irrepetible». ¿Crees que estás transmitiendo esto?
Esa frase es contradictoria al mismo tiempo porque la nostalgia se refiere justamente a que no vas a volver a vivir algo, pero lo que quiero decir es que, como pienses que eso va a volver, te has quedado pillado. La nostalgia se tiene de algo que has vivido, pero no pienses en ello como algo que ha de volver. Puedes tener nostalgia de lo vivido pero sin aferrarte al pasado; no puedes quedarte atrapado pensando «que vuelva, que vuelva eso», sino que puedes recordarlo, inspirarte y ser un poco el ave fénix con una nueva aportación. De vez en cuando vuelve de otra forma, como por ejemplo en esos festivales de los 90 que hacemos y en los que, gracias a una nostalgia puntual, la gente está sonriendo desde que entra hasta que sale.
Claro, pero al mismo tiempo se añaden vivencias nuevas, se incorporan generaciones nuevas que también aprecian esa música o estética.
Sí, pero también están las generaciones antiguas que vivieron aquello y que, cuando salen de allí, se les ve más jóvenes, más contentos, más felices..., aunque son conscientes de que esa felicidad solo dura ese día, que aquello no va a volver. Eso es inviable. Por eso queda ese toque neorrealista del recuerdo que siempre es más bonito que el recuerdo hiperrealista de una grabación o algo así. De hecho, cuando veo una grabación no me resulta tan bonita como el recuerdo de aquel momento.
Las localizaciones del libro son genuinas, ¿no? La discoteca El Templo, por ejemplo. También habláis mucho de sensaciones y le dais una mayor importancia a los personajes comunes que a DJ Lightman.
Es todo real; todo. Y te quedas con los personajes, por eso les pusimos nombres tan sencillos como Paco y Toni, porque podrían ser cualquiera. Yo solo hago un cameo porque el disc-jockey de El Templo que está cantando La tía Enriqueta no podía ser otro que yo, aunque convenimos con la editorial que no quedaba bien que mi nombre saliera al ser el autor. Es una novela histórica de ficción, aunque todo el mapa es real, y las discotecas, la música…
¿Cómo era el ambiente en aquella escena cultural?
Allí cada uno iba a lo suyo. Si había diseñadores de ropa, discotecas, cantantes, creativos, grupos de rock..., pues nos juntábamos todos pero cada uno íbamos a lo nuestro. A veces decíamos «vamos a juntarnos y a hacer este o aquel proyecto», pero se nos olvidaba y cada cual se iba a su trabajo los fines de semana y luego era difícil quedar entre semana porque era una época un poco extraña. Era una época en la que trabajábamos el fin de semana y el ocio era de cuatro días.
Personalmente, por edad, viví esa época a través de dos narrativas contrapuestas: la épica de los hermanos mayores, por un lado, y la demonización mediática, por otro. Se comenta que Valencia estaba muy a la vanguardia de los sonidos y los grupos, que pinchaba desde la última novedad en vinilo de UK hasta la vanguardia belga o alemana de sonido oscuro. ¿Es ese afán de vanguardia lo que la gente recuerda como lo más valioso de la Ruta?
Por supuesto, y luego las demás discotecas de toda España nos copiaron. Ten en cuenta que el sitio más oscuro de música que había podía ser perfectamente Arsenal, Chocolate, NOD o ACTV. Una época en la que podías estar pinchando a Alien Sex Fiend, Cult, Revolting Cooks... Todo muy ecléctico; en una noche podías pasar por siete estilos diferentes: acid, house, electro, tecno, rock, pop y tecno industrial.
Es curiosa la imagen tan homogénea que se tiene de esa época, pero realmente no era eso. Además, había grupos ingleses de la época que venían a tocar a Valencia antes que al resto de ciudades.
Sí, eran más famosos aquí en Valencia que en su ciudad o país y hasta vendían más vinilos aquí. Por ejemplo, recuerda a B-Movie con Nowhere girl, que era un tema que se pinchaba muchísimo pero con el que ahora la gente se iría de la pista si no lo conoce. Fue para un momento muy concreto. Era un tema atípico, muy tristón [Bayo tararea el ritmo] y muy raro de bailar, pero aquí la gente se había acostumbrado. De hecho, venían a las discotecas no solo para bailar los temas que conocían, sino para ver qué ponía de nuevo el DJ ese día.
Has adivinado mi siguiente pregunta: ¿piensas que se ha perdido un poco ese espíritu? En Tresdeu dices otra frase fantástica: «Antes bailaban lo que no conocían y ahora, si no lo conocen, no lo bailan».
En esa época, la gente decía «a ver qué nos trae Chimo este fin de semana, a ver qué descubro». Ese afán explorador de escuchar qué ponía nuevo... hoy es inviable. Y te hacía tener que currártelo más, pues a lo mejor cada fin de semana ponías dos o tres canciones nuevas, las ibas introduciendo. Sabías que algunas iban a ser pelotazo total, claro, pero había margen para arriesgarse. Algunas sonaban en una sala y en otras, no, según la elección del DJ; de ahí que hubiera tantas posibilidades.
Recuerda un poco a aquello de los Sex Pistols, ¿no? Que empezaron con los imperdibles por hacerse su propia ropa sin saber coser y al verlos como adorno supieron que se había acabado. El mimetismo frente a la creatividad.
Aquí lo peor fue cuando empezaron aquellos programas terribles que no reflejaban cómo era esto y con los que, como consecuencia, los dueños de las salas empezaron a obligar a mis compañeros DJ a poner música «más para chicas». Y de ahí que surgieran las «cantaditas», pues antes éramos mucho más oscuros musicalmente. Entonces fue cuando empezaron todos los problemas con la Ruta, pues con los programas de televisión surgió el estigma generalizado de que «todos éramos unos degenerados», y entonces los dueños de las salas se quisieron cubrir las espaldas, por lo que en salas como Puzzle o The Face aparecieron esas cantaditas que luego se han quedado en el recuerdo de mucha gente. Cosas que, por ejemplo, yo no pinchaba; yo era más radical, más oscuro.
¿Cómo fueron tus comienzos? Hoy en día incluso hay una FP para ser DJ, por lo que hay mucha formación técnica pero quizá falte un poco ese toque personal.
Puede que falte alma, sí. Yo empecé pinchando funky en la discoteca N.º 1, en Cullera. Yo era motorista, pero me lesioné y no salí de casa en un año; llevaba la pierna escayolada y lo pasé muy mal porque quería ser campeón de España de motocross y al final me quedé cojo en casa. Al verme imposibilitado de esa manera, tuve un cambio mental. Lo mío fue un drama porque había dejado los estudios y solo hacía tres horas de gimnasia y ocho kilómetros diarios de footing; estaba como un toro y tenía mucha confianza en mí mismo, pero tuve el accidente y fue un bajón psicológico con tan solo 17 años. No quería salir ni ver a nadie, pero mis amigos me sacaron y me llevaron a una discoteca. Y como tropezaba con las muletas, me dijeron que me metiera en la cabina; parecía un florero ahí sentado en un taburete, pero veía cómo el DJ pinchaba. Un día ganó un concurso de la discoteca Búnker, que luego fue Puzzle, y pidió más dinero, pero lo tiraron y me dijeron que me quedara yo.
A partir del 89 empiezas una época mucho más creativa. ¿Cómo llega ese cambio? ¿Fue difícil lidiar con las discográficas y las radios?
¿Te refieres a cuando empecé a cantar las canciones por el micro? Esto tiene también su coña. Porque a mí me contrató la discoteca Trance, en Calpe, porque hablaba por el micro, cantaba, empezaba a hacer mis canciones..., pero cuando llegué allí no me gustaba cómo sonaba. Entonces decidí no hablar por el micro, aunque me contrataron para ello. Fue la primera vez que no lo hice en toda mi vida. Una cosa muy extraña; fue solo mezclar y mezclar. Y de ahí me fui a Arsenal. ¡Llegué tan limpio y con tantas ganas! Lo tenía todo en la cabeza y empecé a improvisar; allí sonaba perfecto.
¿Cómo es tocar ante 55 000 personas en el Tokyo Dome en Japón? ¿Mucha presión?
No, no. Esto ya me lo han preguntado alguna vez. Con naturalidad. Me dijeron: «Eres número uno en Japón; vamos a actuar allí». Y contesté: «Vale, vamos a hacerlo, vamos a hacerlo lo mejor que podamos». No era consciente de lo que realmente estaba pasando. Aquí había una compañía que sacó el Así me gusta a mí, pero quienes me llevaron allí fue la compañía del single Bombas.
Confesión personal: el Bombas es mi preferido.
El Bombas es un peliculón. Es una historia con principio y final. Todo lo contado era real: estaba tumbado en la cama y veía la guerra en la tele de la habitación. Veías un ataque en directo, era una guerra televisada; la tecnología estaba cambiando el mundo. Y me dije: «Bombas, bombas; qué pasa», y me propuse hacer una canción sobre la guerra. Viéndolo ahora..., lo cierto es que tuve que dejar bien claro que estaba dedicada a las víctimas inocentes de la guerra, que no era apología. Después, Esta, sí; esta, no y Química cambiaron un poco la imagen que la gente tenía de mí, igual que ha hecho la novela. Es muy interesante para que no se te encasille. De La tía Enriqueta, la gente me decía: «¿Cómo vas a hacer eso, Chimo? Que no; ponle otro título». Pero se llama así porque surgió de una conversación en la que me contaron que esta señora existía: una señora de 80 años con la vitalidad de una persona de 25, mientras que hay gente de 25 años que parece que tenga 80. De eso trata. La juventud es un estado mental; si estás bien de salud, claro. Yo con 80 años seré igual que mi padre o mi tío, que nos juntamos con quien sea y nos reímos. Ellos también venían a verme a El Templo; venían a pasarlo bien. Y al ver a tu hijo en una sala con 5000 personas diciendo «¿hay alguien ahí?» se te pone la carne de gallina.
Otro elemento importante de ese momento de eclosión era la estética. De hecho, llevabas una estética muy futurista. ¿Cómo diseñabas ese vestuario?
Me gustaban las películas del espacio tipo Alien, Alien 2, Blade Runner. Me gustaba mucho esa estética. Nadie me obligó a vestirme del espacio exterior. En El Templo y Arsenal empecé con una luz de minero, aunque antes ya cogía focos para enfocar a la gente. Creé un personaje pero que a la vez era yo mismo, con el verde, que es mi color. Salía a actuar y decía «bienvenidos al espacio exterior» con esa imagen, porque en vaqueros no pegaba mucho. La vestimenta en El templo era espectacular con los rayos en los jerseys y en las botas; era una especie de postapocalipsis. O incluso futurista, distópico. Las primeras gafas con luces me las hizo un amigo y se veían los cables por fuera. Todas fueron manufacturadas por nosotros con aquellas bombillas que ya están descatalogadas. Los ledes de ahora son diferentes. No me gusta que sea pretencioso, sino postapocalíptico.
¿Piensas que la Ruta era una subcultura?, ¿un modo de relacionarse la juventud?, ¿algo que quedaba fuera del control institucional?
Creo que fue uno de los últimos movimientos sociales importantes de libertad y hedonismo que hubo en España. No solo vivimos para trabajar; todos necesitamos momentos de placer tanto musicales como personales. Es lo que la gente buscaba después de estar trabajando toda la semana. Era algo absolutamente legítimo. Yo lo decía por el micro: «Habéis trabajado toda la semana y ahora es vuestro momento. Bienvenidos al espacio exterior. Este es vuestro día y aquí estoy para compartirlo con vosotros. Lo vais a pasar en grande, os lo merecéis». Lo importante para mí no solo era pinchar bien o mal, sino transmitir sensaciones. Si tú te lo pasas bien, el público se lo pasa bien. En ese momento no había nada más que atrajera a la gente joven que irse de fiesta. No puedes controlar el hedonismo. No se hacían proyectos para la gente joven, para que participara. También podían haber hablado con nosotros los políticos: «Oye, vamos a hacer algo cultural porque arrastráis a mucha gente». Bueno, ahora ya sabemos que en esa época los políticos no sabían lo que estaban haciendo; estaban destruyendo lo que era Valencia, robando, pero luego los malos éramos nosotros.
Y llegamos al momento de implosión, con la Ruta satanizada en los medios…
Visto desde el punto de vista de ahora, eso fue lo que le dio el carácter. Si todo le pareciera bien a todo el mundo, no seríamos diferentes.
¿Cómo viviste esa distorsión? Porque, por ejemplo, no había más droga en la Ruta que en La Movida de Madrid.
No, y tampoco había más droga que ahora. Pero, bueno, rememorando un concepto de Blade Runner, «toda estrella que brilla con mucha luz, dura menos», como le dice el dueño de la Tyrell Corporation al Nexus 6. La Ruta se acabó porque brilló mucho. La masificación también ayudó a que se acabara.
Últimamente he leído que en Reino Unido pasó un poco lo mismo con las raves, el llamado Acid Panic de la prensa sensacionalista.
Sí, ya pasó en The Hacienda, y se ve muy bien en la película 24 Hour Party People. Fue una sala que empezó con Joy Division y siguió con New Order, pero ahí no ganaba dinero nadie más que los traficantes.
¿Te gustaría que hicieran una película así de tu novela?
Claro, sería una maravilla, pero ahora mismo todo está copado por empresas que no quieren patrocinar algo que implique un asesinato o drogas. El cine de hoy es muy light.
Volviendo al final de la Ruta. Curiosamente, luego el ocio se trasladó al centro de Valencia, pero los vecinos se quejaron y se volvió a ir fuera.
Sí, porque todo eso fueron distracciones para que nos preocupáramos de tonterías mientras ellos estaban robando un montón de dinero. Si nosotros éramos malos, ¿quiénes eran los buenos?
En el libro parece que tratáis de llegar a un equilibrio entre no crear un falso romanticismo nostálgico y a la vez recuperar la verdad de esa experiencia sin hacer juicios. ¿Ha sido difícil?
Es crudo y es real. Cada cual necesita cosas diferentes en su búsqueda de la felicidad. Lo que hemos puesto en esta novela es algo que realmente hemos visto. Yo la llamo «novela histórica de ficción». Todo el mapa es real, las discotecas, la música, los DJ, las carreteras..., pero luego hay dos personajes que podrían ser cualquiera. A la hora de plantearla, pensé: «A ver si alguien viene luego, hace una novela muy bestia y nosotros nos quedamos entre Pinto y Valdemoro». Fuimos a tope. Al que le guste, bien; y al que no le guste, también. Queríamos ir a lo máximo.
Entre 2000 y 2006 condujiste un late night en una televisión local: Esto se mueve. Lo que llamaba la atención es que, mientras que muchos presentadores copian los monólogos americanos, tú dabas una sensación de espontaneidad, originalidad y de que lo pasabais de miedo. Había un espíritu muy Berlanga. ¿Cuánto del universo personal de Chimo había en el programa?
Lo pasábamos en grande y no estaba guionizado en absoluto. Tuve la suerte de tener a Gerardo, de Caixa Negra, que ahora tienen otra productora. Yo aprendí mucho con ellos. Cuando había un invitado de nivel, subía mucho, mientras que cuando estábamos nosotros... pues eso, nos partíamos de risa y teníamos toda la libertad del mundo. Había una escaleta pero no un guion; solo me obligué a hacer un monólogo en todos los programas, inventado, de 15-20 minutos. Llevábamos a personajes carismáticos como El tío Fredo o Juan Pedro Climent, que venía con la guitarra, disfrazado y siempre con una canción nueva, pero me engañaba, siempre tocaba La rumba del bacalao y acabábamos fingiendo que lo estrangulábamos o sacándolo por los pies. Era una maravilla; llegó como astrólogo y acabó como humorista. Coger a las personas adecuadas para tu equipo es importantísimo. Un astrólogo serio que a mí, aunque no creo en eso, me ha acertado un montón de cosas. Sacarle esa vis cómica que ni él sabía que tenía... Los aprecio mucho a todos, lo que pasa es que nos hemos distanciado por el trabajo.
Para acabar, ¿en qué momento estás?, ¿qué nuevos proyectos tienes?
La marca de vino HU-HA, hecha con la bodega Arráez, ha batido récord de ventas de la bodega. El vino está de cine, se presenta a concursos y quieren que lo llevemos a Sudámerica, a México. Hay unos hoteles que quieren que haga una gira de actuaciones para que presentemos el vino y así nos harán pedido. Trabajar con la bodega Arráez es estar con la empresa perfecta para mí porque tiene productos como Cava Sutra. Queremos llegar al público joven.
Este verano ha sido uno de los mejores de mi vida como profesional con el festival Love the 90’s y mis actuaciones como DJ; es la primera vez que hemos tenido que decir que no a treinta actuaciones. Más que nada porque quiero rendir estupendamente, pero el año que viene organizaremos mejor el calendario para minimizar los desplazamientos. El desgaste de ir de Bilbao a Málaga, por ejemplo; quiero poder ir y llegar bien.
Por otra parte, el compromiso con Love the 90’s ha sido muy grande: catorce actuaciones con ellos, pero como cantante. A mí lo que me encanta son mis sesiones de DJ metiendo música de los 80, los 90 y la actualidad. De lo actual me gusta el rollo oscuro. Pero cuando vas a los sitios has de jugar un poco. Has de mirar a la gente, ver qué edad tiene; desarrollas un ojo crítico. Y luego también están las fiestas de electrónica oscura, con más libertad. Creo que este año haremos algunas de esas con unas 500 personas. Saben a lo que vienen y es muy interesante porque aceptan una sesión diferente; te lo pasas muy bien. Pero no puedes llegar a un sitio y poner todo de ese rollo cuando la gente no lo conoce o no esta predispuesta.
Puede que falte alma, sí. Yo empecé pinchando funky en la discoteca N.º 1, en Cullera. Yo era motorista, pero me lesioné y no salí de casa en un año; llevaba la pierna escayolada y lo pasé muy mal porque quería ser campeón de España de motocross y al final me quedé cojo en casa. Al verme imposibilitado de esa manera, tuve un cambio mental. Lo mío fue un drama porque había dejado los estudios y solo hacía tres horas de gimnasia y ocho kilómetros diarios de footing; estaba como un toro y tenía mucha confianza en mí mismo, pero tuve el accidente y fue un bajón psicológico con tan solo 17 años. No quería salir ni ver a nadie, pero mis amigos me sacaron y me llevaron a una discoteca. Y como tropezaba con las muletas, me dijeron que me metiera en la cabina; parecía un florero ahí sentado en un taburete, pero veía cómo el DJ pinchaba. Un día ganó un concurso de la discoteca Búnker, que luego fue Puzzle, y pidió más dinero, pero lo tiraron y me dijeron que me quedara yo.
A partir del 89 empiezas una época mucho más creativa. ¿Cómo llega ese cambio? ¿Fue difícil lidiar con las discográficas y las radios?
¿Te refieres a cuando empecé a cantar las canciones por el micro? Esto tiene también su coña. Porque a mí me contrató la discoteca Trance, en Calpe, porque hablaba por el micro, cantaba, empezaba a hacer mis canciones..., pero cuando llegué allí no me gustaba cómo sonaba. Entonces decidí no hablar por el micro, aunque me contrataron para ello. Fue la primera vez que no lo hice en toda mi vida. Una cosa muy extraña; fue solo mezclar y mezclar. Y de ahí me fui a Arsenal. ¡Llegué tan limpio y con tantas ganas! Lo tenía todo en la cabeza y empecé a improvisar; allí sonaba perfecto.
¿Cómo es tocar ante 55 000 personas en el Tokyo Dome en Japón? ¿Mucha presión?
No, no. Esto ya me lo han preguntado alguna vez. Con naturalidad. Me dijeron: «Eres número uno en Japón; vamos a actuar allí». Y contesté: «Vale, vamos a hacerlo, vamos a hacerlo lo mejor que podamos». No era consciente de lo que realmente estaba pasando. Aquí había una compañía que sacó el Así me gusta a mí, pero quienes me llevaron allí fue la compañía del single Bombas.
Confesión personal: el Bombas es mi preferido.
El Bombas es un peliculón. Es una historia con principio y final. Todo lo contado era real: estaba tumbado en la cama y veía la guerra en la tele de la habitación. Veías un ataque en directo, era una guerra televisada; la tecnología estaba cambiando el mundo. Y me dije: «Bombas, bombas; qué pasa», y me propuse hacer una canción sobre la guerra. Viéndolo ahora..., lo cierto es que tuve que dejar bien claro que estaba dedicada a las víctimas inocentes de la guerra, que no era apología. Después, Esta, sí; esta, no y Química cambiaron un poco la imagen que la gente tenía de mí, igual que ha hecho la novela. Es muy interesante para que no se te encasille. De La tía Enriqueta, la gente me decía: «¿Cómo vas a hacer eso, Chimo? Que no; ponle otro título». Pero se llama así porque surgió de una conversación en la que me contaron que esta señora existía: una señora de 80 años con la vitalidad de una persona de 25, mientras que hay gente de 25 años que parece que tenga 80. De eso trata. La juventud es un estado mental; si estás bien de salud, claro. Yo con 80 años seré igual que mi padre o mi tío, que nos juntamos con quien sea y nos reímos. Ellos también venían a verme a El Templo; venían a pasarlo bien. Y al ver a tu hijo en una sala con 5000 personas diciendo «¿hay alguien ahí?» se te pone la carne de gallina.
Otro elemento importante de ese momento de eclosión era la estética. De hecho, llevabas una estética muy futurista. ¿Cómo diseñabas ese vestuario?
Me gustaban las películas del espacio tipo Alien, Alien 2, Blade Runner. Me gustaba mucho esa estética. Nadie me obligó a vestirme del espacio exterior. En El Templo y Arsenal empecé con una luz de minero, aunque antes ya cogía focos para enfocar a la gente. Creé un personaje pero que a la vez era yo mismo, con el verde, que es mi color. Salía a actuar y decía «bienvenidos al espacio exterior» con esa imagen, porque en vaqueros no pegaba mucho. La vestimenta en El templo era espectacular con los rayos en los jerseys y en las botas; era una especie de postapocalipsis. O incluso futurista, distópico. Las primeras gafas con luces me las hizo un amigo y se veían los cables por fuera. Todas fueron manufacturadas por nosotros con aquellas bombillas que ya están descatalogadas. Los ledes de ahora son diferentes. No me gusta que sea pretencioso, sino postapocalíptico.
¿Piensas que la Ruta era una subcultura?, ¿un modo de relacionarse la juventud?, ¿algo que quedaba fuera del control institucional?
Creo que fue uno de los últimos movimientos sociales importantes de libertad y hedonismo que hubo en España. No solo vivimos para trabajar; todos necesitamos momentos de placer tanto musicales como personales. Es lo que la gente buscaba después de estar trabajando toda la semana. Era algo absolutamente legítimo. Yo lo decía por el micro: «Habéis trabajado toda la semana y ahora es vuestro momento. Bienvenidos al espacio exterior. Este es vuestro día y aquí estoy para compartirlo con vosotros. Lo vais a pasar en grande, os lo merecéis». Lo importante para mí no solo era pinchar bien o mal, sino transmitir sensaciones. Si tú te lo pasas bien, el público se lo pasa bien. En ese momento no había nada más que atrajera a la gente joven que irse de fiesta. No puedes controlar el hedonismo. No se hacían proyectos para la gente joven, para que participara. También podían haber hablado con nosotros los políticos: «Oye, vamos a hacer algo cultural porque arrastráis a mucha gente». Bueno, ahora ya sabemos que en esa época los políticos no sabían lo que estaban haciendo; estaban destruyendo lo que era Valencia, robando, pero luego los malos éramos nosotros.
Y llegamos al momento de implosión, con la Ruta satanizada en los medios…
Visto desde el punto de vista de ahora, eso fue lo que le dio el carácter. Si todo le pareciera bien a todo el mundo, no seríamos diferentes.
¿Cómo viviste esa distorsión? Porque, por ejemplo, no había más droga en la Ruta que en La Movida de Madrid.
No, y tampoco había más droga que ahora. Pero, bueno, rememorando un concepto de Blade Runner, «toda estrella que brilla con mucha luz, dura menos», como le dice el dueño de la Tyrell Corporation al Nexus 6. La Ruta se acabó porque brilló mucho. La masificación también ayudó a que se acabara.
Últimamente he leído que en Reino Unido pasó un poco lo mismo con las raves, el llamado Acid Panic de la prensa sensacionalista.
Sí, ya pasó en The Hacienda, y se ve muy bien en la película 24 Hour Party People. Fue una sala que empezó con Joy Division y siguió con New Order, pero ahí no ganaba dinero nadie más que los traficantes.
¿Te gustaría que hicieran una película así de tu novela?
Claro, sería una maravilla, pero ahora mismo todo está copado por empresas que no quieren patrocinar algo que implique un asesinato o drogas. El cine de hoy es muy light.
Volviendo al final de la Ruta. Curiosamente, luego el ocio se trasladó al centro de Valencia, pero los vecinos se quejaron y se volvió a ir fuera.
Sí, porque todo eso fueron distracciones para que nos preocupáramos de tonterías mientras ellos estaban robando un montón de dinero. Si nosotros éramos malos, ¿quiénes eran los buenos?
En el libro parece que tratáis de llegar a un equilibrio entre no crear un falso romanticismo nostálgico y a la vez recuperar la verdad de esa experiencia sin hacer juicios. ¿Ha sido difícil?
Es crudo y es real. Cada cual necesita cosas diferentes en su búsqueda de la felicidad. Lo que hemos puesto en esta novela es algo que realmente hemos visto. Yo la llamo «novela histórica de ficción». Todo el mapa es real, las discotecas, la música, los DJ, las carreteras..., pero luego hay dos personajes que podrían ser cualquiera. A la hora de plantearla, pensé: «A ver si alguien viene luego, hace una novela muy bestia y nosotros nos quedamos entre Pinto y Valdemoro». Fuimos a tope. Al que le guste, bien; y al que no le guste, también. Queríamos ir a lo máximo.
Entre 2000 y 2006 condujiste un late night en una televisión local: Esto se mueve. Lo que llamaba la atención es que, mientras que muchos presentadores copian los monólogos americanos, tú dabas una sensación de espontaneidad, originalidad y de que lo pasabais de miedo. Había un espíritu muy Berlanga. ¿Cuánto del universo personal de Chimo había en el programa?
Lo pasábamos en grande y no estaba guionizado en absoluto. Tuve la suerte de tener a Gerardo, de Caixa Negra, que ahora tienen otra productora. Yo aprendí mucho con ellos. Cuando había un invitado de nivel, subía mucho, mientras que cuando estábamos nosotros... pues eso, nos partíamos de risa y teníamos toda la libertad del mundo. Había una escaleta pero no un guion; solo me obligué a hacer un monólogo en todos los programas, inventado, de 15-20 minutos. Llevábamos a personajes carismáticos como El tío Fredo o Juan Pedro Climent, que venía con la guitarra, disfrazado y siempre con una canción nueva, pero me engañaba, siempre tocaba La rumba del bacalao y acabábamos fingiendo que lo estrangulábamos o sacándolo por los pies. Era una maravilla; llegó como astrólogo y acabó como humorista. Coger a las personas adecuadas para tu equipo es importantísimo. Un astrólogo serio que a mí, aunque no creo en eso, me ha acertado un montón de cosas. Sacarle esa vis cómica que ni él sabía que tenía... Los aprecio mucho a todos, lo que pasa es que nos hemos distanciado por el trabajo.
Para acabar, ¿en qué momento estás?, ¿qué nuevos proyectos tienes?
La marca de vino HU-HA, hecha con la bodega Arráez, ha batido récord de ventas de la bodega. El vino está de cine, se presenta a concursos y quieren que lo llevemos a Sudámerica, a México. Hay unos hoteles que quieren que haga una gira de actuaciones para que presentemos el vino y así nos harán pedido. Trabajar con la bodega Arráez es estar con la empresa perfecta para mí porque tiene productos como Cava Sutra. Queremos llegar al público joven.
Este verano ha sido uno de los mejores de mi vida como profesional con el festival Love the 90’s y mis actuaciones como DJ; es la primera vez que hemos tenido que decir que no a treinta actuaciones. Más que nada porque quiero rendir estupendamente, pero el año que viene organizaremos mejor el calendario para minimizar los desplazamientos. El desgaste de ir de Bilbao a Málaga, por ejemplo; quiero poder ir y llegar bien.
Por otra parte, el compromiso con Love the 90’s ha sido muy grande: catorce actuaciones con ellos, pero como cantante. A mí lo que me encanta son mis sesiones de DJ metiendo música de los 80, los 90 y la actualidad. De lo actual me gusta el rollo oscuro. Pero cuando vas a los sitios has de jugar un poco. Has de mirar a la gente, ver qué edad tiene; desarrollas un ojo crítico. Y luego también están las fiestas de electrónica oscura, con más libertad. Creo que este año haremos algunas de esas con unas 500 personas. Saben a lo que vienen y es muy interesante porque aceptan una sesión diferente; te lo pasas muy bien. Pero no puedes llegar a un sitio y poner todo de ese rollo cuando la gente no lo conoce o no esta predispuesta.