Bipartidismo: dos caras de la misma moneda
Por Ángel del Palacio Tamarit. Publicado en el número 2 (mayo 2014).
La palabra democracia tiene una gran peculiaridad: no designa tanto un sistema político concreto como una forma de construirlo. Existen muchas democracias a lo largo y ancho del mundo; sin embargo, todas ellas son distintas entre sí. En unas se limita al sufragio cada equis años, y en otras se fomentan además la participación y deliberación de los ciudadanos en los asuntos públicos. “Democracia”, el gobierno del pueblo, hace referencia al proceso intersubjetivo mediante el cual se construye la realidad social mediante el voto y la libre comunicación entre los miembros de la sociedad. Esas dos esferas, electoral y comunicativa, son complementarias entre sí. Por eso, una aplicación práctica concreta en torno a una idea de democracia, si es impuesta, es decir, no se ha deliberado, entonces no es democrática. Una idea de democracia puede no ser democrática; depende del proceso.
La idea de la democracia deliberativa se basa en el potencial de cambiar la propia forma de pensar a la luz de un argumento mejor. Este principio se encuentra implícito en el modelo sociológico de investigación de las conferencias de consenso. El procedimiento consiste en realizar una encuesta a un grupo de ciudadanos “inexpertos” sobre un tema en concreto. A continuación, son informados por expertos que defienden posiciones contrapuestas. Después deliberan, y, por último, se les realiza otra encuesta. Los resultados que arrojan la comparación entre las dos encuestas son que siempre se produce una evolución del pensamiento y un mayor grado de consenso. Actualmente, los grandes medios y la clase política recrean y escenifican esa dimensión deliberativa, pero está secuestrada por intereses económicos y políticos.
El bipartidismo se ha convertido en una ideología en sí mismo; es una rémora del cambio, una forma de cambiar para que todo siga igual y se sigan protegiendo los intereses de aquellos que más tienen, y por tanto, más valen. Su ideología es la ideología de los poderes económicos. La famosa puerta giratoria, por la que los políticos pasan a convertirse en “asesores” mercenarios a sueldo de aquellas grandes empresas a favor de las que han legislado durante su mandato, chirría con más estridencia que nunca en los oídos de los ciudadanos. PP y PSOE exageran sus diferencias superficiales cuando en realidad están de acuerdo en lo esencial: son peones de aquellos que concentran el poder económico: bancos y grandes corporaciones. La reforma del artículo 135 de la Constitución, llevada a cabo en 2011 por los dos partidos, es una prueba de ello. De esta forma se priorizó el pago de la deuda y se socializaron las deudas privadas de los bancos. En eso sí se ponen de acuerdo. Las crisis, inherentes y cíclicas a este sistema que se nutre a base de burbujas, son los mecanismos de mayor rentabilidad del sistema: se socializan pérdidas y se privatizan aun más los beneficios. La brecha salarial aumenta. Con la excusa de la competitividad y la flexibilidad se alimenta la precariedad laboral. El PSOE no tiene nada de socialista ni de obrero y el PP nada de popular. Siglas vacías y promesas electorales incumplidas en las que se diluye la ilusión de la alternativa. Son dos formas de gestión que obedecen a un mismo patrón. La oposición entre los dos grandes partidos es una ficción. La valoración de los miembros de la casta política confirman los peores temores: en este país ningún partido gana las elecciones, hay uno que pierde menos que el resto.
El voto útil es útil sólo para que ellos sigan donde están. No se equivoquen si creen que me pongo fatalista. No tienen más que comprobar cómo actúan otros políticos en Europa: dimiten por una multa de tráfico, por un plagio…, y aquí el presidente del Gobierno aparece en los “papeles de Bárcenas” y no pasa absolutamente nada. Espero que cuando la gente vaya a votar la próxima vez y meta el voto en el sobre, se acuerde de los sobres de Bárcenas y del caso de los ERE del PSOE, y de otros tantos casos de corrupción.
Es una falacia muy extendida que los partidos minoritarios gobernarían peor el país. Simplemente por el hecho de no haber estado en contacto con el poder y por no estar empantanados en la corrupción, ya son una mejor opción para gobernar, porque no tienen que obedecer dictámenes de quien los soborna. Tampoco soy optimista en cuanto a su corruptibilidad futura, pero creo que haría a los gobiernos más sensibles a la opinión de la sociedad civil.
La idea de la democracia deliberativa se basa en el potencial de cambiar la propia forma de pensar a la luz de un argumento mejor. Este principio se encuentra implícito en el modelo sociológico de investigación de las conferencias de consenso. El procedimiento consiste en realizar una encuesta a un grupo de ciudadanos “inexpertos” sobre un tema en concreto. A continuación, son informados por expertos que defienden posiciones contrapuestas. Después deliberan, y, por último, se les realiza otra encuesta. Los resultados que arrojan la comparación entre las dos encuestas son que siempre se produce una evolución del pensamiento y un mayor grado de consenso. Actualmente, los grandes medios y la clase política recrean y escenifican esa dimensión deliberativa, pero está secuestrada por intereses económicos y políticos.
El bipartidismo se ha convertido en una ideología en sí mismo; es una rémora del cambio, una forma de cambiar para que todo siga igual y se sigan protegiendo los intereses de aquellos que más tienen, y por tanto, más valen. Su ideología es la ideología de los poderes económicos. La famosa puerta giratoria, por la que los políticos pasan a convertirse en “asesores” mercenarios a sueldo de aquellas grandes empresas a favor de las que han legislado durante su mandato, chirría con más estridencia que nunca en los oídos de los ciudadanos. PP y PSOE exageran sus diferencias superficiales cuando en realidad están de acuerdo en lo esencial: son peones de aquellos que concentran el poder económico: bancos y grandes corporaciones. La reforma del artículo 135 de la Constitución, llevada a cabo en 2011 por los dos partidos, es una prueba de ello. De esta forma se priorizó el pago de la deuda y se socializaron las deudas privadas de los bancos. En eso sí se ponen de acuerdo. Las crisis, inherentes y cíclicas a este sistema que se nutre a base de burbujas, son los mecanismos de mayor rentabilidad del sistema: se socializan pérdidas y se privatizan aun más los beneficios. La brecha salarial aumenta. Con la excusa de la competitividad y la flexibilidad se alimenta la precariedad laboral. El PSOE no tiene nada de socialista ni de obrero y el PP nada de popular. Siglas vacías y promesas electorales incumplidas en las que se diluye la ilusión de la alternativa. Son dos formas de gestión que obedecen a un mismo patrón. La oposición entre los dos grandes partidos es una ficción. La valoración de los miembros de la casta política confirman los peores temores: en este país ningún partido gana las elecciones, hay uno que pierde menos que el resto.
El voto útil es útil sólo para que ellos sigan donde están. No se equivoquen si creen que me pongo fatalista. No tienen más que comprobar cómo actúan otros políticos en Europa: dimiten por una multa de tráfico, por un plagio…, y aquí el presidente del Gobierno aparece en los “papeles de Bárcenas” y no pasa absolutamente nada. Espero que cuando la gente vaya a votar la próxima vez y meta el voto en el sobre, se acuerde de los sobres de Bárcenas y del caso de los ERE del PSOE, y de otros tantos casos de corrupción.
Es una falacia muy extendida que los partidos minoritarios gobernarían peor el país. Simplemente por el hecho de no haber estado en contacto con el poder y por no estar empantanados en la corrupción, ya son una mejor opción para gobernar, porque no tienen que obedecer dictámenes de quien los soborna. Tampoco soy optimista en cuanto a su corruptibilidad futura, pero creo que haría a los gobiernos más sensibles a la opinión de la sociedad civil.
“PP y PSOE exageran sus diferencias superficiales cuando en realidad están de acuerdo en
lo esencial: son peones de aquellos que concentran el poder económico”
Siempre se dice que la izquierda se encuentra en perpetua fragmentación. Esta escisión infinitesimal se debe, en mi opinión, a que antiguamente los partidos políticos de izquierda aspiraban a crear otro sistema económico, y, hoy en día, se han plegado a él. Su ideología y sus aspiraciones se han reducido a amortiguar y poner parches en forma de políticas sociales que maquillen la violencia estructural del neoliberalismo.
Normalmente, cuando se habla de sistemas económicos parece que sólo existieran dos: el capitalismo imperante hoy en día y el comunismo-socialismo. El segundo tipo ya ha sido satanizado por los medios, y el primero, habiendo causado tantos estragos como el segundo –por ser benévolo- cuenta de la aceptación generalizada o nula oposición, que viene a ser lo mismo, y además los medios de comunicación no lo vinculan a los crímenes cometidos en su nombre.
No hablo de que todo el mundo tenga lo mismo porque no me parecería justo, pero se ha llegado al extremo contrario: el 0,5 de la población mundial tiene el 35% de la riqueza, y el 50% de la población más pobre tiene el 1%. Algo en este sistema está muy podrido y no valen parches. La pobreza y el hambre en el mundo no son consecuencia de la incapacidad técnica para solventarlas, son decisiones morales; morales no en el sentido de bueno, con el que a veces se le confunde, sino en el sentido de que pudiendo solucionar el problema, se elige no hacerlo. Actualmente, la expresión “democracia capitalista” se ha convertido para muchos en un oxímoron: el capitalismo realmente existente es incompatible con la democracia. El neoliberalismo se ha convertido en una “anarquía” económica: riqueza y desarrollo de unos a expensas de la miseria y subdesarrollo de otros.
¿Alguna vez habéis votado qué tipo de economía queréis? ¡Ah! ¿pero la economía se puede votar?, ¿se puede elegir? ¿Qué sentido tiene votar a un partido político que está totalmente subordinado a los intereses económicos? ¿Realmente estás eligiendo algo? ¿No deberíamos de poder elegir la forma en que nos relacionamos materialmente entre nosotros y con el planeta? Lo que defiendo cuando digo crear otro sistema económico es simplemente democratizar la economía. En palabras del filósofo francés Pierre Clastres: “control político de la economía y control social de la política”. Para la gran mayoría de la gente corriente, la economía se ha convertido en un asunto enmarañado y complejo sobre el que piensa que no puede ni sabría tomar partido. Esta complejidad de la que se reviste tiene un trasfondo completamente ideológico. Debemos opinar sobre ella. A mí, por ejemplo, me parece injusto el sistema de reserva fraccionario, el modelo básico por el que se determina la cantidad de liquidez que los bancos deben tener en reserva y, lo más importante, la cantidad de dinero que pueden crear de la nada a base de préstamos. Si un banco debe tener, por ejemplo, un 10% de liquidez en reserva, y el Banco Central le ha prestado 100, el banco puede emitir deuda por esos 90 que presta y a la vez es como si siguiera teniendo los 90, con lo cual crea 90 de la nada. Es lo que se conoce como el efecto multiplicador del dinero. ¿Por qué un banco privado, una empresa privada, puede hacerlo y el bar Pepe no?
Los nuevos movimientos sociales escapan de la clasificación izquierda y derecha, y redefinen la política en términos de arriba y abajo: 99% contra el 1% restante. La regeneración democrática pasa por la radicalización democrática, es decir, por la institucionalización y ampliación de los cauces de participación ciudadana con el objetivo de controlar la economía y replantearla en términos del Bien Común. Repensar nuestra forma de existir en el mundo no es ya un deber, sino una necesidad, ya que es “utópico” pensar que se puede crecer indefinidamente y producir cada vez más en un planeta finito. Si este cambio es considerado por otros como utópico, seguir en el mismo camino me parece un suicidio. Aunque pueda sonar muy abstracto, existen ejemplos muy concretos, como la Plataforma Auditoría Ciudadana de la Deuda, que lucha porque los ciudadanos puedan revisar públicamente la deuda para declarar qué porcentaje de ella es odiosa e ilegítima por estar contraída de espaldas a los intereses de los españoles.
Normalmente, cuando se habla de sistemas económicos parece que sólo existieran dos: el capitalismo imperante hoy en día y el comunismo-socialismo. El segundo tipo ya ha sido satanizado por los medios, y el primero, habiendo causado tantos estragos como el segundo –por ser benévolo- cuenta de la aceptación generalizada o nula oposición, que viene a ser lo mismo, y además los medios de comunicación no lo vinculan a los crímenes cometidos en su nombre.
No hablo de que todo el mundo tenga lo mismo porque no me parecería justo, pero se ha llegado al extremo contrario: el 0,5 de la población mundial tiene el 35% de la riqueza, y el 50% de la población más pobre tiene el 1%. Algo en este sistema está muy podrido y no valen parches. La pobreza y el hambre en el mundo no son consecuencia de la incapacidad técnica para solventarlas, son decisiones morales; morales no en el sentido de bueno, con el que a veces se le confunde, sino en el sentido de que pudiendo solucionar el problema, se elige no hacerlo. Actualmente, la expresión “democracia capitalista” se ha convertido para muchos en un oxímoron: el capitalismo realmente existente es incompatible con la democracia. El neoliberalismo se ha convertido en una “anarquía” económica: riqueza y desarrollo de unos a expensas de la miseria y subdesarrollo de otros.
¿Alguna vez habéis votado qué tipo de economía queréis? ¡Ah! ¿pero la economía se puede votar?, ¿se puede elegir? ¿Qué sentido tiene votar a un partido político que está totalmente subordinado a los intereses económicos? ¿Realmente estás eligiendo algo? ¿No deberíamos de poder elegir la forma en que nos relacionamos materialmente entre nosotros y con el planeta? Lo que defiendo cuando digo crear otro sistema económico es simplemente democratizar la economía. En palabras del filósofo francés Pierre Clastres: “control político de la economía y control social de la política”. Para la gran mayoría de la gente corriente, la economía se ha convertido en un asunto enmarañado y complejo sobre el que piensa que no puede ni sabría tomar partido. Esta complejidad de la que se reviste tiene un trasfondo completamente ideológico. Debemos opinar sobre ella. A mí, por ejemplo, me parece injusto el sistema de reserva fraccionario, el modelo básico por el que se determina la cantidad de liquidez que los bancos deben tener en reserva y, lo más importante, la cantidad de dinero que pueden crear de la nada a base de préstamos. Si un banco debe tener, por ejemplo, un 10% de liquidez en reserva, y el Banco Central le ha prestado 100, el banco puede emitir deuda por esos 90 que presta y a la vez es como si siguiera teniendo los 90, con lo cual crea 90 de la nada. Es lo que se conoce como el efecto multiplicador del dinero. ¿Por qué un banco privado, una empresa privada, puede hacerlo y el bar Pepe no?
Los nuevos movimientos sociales escapan de la clasificación izquierda y derecha, y redefinen la política en términos de arriba y abajo: 99% contra el 1% restante. La regeneración democrática pasa por la radicalización democrática, es decir, por la institucionalización y ampliación de los cauces de participación ciudadana con el objetivo de controlar la economía y replantearla en términos del Bien Común. Repensar nuestra forma de existir en el mundo no es ya un deber, sino una necesidad, ya que es “utópico” pensar que se puede crecer indefinidamente y producir cada vez más en un planeta finito. Si este cambio es considerado por otros como utópico, seguir en el mismo camino me parece un suicidio. Aunque pueda sonar muy abstracto, existen ejemplos muy concretos, como la Plataforma Auditoría Ciudadana de la Deuda, que lucha porque los ciudadanos puedan revisar públicamente la deuda para declarar qué porcentaje de ella es odiosa e ilegítima por estar contraída de espaldas a los intereses de los españoles.