Atrapados por Escocia
Texto y fotografías de Iván Castillo Otero. Publicado en el número 11 (diciembre 2018).
Estuvo realmente entretenida aquella semana en Escocia. En un principio, no íbamos a pasar toda la semana por aquellos lares, pero la cosa se complicó y nos quedamos atrapados. Desde luego, si el día de mañana tengo que volver a quedarme atrapado en algún lugar del mundo, que sea en Escocia. Pero empecemos por el principio.
Recuerdo aterrizar hace algo más de un año en Rabat, capital de Marruecos. Tras rellenar el documento obligatorio de entrada al país, un policía me sometió a un pequeño interrogatorio sobre mi trabajo. Me planteé mentir y poner cualquier cosa en el papel menos periodista, pero me dio coraje tener que mentir. Maldita la hora en la que me llené de orgullo gacetillero. Solo le faltó preguntarme por mis últimos artículos. Todo el mundo pasaba sin aparentes problemas y yo seguía en el puesto de control dando explicaciones sobre si era periodista de deportes o de actualidad o sobre el formato en el que producía contenidos. Nada que ver con Escocia, donde la agente de la autoridad que me tocó me hizo un comentario jocoso sobre mi barba actual y su ausencia en la foto del DNI. Creo que también me dijo algo sobre las gafas. Es un claro ejemplo del carácter escocés. Por lo general, siempre tienen una buena palabra o un buen gesto.
Visiten Glasgow
La gente de Glasgow valora poco su ciudad, una urbe tranquila pero llena de vitalidad. Nos llegaron a preguntar con extrañeza si estábamos a propósito de visita o de manera circunstancial. Tienen museos variados, una gran cantidad de acogedores pubs y una atractiva arquitectura, pero viven a la sombra de Edimburgo. Esta está menos poblada y es algo menor en tamaño, pero es mucho más turística. Cosas del destino, tras aterrizar en Glasgow y soltar los trastos, tuvimos la suerte de caer en Drouthys’s, un pub genuino situado muy cerca de la George Square. Era el primer establecimiento en el que entramos y, si viviéramos allí, seríamos parroquianos. Además de una cuidada selección de cervezas locales, servían también platos tradicionales (buenísimo fish and chips) y otros de cocina internacional. Por las mañanas, lo regentan dos mujeres sexagenarias. Son muy amables, pero agudicen el oído: ellas fabrican el acento escocés. A media tarde y por la noche había cambio de guardia. Tras la barra atendían varios jóvenes, siempre atentos y curiosos con nuestra procedencia.
Desayunando en el Drouthy’s el 24 de febrero de 2018, decidimos que volveríamos por la tarde a ver el Escocia-Inglaterra del Seis Naciones. La selección escocesa llevaba diez años sin ganar la Copa Calcuta (trofeo que se disputan ambas selecciones en cada edición del Seis Naciones) ante el quince de la rosa. Aquel sábado, los ingleses mordieron el polvo en Murrayfield y Escocia entera salió a la calle para celebrar la victoria del quince del cardo ante sus mayores rivales una década después. El pub estaba abarrotado y, tras el pitido final del árbitro, todos entonaron el Flower of Scotland. Los foráneos podríamos pensar que la relación de los escoceses con sus vecinos ingleses podría ser similar a la que vemos entre los actores más implicados en el proceso independentista catalán y los seguidores del artículo 155. Lo cierto es que ni por asomo. Un ejemplo eran los muchos bares que lucían de manera deportiva la bandera blanca con la cruz roja de San Jorge, distintivo inglés, junto a la del resto de participantes del Seis Naciones. Extrapolándolo a una situación similar en España, es algo impensable en la actualidad. Es más: en el Drouthy’s había unos ciudadanos ingleses viendo el partido, iban vestidos con los colores de los suyos y animaban en alto. No recibieron ni un mal gesto, ni una mala cara. Puede que el hecho de haber realizado un referéndum ayude a apaciguar los ánimos.
Entre los hinchas futboleros, Glasgow es conocida por los dos equipos que juegan el derbi de la ciudad, conocido como el Old Firm. Los del Celtic son católicos y su ascendencia hay que buscarla en la inmigración llegada desde Irlanda. Los del Rangers son los protestantes y es común ver a su hinchada portando banderas unionistas. El religioso no es un asunto menor y, en el caso de Glasgow, llega al sectarismo. Dejando a un lado los asuntos deportivos, todo visitante debe sacar tiempo, por lo menos, para pasarse por lugares como la catedral o el ayuntamiento. La catedral, de arquitectura gótica, es oscura e inquietante. A diferencia de la mayoría de catedrales escocesas, sobrevivió a la Reforma. Algunas escenas de la aclamada serie de televisión Outlander se rodaron allí. A pocos metros está situada la necrópolis. Merece la pena darse un paseo por las imponentes tumbas. El ayuntamiento, por su parte, se construyó en la década de 1880, época en la que la ciudad vivía un apogeo económico. Sus salas interiores han servido como escenario para representar en el cine el Vaticano o el Kremlin.
Recuerdo aterrizar hace algo más de un año en Rabat, capital de Marruecos. Tras rellenar el documento obligatorio de entrada al país, un policía me sometió a un pequeño interrogatorio sobre mi trabajo. Me planteé mentir y poner cualquier cosa en el papel menos periodista, pero me dio coraje tener que mentir. Maldita la hora en la que me llené de orgullo gacetillero. Solo le faltó preguntarme por mis últimos artículos. Todo el mundo pasaba sin aparentes problemas y yo seguía en el puesto de control dando explicaciones sobre si era periodista de deportes o de actualidad o sobre el formato en el que producía contenidos. Nada que ver con Escocia, donde la agente de la autoridad que me tocó me hizo un comentario jocoso sobre mi barba actual y su ausencia en la foto del DNI. Creo que también me dijo algo sobre las gafas. Es un claro ejemplo del carácter escocés. Por lo general, siempre tienen una buena palabra o un buen gesto.
Visiten Glasgow
La gente de Glasgow valora poco su ciudad, una urbe tranquila pero llena de vitalidad. Nos llegaron a preguntar con extrañeza si estábamos a propósito de visita o de manera circunstancial. Tienen museos variados, una gran cantidad de acogedores pubs y una atractiva arquitectura, pero viven a la sombra de Edimburgo. Esta está menos poblada y es algo menor en tamaño, pero es mucho más turística. Cosas del destino, tras aterrizar en Glasgow y soltar los trastos, tuvimos la suerte de caer en Drouthys’s, un pub genuino situado muy cerca de la George Square. Era el primer establecimiento en el que entramos y, si viviéramos allí, seríamos parroquianos. Además de una cuidada selección de cervezas locales, servían también platos tradicionales (buenísimo fish and chips) y otros de cocina internacional. Por las mañanas, lo regentan dos mujeres sexagenarias. Son muy amables, pero agudicen el oído: ellas fabrican el acento escocés. A media tarde y por la noche había cambio de guardia. Tras la barra atendían varios jóvenes, siempre atentos y curiosos con nuestra procedencia.
Desayunando en el Drouthy’s el 24 de febrero de 2018, decidimos que volveríamos por la tarde a ver el Escocia-Inglaterra del Seis Naciones. La selección escocesa llevaba diez años sin ganar la Copa Calcuta (trofeo que se disputan ambas selecciones en cada edición del Seis Naciones) ante el quince de la rosa. Aquel sábado, los ingleses mordieron el polvo en Murrayfield y Escocia entera salió a la calle para celebrar la victoria del quince del cardo ante sus mayores rivales una década después. El pub estaba abarrotado y, tras el pitido final del árbitro, todos entonaron el Flower of Scotland. Los foráneos podríamos pensar que la relación de los escoceses con sus vecinos ingleses podría ser similar a la que vemos entre los actores más implicados en el proceso independentista catalán y los seguidores del artículo 155. Lo cierto es que ni por asomo. Un ejemplo eran los muchos bares que lucían de manera deportiva la bandera blanca con la cruz roja de San Jorge, distintivo inglés, junto a la del resto de participantes del Seis Naciones. Extrapolándolo a una situación similar en España, es algo impensable en la actualidad. Es más: en el Drouthy’s había unos ciudadanos ingleses viendo el partido, iban vestidos con los colores de los suyos y animaban en alto. No recibieron ni un mal gesto, ni una mala cara. Puede que el hecho de haber realizado un referéndum ayude a apaciguar los ánimos.
Entre los hinchas futboleros, Glasgow es conocida por los dos equipos que juegan el derbi de la ciudad, conocido como el Old Firm. Los del Celtic son católicos y su ascendencia hay que buscarla en la inmigración llegada desde Irlanda. Los del Rangers son los protestantes y es común ver a su hinchada portando banderas unionistas. El religioso no es un asunto menor y, en el caso de Glasgow, llega al sectarismo. Dejando a un lado los asuntos deportivos, todo visitante debe sacar tiempo, por lo menos, para pasarse por lugares como la catedral o el ayuntamiento. La catedral, de arquitectura gótica, es oscura e inquietante. A diferencia de la mayoría de catedrales escocesas, sobrevivió a la Reforma. Algunas escenas de la aclamada serie de televisión Outlander se rodaron allí. A pocos metros está situada la necrópolis. Merece la pena darse un paseo por las imponentes tumbas. El ayuntamiento, por su parte, se construyó en la década de 1880, época en la que la ciudad vivía un apogeo económico. Sus salas interiores han servido como escenario para representar en el cine el Vaticano o el Kremlin.
Incursión en las Tierras Altas
Las Highlands o Tierras Altas no están a demasiadas horas de carretera de las grandes ciudades escocesas. Dejar de lado las autovías y sumergirse en las pequeñas carreteras de carril único que circulan al lado de montañas y lagos de película es algo que hay que vivir. La encargada de guiarnos por aquellos parajes fue Nicola, una animada muchacha oriunda de Glasgow. Tenía arte para relatar con todo detalle algunas de las batallas de las rebeliones jacobitas, señalaba con precisión lugares que habían servido como escenario para grandes producciones cinematográficas y pinchaba con gusto música local. En el apartado melómano, no se dejaba nada en el tintero. Pasaba con esmero de las gaitas a Franz Ferdinand, Primal Scream, The Proclaimers o Texas.
Recorrimos de manera casi íntima Rannoch Moor, una extensión de ochenta kilómetros cuadrados, parando en el majestuoso lago Lomond o Glencoe, asentamiento donde en 1692 el rey Guillermo III ordenó a los Campbell que masacraran a los McDonald. Cruzamos Fort William, localidad situada en la costa occidental de las Tierras Altas, que a su vez está cerca de Ben Nevis, pico más alto del Reino Unido. Comimos a orillas del lago Ness, en la que probablemente es la zona menos auténtica. Había varios restaurantes que, si estuvieran en España, servirían menú del día o comida rápida. Nos acercamos a visitar las ruinas del castillo de Urquhart, que está entre Fort William e Inverness, y de ahí embarcamos en un catamarán con el que navegamos por el lago Ness. Es una sensación muy especial surcar un lago del que tanto se ha escrito, y donde no pocos esperan ver algún día a Nessie.
Mientras el sol empezaba a caer, cruzamos el corazón de Invernes y el parque nacional de Cairngorms hasta llegar a Pitlochry, pequeña y acogedora localidad de unos 3000 habitantes situada al oeste de Dundee y Aberdeen. Tras reponer fuerzas con un café y unas deliciosas galletas típicas, dejamos atrás las angostas carreteras de las Tierras Altas para enfilar la autovía que nos conduciría hasta Glasgow. Hacer ese viaje con Nicola al mando fue un lujo.
Las Highlands o Tierras Altas no están a demasiadas horas de carretera de las grandes ciudades escocesas. Dejar de lado las autovías y sumergirse en las pequeñas carreteras de carril único que circulan al lado de montañas y lagos de película es algo que hay que vivir. La encargada de guiarnos por aquellos parajes fue Nicola, una animada muchacha oriunda de Glasgow. Tenía arte para relatar con todo detalle algunas de las batallas de las rebeliones jacobitas, señalaba con precisión lugares que habían servido como escenario para grandes producciones cinematográficas y pinchaba con gusto música local. En el apartado melómano, no se dejaba nada en el tintero. Pasaba con esmero de las gaitas a Franz Ferdinand, Primal Scream, The Proclaimers o Texas.
Recorrimos de manera casi íntima Rannoch Moor, una extensión de ochenta kilómetros cuadrados, parando en el majestuoso lago Lomond o Glencoe, asentamiento donde en 1692 el rey Guillermo III ordenó a los Campbell que masacraran a los McDonald. Cruzamos Fort William, localidad situada en la costa occidental de las Tierras Altas, que a su vez está cerca de Ben Nevis, pico más alto del Reino Unido. Comimos a orillas del lago Ness, en la que probablemente es la zona menos auténtica. Había varios restaurantes que, si estuvieran en España, servirían menú del día o comida rápida. Nos acercamos a visitar las ruinas del castillo de Urquhart, que está entre Fort William e Inverness, y de ahí embarcamos en un catamarán con el que navegamos por el lago Ness. Es una sensación muy especial surcar un lago del que tanto se ha escrito, y donde no pocos esperan ver algún día a Nessie.
Mientras el sol empezaba a caer, cruzamos el corazón de Invernes y el parque nacional de Cairngorms hasta llegar a Pitlochry, pequeña y acogedora localidad de unos 3000 habitantes situada al oeste de Dundee y Aberdeen. Tras reponer fuerzas con un café y unas deliciosas galletas típicas, dejamos atrás las angostas carreteras de las Tierras Altas para enfilar la autovía que nos conduciría hasta Glasgow. Hacer ese viaje con Nicola al mando fue un lujo.
Imprescindible Edimburgo
En 1561, María Estuardo llegó de Francia y tuvo una audiencia con John Knox, predicador escocés y líder de la Reforma Protestante en Escocia. En 1745, fracasó el príncipe Carlos Estuardo cuando intentaba hacerse con el Castillo de Edimburgo y, finalmente, terminó estableciendo su corte en el palacio de Holyroodhouse. En 2004, la reina Isabel II inauguró oficialmente el edificio del Parlamento de Escocia. Estos tres pasajes de la historia tienen en común que ocurrieron en la Royal Mile de Edimburgo, una de las principales arterias de la ciudad. En la actualidad, goza de una combinación de tiendas de recuerdos para turistas y negocios más auténticos en los que se pueden comprar dulces típicos, comer un buen fish and chips o beber un güisqui local.
Para llegar a la Royal Mile, salimos de la estación de tren de Waverley y recorrimos un tramo de la Princes Street, uno de los escenarios de Trainspotting. Pasamos por delante de la Scottish National Gallery y comenzamos a subir hasta llegar a la explanada que hay frente al Castillo de Edimburgo. Es un recorrido bello, con edificios de piedra y calles con adoquines. Ya dentro del castillo, paseamos por las joyas de la Corona, la batería Half Moon o el Gran Salón. Ese momento fue en el que empezaron a caer los primeros copos de nieve, y no podíamos ni imaginar cómo estaríamos dos días después. Hay buenos lugares para resguardarse del frío en la Royal Mile. El Real Mary King’s Close, donde se puede conocer el antiguo callejón medieval sobre el que se construyó el actual ayuntamiento, o la oscura catedral de Saint Giles son dos buenas opciones.
Por la mañana, en el tren que une Glasgow y Edimburgo en aproximadamente una hora, reservé entradas para la sesión de control del Parlamento escocés. Me chocó lo sencillo que es, acostumbrado a los trámites que hay que realizar en algunas instituciones españolas para visitarlas y las restricciones que suelen poner. Esta cámara, que está formada por 129 representantes electos, quedó establecida en el año 1999. Entre las competencias que tiene transferidas están agricultura, pesca, educación, medioambiente, vivienda, ordenación territorial, deporte, arte, transporte o algunos aspectos de la tributación. Existen competencias reservadas, que son asuntos sobre los que el Parlamento del Reino Unido sigue teniendo la última palabra. Entre estas están defensa, empleo, seguridad social, política exterior, inmigración, medios de comunicación públicos o industria. En las elecciones al Parlamento escocés, cada votante elige a un parlamentario para su circunscripción y a otro para su región. El resultado es que cada ciudadano está representado por un diputado de su circunscripción y siete diputados regionales. Tras las elecciones de mayo de 2016, la representación en la cámara es la siguiente: 63 escaños para el Partido Nacional Escocés, 31 para el Partido Conservador y Unionista, 24 para el Partido Laborista, 6 para el Partido Verde Escocés y 5 para el Partido Liberal.
En lo personal, reconozco que fue muy excitante aquella media hora o 45 minutos que pasamos viendo el encendido debate que mantenían los parlamentarios. El brexit o el fallido referéndum de independencia de Escocia son temas candentes en la política local y eso se nota. Cuando llegamos, Michael Russell, del Partido Nacional Escocés, respondía a las preguntas y críticas de la oposición con cierta sorna e ironía. Es un señor de 65 años, con pelo blanco peinado hacia atrás, barba cana de varios días y unas gafas pequeñas y de montura estrecha. La bancada de sus entusiasmados compañeros acompañaban cada respuesta con gritos y aplausos. Sus palabras más duras fueron para el conservador Adam Tomkins, mientras que fue algo más indulgente con el laborista Neil Findlay y Patrick Harvie, del Partido Verde Escocés. No tuvo muchos miramientos con Travish Scott, del Partido Liberal, pero lo cierto es que tampoco necesitó esforzarse en exceso porque las críticas que había realizado a la gestión del ejecutivo habían pasado con bastante indiferencia entre los parlamentarios.
Después de tanta intensidad política, se hace necesario un descanso. Uno de los lugares clásicos para disfrutar de una buena vista de Edimburgo es Calton Hill, una colina situada en el centro de la ciudad, en el extremo este de Princes Street. Está incluida en el patrimonio de la humanidad de la Unesco. Ahora bien, para ver un bonito atardecer, hay que subir a Arthur’s Seat, pico principal de un grupo de colinas situadas en el Holyrood Park. Está cerca del Parlamento escocés y a un kilómetro y medio aproximadamente del Castillo de Edimburgo. Un lugar perfecto para terminar el día y comenzar a pensar en la cena.
En 1561, María Estuardo llegó de Francia y tuvo una audiencia con John Knox, predicador escocés y líder de la Reforma Protestante en Escocia. En 1745, fracasó el príncipe Carlos Estuardo cuando intentaba hacerse con el Castillo de Edimburgo y, finalmente, terminó estableciendo su corte en el palacio de Holyroodhouse. En 2004, la reina Isabel II inauguró oficialmente el edificio del Parlamento de Escocia. Estos tres pasajes de la historia tienen en común que ocurrieron en la Royal Mile de Edimburgo, una de las principales arterias de la ciudad. En la actualidad, goza de una combinación de tiendas de recuerdos para turistas y negocios más auténticos en los que se pueden comprar dulces típicos, comer un buen fish and chips o beber un güisqui local.
Para llegar a la Royal Mile, salimos de la estación de tren de Waverley y recorrimos un tramo de la Princes Street, uno de los escenarios de Trainspotting. Pasamos por delante de la Scottish National Gallery y comenzamos a subir hasta llegar a la explanada que hay frente al Castillo de Edimburgo. Es un recorrido bello, con edificios de piedra y calles con adoquines. Ya dentro del castillo, paseamos por las joyas de la Corona, la batería Half Moon o el Gran Salón. Ese momento fue en el que empezaron a caer los primeros copos de nieve, y no podíamos ni imaginar cómo estaríamos dos días después. Hay buenos lugares para resguardarse del frío en la Royal Mile. El Real Mary King’s Close, donde se puede conocer el antiguo callejón medieval sobre el que se construyó el actual ayuntamiento, o la oscura catedral de Saint Giles son dos buenas opciones.
Por la mañana, en el tren que une Glasgow y Edimburgo en aproximadamente una hora, reservé entradas para la sesión de control del Parlamento escocés. Me chocó lo sencillo que es, acostumbrado a los trámites que hay que realizar en algunas instituciones españolas para visitarlas y las restricciones que suelen poner. Esta cámara, que está formada por 129 representantes electos, quedó establecida en el año 1999. Entre las competencias que tiene transferidas están agricultura, pesca, educación, medioambiente, vivienda, ordenación territorial, deporte, arte, transporte o algunos aspectos de la tributación. Existen competencias reservadas, que son asuntos sobre los que el Parlamento del Reino Unido sigue teniendo la última palabra. Entre estas están defensa, empleo, seguridad social, política exterior, inmigración, medios de comunicación públicos o industria. En las elecciones al Parlamento escocés, cada votante elige a un parlamentario para su circunscripción y a otro para su región. El resultado es que cada ciudadano está representado por un diputado de su circunscripción y siete diputados regionales. Tras las elecciones de mayo de 2016, la representación en la cámara es la siguiente: 63 escaños para el Partido Nacional Escocés, 31 para el Partido Conservador y Unionista, 24 para el Partido Laborista, 6 para el Partido Verde Escocés y 5 para el Partido Liberal.
En lo personal, reconozco que fue muy excitante aquella media hora o 45 minutos que pasamos viendo el encendido debate que mantenían los parlamentarios. El brexit o el fallido referéndum de independencia de Escocia son temas candentes en la política local y eso se nota. Cuando llegamos, Michael Russell, del Partido Nacional Escocés, respondía a las preguntas y críticas de la oposición con cierta sorna e ironía. Es un señor de 65 años, con pelo blanco peinado hacia atrás, barba cana de varios días y unas gafas pequeñas y de montura estrecha. La bancada de sus entusiasmados compañeros acompañaban cada respuesta con gritos y aplausos. Sus palabras más duras fueron para el conservador Adam Tomkins, mientras que fue algo más indulgente con el laborista Neil Findlay y Patrick Harvie, del Partido Verde Escocés. No tuvo muchos miramientos con Travish Scott, del Partido Liberal, pero lo cierto es que tampoco necesitó esforzarse en exceso porque las críticas que había realizado a la gestión del ejecutivo habían pasado con bastante indiferencia entre los parlamentarios.
Después de tanta intensidad política, se hace necesario un descanso. Uno de los lugares clásicos para disfrutar de una buena vista de Edimburgo es Calton Hill, una colina situada en el centro de la ciudad, en el extremo este de Princes Street. Está incluida en el patrimonio de la humanidad de la Unesco. Ahora bien, para ver un bonito atardecer, hay que subir a Arthur’s Seat, pico principal de un grupo de colinas situadas en el Holyrood Park. Está cerca del Parlamento escocés y a un kilómetro y medio aproximadamente del Castillo de Edimburgo. Un lugar perfecto para terminar el día y comenzar a pensar en la cena.
Llegó la «bestia del este»
Normalmente, al despertarnos y mientras nos preparábamos para ir a desayunar, poníamos el programa informativo que emite la BBC en Escocia cada día. Llevaban días hablando de que se acercaba la «bestia del este», un temporal bárbaro. Uno tiende a quitarle importancia para no alarmarse, pero la mañana que teníamos que volar de vuelta a España nos sepultó bajo la nieve. Recuerdo abrir la cortina de la habitación y ver cómo había ya varios centímetros de nieve en la acera. Las maletas no rodaban y los coches circulaban a duras penas. Curiosamente, el autobús del aeropuerto estaba muy bien preparado para estas inclemencias meteorológicas. Pensé que no tendríamos problemas para despegar. Si ese autobús nos había llevado hasta el aeropuerto, un avión tenía que conseguir volar. En el aeropuerto de Glasgow, la gente estaba bastante inquieta. Los trabajadores, en cambio, eran todo amabilidad. El carácter escocés, ya les he dicho.
Los peores presagios se cumplieron y nos quedamos atrapados en Escocia. Ahora que han pasado unos meses, me alegro un poco. Descubrimos algunos restaurantes más y paseamos por una ciudad que, según titulaba la prensa local, estaba viviendo el peor temporal de las últimas dos décadas. Para salir del aeropuerto y coger el autobús que nos llevara de vuelta a Glasgow tuvimos que cruzar la mayor tormenta de nieve y viento que he visto en mi vida. Fueron dos jornadas más de propina que no olvidaremos. En la primera, solo encontramos abiertos algunos locales de restauración, algún supermercado y un Zara. No hay paz para los trabajadores de Amancio Ortega bajo ninguna circunstancia, según parece. La ciudad estaba aislada. No había aviones ni trenes, y la recomendación de las fuerzas de seguridad era la de no coger el coche porque la mayoría de vías estaban impracticables. En algunas calles menos céntricas, la nieve llegaba a las rodillas. Durante la segunda, ya abrió también alguna tienda y los empleados de limpieza lograban sus primeras victorias en la batalla contra la nieve. Al tercer día logramos despegar. Nieve, llueva o haga sol, volveremos.
Normalmente, al despertarnos y mientras nos preparábamos para ir a desayunar, poníamos el programa informativo que emite la BBC en Escocia cada día. Llevaban días hablando de que se acercaba la «bestia del este», un temporal bárbaro. Uno tiende a quitarle importancia para no alarmarse, pero la mañana que teníamos que volar de vuelta a España nos sepultó bajo la nieve. Recuerdo abrir la cortina de la habitación y ver cómo había ya varios centímetros de nieve en la acera. Las maletas no rodaban y los coches circulaban a duras penas. Curiosamente, el autobús del aeropuerto estaba muy bien preparado para estas inclemencias meteorológicas. Pensé que no tendríamos problemas para despegar. Si ese autobús nos había llevado hasta el aeropuerto, un avión tenía que conseguir volar. En el aeropuerto de Glasgow, la gente estaba bastante inquieta. Los trabajadores, en cambio, eran todo amabilidad. El carácter escocés, ya les he dicho.
Los peores presagios se cumplieron y nos quedamos atrapados en Escocia. Ahora que han pasado unos meses, me alegro un poco. Descubrimos algunos restaurantes más y paseamos por una ciudad que, según titulaba la prensa local, estaba viviendo el peor temporal de las últimas dos décadas. Para salir del aeropuerto y coger el autobús que nos llevara de vuelta a Glasgow tuvimos que cruzar la mayor tormenta de nieve y viento que he visto en mi vida. Fueron dos jornadas más de propina que no olvidaremos. En la primera, solo encontramos abiertos algunos locales de restauración, algún supermercado y un Zara. No hay paz para los trabajadores de Amancio Ortega bajo ninguna circunstancia, según parece. La ciudad estaba aislada. No había aviones ni trenes, y la recomendación de las fuerzas de seguridad era la de no coger el coche porque la mayoría de vías estaban impracticables. En algunas calles menos céntricas, la nieve llegaba a las rodillas. Durante la segunda, ya abrió también alguna tienda y los empleados de limpieza lograban sus primeras victorias en la batalla contra la nieve. Al tercer día logramos despegar. Nieve, llueva o haga sol, volveremos.